Thursday, June 25, 2020

Mi personaje inolvidable. Pepe Marrero.- Tomado de Grandes Nostalgias.-

He demorado en escribir sobre Pepe Marrero debido a un solo motivo. Quería tratar de recordar. De recordarlo casi todo. Creo que la última vez que lo vi fue alrededor de mi último año de Preuniversitario o por esa época y para entonces ya me había contado todas sus historias y yo tenía que insistirle para que me las repitiera por si se le había quedado algo en el tintero. Pepe se reía con aquella su voz ronca que parecía estar saliendo siempre de algún catarro atemporal y se las arreglaba para colar algún agregado cuando se dejaba convencer. Pepe me aclaraba siempre que él "no era fabulador" como yo le decía. Aseguraba que cada una de sus anécdotas "eran muy reales". Puras "vivencias de un pasado glorioso", se ufanaba. Repetía que jamás había pronunciado "ni una sola mentira". Recuerdo que Pablo y Pedro Gocéndez confirmaban algunos de sus relatos. Pero agregaban que "no podían hacerlo con todos". En algún momento - desde muy niño me las daba de periodista y de escritor en ciernes - comencé a hacerle preguntas relacionadas con sus cuentos a manera de investigación agregada y cuando estuve listo comencé a escribirlas a lápiz en un bloc rayado. Entonces mi caligrafía era bastante decente y me gustaba revisarlas, junto con sus respuestas, cada cierto tiempo. Cuando se acabó mi primer bloc le metí mano al segundo y cuando se acabó el segundo escribí en cuanta cosa se pareciera a una hoja de escribir. Ya he dicho que las historias de Pepe - todas - se perdieron la tarde en que mi hermana tuvo que priorizar su refrigerador sobre las demás pertenencias de su casa en medio de un diluvio con características macondianas. Entonces yo estaba en Chile y solo me lo contó cuando regresé por primera vez a Cuba desde los Estados Unidos. Me costó demasiado creerle pero muy pronto me di cuenta de que no valía la pena hacer elucubraciones sobre todo porque todas las elucubraciones que pudiera hacer no me iban a regresar el montón de cosas de infancia y de adolescencia y de juventud que había dejado a su "cuidado sacro" cuando me fui de Cuba en el año 2000. Cosas que no tenían ningún valor literario. Su gran valor lo constituía la nostalgia y la génesis de lo que yo pensaba eran ejercicios intelectuales que podrían ayudar a consolidar mi futuro vocacional. Siempre soñaba con sentarme debajo de una mata de aguacate a leerlo todo alguna vez cuando el tren de la vida se detuviera en su penúltima estación. O tal vez antes. Recuerdo que mientras esperaba por la solución de mi viaje "legalmente ilegal" a Chile comencé a escribir en hojas usadas, por el reverso, lo que yo creía era una novela tipo Las mil y una noches ambientada en Caibarién y sus alrededores y en donde mi papá era el gran protagonista velado. Escribía sin parar sentado en uno de los sillones de mecedera de la sala, apoyando cada hoja sobre una cartulina mayor en su posadera de mano derecha. Escribía con letras de molde y tenía mucho cuidado de respetar el margen y la sangría. Tanto cuidado tenía que hasta marqué los márgenes con un par de rayas. Sin sangría. Petición fiscal - así se llamaba la "obra literaria póstuma" - solo era un pretexto para contar todo lo que había escuchado en mi casa y en el barrio acerca de montones de temas. Creo que pasé de las cuatrocientas hojas. Cuando consideré que casi había acabado tuve que apurarme porque mi vuelo salía en cualquier momento y por eso la "novela" tiene un final forzado mas allá de que el protagonista logró conseguir sus propósitos evasivos. Un hombre es apresado a principios de la Revolución Castrista - por supuesto el hombre es un anticomunista convencido - y debido a que es un hombre íntegro como ser humano le permiten contar una historia cada día si es capaz de hacerlo y ello le posibilitaría alejar la condena por tiempo indefinido hasta tanto tuviera historias que contar. El hombre desconocía que estaba ante un caso archiconocido de la Literartura Universal pero aceptó el reto y mientras tanto tuvo tiempo de preparar una fuga espectacular desde su celda de contador de historias hasta Cayo Ratón en la Bahía de Buenavista a través de un túnel excavado por debajo del mar. La noche antes de la fuga el hombre - al que para entonces se le permitían ciertas libertades controladas fuera de su celda - se fue hasta la casa de una amiga que se había echado en la cárcel y que le había ayudado a preparar la huída. La amiga insistía en que "solo eran amigos" pero el hombre sabía de que se trataba, además. Jamás olvidaré que la "novela" termina (repito, forzadamente) con estas dos palabras "a violarla". A "violarla" en sentido figurado. Nunca le he preguntado a mi hermana si ella o nuestro primo hermano Pedro Luis González la leyeron, como le sugerí antes de partir. Mi hermana sabía de su contenido y al parecer siempre le dio bastante importancia porque pocos años después de mi salida del país y cuando le pedí que me enviara algunos documentos políticos "comprometedores" que tenía en casa para Miami con el fin de presentarlos en la Embajada de Estados Unidos en Santiago de Chile el día en que consiguiera una entrevista allí lo hizo rápidamente. Recuerdo que me preguntó si "también quería que me enviara Petición fiscal". Mi hermana siempre ha trabajado con el Estado en oficios importantes y me pareció que no era recomendable incluir Petición Fiscal porque ese "documento comprometedor" no pensaba presentarlo en la Embajada Americana. Los documentos llegaron a la casa de mi primo materno Felipito Fumero en Hialeah, Miami, de donde los recogió mi amigo Luis García Tuero para reenviármelos a Santiago de Chile. Como ya he dicho en otra parte la Embajada de los Estados Unidos jamás me concedió la tan añorada entrevista en su honorable sede. Estoy casi seguro de que los "documentos comprometedores" descansan en el gusano que ahora mismo debe estar en la casa del gran Federico Domínguez "Fedex" en Ciudad de México, el charro de quien también he hablado profusamente en mi libro de crónicas El último bisonte.
Por supuesto que todas las historias de Pepe Marrero también se ahogaron en medio de las aguas indisciplinadas del chaparrón maldito. No importa que mi memoria siga siendo fotográfica. A veces me niega sus tesoros. A veces me los devuelve cuando menos los espero. Se lo agradezco mucho. Hasta ahora solo me ha devuelto algo. En ocasiones algo es casi nada. Pero es algo. De modo que he decidido no esperar mas por mi viejo disco duro y contar lo que me sea posible de este personaje inolvidable verdaderamente especial. No podría decir desde cuando conozco a Pepe Marrero. Porque desde que tengo uso de razón lo conozco. Prefiero hablar de él en tiempo presente. Mi padre lo conoció en casa de "gucende". Muy pronto harían una amistad pura y eterna. Porque eran muy parecidos. Decentes, caballeros, humoristas, fabuladores y honrados a carta cabal. Pepe se venía constantemente a la casa de sus amigos del alma Los Gocéndez. Se conocían desde que los Gocéndez vivían en San Manuel, zona de Zuluetas, muy cerca de donde él también vivía. Pepe estaba retirado pero era un hombre muy sano y muy fuerte y cuando había que trabajar en la finca de sus amigos se arrimaba a los trabajadores y colaboraba como uno más. Recuerdo que dormía en el gran rancho en donde vivían Pedro y el Gallego Ventoso. El gran rancho del sur de la casona familiar era algo así como el cuarto de visita de Los Gocéndez. Pepe no visitaba a nadie en Plateros y estoy casi seguro de que el único amigo verdadero que tenía en la zona era mi papá. Por tanto mientras estaba en casa de "gucende" casi todos los días - por el día - venía a nuestra casa. Por la noche no. La noche era para la casa de "Pablo y de Adolfina" en donde los demás amigos del barrio que visitaban la casa lo conocieron. Gran parte de los visitantes lo consideraban "un viejo mentiroso que se hacía el gracioso". Pero lo decían sin ánimos de ofender porque se reían muchísimo con sus historias, reflexionaban sobre ellas y siempre eran víctimas de su saludo especial, su saludo que hizo época en el barrio. Cada vez que mi papá le presentaba un amigo o familiar Pepe le tendía su mano derecha, se la apretaba muy fuerte y se la bajaba hasta el suelo. La sorpresa se apoderaba de los presentados pero como Pepe enseguida le daba la espalda como si no hubiera ocurrido nada y mi papá les sonreía pues los nuevos amigos lo tomaban como una broma. Siempre se repetía la historia y siempre los nuevos amigos se preparaban para dejarle llevar su mano hasta el suelo y a veces hasta le "ayudaban". La manera que tenía Pepe Marrero de saludar a la gente se hizo famosa en todo el barrio y un poquito mas allá. Tan famosa como sus relatos. Hasta que otro "gracioso" se planteó la tarea de poner al viejo de "los gucende" en su lugar. Porque lo que Pepe buscaba con su estilo de saludar no solo era lograr reconocimiento a su originalidad sino demostrar que todavía estaba fuerte "como un caballo entero". Una tarde Pepe estaba conversando con mi papá debajo de las matas de coco del patio de la casa de Pablo cuando se apareció el hombre. Pepe lo reconoció pero se dio cuenta de que no era su amigo todavía y estuvo seguro de que jamás se habían saludado. Así que le tendió la mano y el hombre le tendió la suya. Solo que cuando Pepe fue a inclinarlo el hombre no se movió de su posición y sus manos quedaron trenzadas a la altura de la cintura. Pepe reintentó y no pasó nada. Entonces lo soltó, no movió ni un músculo de su cara y continuó conversando con mi padre como si el evento no hubiera ocurrido. Pero mi papá se percató de que no le había gustado el gesto del desconocido mas allá de su gran capacidad de simulación. El hombre - cuyo nombre mi memoria me niega todavía - se encargó de publicitar su hazaña por todo el barrio y desde entonces "el amigo de Rafael y de los Gucende - para él - había dejado de ser el tipo que obligaba a inclinarse a todos debajo de su poderosa mano derecha". Esa misma tarde mi papá le dijo de quien se trataba y Pepe se echó a reír. Sin embargo la manera de saludar de Pepe no cambió para nada y a todos les encantaba que el viejo les "obligara" a inclinarse "hasta sus zapatos". Las varias veces en que el hombre y Pepe volvieron a coincidir y se saludaron siempre terminaban el estrechón de manos a la altura de la barriga. Como los demás. Hasta que Pepe lo sorprendió un día y lo volvió a inclinar hasta el suelo. Entonces Pepe esbozó una sonrisita picarona y le dio la espalda. El hombre aseguró a mi papá que no se lo "había dejado hacer". Que Pepe le había ganado esa batalla porque "se descuidó". Pepe y el hombre llegarían a ser buenos amigos. Solo "buenos amigos".
Mis recuerdos de Pepe Marrero pueden  ser de entre 1966 y 1975. O sea, desde que yo era un niño que estudiaba en la Escuela Primaria y el instante en que termino el Preuniversitario. En honor a la verdad no puedo traerme ningún recuerdo a partir de esa fecha e incluso estoy casi seguro de que Pepe murió antes que mi papá porque - también debo decir "casi seguro" - recuerdo que nos llegó la noticia de que Pepe "se había muerto" y ello nos dejó en shok. Para entonces ( siempre antes de 1984 que es el año en que muere mi padre) Pepe apenas venía por casa de Los Gocéndez y se decía que estaba muy enfermo, lleno de achaques "porque estaba muy viejo". Recuerdo que mi papá me decía que ahora era el hijo el que se dedicaba al "negocio de las yuntas de bueyes". Algunas de las historias que Pepe nos contaba eran relatos que me parecían fuera de su tiempo. Vale decir que se trataba de historias que se habían dado cuando Pepe no había nacido. Digamos que Pepe nos contaba un cuento de esclavos. O de negros "esclavos". O simplemente de negros. Digamos que nos lo contaba cuando yo tenía dieciocho años. En 1974. Ese año yo le calculaba a Pepe Marrero unos setenta años. Por tanto había nacido en 1904. La esclavitud había sido abolida en Cuba en 1886. Y aunque el resto del Siglo XIX continuó atenazando a los negros "libres" hasta cierto punto para el Siglo XX la situación se estabilizó y solo el racismo enquistado era lo único que realmente podía lastimarlos. A mí no me cuadraba el tiempo real de sus relatos pero me daba pena pedirle explicaciones. Mi papá consideraba que se refería a "trabajadores negros que estaban bajo sus órdenes". Poco a poco me fui dando cuenta de que cuando él hablaba de que había "tenido mil negros a su mando" nunca incluía a la palabra "esclavo". Y llegué a la conclusión de que tal vez tuviera razón y que fuera cierto que había sido mayoral de algún ingenio azucarero en una zona en donde de por sí había habido muchos esclavos en tiempos coloniales. Digamos que en 1929, con 25 años, había logrado coseguir un trabajo de mayoral en algún ingenio azucarero. Y que por "casualidad" todos los mil trabajadores eran negros "libres". Las historias de Pepe estaban ambientadas en todo el territorio nacional. Había recorrido todo el país ejerciendo su oficio de mayoral y de carretero, un trabajo que seguía fascinándolo todavía. Y al parecer ambas ocupaciones le habían llevado a formar una familia genial y a conseguir suficiente efectivo como para convertirse en un hombre dueño de varias yuntas de bueyes que arrendaba desde que se había jubilado y que finalmente había dejado al mando de su hijo. Ser propietario de yuntas de bueyes era una manera de propiedad privada en la que el Gobierno no interfería porque nadie se "podía hacer rico" con ese trabajo y porque, además, en cualquier momento los "tractores rusos acabarían con ella". Mi propio padre tenía una yunta de bueyes propiedad del isleño Florencio Expósito que su amigo le "arrendaba" durante el tiempo muerto con la única condición de que "se la cuidara y  de que le realizara algún trabajo" cuando él lo necesitara. Pepe se jactaba de su gran fortaleza de juventud. De su guapería innata. De su valor a prueba de ruindades. De su capacidad única para dirigir y comandar hombres. De la confianza ilimitada que provocaba en sus empleadores. Del miedo físico que casi todos le tenían. Lo decía de una forma tan natural, sin afectación, que terminé por creerle. Mi papá también le creía pero sus risa permanente me decía que lo tomaba como historias llenas de inventos de su gran amigo que solo buscaba sobredimencionarlas. Pepe nos habló de miles de golpes de nocauts  colocados en la mandíbula de hombres tan fuertes como él, de montones de llaves maestras ceñidas en el pescuezo de los engreídos, de millones de pata's por el culo en las nalgas de los cobardes, de infinidad de insultos en los oídos de los pusilánimes y de suficiente desprecio para todos los miserables que intentaron meterse en su camino de hombre cabal. Sin embargo jamás nos habló de alguna pelea perdida, de alguna orden irrespetada, de algún despido laboral, de alguna delación imperdonable. Pepe Marrero era el "hombre perfecto" y por eso había llegado "invicto" hasta su década siete. Creo que Pepe tenía una magnífica casa en el pueblo de Zuluetas y que mantenía una de sus fincas en los alrededores que atendía su hijo después de su retiro. Posiblemente su última finca. Desconozco cuantas yuntas de bueyes le quedaban y tampoco sé nada del resto de su familia. Jamás vi en casa de Los Gocéndez a ningún miembro de su clan. Pudiera ser que Pepe fuera viudo. Por cierto entre sus historias no había ninguna, detallada, relacionada con mujeres. Para él las mujeres eran "solo aventuras lindas y picaronas" y lo recuerdo con su risa socarrona y acatarrada las pocas veces en que las citaba. Para la época Pepe era un hombre de piel blanca bastante clara, como de seis pies y pico de estatura y sobre las doscientas libras. Caminaba con cierto encorvamiento, con pasos cortos y moviendo mucho sus largas manos de dedos gigantes. Usaba un sombrero de piel muy parecido al sombrero que usa el actor Terence Hill en sus películas cómicas. Recuerdo que a veces "amenazaba" a mi papá con ganchos de zurda y posicionamiento de derecha lista para el golpe definitivo.
Esta es la única historia completa que se ha dignado regalarme mi memoria fotográfica. Prometo que cuando lo haga con otras las incluiré a manera de edición revisada. Una madrugada Pepe Marrero salió con sus dos yuntas de bueyes y su carreta con rumbo al campo de caña en donde pensaba cargar. Como cada día condujo a sus bueyes hasta la bajada del río porque el camino pasaba por entre las aguas. Era un paso muy bajo, los bueyes tomaban agua si lo deseaban al filo de la madrugada y subían la otra ranfla hasta un potrero que llevaba a la guardarralla detrás de la cual estaba el campo de caña cortada en donde pensaba detenerse. Este amanecer los bueyes no tenían sed. Pero se atascaron en el mismo lugar en donde jamás se habían atascado. Pepe echó mano de todo su conocimiento en materia de desatascamiento de bueyes tirando de una carreta vacía. Incluso tuvo que darles algunos aguijonazos en el trasero - algo que muy pocas veces hacía con sus animales - antes de sentarse en el fondo de la carreta para ver qué novedad se le ocurría. En pleno amanecer pasó un hombre por el lado del río en donde estaba la ranfla que los bueyes no habían podido alcanzar. El hombre no era amigo de Pepe. Pero se conocían de vista. Cuando el hombre le preguntó que qué le pasaba Pepe pensó contestarle que si acaso era ciego pero termino por contarle del percance y como el hombre no sabía nada de desatascamientos de bueyes encarretados siguió su camino. Pepe tampoco quería ayuda y solo necesitaba estar solo para tratar de controlar su ira y ver si se le ocurría algo. No estaba preocupado por su caña porque su caña estaba reservada para él y ningún otro carretero podía cargarla. A las doce del medio día todavía no había podido sacar a los bueyes del fanguero imprevisto. Había tenido que pincharlos de nuevo e incluso les había colocado una penca de guano encendida debajo de sus hocicos. Cada intento de sus bueyes por tratar de salir de la tembladera habían sido en vano. Ninguno de los cuatro bueyes, sin embargo, se había entregado y se mantenían de pie sobre el maldito suelo permeable del río que los sujetaba con fuerza de imán despiadado. Todos los carreteros se habían enterado de lo que le estaba pasando al gran Pepe Marrero pero a ninguno se le había ocurrido pasar por allí porque sabían que Pepe no tenía nada que aprender en materia de bueyes atascados y porque con toda  la decencia del mundo les diría que "gracias pero que él lo resolvería". Hasta que el hombre que no sabía nada de bueyes atascados regresó del lugar a donde había ido. Se quedó pasmado cuando vio a Pepe batallando todavía con sus bueyes exhaustos. Pepe estaba golpeando los traseros de sus bueyes con las hojas de dos cogollos de caña y lo hacía con delicadeza esperando que se produjera un milagro. Su vara de aguijón le había mostrado que todo el fondo del río era un babiney y para la hora primera de la tarde sus bueyes apenas podían sacar sus cabezas del agua. Pepe se había rendido y trataba de desenyugarlos para que salieran del agua sin esfuerzo adicional. Tenía la vara del aguijón clavada a su lado para apoyarse. Había encontrado en el fondo del río unos centímetros de fango duro. Pepe se dio cuenta de que el hombre de la madrugada lo estaba observando sin decir nada. En el fondo no deseaba que nadie le distrajera de su trabajo. Pero el hombre de la madrugada cometió un error. De pronto dijo "oiga, esta es la espera mas larga que he visto en mi vida". Pepe lo entendió claramente. Terminó de desenyugar al primer buey y cogió la vara de agujón en su poderosa mano derecha. Se volvió hacia el hombre de la madrugada. "Mas larga es la que se metió su madre", gritó. Cuando intentó sacar sus piernas del agua resbaló en el fondo podrido y la vara de aguijón se inclinó hacia el norte del río. Pero ya el hombre no estaba allí. Lo último que le vio fue la camisa de dril batida por el viento en sus espaldas mientras corría, despavorido, hacia el sur. Pepe se moría de la risa cada vez que mi papá le pedía que repitiera la historia. Oiga, el tipo salió como un volador de a peso, como un cohete y creo que si llego a cogerlo le hago mas huecos con la punta del aguijón que hollos tiene una colmena - aseguraba. Cuando acabó de desenyugar a los cuatro bueyes los animales salieron sin ninguna dificultad. Esa misma tarde Pepe le pidió a sus colegas carreteros que le ayudaran con sus yuntas a sacar la carreta y sus amigos engancharon a sus yuntas y halaron desde el otro lado de la ranfla y la carreta salió facilmente del fondo podrido. Pepe les dijo que cualquiera de ellos podía "tirar su caña" esa misma tarde pero el computador le aclaró que "de eso nada, que su caña estaba esperando por él y que cargarla sería trabajo para mañana". Esa misma noche el río tuvo una crecida fenomenal y su lecho volvió a conseguir su falsa dureza de toda la vida.
Una mañana mi tío Neno y yo estábamos guataqueando arroz en el campo que estaba frente al cañaveral de Miguel Lagata. Pedro Gocéndez se acercó montado en su yegua rojiza. Se murió Enrique - nos dijo y estaba tan destrozado que se dio la vuelta y no agregó nada mas. Solo había venido para avisarnos. Mi tío Neno lo sintió como se siente la muerte de todo ser humano pero no tanto como lo sentí yo. El solo conocía "un poco" a "Enrique el hermano de Pablo". Pero Enrique "el hermano de Pablo" era mas que un conocido para mi papá. Enrique era su gran amigo. Y yo era su hijo. De modo que lo sentí de manera especial. Sin embargo lo que sentimos cuando supimos que se había muerto Pepe Marrero fue algo sencillamente innombrable. Todavía no lo puedo describir.

Sweetwater, Miami, Usa.
Junio 25 del 2020.
Luisa Eme González.





















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