Sunday, May 17, 2020

Patana con alas.-

Tomado de "Medias Nostalgias".
EJT: el otro Ejército.


En realidad pasé - hice o pasé o vencí - el Servicio Militrar porque me dio la gana. Para quienes estuvieran estudiando y terminaran por graduarse y para quienes estuvieran vinculados al Ministerio de Educación el Servicio Militar no era otra cosa que un eterno "aplazamiento" debido a los "intereses vitales de la Revolución" en materia educativa. Aplazamiento que - llegados los veintiocho años - caducaba en aras de la seguridad de que te habías librado para siempre del Servicio Militar, si exceptuamos que ello te había convertido en "reservista" con "cierta preparación militar" para toda la vida. Cuando abandoné la Universidad Central a principios de 1976 hubiera podido integrarme al mundo de la Educación para "toda la vida", convertirme en Maestro y graduarme, por Encuentros, unos años después, momento en que ya podría ser llamado Profesor. Solo que ello nada mas hubiera podido evitar los tres años perdidos en el Servicio Militar sin que garantizara graduarte, alguna vez, de la carrera que verdaderamente querías cursar. Yo estaba convencido de que nunca hubiera podido estudiar Periodismo o cualquiera otra carrera intelectual o política "sencible" en la Cuba de entonces, de modo que me cansé de ser un maestro forzado en una rama forzada del Ministerio y me regalé a los jerarcas que se encargaban de llevarte hasta el Servicio Militar. Es verdad que para entonces albergaba ciertas esperanzas relacionadas con la ocurrencia de milagros en la Cuba Fidelista. Muy pronto - desde dentro del Batallón - le escribí una larga y emotiva carta a Raúl Castro, el "hermano" y Segundo Hombre en Cuba, en donde le contaba de mi fracaso universitario mientras estudiaba Licenciatura en Física en la Universidad Central  y le pedía, de favor, que me gestionara regresar a la Enseñanza Superior para estudiar Arquitectura en el Instituto Técnico Militar (ITM). Mis habilidades plásticas eran muy limitadas pero sabía de sobra que podía hacerlas relativamente decentes y suficientes. Además, Arquitectura "militar" era lo que mas se asemejaba al arte entre las pocas posibilidades que tenía de volver a la Universidad para estudiar Humanidades. Por supuesto que El Chino no me contestó. Ser graduado de Preuniversitario me garantizó trabajar en oficinas a cambio de firmar un "reenganche por cinco años". Me "conocía" demasiado, así que les firmé el reenganche (un agregado de dos años) y de esa forma me converti en "cuadro" del EJT. Desde entonces me encargué de la Sección Vestuario de la Rama Retaguardia del Batallón 3545 ubicado en el Central Orlando González (antiguo Algodones) del Municipio Majagua en la Provincia de Ciego de Avila. Entiéndase EJT - Ejército Juvenil del Trabajo - como el hermano menor del Servicio Militar (obligatorio) en donde sí se practicaba el trabajo castrense y jamás el trabajo agropecuario en condiciones poco menos que infrahumanas. Estar en el EJT tenía una "ventaja": ganabas por lo que trabajaras y pagabas impuestos y demás como cualquier obrero normal. Estar en el SM(o) equivalía a ganar siete pesos mensuales, especie de estipendio porque lo demás te lo "daban gratis". En mi caso tenía un sueldo fijo de 120 pesos mensuales mas ciertos viáticos, Y muchas facilidades anexas por ser un reenganche que estaría cinco años - y no tres - "sirviendo a la Revolución". En algún momento de la segunda mitad del año 1979 el Batalloó 3545 es trasladado para el Municipio de Bolivia por motivos "coyunturales y logísticos". El Municipio de Bolivia es la cabecera zonal y es donde está enclavado el Central Azucarero Bolivia, ex Cunagua, y también es parte del nororiente de la provincia avileña. Un ingenio/pueblo con arquitectura típica californiana por haber sido propiedad de dueños norteamericanos. Mis problemas disciplinarios, contestatarios, orales "salidos de horma" y de cierta manera mis constantes líos como líder de los rebeldes del Batallón y de los Campamentos me habían traído muchísimos problemas que solo había podido sortear porque los combinaba con una ejecutoria brillante como trabajador ejemplar y con lo que siempre me recordaban los altos jerarcas "a ti no se te puede dejar hablar porque eres capaz de convencer hasta al  mismo pinto de la paloma". Pocos meses después mi condición de "gran trabajador ejemplar" y mi "capacidad oratoria" no me sirvieron de nada. El Capitán Matos - un enano que decían había bajado de la Sierra Maestra con Fidel Castro - se llegó desde la ciudad de Morón - una especie de sucursal de la ciudad de Ciego de Avila - y en medio de un Control Habitual de Batallón se encontró conmigo que en ese momento estaba trabajando en "que me quitaran el reenganche" y en planes de protagonizar una minihuelga en protesta por la pésima alimentación a que nos estaban sometiendo desde hacía varias semanas. El Capitan me mandó a buscar a la Oficina del Jefe del Batallón y cuando entré me dijo "así que tú eres Luis Fumero, eh". Me llevó en su yipy ruso ("soviético" todavía) Gazz - los famosos yipones - en el asiento trasero, detrás del chofer, hasta el calabozo de Morón y me dejó a merced de otro enano - un guardia común y corriente como yo que trabajaba en los calabozos - que aunque no golpeaba físicamente a los presos sí le encantaba hacer uso de la ofensa oral. Una semana después mi amigo Luis Tuero - que trabajaba en la Sección Operaciones del Batallón - me fue a buscar y me regresó a mi oficina de Vestuario. Creo que te van a botar - me dijo. Entonces funciona - respondí. Apenas me pude acomodar en mi exiguo espacio. Todavía pensaba que me faltaban algunas acciones rebeldes para que me botaran y para que me quitaran el reenganche.  Pero estaba equivocado. Enseguida me despojaron del mismo - ya dije que yo "me conocía" - y como castigo "agregado" me enviaron para los campamentos cañeros a cortar caña y a buscarme la vida como pudiera. Vale decir, para que me rajara, para que me fugara y para poder cerrar el círculo que me hubiera condenado definitivamente. Solo que yo era amigo de todos los guardias del Campamento porque ellos conocían sobradamente de mi bonhomía y de la defensa que siempre había hecho de sus intereses generales y me recibieron como a un héroe. Además, yo era campesino con finca cañera, había participado en varias Escuelas al Campo en donde había cortado mucha caña de semilla y en verdad estaba físicamente muy fuerte. De modo que ningún tajo de dos surcos y casi un kilómetro de caña quemada me iba a matar. En el Campamento de La Guira, pocos kilómetros al oriente de Morón, ocurrió el milagro que no pudo ocurrir a raíz de la carta "emotiva" que le había escrito a Raúl Castro casi dos años antes. El propio Raúl Castro había firmado la Orden mediante la cual "todos los graduados de Preuniversitario serían liberados del Servicio Militar y del EJT antes de cumplir sus plazos para que, si lo deseaban, pudieran reintegrerse a la Educación Superior y continuar sus estudios" de manera menos ortodoxa. Fui uno de los agraciados con esa Ley y logré salir unos meses antes de Junio de !980. Unos meses antes que mi llamado, el Llamado 14 del EJT.
Casi todos los guardias del Campamento de La Guira eran orientales. Sobre todo de las Provincias de Granma y de Santiago de Cuba. Excelentes cortadores de caña que solo pensaban en mandar parte del dinero ganado a sus familiares. En las noches de invierno, mi cama era rodeada por los mejores amigos que se sentaban en las camas de los vecinos para escuchar mis historias de cuando era "el Jefe de Vestuario y los defendía de los Jefes malvados y de los Sargentos Mayores - guardias al frente de los Batallones - chivatos e hijos de puta". Mis relatos también versaban sobre la verdadera historia de Cuba, sobre la verdad acerca de la Revolución Fidelista que nos tocaba vivir y sobre todo me encargaba de asesorarles acerca de la manera en que podían ser menos productivos en los campos de caña de modo que pudieran protagonizar una huelga velada en busca de mejores condiciones de vida y de mejor alimentación. Para el instante en que estaba consciente de que mi proceder con los guardias podría traerme el problema mayor con los mayimbes de Provincia fue que el Vicejefe de Personal, mi amigo Hipólito Cabrera, me dijo que me dejara de comer tanta mierda porque "mi Baja estaba en camino". Eran los tiempos del Exodo del Mariel y yo tenía algunos planes relativos al Gran Evento de la última diáspora cubana. Así que bajé mis decibeles ideológicos y me preparé para terminar el odioso período del no menos odioso EJT.
Algunos de mis amigos eran muy buenos fabuladores. "Casi" fabuladores porque muchos no habían pasado aún de la categoría "mentirosos compulsivos". Cuando terminaban de escuchar mis sermones ideológicos - "diversionismo ideológico" según el canon fidelista - enseguida comenzaban con sus historias. Yo les escuchaba y les decía que me encantaban y les pedía otras. A veces nos reíamos, preguntábamos detalles que nos parecían habían quedado a medio explicar o jodíamos al fabulador. No eran clones de Arenilla ni de Moronero ni se molestaban con pullas o sarcasmos pero estaban en muy buen camino. Pensaban que mi capacidad profesional y superior no me permitia dedicarme a contar "boberías". Hasta que alguien me preguntó que si acaso yo no tenía alguna buena historia que contar. Les dije que por supuesto la tenía pero que estaba esperando que a ellos se les acabara el repertorio. Casi todos prorrumpieron en una sonora carcajada. Pues hazla porque eso no va a ocurrir, compái - recuerdo que me dijo un mulato de Contramaestre. Muy bien, así será, pero la contaré mañana porque es muy tarde y mañana lo que nos espera en el campo de caña es candela, y serán dos magníficas historias que, por supuesto, son la pura verdad.

Una patana llamada Pelícano.

Ya les he contado otras veces que vivo casi en el medio de cuatro centrales azucareros y que los mismos depositan sus azúcares en el gran complejo de almacenes que hay en el litoral occidental del pueblo de Caibarién. Quiero decir, la mayoría de sus azúcares destinados a la exportación. Como el Puerto de Caibarién no tiene suficiente calado para recibir a los grandes barcos mercantes pues entonces no queda mas remedio que llevar el azúcar en patanas remolcadas por poderosos remolcadores hasta un cayo llamado Cayo Francés que es donde está el Puerto de Aguas Profundas de la ciudad. Cayo Francés está a poco mas de cuarenta kilómetros del pueblo y en la orilla sur del Gran Canal Viejo de las Bahamas por donde, por cierto, siempre hay un tremendo tráfico marítimo internacional. La plantilla de los estibadores del puerto se remodela de generación en generación y sus trabajadores siempre han ganado muy buen dinero. Pero no siempre las cosas han sido color de rosas. Hay veces que se producen huelgas laborales y mientras no se resuelven los dirigentes tienen que inventar para poder trasladar el azúcar hasta Cayo Francés. Allá por los años treinta el Gobierno de un tal Gerardo Machado - ya sé que les he hablado del genízaro "asno con garras" - construyó la famosa Carretera Central y en medio de la euforia por la postinauguración de la Gran Arteria Nacional los estibadores y demás tratabajadores del Puerto de Caibarién pusieron el grito en el cielo porque la Carretera Central le iba a quitar importancia al puerto y seguramente iba a desviar muchísimas toneladas de azúcar hacia el asfalto por aquello de que "lo mas bararto es lo que siempre se impone". Machado gobernó en un período negro de la Historia Mundial cuando la crisis internacional arrodilló a casi todos los países del mundo. Estados Unidos fue la cabecera de tal crisis global y el mundo conoce al período como La Gran Depresión. Imagínense ustedes cuales serían las consecuencias para Cuba cuando para entonces casi todo nuestro comercio se desarrollaba con los yankees. La Crisis Mundial y la Carretera Central se combinaron para dar al traste con los buenos tiempos del mundo de las patanas y de sus remolcadores. Los mandamases del Puerto tuvieron que bajar los salarios, detener los envíos de los centrales - que eran muchos mas de los cuatro vecinos míos - hacia sus almacenes e incluso debieron hacer despidos dolorosos. Los hombres de las patanas se declararon en huelga a pesar de que había tres mercantes en Cayo Francés esperando por el azúcar conveniado y por supuesto, cobrando estadía. De nada valieron explicaciones exhaustivas, pedidos a entrar en razones, amenazas con despidos permanentes y hasta con la contratación de estibadores foráneos o locales que desearan servir de rompehuelgas. Nada funcionó con los orgullosos estibadores. La huelga se consolidó y cuando solo faltaban veinticuatro horas para que los mercantes levaran anclas y se marcharan despues de cobrar la onerosa estadía un amigo de uno de los estibadores dijo que él creía tener la solución. Todo el mundo se volvió para observarlo. Algunos lo conocían. Era un tipo al que consideraban "medio loco" porque había abandonado la ciudad después de que su mujer lo había dejado con cinco hijos pequeños y lo mejor que se le había ocurrido era irse a vivir para Cayo Ratón, un islote que está a unos pocos kilómetros al oriente del pueblo. Allí se dedicaba a pescar en un pequeño bote de remos que tenía y solo venía al pueblo para tratar de vender el pescado que capturaba, para llevar agua dulce, para comprar las mercancías necesarias y algún que otro rubro de contrabando y para saludar a sus excompañeros de trabajo. Se decía que vivía en su pequeno bote, solo, porque un gran abogado de asuntos conyugales había conseguido que la mujer recogiera a sus cinco hijos y se los llevara con ella para la Isla de Pinos en donde ahora vivía con un guatemalteco que había encayado en el oeste de la Isla mientras buscaba perlas preciosas en el Caribe y no le había dado la gana de volver a su país porque su cubana valía mas que todas las posibles "perlas mierderas" del "maldito mar caribe". El Loco de Cayo Ratón dijo que iba a decir una cosa "que nadie sabía excepto unos pocos" y  la cosa era que él tenía un pelícano que podía trasladar toda el azúcar hasta Cayo Francés si lo dejaban dirigir el traslado desde los muelles. Imagínense ustedes, un tipo al que todos creen loco que  sea capaz de decir una barbaridad como esa en medio de unos trabajadores que están que  echan chispas y que son capaces de matar a cualquiera. Cuando los estibadores volvieron sus miradas hacia el estrado en donde estaban los jefes el hombre del pelícano agregó "no estoy loco como casi todos ustedes creen, solo me alejé del mundo a raíz de lo que ustedes saben me ocurrió con mi ex mujer, ya estoy bien y en cualquier momento regreso a mi casa en el pueblo. Una tarde se apareció un pichón de pelícano en mi bote y se encaramó en la popa y no hacía otra cosa que tratar de picar su buche inmenso, yo nunca había visto un pelícano con un buche tan grande, parecía como si le picara el buche y él intentrara rascárselo con su pico. Cuando subí al Cayo para hacer un poco de café el bicho me siguió y se recostó contra mi cuerpo. Vaya, me dije, Robinson Cruzoe con un pelícano buchigrande que no con un negro, y entonces comencé a acariciarlo. No les voy a hacer la historia tan larga porque sé que ustedes no pueden perder tiempo con todos los problemas que tienen que resolver ahora mismo. Solo les diré que el pelícano se quedó conmigo en El Cayo, que creció tanto que ahora mismo tiene el tamaño de un elefante adulto, que se alimenta solo con uvas caletas, con ojos de cuberetas fritas y con polvo de muelas de cangrejo palenque y que ha desarrollado un buche del triple de su tamaño que esconde en su cuerpo yo no sé de que manera. Mi pelícano puede expandir su pico hasta una distancia increíble. Para demostrarles que puede trasladar su azúcar hasta  Cayo Francés en menos de un día les diré que vuela a sesenta kilómetros por hora cargado al tope y que la capacidad de su buche es infinita, así que ustedes dirán. La primera condición que pongo es que lo dirija yo solo, sin que nadie hable una sola palabra ni lo moleste durante el trabajo y les aseguro que él sabrá a donde ir y como regresar porque hemos logrado crear un lenguaje común "humájaro" y porque además su tiempo libre lo emplea en volar por  las noches por toda la cayería norte en compañía de ciertos amigos y amigas de los que no hablaré ahora. Si no me creyeran cuando hablo de esta demostración verbal puedo agregar que realizamos algunos trabajos por cuenta propia en secreto porque no me gusta dármelas de instructor de pelícanos gigantes ni tampoco quiero que vengan de algún zoológico o de algún laboratorio nacional ni internacional y quieran llevárselo para exihibirlo o para estudiarlo. Por eso mi segunda condición es que los jefes me firmen un documento en el cual se diga que mi pelícano es intocable y que estoy dispuesto a compartir sus posibilidades físicas cuando las autoridades lo necesiten y lo ordenen. Mi tercera condición es que cuando mi pelícano termine su trabajo todos los trabajadores implicados en el trasiego de azúcar para Cayo Francés sean pagados con el mismo salario de siempre y como de todas formas parece que no habrá ya tantos mercantes que vengan al Francés a buscar azúcar pues entonces ustedes seguirán su lucha y veremos a cómo tocamos". El Jefe Principal le preguntó que si ya había acabado de contar de las posibilidades de su "mercante con plumas y con pico y con buche" y el Loco de Cayo Ratón respondió que sí y que estaba listo para comenzar mañana al amanecer. Dos policías montados que habían sido mandados a llamar se lo llevaron en un tercer caballo libre hasta donde tenía su bote en la Ensenada de las Varas y le pidieron, amablemente, que se fuera hasta su casa y que no regresara jamás a las instalaciones del Puerto. El Loco de Cayo Ratón obedeció sin chistar y se montó en su bote de remos y comenzó a remar hacia el Cayo. Cuando llegó al pequeño muelle subió a buscar su cobo vacío convertido en fotuto de Cayo Santa María y lanzó un profundo fotutazo que, aseguran algunos lugareños, se escucho en Plateros, como a quince kilómetros. Unos minutos después llegaron las doscientas palomas mensajeras, se posaron alrededor de donde tenía el fogón de leña con que se hacía su comida y se dispusieron a recibir las órdenes que siempre se les daban después de cada fotutazo. Las palomas mensajeras - que también eran suyas y que vivían en el Palmar de Arañas que estaba muy cerca del pueblo - levantaron el vuelo y partieron en formación militar después de haber decidido cómo lo harían con el pelícano que descansaba debajo del gran mangle rojo al oriente del Cayo. Mientras tanto en la reunión que tenía el Jefe de los estibadores con sus trabajadores todos, el amigo del Loco de Cayo Ratón había pedido permiso para decir las últimas palabras relativas a su amigo El Ermitaño. Dijo que había sido testigo de como el pelícano le había llevado dos carrocerías de camiones Fargo en su buche gigante al latifundista Nordelo de Yaguey Abajo  una noche lluviosa porque los camiones habían sido importados de los Estados Unidos sin sus chasis correspondientes por un asunto burocrático y porque el compromiso con los transportistas de Cárdenas (por donde habían entrado las carrocerías) era solo que los dejaran en Caibarién. El líder del Sindicato de Estibadores le preguntó "y cuántos sacos de doscientas libras crees que le quepan en su buche". El amigo del Loco de Cayo Ratón se dio cuenta de que la pregunta en realidad era una burla pero contestó como si no lo fuera. Si el pelícano tiene el tamaño de un elefante adulto y su buche es tres veces mas grande que él solo intenta calcular cuántos sacos le cabrán en el buche y multiplica por tres  - dijo. El Jefe de los Estibadores preguntó "que si quedaba algún policia por ahí" pero el amigo del Loco de Cayo Ratón dijo que "no hacían falta policías porque él se iba solo" y agregó que lo llamaran "para la próxima reunión". Al otro día, de madrugada, los jefes de los muelles y de los estibadores se reunieron - con muy poca esperanza - para ver como se ponían en contacto con las autoridades del transporte por carretera para tratar de sacar el azúcar por esa vía aunque ello implicara perder mucho dinero y para ver si era cierto que los rompehuelgas llegarían sobre las ocho de la mañana como habían prometido para ayudarles con el empeño. A las ocho y diez no había llegado nadie. Los jefes telefonearon a la flotilla de camiones rastra de Santa Clara para que no vinieran y volvieron a reunirse en la sala de reuniones del Edificio Central del Puerto. Sin los trabajadores en huelga. Entonces escucharon las voces de un grupo de niños que pasaban hacia la Fábrica de Hielo para intentar volar sus papalotes al norte de la Terminal de Trenes. Los niños iban conversando sobre "el pájaro enorme que era mas grande que una patana y que parecía un pelícano hinchado con un pico que daba miedo". Los Jefes se miraron e hicieron mohines al estilo de "y dale con el condenado pelícano". Enseguida tocaron a la puerta. En la puerta había dos hombres. El amigo del Loco de Cayo Ratón y el Loco de Cayo Ratón. Estoy listo, tienen diez minutos para decidirlo o si no me voy - dijo el Loco de Cayo Ratón y agregó "salario completo hasta hoy para los trabajadores". Los Jefes no contestaron pero salieron al patio del edificio pensando en que el Loco de Cayo Ratón había violado la orden policial. En ese instante pasaron volando en desbandada sobre sus cabezas doscientas palomas mensajeras. Se posaron doscientos metros al este del edificio. Los Jefes se dirigieron al almacén en donde los amigos habían dicho que estaba el pelícano esperando. Uno de los jefes había recibido la orden de salir y tratar de traer a dos o tres policías montados para que encarcelaran al Loco de Cayo Ratón hasta que terminara "todo esto". Si se trata de los mismos de la otra vez, mejor - le dijeron. Antes de llegar a la Estación de Policía el hombre pasó por el Parque Central en donde estaban reunidos por su cuenta todos los trabajadores del Puerto. Les saludó y les dijo que en el tercer almacén del litoral estaba el pelícano y doscientas palomas mensajeras y agregó que todos los jefes se estaban dirigiendo allí con el Loco de Cayo Ratón y con el amigo para no sabía qué y que a él lo habían mandado a buscar a la policía para que cogiera al Loco de Cayo Ratón y lo guardaran tras las rejas hasta "que pasara esto" pero que él estaba pensando en la manera de no acudir a la Estación de Policía porque él no era un chivato de mierda. Cuando los trabajadores llegaron frente al tercer almacén uno de los jefes estaba telegrafiando al Capitán de uno de los mercantes que esperaban noticias de último minuto en la rada de Cayo Francés. Los trabajadores oyeron que el jefe le decía "no se muevan, tenemos todo controlado, dentro de unos minutos comenzaremos el trasiego, por favor, olvídese de su grúa que hemos encontrado otra manera de cargar su barco". Cuando el Jefe se volvió se encontró con el batallón de sus trabajadores. Iba a preguntarles que por qué estaban allí si no se habían pactado mas reuniones para hoy pero prefirió decirles que todo estaba solucionado "por ahora" y que por supuesto sus salarios les serían abonados al cien por ciento. Los trabajadores no aplaudieron, el jefe que había sido enviado por la Policía regresó solo y nadie se dio cuenta y todo el mundo dirigió su mirada hacia donde doscientas palomas mensajeras comenzaban a cargar el buche del pelícano. Cada paloma cogía una saca de doscientas libras en su pico y se metía en el buche del pelícano a través de su pico abierto y depositaba su carga en el fondo del buche. El pelícano parecía una momia. Cinco viajes después había mil sacas en el buche del pelícano y como ya el Loco de Cayo Ratón había sacado la cuenta de los viajes que necesitaría su pájaro para transportar toda la saquería que había en los almacenes decidió que su gran bicho buchudo y sus palomas mensajeras se movilizaran con mil sacas por viaje. Poco a poco se fue llenando el lugar de curiosos. La noticia se convirtió en pannoticia y se regó por todo el pueblo como un incendio incontrolable. Todo el mundo era conminado a no pronunciar una sola palabra mientras quedara una sola saca de azúcar en los almacenes y como todo el mundo pensaba que se trataba de un gran sortilegio de litoral pues hacían absoluto silencio. Sobre las seis de la tarde el pelícano y sus doscientas palomas escolta-orientadoras regresaron de su último viaje a Cayo Francés. Metidos en el mismo silencio incrédulo en el que habían estado durante todo el día cada cual regresó a su casa para contar a su familia y a sus amigos la mas grande historia jamás contada en los anales del pueblo. El próximo día de pago los trabajadores fueron pagados con sus salarios completos y finalmente aceptaron una pequeña rebaja porque en verdad de ahora en adelante tendrían que estibar menos sacas de azúcar. Tal vez la Carretera Central les había privado de sus mejores salarios antiguos pero estaban conscientes de que para los centrales azucareros que estaban en el camino de la Gran Vía o al menos mucho mas cerca que el Puerto de Caibarién les era mas económico salir de su producción por carretera. Sin embargo había una ventaja. Desde entonces ya no tedrían que coger todo el tiempo el tren para trasladarse porque las guaguas comenzarían muy pronto a trasladarlos hacia montones de lugares y ello equivalía a ganar mas tiempo en aras de la velocidad de la rueda neumática sobre la velocidad de la rueda de hierro. Los planos para tirar la carretera Caibarién/Santa Clara ya estaban sobre las mesas de los especialistas civiles. A pesar de las  reiteradas advertencias del Loco de Cayo Ratón en relación con la instranferencia de su pelícano muchos directores de Zoológicos y de Laboratorios científicos de todo el mundo llegaron para tratar de convencerlo de que era mucho mas importante que lo donara para el entretenimiento o la investigación que retenerlo allí en la horrenda soledad de un cayo perdido en medio de la bahía. Mas de una vez tuvo que sacarlos de los alrededores de su bote de remos a improperios y que amenazarlos con cortarles la cabeza con su machete e incluso tuvo unas palabras muy duras con las autoridades del pueblo, las mismas que permitían que "esos comemierdas pudieran llegar hasta su Cayo". Un año después el pelícano murió debido a una indigestión con uvas caletas contaminadas por una especie de camarón que había llegado, subrepticiamente, desde Islandia y que estuvo a punto de diezmar a la fauna marina y las doscientas palomas - viudas de su amigo predilecto - un día emprendieron un vuelo profesional hasta Guantánamo y jamás regresaron. El Loco de Cayo Francés retornó a su casa de la ciudad, prometió no regresar nunca mas a Cayo Ratón como no fuera con intenciones deportivas, volvió a su trabajo de cortador en la Imprenta Municipal y mandó a buscar a su mujer que continuaba amancebada en Isla de Pinos con el ladrón guatemalteco de perlas. La mujer regresó con sus cinco hijos en un ómnibus con base en Santa Clara y antes de saludarlo le dijo "lo único que me interesa saber es si de verdad no apestas a pelícano gigante". El Loco de Cayo Francés - que ahora se titulaba El Cuerdo de Puerto Arturo - le contó toda la historia posterior a su partida, se quitó toda la ropa al frente de sus hijos y le dijo "huele". La mujer no le pidió a sus hijos que volvieran la vista porque, aparte de que era su padre, jamás había vivido con sus dos hombres agregados en una casa que tuviera mas de una habitación. Lo tiró sobre la cama en donde se habían combinado para fabricar a los cinco chicos y lo olió de pies a cabeza. Después le volteó y volvió a repetir la rutina de olerlo de pies a cabeza. Está bien, me quedo - le dijo - ya ni siquiera tienes peste en el culo y agregó "ninos, váyanse a sus cinco cuartos que este tipo y yo tenemos que resolver algunos asuntos".
Quiero decir que no fui interrumpido en ningún momento y que cuando terminé cada uno de mis amigos orientales se paró al unísono y dijeron a coro "cojone, villareño, ahora sí que apretaste". Para mañana por la noche la próxima, que ya es muy tarde - dije.

Sweetwater, Miami, Florida.
Usa.
Luis Eme Gonzalez.
Mayo 17 del 2020.







No comments:

Post a Comment