Sunday, June 7, 2020

Algodones 1978. Estudio en escarlata. (Final).-

Durante meses el padre de Juan Ramón Martínez se reunió con la Policía de Orlando González, con la Policía de Majagua y con la Policía de Ciego de Avila. Se reunió con cada una de las personas que de una u otra manera habían tenido que ver con con la vida y con la muerte de su hijo. Regresó montones de veces desde Guanajay con el único objetivo de tratar de demostrar que hubo otros implicados en el "asesinato" de su muchacho. Su condición de padre orgulloso con tanto pedigree de luchador clandestino valiente no le permitía aceptar que un "alfeñique como ese tal Lamar" hubiera sido capaz de vencer y de matar cobardemente a un hombre "inmensamente superior a él en el sentido físico y sobre todo preparado perfectamente para la lucha personal". En ocasiones regresó con su hija, una chica esbelta y muy seria, de un parecido notable con su hermano. La joven era pintora y pintó un cuadro de Juan Ramón, de torso, maravilloso, que se dijo sería colocado en el lugar de los hechos cuando el Caso se hubiera cerrado definitivamente. Un buen día el Señor de la Clandestinidad de Habana Campo tuvo que regresar a su pueblo, metido entre sus lágrimas, irresignado a la pérdida de un gran hombre que "estaba empezando a vivir y al que todos auguraban un futuro brillante en las filas de los revolucionarios convencidos e inclaudicables". Pero todavía al padre de Juan Ramón le restaría otro regreso a la provincia de Ciego de Avila en relación con la muerte de su hijo.
Orlando González era un gran batey con ínfulas de pueblo. Mas allá de sus pocas calles semiasfaltadas siempre consideré que en realidad en el Central solo había tres calles para respetar. La que llegaba desde Majagua, a la que llamaba Calle 1, la que salía para Majagua, a la que llamaba Calle 2 y la primera calle al este de la Calle 2, en donde estaban algunos establecimientos comerciales y en donde se erigían algunas de las mejores residencias del Ingenio. Le llamaba la Calle 3. La Calle 3 salía desde la plazoleta asfaltada que  estaba frente al cine y llegaba hasta el límite sur del poblado. Mas o menos a cuatro cuadras del cine, en la acera oeste, comenzaba el césped que llevaba hasta una cerca de columnas de mampostería bajas unidas por una pareja de cables combados separados por unos cincuenta centímetros. Las columnas diminutas y los dos cables tenían función decorativa mas que de seguridad. Detrás, con mas césped, parterres con flores y vegetación ornamental y miniaceras estaba la Casa Oficina del Central, una edificación de estilo californiano rodeada de un portal y con  techo de tejas españolas a cuatro aguas. La gente del Central aseguraba que la residencia había pertenecido al "antiguo dueño del Ingenio", otro de los que había sido intervenido y despojado de sus propiedades burguesas por las nuevas autoridades revolucionarias que "la habían destinado al fin que de verdad se merecía". Vale decir, ponerla "al servicio del pueblo". Entre la acera que remataba a la calle y la cerca de columnas cableadas podría haber unos cuatro metros. El día había estado nublado, con lluvia intermitente y había charcos en las calles y la hierba estaba mojada y había fango en la tierra pelada. Por la noche el temporal amainó y salieron algunas estrellas.
Cuando Juan Ramón invitó a Lamar al cine Lamar no se asombró para nada y aceptó la invitación. Juan Ramón era así de imprevisible y le encantaba dárselas de buen amigo y de tipo moderno, sin prejuicios. Juan Ramón solo puso una condición. Lamar siempre debía caminar delante de él - incluso dentro del cine - y sentarse a su lado y en caso de que necesitara ir al baño o salir a fumarse un cigarro él siempre habría de acompañarlo sin excusa ni pretexto. Estaba completamente seguro de que Lamar no intentaría fugarse por nada del mundo pero quería cumplir con todas las reglas del juego. Le aclaró que el regreso al calabozo sería con idénticas condiciones. Algunos guardias les vimos salir desde el calabozo, pasar por la acera frente al dormitorio, doblar por delante del comedor y coger por el camino de tierra que llevaba a la cerca de alambre detrás de la cual estaba el cine. Las dos mujeres que trabajaban en el cine les vieron llegar. Juan Ramón compró las dos papeletas y mi "amiga italiana" las cortó por la mitad y le devolvió su garantía. Lamar entró delante. Como casi siempre el cine estaba prácticamente vacío. Poco después los compañeros del Batallón comenzaron a discutir. La discusión se acaloró. Afloraron las palabras "malas" y las amenazas por parte de Juan Ramón. La acomodadora entró para preguntar qué pasaba y les pidió que se calmaran o no le quedaría otra alternativa que tener que pedirles que abandonaran el cine. No tuvo que hacerlo. Los dos guardias se pararon de sus butacas y se dirigieron al pasillo. Caminaron hacia la puerta en silencio, con pasos largos. Ahora Lamar no iba delante. Los dos muchachos caminaban libremente, liberados de las reglas del juego. Las dos mujeres les oyeron discutir de nuevo en la calle pero no entendían el sentido de la discusión. Solo podían apreciar que se trataba de dos hombres que "se estaban desafiando y que al parecer pensaban fajarse en algún lugar sin testigos". Los guardias no se dirigieron al Batallón. Los guadias caminaron hacia la Calle 3 y continuaron discutiendo hasta que se perdieron del foco visual de las dos mujeres.
Juan Ramón insistía en que Lamar era "su Caso" y que tenía que "respetarlo". Lamar aceptaba que era "su preso" y que lo respetaba como su Jefe Provisional pero que "no lo respetaba como hombre". Que como hombre "eran iguales". En algún momento la diatriba verbal se convirtió en empujones, en ofensas, en más amenazas por parte de Juan Ramón y de pronto Lamar dijo que estaba "listo para luchar". Juan Ramón le observó y tuvo que sujetar su risa. Aquel hombre de apenas 1.70, con muchísimas libras menos que él y seguramente sin ningún dominio de las artes marciales tenía muy pocas popsibilidades de enfrentarlo con éxito. Tampoco le impresionaba lo que se decía de él. O sea, que era "una fiera humana y que para vencerlo había que ser un verdadero as". Lamar, ciertamente, estaba muy fuerte. Pero comparado con él era simplemente "un hombresito". Sin embargo Juan Ramón no tuvo tiempo de decir "vamos, viejo, déjate de comer mierda y de hacerte el guapo y regresemos al Batallón". Porque de improviso comezaron a lanzarse puñetazos. Pero al parecer el boxeo no funcionaba. Lamar estaba resultando demasiado esquivo y ninguna de las llaves que intentó ejecutar Juan Ramón resultaron. Luchaban exactamente frente a la Oficina del Central. De pronto estaban peleando sobre un fanguero, con la hierba chamuscada y necesitaron cada vez mas espacio para tratar de lograr alguna ventaja. En algún momento resbalaron y entonces la pelea se convirtió en un acto de lucha cuerpo a cuerpo en donde cada quien trataba de atrapar a la parte mas vulnerable del otro. Finalmente cayeron sobre el chiquero en que se había convertido el espacio donde se batían. En el suelo, sobre una tierra desbaratada, la pelea se emparejó un tanto. Y por algo que nadie jamás ha podido explicarse - ni siquiera el propio Lamar - Juan Ramón se vio metido entre las dos cuerdas de la cerca de cables combados. Juan Ramón no. El cuello de Juan Ramón. Lamar estaba al oeste de las cuerdas, arrodillado, esperando a que Juan Ramón se rindiera, sin aflojar los cables, ahora retorcidos, sobre su cuello. Todo intento de Juan Ramón por zafarse resultó en vano. El fango no contribuía. Sus manos y sus pies solo resbalaban y el esfuerzo desesperado era inútil. La posición ventajosa de Lamar y la fuerza que ahora podía desplegar sobre su cuello le pusieron en ventaja. Definitiva. Juan Ramón sabía que era casi imposible deshacerse de la garra mortal que lo atenazaba. Pero no tuvo capacidad de raciocíneo ni - posiblemente - consideró que sus próximas palabras serían tomadas al pie de la letra. Reaccionó como un macho. Que no como un ser humano consciente. Ahórcame - le dijo - porque si salgo de esta te juro que te mato. A Lamar nunca le pasó por la cabeza la posibilidad de que Juan Ramón llevara su pistola.
Poco antes de la media noche Lamar se apareció en la Estación de Policía de Orlando González. Saludó, entró y se sentó. Con un alarde  de sangre fría casi cinematográfico. Acabo de matar a un hombre y está frente a la Oficina del Central - dijo. Extendió las manos y el policía de turno lo esposó. Cuando Lamar identificó al occiso el policía llamó al soldado que estaba de guardia en el Batallón para informarle de lo que había pasado con "uno de los suyos". El guardia nos llamó. Unos minutos después estábamos frente a la Oficina del Central. Para entonces había algunos lugareños observando el cadáver de Juan Ramón que estaba tirado casi en el medio de la calle, de lado, encorvado, en posición fetal. Todavía no había llegado su novia o algún familiar ni tampoco había ningún policía. Pero el gentío se fue incrementando. La noticia corrió como la pólvora prendida. No todos dormían a esa hora. Dos de los Jefes del Batallón vivían en el Central pero al parecer nadie les había avisado. Yo estaba al sur del cadáver. Me acerqué. Tanto que casi choco las punteras de mis zapatos contra su espalda. Nunca supe quien dijo que había que "virar al cadáver". Yo estaba como hipnotizado, sin poder asumir lo que estaba pasando. Pero sabía que cuando estamos en presencia de un cadáver cualquier relación con él es asunto de la policía o del forense. Que el cadáver es intocable. La misma voz repitió que había que "virar bocarriba al cadaver". Parecía que nadie escuchaba lo que medio ordenaba la voz. Todo el mundo conocía a Juan Ramón en el Central y parecía que todos estaban tratando de convencerse de que era verdad lo que estaban presenciando y cualquier voz exterior les tenía sin cuidado. Cuando la voz repitió por tercera vez su orden velada, me incliné con toda la inconciencia de que fui capaz y le coloqué mi mano derecha sobre la articulación del brazo derecho con la clavícula. Apreté la zona y empujé su cuerpo contra mí. El cadáver de mi amigo Juan Ramón se volteó y sin perder la posición fetal quedó bocarriba. Para entonces de su boca abierta ya estaba saliendo olor a muerto. Y fue la primera y la única vez que lo he sentido. Esa noche nadie pudo dormir en el Batallón y por la mañana, cuando miramos hacia el calabozo, tuvimos que asumir que jamás volveríamos a ver ni al preso peligroso ni al Hombre de Operaciones. Porque uno estaba muerto y el otro tendría que esperar por las decisiones legales de los superiores que conocían de ese tipo de leyes. La tarde del "día después" alguien nos dijo que la novia de Juan Ramón y algunas de sus amigas y de sus amigos se habían llegado hasta la Estación de Policía a manera de piquete y que habían comenzado a insultar a Lamar con improperios impublicables y a exigirle que nombrara "a los cobardes que le habían ayudado a matar a Juan Ramón". Como se trataba de una Estación de Policía pequeña Lamar les oyó y se acercó a una de las ventanas enrejadas para gritarles que "se fueran para el carajo, que ellas eran un bando de putas que se templaban al niño lindo del Batallón porque era jefe y tenía fama de guapo y de lindo y que lo insultaban a él porque él era el preso peligroso, apestado y pobre que tuvo que pelear solo contra un tipo que lo había amenzado con matarlo si él no lo hacía". La fuente nos había asegurado que tales palabras habían disuelto al piquete y que no habían vuelto por la Estación de Policía. Finalmente la fuente hizo la pregunta del millón. Qué hacía el cadáver de Juan Ramón en medio de la calle si Lamar lo había estrangulado como a cuatro metros de allí. Yo también me había hecho esa pregunta - y muchas derivadas - pero entonces no me las daba de abogado amateur. Por qué Lamar no se había fugado. Por qué Juan Ramón no le condujo hacia el calabozo cuando salieron del cine en vez de tomar por la la Calle 3 mientras la discusión continuaba. Pero entonces yo no me las daba de abogado amateur.
Poco después nos enteraríamos de que Lamar estaba preso en la Cárcel de Morón, una entidad penintenciaria localizada al norte de la carretera Morón/Bolivia y al noreste de la ciudad de Morón. Todavía desconocíamos la cantidad de años que "le habían echado". Para entonces las autoridades legales habían cerrado el Caso y habían aceptado que "no hubo cómplices durante la pelea entre los dos hombres", de modo que Lamar había peleado "en desventajas físicas" y que solo la casualidad había hecho posible que "lograra matar a su custodio". Era cierto que lo había estrangulado con conocimiento de causa y por tanto era un asesinato en "determinado grado" pero también era cierto que lo había hecho en "defensa propia" y que ello constituía una categoría jurídica "atenuante". A pesar de que el padre de Juan Ramón continuó insistiendo desde Guanajay en que las autoridades volvieran sobre su "teoría de los cómplices" las autoridades siempre le contestaron que "el Caso estaba cerrado definitivamente y que lo sentían profundamente". Escuchamos, además, que al fin habían dictado Sentencia para Lamar. Quince años. El padre de Juan Ramón puso el grito en el cielo porque se decía que esperaba, al menos, treinta años si no cadena perpetua. Su Apelación no prosperó. La Fiscalía Militar mantuvo la Sentencia. Lamar sabía, desde su encierro, que el padre de su víctima no se había olvidado del Affaire y que constantemente llamaba a las autoridades provinciales para que reabrieran el Caso porque "él estaba seguro de que Lamar solo jamás hubiera podido hacer lo que hizo". Finalmente se cansó de implorar y la gente del Batallón se fue olvidando de la muerte de Juan Ramón. Un buen día supimos que su ex novia se había vuelto a enamorar y que nadie había colocado el magnífico cuadro que pintó su hermana frente a la Oficina del Ingenio. Cuando el Batallón 3540 se mudó para la zona aledaña al Central Bolivia - ex Cunagua - Lamar se las arregló para que nos enteráramos que estaba en una celda del segundo piso que daba para la carretera desde donde podía sacar sus manos y gritar para saludarnos. El sabía cuales eran los camiones de su antiguo Batallón y cada vez que pasábamos hacia Ciego de Avila o regresábamos desde Provincia nos gritaba y nos saludaba con sus manos sacadas por entre las rejas. Todo los choferes le pitaban a manera de saludo devuelto y él se sentía bien porque nadie lo "había olvidado" y porque pensaba que todos estaban convencidos de que había matado "en defensa propia a un tipo que lo chantajeaba y le hacía la vida imposible en el caabozo del Batallón". Para nosotros era un solo colega que cumplía una condena por un acto cometido que la Ley castigaba. Nosotros no opinábamos. Nosotros solo continuábamos viviendo y trabajando, asombrados, incrédulos. Nos costaría mucho asimilar lo que había ocurrido aquella noche nefasta de lluvia frente a la Oficina del Central.
Cuando prácticamente todo el mundo se había olvidado del Caso Lamar/Juan Ramón nos enteramos de que Lamar - cansado de las postacusaciones del padre - había expresado que "estaba de acuerdo en que reabrieran el Caso" y había pedido que le dijeran al padre "que viniera desde Guanajay para que escuchara lo que tenía que decir" en relación con "los amigos que le habían ayudado a matar a su hijo". El padre se liberó al fin de su duda eterna, expandió el tórax en su sala Museo de la Clandestinidad, inspiró y expiró con toda la libertad que le había estado faltando desde el día aciago en que le habían dado "la noticia" y cogió un ómnibus con destino a la ciudad de Morón. En la sala de la prisión, frente a las pocas autoridades presentes y muy cerca del padre, Lamar expresó "juro que es la última vez que hablaré de esto, lo maté yo solo, me escucha, señor, yo solo, yo solo, yo solo, y le pido de favor que deje de mencionar mi nombre el resto de su vida". Se aseguraba que tales palabras fueron seguidas de algunos insultos y de algunas ofensas muy drásticas y también se aseguraba que al padre de Juan Ramón por poco le da un infarto y que no pudo contener las lágrimas al sentirse "burlado" por un asesino. Absolutamente impotente. Sin pronunciar una sola palabra salió de la sala de la prisión donde había escuchado las últimas palabras del convicto y se dirigió a la Terminal de Omnibus. Fue su última visita a la Provincia de Ciego de Avila. Con el tiempo las manos y las voces de Lamar se fueron perdiendo entre las rejas de la Prisión, y los choferes dejaron de pitarle a manera de "saludo humanitario". Lo último que supimos de Lamar fue que probablemente saldría de la cárcel "antes de cumplir su pena de quince años".
Han pasado cuarenta y un años. Posiblemente la ex novia de Juan Ramón, su amiga y la amiga de su amiga de la Colonia Española, la chica con la que bailé de brazos cambiados en un gran salon de Majagua, mi italiana del cine y el propio Lamar, sean abuelos hoy mismo. Posiblemente ninguno de ellos se acuerde del Affaire que terminó con la vida "joven y prometedora" de aquel guardia de Habana Campo. Posiblemente todos estén vivos. Porque todos pueden tener poco mas de sesenta años. No soy abuelo. Ni siquiera he sido padre. Pero me cuesta tanto olvidar.

Sweetwater, Miami, Florida.
Usa.
Luis Eme González.
Junio 13 del 2020.





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