Sunday, June 7, 2020

Algodones 1978: estudio en escarlata. (2).-

Poco después de mi llegada al Batallón 3545 para comenzar a ocuparme de la Sección Vestuario de Dormitorio Rama Retaguardia un grupo de cuadros estábamos conversando en una oficina que estaba entre el albergue y los baños. Recuerdo que alguien me preguntó que "si de verdad yo había estado en la Universidad". En realidad no me gustaba hablar de ese tema ni tampoco me interesaba. Todavía estaba marcado por mi fracaso involuntario al no poder intentar obtener un título superior como siempre había sido el sueño de mi padre. Sin embargo contesté que "sí" pero expliqué que prácticamente era mejor responder "que no porque ni siquiera había terminado el Primer Semestre de una carrera a la que había optado por error". Uno de los presentes apoyó sus codos sobre la mesa escritorio y lanzó una trompetilla a la que siguió una risita socarrona. Nadie le prestó atención. Excepto yo. Calculé que su esfuerzo vocal significaba que yo ni siquiera había vencido "la Secundaria Básica". Pero cuando estaba a punto de olvidarlo el muchacho de la trompetilla dijo, con ironía, "locutorrr..." y volvió a sonreír. Como todos seguían sin hacerle caso pues hice lo mismo, continuamos la conversación y finalmente pensé que se trataría de algún incapaz, de alguien lleno de complejos de inferioridad que se sentía "mayor de edad" y al que sus cargos en el Batallón le permitían emitir juicios enmascarados de esa índole. No éramos amigos, sus gestos y palabras no habían sido técnicamente ofensivos y en un final podía tratarse de una broma. Además, tal vez se había dado cuenta de que mi osadía al animar el Acto de Juramento había sido solo eso, una osadía. El guardia se llamaba Juan Ramón Martínez, era de Guanajay, Habana Campo y trabajaba con un Oficial de Alto Rango en una Sección llamada Operaciones que, según las malas lenguas. se ocupaba de trabajos de Inteligencia. Juan Ramón andaba casi siemre solo y aunque aparentemente era muy sociable en realidad se creía el cuento de que era un tipo "diferente" debido al trabajo que realizaba. Sin embargo daba la impresión de que su vida era pública porque cualquier guardia podía contar que el grandulón de Guanajay "era de la Seguridad del Estado desde la cuna" porque sus padres "eran pinchos en su pueblo" y porque su padre "había participado en el Movimiento Clandestino de Guanajay y de Ciudad de La Habana durante la Revolución de Fidel Castro". Juan Ramón tenía mas de seis pies y unas 220 libras repartidas en un cuerpo esbelto pero que no era atlético. Me parecía que tenía la cabeza demasiado pequeña para cuerpo tal y tenía, además, cara de niño traviezo. Le calculábamos unos veintiséis años. Se decía que no era muy amigo del baño diario y tenía una novia en el Central muy bonita, de pequeña estatura. Una novia no, un bastón hembra - decían algunos. Juan Ramón era un tipo misterioso y ni siquiera se le veía mucho cerca de su Jefe, un hombre blanco como de cuarenta y tantos años, que creo era de Sancti Spíritus pero vivía en Ciego de Avila. No recuerdo qué grado militar ostentaba pero sí recuerdo que también usaba gorra de plato. Posiblemente ninguno de los jefes del Batallón pasaran del grado de Capitán. Generalmente casi todos los cuadros del Batallón viajábamos en los camiones soviéticos Gasito a todas partes, sobre todo cuando nos tocaba llevar los informes mensuales a Provincia. Juan Ramón no. Juan Ramón viajaba siempre en ómnibus y muchas veces nos encontrábamos en las Terminales de Algodones y de Ciego de Avila cuando yo debía viajar en guagua porque los camiones estaban ocupados en otras labores de urgencia. También se decía que Juan Ramón "no estaba reenganchado" por ninguna cantidad de años en el EJT. Que él era como otro pincho cualquiera que podía salirse cuando quisiera del Ejército o que posiblemente tendría que esperar veinticinco años, como todos, para Licenciarse. Las lenguas - las malas y las buenas - aseguraban que sabía karate y judo y que difícilmente podría encontrarse con un enemigo de verdad en el Batallón o en las calles. Juan Ramón portaba una pistola soviética y la usaba en el fondo de su espalda, debajo del pantalón. Llegaría, no obstante, a ser un buen amigo de Juan Ramón. Sobre todo porque muy pronto se dio cuenta de la clase de persona que yo era, porque notó que yo no era un tipo con miedo - miedo intelectual ( que es el miedo que no se puede tener en un país dictatorial) - que le decía a las cosas por su nombre aunque ello me acarreara cierta "detención de ascenso" en el Ejército y porque yo era un tipo culto, "muy informado e inteligente". Todos los habaneros - del campo o de la ciudad (todo lo que no fuera Ciudad de La Habana era para ellos Habana Campo) - siempre han sentido mucha atracción por la gente "diferente", la gente que se "parezca" a ellos. Incluso yo hablaba - sin proponérmelo - un poco como los habaneros de la jungla de asfalto. Yo no pronunciaba, digamos, verdad. Yo decía "veddá". Como ellos. La Sección Operaciones para la que trabajaba era, realmente, una Sección Burocrática. Su Jefe no siempre estaba en el Batallón y Juan Ramón pasaba gran parte de su tiempo sin hacer nada. Por demás, eran tiempos "revolucionarios" de plantillas infladas. Nadie decía "Operaciones" para designar a la Sección. Todo el mundo decía, abreviando, "O'pones". Casi todos los cuadros que trabajaban en el Batallón - sobre todos los cuadros de los anteriores Llamados - tenían novias que vivían en el Central. No hacían una vida marital stándar pero se comportaban como si así fuera. De modo que todo el mundo conocía a las chicas porque constantemente venían a visitar a sus novios en sus oficinas y en verdad los motivos por los que lo hacían debían de ser muy importantes porque a veces no regresaban a sus casas. Un colchón personal o un colchón tres cuartos era muy habitual en las oficinas de entonces. Formaba parte de la "impedimenta". La gente del Llamado 14 teníamos que ponernos en la cola para poder aspirar a la próxima primera jeva del Ingenio. Muy pronto haríamos muchas amistades en el poblado. Seríamos invitados a las casas de las nuevas amistades y algunas de las muchachas disponibles comenzaron a flirtear con los nuevos reclutas. El cine del Central estaba al sur del Batallón, a unos cuarenta metros después de pasar una cerca de alambres. Parecía una gran nave de almacenar abono, con techo a dos aguas y portal de entrada. Para entonces mi locura por las películas y por los documentales era proverbial. Ahora tenía el cine en "la puerta de mi casa" y aunque solo ponían dos o tres películas semanales jamás me las perdía excepto si hubiera visto recientemente alguna que no me hubiera llamado tanto la atención. Nnnca fui un tipo de ver dos veces las misma película a menos que se me hubiera quedado algún mensaje o escena confusos o si se trataba de una obra maestra. En verdad el cine de Algodones no pasaba obras de estreno ni siquiera buenas películas. Para ello había que ir a Majagua o a Ciego de Avila. Pero a mí me servían todas. Todas. Sin distinción de temáticas o nacionalidades. Por ello era que las noches de cine en Algodones transcurían vacías. Vacías en todos los sentidos. Muchas veces las dos mujeres que trabajaban allí se morían de aburrimiento hasta que transcurriera su horario de trabajo porque nadie iba al cine. Mas de una vez tuvieron que hacer arrancar sus proyectores para mí solo y debo confesar que eso me apenaba. Mi constante asiduidad al cine me ganó la estimación de las dos mujeres. Muy pronto "se dieron cuenta" de que yo era "una monstruosa enciclopedia cinematográfica" y llegaron a decirme que "habían aprendido más de cine conmigo que durante todos los cursos intensivos didácticos que habían pasado". Una de las mujeres era un señora que estaba mas allá de los sesenta años. Una señora para respetarla y para admirarla. La otra. Oh, la otra. La "otra" era otra cosa. La "otra" tenía menos de treinta años, era una trigueña "adelantada", como de 1.74 de estatura y medidas de modelo. La recuerdo perfectamente bien. Aunque he olvidado su nombre. La "otra" se movía entre la perturbadora belleza de Calaudia Cardinale y el garbo endiablado de Sophía Loren. Prácticamente todas las noches yo iba al cine para conversar con ellas aunque no fuera para ver la última película. Siempre la señora nos dejaba solos con cualquier pretexto y entonces nuestras charlas tocaban todos los fondos permitidos e hicimos del flirteo todo un arte isondable y subliminar. Yo sabía que estaba casada pero me comportaba como si no lo supiera. Ella no sabía que yo lo sabía pero se comportaba como si no lo supiera. Entre otras cosas yo siempre deseaba verla para escuchar su voz de niña mimada, sus pausas deliberadas en su conversación y sobre todo aquella frase que no dejaba de pronunciar en ninguna de las veladas "jamás pensé que existieran palabras y frases tan lindas como las que tú dices". Una noche, después que salí de ver una película que trataba sobre la vida del gran músico polaco Federico Chopin - a la que por supuesto había asistido solo - le dije, en la despedida "tú eres la mujer mas endiabladamente recordable que he visto en mi vida". No dijo nada excepto "oh, Luis" mientras cerraba la puerta de entrada de espaldas a mi y yo miraba, obnubilado, la curva despiadada de su cuerpo italiano y la magnífica protuberancia de sus nalgas perfectas. Cuando guardó la yave en su cartera de manos me dijo "tengo que decirte algo". Le puse mi dedo índice derecho sobre sus labios y agregué "no es necesario". Esa noche, la tasa del baño no estuvo helada a pesar del invierno. Estuve un mes exacto sin visitar al cine y cuando regresé para ver Ben Hur compré mi papeleta a la señora, se la entregué a la "otra" - que la quebró en dos partes y me entregó una - y entré al cine. Solo, como siempre. Cuando salí dije "hasta después". Como no la miré al partir nunca supe si se le habían aguado los ojos o si había mirado mi caminar de hombre joven hasta donde se acababa la pared del cine y comenzaba el camino de tierra que llevaba a la cerca de alambre. Desde entonces solo fui el recluta que "viene al cine solo" y ella solo fue la chica espectacular, casada, que hace "de rompedora de papeletas y de acomodadora" cuando ocurre que la gente del central asiste al cine. Cuando asumí que había ganado la batalla de la seducción pero que había perdido la batalla del último flechazo aacepté mi derrota y entonces traté de bailar con las manos cambiadas en los hombros y en la cintura de una estudiante de secundaria del central en un gran salón de bailes de Majagua. Yo, que nunca había sabido ni mover una pata. En honor a la verdad todavía no sé si la "otra" intentó decirme algo diferente a "estoy casada" pero mi concepcción dramática de la existencia me hizo pensar que se trataba de eso y entonces detuve mi auto casi desbocado. Aunque siempre lo negaba rotundamente varios de mis amigos cuadros estaban seguros de que yo "estaba pasándole la cuenta al monstruo del cine". A veces me sonreía y como a veces mi sonrisa les sonaba cómplice pues ello avivaba la sospecha. En un final posiblemente yo fuera el único "novio" que solo había tocado el cuerpo de su "novia" mediante el contacto de su dedo índice de la mano derecha con sus labios cerrados. Juan Ramón también pensaba que yo era un mujeriego solapado, de esos que no habla una sola palabra con nadie sobre su relación con mujeres. Una tarde se llegó a mi oficina en el ala norte del Batallón. Se sentó en una de las esquinas de la mesa escritorio. Quiero que me hagas una media - me dijo. Contesté que solo me dijera en donde estaba "la fábrica de medias" y asunto resuelto. Cuando terminó de reír agregó "tengo una jevita en Sancti Spíritus y va a ir con una amiga el sábado a la Colonia Española y le dije que tenía un socio para ella". Recuerdo que había carnavales en Sancti Spíritus y que algunos camiones de Orlando González estaban llevando a la gente hasta allá. Le dije que no había problemas, que contara conmigo. En realidad los guardias llevábamos una vida casi de civil y no teníamos que contar con nadie para salir del Batallón excepto cuando se tratara de ausencias que interfirieran en el trabajo o cuando necesitáramos un pase. Así que el grandulón de Guanajay le pega los tarros a su chica del Central, pensé. Pero no dije nada. El sábado cogimos uno de los camiones cerca del paradero de los ómnibus y nos dirigimos a Sancti Spíritus. No había vuelto jamás a la ciudad desde el día en que las Camberras de la Base de Placetas nos habían recogido en el Viejo Stadium en 1977 para traernos hasta los predios del Central Orlando González. Muy pronto caminamos las pocas cuadras que no separaban de la Colonia Española. La fastuosa Colonia Española estaba en el centro de la ciudad y era un edificio postcolonial de dos pisos. El Gran Salón estaba en el primer piso. Las chicas estaban esperando y les fui presentado. Apenas pude disimular mi decepción. La amiga íntima de Juan Ramón era una belleza salvaje en estado puro. Una potranca recién domada. Casi tan alta como él, con una sonrisa Colgate permanente y tan agradable que podía conquistar al mundo si se lo hubiera propuesto. Una trigueña despampanante que enseguida me recordó a mi acomodadora "italiana" del cine. Pero mi amiga era - también - "otra cosa". Mi posible conquista era una mujercita trigueña, como de 1.55 de estatura, de perfil aguileño y pelo suelto y muy largo tratado como al descuido. Al principio pensé que Juan Ramón me había jugado una broma y que la "media" que él quería de mí era que tratara de entretenerla porque la mujer seguramente fuera una lapa que no soltaba para nada a su súperhembra. No podía creer que él - conocedor de mis gustos irrenunciables en materia de mujeres - hubiera pensado que yo trataría de entrar en contacto con aquella señora a la que calculaba poco mas de cuarenta años. Solo que la señora de las tantas décadas sabía bailar muy bien los boleros que se estaban escuchando en vivo y tuvo que haberse dado cuenta no solo de que yo apenas me movía sino de que tampoco era capaz de hilvanar ni una sola frase. Probablemente me considerara un niño que no sabía lidiar con mujeres maduras y había decidido terminar con un pre affaire que no debía conducir a ningún puerto seguro. Yo solo estaba tratando de encontrar un pretexto para abandonarla, mentir a Juan Ramón sobre que "me estaba sintiendo mal", que lo sentía y que deseaba irme. Pero no me hizo falta. Cuando se acabó la tercera pieza la señora me dijo que al parecer no congeniábamos como pareja de baile y que era preferible que ambos buscáramos otros compañeros y que tratáramos de reencontarnos mas tarde. Ello me abrió los cielos. Le dije que me parecía bien pero agregué que de todas formas me estaba sintiendo indispuesto y que le agradecía que me dejara libre. Le conté que pensaba no era nada grave y me fui de su lado. Durante varios minutos busqué a Juan Ramón y  a su chica y no los encontré. No quería tener nada que ver con la amiga de su amiga y tampoco deseaba tratar de encontrar otra pareja para ver si la práctica nos hacía de nuevo una pareja de baile decente.  Con química. Quería irme y lamenté mil veces haber venido a la ciudad de Santi Spíritus. Evidentemente no era mi noche. Esperaba convencer al hombre de Operaciones de que el hecho de sentirme tan mal era el único motivo por el que los abandonaba en medio de la fiesta. Pero no lo encontré y ello sería fatal en su apreciación posterior. Cuando me di cuenta de que la última guagua para Jatibonico saldría en pocos minutos eché la mirada final al Salón de Baile de la Colonia Española y como no encontré ni a la pareja ni a mi excompañera me fui hasta la Terminal de Omnibus Municipales. Todavía tuve tiempo de alcanzar el ómnibus Jatibonico/Majagua y el Majagua/Orlando González. Al otro día, cuando coincidimos en el dormitorio me miró soñoliento, cerró su puño derecho y se lo llevó a su boca para soltar una trompetilla muy parecida a la que había soltado para referirse a mi capacidad real como animador. Le conté el motivo por el que había tenido que irme y lamenté el hecho de no haber podido encontrarlo antes de marcharme. Tampoco dejé de decirle que para la próxima tratara de no presentarme "un grillo anciano con la caja a remolque". Soltó otra trompetilla pero no dijo nada. Nunca supe qué le había contado la amiga de su amiga. Jamás hablamos del tema. No obstante siempre he creído que Juan Ramón consideró mi actuación en la Colonia Española "bastante floja" y ni siquiera tuvimos otra oportunidad de charlar sobre el affaire porque un tipo oriental de apellido Lamar cayó preso y lo trajeron para el calabozo del Batallón. Los presos eran asunto del Capitán Gelacio cuando se hablaba de Súperestructura. Cuando se hablaba de la Base eran asunto de Juan Ramón. Desde que llegó al calabozo Lamar se convirtió en su Caso y desde entonces lo demás importaba poco.
El calabozo del Batallón estaba al este de las edificaciones y era el último inmueble en esa dirección antes de que se terminara el solar. Detrás de los baños una acera conducía hasta la puerta principal. Se trataba de una habitación relativamente grande, sin paredes divisorias, en donde había tres o cuatro literas de hierro con colchonetas ligeras. Al fondo tenía un baño rústico. Generalmente el calabozo permanecía vacío. Cuando estaba ocupado lo estaba de tránsito. Casi siempre los guardias esperaban allí hasta ser conducidos al Batallón Provincial para dilucidar sus Casos. Las contadas ocasiones en que los motivos eran secundarios los soldados estaban unos pocos días antes de ser enviados a sus Campamentos. Estar preso en el calabozo del Batallón no significaba un calvario. Allí había silencio, agua corriente, luz eléctrica, pueblo y los presos comían la misma excelente comida que comíamos los cuadros del Batallón, mas allá de que nosotros podíamos repetir, algo que no les estaba permitido a ellos. Había hablado con Badía, el magnífico cocinero oriental que teníamos en el Batallón, para que me avisara cada vez que la comida de los presos estuviera lista. El cocinero era una muy buena persona y siempre les echaba un poco mas para tratar de que no se fueran a quedar con hambre. Yo me encargaba de llevársela y les recordaba que estuvieran atentos porque mas tarde les traería otras cosas. Donde quiera había comida en el Batallón. En los refrigeradores, en los almacenes, en la cocina y hasta en el gran patio que estaba al este de mi oficina en donde se descargaban los camiones llenos de melones y de otras frutas que permanecían allí hasta tanto se trasladaran hacia los Campamentos. Siempre me las arreglaba para llevarles algún anexo antes de que se acostaran a dormir. Mi papel de Padre de las Casas me traería algunos problemas. Recuerdo la ocasión en que José Macías, un muchacho de Cambao que era mi amigo desde antes de llegar al EJT, cayó preso por llegar tarde del Pase Ordinario. Siempre que tenía una oportunidad me llegaba hasta la puerta de hierro del calabozo para conversar con él y con otro muchacho de Oriente que compartía celda. Una vez el Capitán Gelacio Martínez me vio cuando les llevaba un gran melón y una telera de pan con jamonada. Esperó a que le entregara el mandado y delante de ellos me dijo "Luis Fumero no se olvide de que estos tipos están presos y no de vacaciones". Macías intentó devolver la merienda pero el Capitán - uno de los tipos mas geniales que me encontré en el EJT - no la cogió. Lamar estuvo compartiendo celda con otros tres presos y yo hice lo mismo que siempre hacía para ayudarlos. Hasta que los otros dos presos salieron del calabozo. Lamar era un tipo como de 1.70, muy fuerte y bien parecido. Tenía el color de los mulatos adelantados, casi blancos, de la zona de Contramaestre y aunque daba la impresión de ser un tipo decente y comedido la gente decía que era "extremadamente peligroso" y que si tenía que "matar a alguien" lo haría sin "pensarlo dos veces". Estaba esperando ser llevado a la Fiscalía del Batallón Provincial porque había cometido un delito muy grave.  Juan Ramón no decía de qué delito se trataba y la gente solo especulaba. El comentario mas arraigado tenía que ver con "un hurto de marca mayor en donde había habido heridos". Incluso se especulaba con que el hurto se había producido en el sector civil. Pero nadie estaba seguro del motivo por el que Lamar estaba preso. De lo que sí se estaba seguro era de que Lamar era un tipo tremendamente peligroso. Juan Ramón Martínez seguramente sabría el verdadero motivo. Y no le interesaba lo que se dijera de él. No le tenía miedo. Era su Caso y constantemente estaba frenta al calabozo vigilándolo y diciéndole cosas que parecían amenazas. Era su trabajo y consideraba que lo estaba haciendo bien. Lamar no ripostaba y se limitaba a hacer silencio. Esperaba ser llevado al Batallón Provincial y ver qué decidían los jefes superiores. A veces Juan Ramón le permitía salir a comer al comedor y hasta le permitía coger un poco de fresco hasta que fuera la hora de acostarse. Sin embargo a algunos nos parecía que en ocasiones se le iba la mano con sus ofensas y amenazas y que le estaba faltando el respeto, que lo chantajeaba. Terminamos por decírselo. El se reía y decía que solo hacía su trabajo, que el tipo era "una cabeza e caballo" y que no se podía tratar "como a una señorita". Una noche le dijo que si quería podía  ir al cine con la condición de que fuera acompañado por él. Lamar aceptó, encantado. En algún momento de la prima madrugada el cuadro que estaba de guardia entró al albergue para despertarnos. Tengo una noticia que darles - dijo.

Sweetwater, Miami, Florida, Usa.
Junio 7  del 2020.
Luis Eme González.








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