Sunday, May 10, 2020

Grandes fabuladores. Palabras al viento.-

Tomado de Grandes Nostalgias.


Cuando mi mamá consideró que el último Frente Frío de Febrero sería el último Frente Frío del año decidió lavar la leva de mi papá. Ya había lavado su ropa de invierno, mi camisa de corduroy y mi suéter enguatado y algunas cositas de lana de mi hermana. La leva - él siempre le llamaba así y, por tanto, también lo haríamos mi mamá, mi hermana y yo - de mi papá era una camisa suave de lana a cuadros verdes con ribetes negros, manguilarga y con dos grandes bolsillos en las solapas inferiores. La leva tapaba bastante frío si tenemos en cuenta la gran pobreza del invierno nacional. Durante todo el verano, la primavera y el otoño permanecía colgada de su perchero de madera pelada y de alambre jorobado que se sostenía de una soga amarrada en el palo que se apoyaba sobre las dos soleras y que estaba en la esquina nororiental del cuarto de la casa. Mi papá solo volvía a ponérsela si algún resfríado desocasional le sorprendía alguna madrugada o alguna tarde después del baño. Mi mamá tenía la manía sagrada de revolver los bolsillos de todas las prendas de ropa que tuvieran bolsillos antes de lavarlas. A veces los bolsillos eran solo un pedazo de tela cocido a la prenda principal. Otras veces los bolsillos tenían forro. O sea, después de la abertura, otro tipo de tela mas fina y mas suave hacía el papel de bolsa y en realidad esa bolsa era el verdadero bolsillo que continuaba por debajo de la tela de la prenda. Se trataba de una bolsa honda que daba mas seguridad al bolsillo porque lo que se pretendía guardar quedaba mas abajo de la primera parte de la mano. Mi mamá siempre las sacaba para estar segura de que no había nada en ellas. En invierno ese tipo de bolsillo también servía para calentar las manos. Muchas veces mi mamá se había encontrado en los bolsillos de las prendas de Ventoso muchísimos objetos de poco valor. Otras veces se había topado con billetes de a peso e incluso con billetes de mayor gradación. Cuando los billetes eran de cinco pesos o mas mi mamá se los devolvía, así como también le devolvía cualquier cosa que ella considerara que sería importante para él. El Gallego era muy descuidado en ese sentido y a veces le decía "nou, Niña, deje euzo porái". Lo que ocurría con la ropa de Ventoso también ocurría con la ropa de mis padres, de mi hermana y con la mía. Podía  ocurrir, además, con la ropa de algún cliente ocasional o con la ropa que le mandaban algunos familiares cuando las mujeres de la casa no podían lavar la ropa por diferentes motivos. Para cada objeto de valor quedado en los bolsillos de las prendas llegadas a sus manos mi mamá tenía su política sacra de devolución. A veces mi mamá había encontrado pedazos de madera, colillas de cigarro y hasta residuos de vidrio, por lo que siempre registraba cada bolsillo con sumo cuidado. Tanto como por la fama que había alcanzado mi mamá por su lavado impecable de la ropa su nombre resonaba en los oídos del barrio porque ella sabía exactamente la cantidad de "polvo azul" que había que verter en el agua para que la ropa saliera de la batea con un "blanco" impecable y sobre todo porque ella conocía también la cantidad exacta de almidón de yuca que llevaba una prenda para que quedara como una "tabla" después de pasar por debajo de su plancha caliente. La leva de mi papá, sin embargo, no tenía bolsillo interior. Sus bolsillos stándar tenían la profundidad de las muñecas de sus manos.
De modo que mi mamá cogió la leva por el fondo, la volteó y la remeneó como si fuera una torera haciendo una falsa verónica para que, si había algo en los bolsillos, cayera sobre el piso. Generalmente ella revisaba todo el bolsillo en caso de que el bolsillo tuviera forro interior. Había algo en uno de los bolsillos de la leva. Me agaché para cogerlo. Niño, dame eso que se cayó del bolsillo acá, anda, me dijo. Así que se lo di. Puso la leva sobre el espaldar de un taburete y miró el cuadro de papel. Porque se trataba de un cuadrado de papel como de diez centímetros cuadrados, doblado herméticamente y que el paso del tiempo casi que había soldado. Hojas de libreta ralladas, medio apergaminadas y con algunas manchas en sus bordes que ella no encontraba como separar. Están escritas por dentro, mira - me dijo. Efectivamente, detrás del reverso se podian notar grafemas escritos con lapicero. No creo que sea ninguna carta de mujer dirigida a tu padre - sonrió - pero igual vamos a ver como separamos este cuadrado de hojas de libreta para saber que carajo dice. Mami - dije, aguantando la risa - después no digas si se trata precisamente de eso, tú sabes que papi anda como con veinticinco mujeres por ahí. Si, como no voy a saberlo, tú papá es tremendo "yegueriego" pero que se atreva - agregó y cogió el taburete en donde estaba tirada la leva y lo sacó por la puerta que daba al Norte de la casa. Vamos a dejar que coja un poquito de sol a ver si se afloja - dijo. En Marzo el sol estaba comenzando a rajar las piedras. Cuando mi mamá se acordó del papel que tenía cogiendo sol abandonó el platón en donde escogía el arroz del almuerzo y salió al patio. El cuadrado de papel se había separado por todas las esquinas y mi mamá sonrió satisfecha del resultado de su idea pero todavía no estaba conforme y me dijo que lo dejáramos un poquito mas para ver si se abría completamente porque si no tendríamos que ayudarlo con la mecha encendida de la lámpara. Mi papá llegó una hora después y mi mamá esperó a que se quitara la camisa manguilarga arremangada hasta los codos y a que se zafara las viejas polainas que le mantenían bastante limpio el fondo de sus pantalones. Tengo un hambre del carajo, estoy que me como una chiva amarrada con soga y to' - dijo, mientras se dirigía al cubo del agua que estaba en la cocina sobre un banco contra la pared Norte. Cuando regresó al comedor mi mamá lo esperaba con el papel semiabierto en su mano zurda. Ves este pedazo de papel - le preguntó. Claro - contestó mi papá - que pasa con él. Mi mamá se lo colocó pegado a su cara. Qué tú crees, será un papel viejo o será un pedazo de papel nuevecito - insistió. Mi papá pensó que se trataba de un juego de antealmuerzo y respondió "coño, parece un pedazo de papel de la guerra contra España". Pues sí señor, de cuando usted era un tipo joven que se acostaba con todas las muchachas de Jarahueca, eh - mi madre trataba de mostrarse muy seria y mi papá fue cayendo de a poco en lo que pensaba era el objetivo de la conversación. Con todas, no, con algunas....y eso era porque cuando visitaba a mis amigos que eran sus padres no había camas suficientes para todos y tenía que compartirlas con sus hijas - dijo. Entonces yo recordé las dos fotos de mujeres que estaban dedicadas a él y que según mi mamá eran sus exnovias de Jarahueca, un pequeño pueblo que estaba al final de la Cordillera Norte, al suroeste de Yaguajay, en donde mi padre tenía muchas amistades todavía. Una de las mujeres se me parecía mucho a Rita Montaner, creo que se llamaba Ofelia y estaba tomada solo de rostro, con el pelo peinado pegado a su cráneo y con una pequeña trenza trasera y una sonrisa indefinida. La mujer parecía estar entre los veinticinco y los treinta, era trigueña amulatada y se había retratado en la década de los años cuarenta. La dedicatoria, detrás, con letra cursiva excelente, decía "para mi amigo Rafael". Era una foto sepia y a mí me gustaba mucho. En realidad me "gustó" mucho hasta que descubrimos la otra. La otra era una foto que incluía parte del torso y que estaba perfectamente conservada. Se trataba de una mujer casi rubia, evidentemente alta y elegante, seria y circunspecta con un repunte de sonrisa monalísica. La mujer estaba peinada con una raya del lado derecho y tenía algún adorno en la cabeza. Vestía una blusa crema con cuello y dos de los botones estaban separados de sus ojales. La fotografía también era sepia pero con un sepia mas suave. Tenía algún texto en el reverso con caligrafía exquisita pero en honor a la verdad no recuerdo exactamente si estaba dedicada a mi papá. No podría asegurar que esta mujer también fuera de Jarahueca como sí lo aseguraba mi mamá. Cuando mi hermana creció y terminamos por revisar cada una de las fotografías que había en casa coincidimos con nuestra madre en que la rubia tenía "ojos de cagalera". Mi papá jamás pasó de la sonrisa tranquila y silenciosa cuando le preguntábamos por esas novias tan "recientes". Años después, cuando yo supe del cine de Holliwood y profundicé en la vida y en la obra de las grandes actrices nórdicas me di cuenta de que tal vez la rubia de mi papá tuviera ojos de cagalera pero... coño, qué clase de ojos de cagalera. Para entonces yo estaba comenzando a padecer del síndrome de la rubia adquirida. Quieres saber en donde me encontré con este papel - le preguntó mi mamá. Bueno, no sé si será tan importante, pero como al parecer sí lo es para ti te contesto que no sé ni un carajo. Estaba en el bolsillo derecho de tu leva. Mi papá sonrió con su sonrisa Ferrer pura y dijo "mira tú el tiempo que hará que yo no meto la mano derecha en el bolsillo de mi leva, fíjate a ver si tiene la firma de Martí". No te hagas el gracioso, Rafaelramos, y ayúdame a ver si podemos separar todas las hojas dobladas. Mi mamá se acercó a la mesa y puso el cuadrado de papel sobre las tablas de cedro desnudas. Para entonces mi papá pensaba en la manera en que había llegado el dichoso papel al bolsillo de su abrigo de lana y sobre todo pensaba en "cuándo". Sin embargo continuaba sin darle la importancia que le estaba dando mi madre. Así que lo cogió sin mucha delicadeza por el centro de uno de sus laterales con sus dedos pulgar e índice y lo levantó para mirarlo mejor. Yo me acerqué por su lado derecho y coloqué los codos sobre la mesa y soplé el cuadrado de papel con la boca y con la naríz. Como si hubiera realizado un acto de magia. El cuadrado de papel se salió de entre los dedos de mi padre y antes de caer sobre la mesa se había abierto completamente y todas sus hojas ralladas y escritas parecían que habían acabado de salir de las manos del escritor. Como mi papá desconocía toda la historia del papel no dijo nada y le pareció que las hojas habían vuelto a su estado original durante el tiempo que había demorado su descenso sobre la mesa. Oye, hijo, hace tiempo que tus cosas me están dando miedo, pero esto ya es demasiado - dijo mi madre mientras halaba un taburete y lo colocaba en la esquina norte de la mesa y se disponía a leer. Mami, si no ha pasado nada raro, le dimos sol y después le di un  buen soplido y ya, cuál es tu miedo - dije, para tratar de quitarle un poco de tensión a lo que me parecía la cosa mas natural del mundo. Está bien, hijo, está bien, tú ganas, no ha pasado nada raro con el papel doblado, mira, mejor léelo tú que lees mucho mejor que yo. Como me encantaba leer en voz alta le tomé la palabra. Puse otro taburete conta la pared oriental del comedor y me senté en él. Apoyé los codos de nuevo sobre la mesa, acomodé las hojas de libretea con mis dos manos, las emparejé golpeándolas contra las tablas y las levanté unos centímetros para no tener que inclinar tanto la cabeza. Un segundo antes de comenzar mi lectura mi padre dijo que "ojalá fuera un testamento que nos hiciera ricos". Cuando terminó de decirlo me di cuenta de que cerró los ojos y que hizo una mueca con sus labios y asintió con la cabeza como si recordara algo. De pronto mi hermana se apareció en el comedor y dijo "llegué" y cuando nos vio sentados a la mesa agregó que "si no era muy temprano para almorzar". Mi madre le dijo que no estábamos almorzando porque si no ya "tu papá" te hubiera dado el grito de cada día "Teeery" para que terminaras de jugar con Florita y le pidió que se acercara para sentar sus tres años y pico sobre sus muslos y sus rodillas. Así es mejor, toda la familia oirá lo que dice el escrito - dijo.
Mas o menos en el centro de la primera hoja - que ahora no parecía ajada ni manchada - habían escrito tres palabras con caligrafía grande de lapicero y con faltas de ortografía que decían PAlAVRRAZ HAR BIENTO. Las leí y le di la primera hoja a mi madre. Ella se la pasó a mi padre y mi padre la colocó frente a él, debajo de sus manos cruzadas. La segunda hoja estaba intacta, escrita también con tinta azul de lapicero, tenía también varias faltas de ortografía y no tenía ni margen ni sangría. De modo que comencé a leer. "Yo venía de Pueblo Nuevo, casi desde Juan Francisco, en donde estaba trabajando poniendo herraduras a los caballos de los monteros. Estaba haciendo el viaje a pie los siete días de la semana porque no quería molestar a ningún dueño de caballo. Mi yegua pinta había sido picada por una hormiga loca rabiosa y  tenía la pata derecha de atrás mas gorda que un algarrobo viejo. Un día terminé de herrar muy temprano y estaba en Los Mangos de Santa Cruz como a las doce del día. Cuando venía caminando por la carretera Cartaya paró a mi lado y me pidió que montara en su linda máquina. Le repetí lo que le decía todos los días a los choferes que querían darme un empujón, o sea que se lo agradecía pero les explicaba que el que no tuviera en que moverse tenía que hacerlo a pie y aclaraba que yo siempre había sido así y que no había diablos que me hiciera cambiar. Los choferes habían terminado por pasar por mi lado como un volador de a peso. Entonces muy cerca del primer Santa Cruz, el que esta pegado a Seibabo, me topo con una camioneta casi nuevecita de marca Ford - yo, que solo había visto fotingos el resto de mi vida - y con tres tipos que están trabajando con unos alambres enrollados y con unas cosas como de barro blanco sobre los postes de eucaliptos que hacía un tiempo habían clavado en el lado sur de la carretera. Yo había oído decir que los postes eran para sujetar los alambres del teléfono y las cosas que había que colocar en las tablas superiores de los postes para que pudiera haber buena comunicación. Pero como no había entendido casi nada me detuve para encender un Veguero y para preguntar qué era lo que estaban haciendo. Había un negro enorme con un casco de constructor de edificios que tenía unos papeles en las manos y que al parecer estaba dirigiendo a dos hombres blancos, jóvenes, que eran los que trabajaban en los postes. Andaban con miles de herramientas colgadas de la cintura y halaban los grandes rollos de alambre ayudados por una especie de grúa que tenía la camioneta. Le brindé un Veguero al negro y los otros dos tipos también aceptaron mis cigarros. El negro me dijo que era Ingeniero Eléctrico y que sus dos ayudantes eran técnicos electricistas y que lo que estaban haciendo era tendiendo la Línea Teléfonica de Caibarién a Yaguajay, por ahora, y que habían empezado por esta parte de Santa Cruz porque en esta parte de la carretera había mucha interferencia y todavía nadie sabía por qué. El negro me dio una verdadera muela acerca del desarrollo general que traería la Ravolución de Fidel Castro y me explicó la gran maravilla que sería que las palabras llegaran al otro lado de la Línea en el mismo segundo de ser pronunciadas. Yo no le dije nada pero enseguida pensé en ver de que manera me comunicaba con mi querindanga de Yaguajay. Estaría listo para cuando terminaran de tirar todo el tendido y hacer mi primera llamada desde la Parada de Martín López. Total, qué trabajo costaría ponerse al lado de un palo de eucalipto, mencionar el nombre de mi querindanga y esperar a que ella me contestara desde el lado de su palo porque pensaba avisarle del día en que la llamaría. Al fin seguí mi camino después de darle tres cigarros mas a los linieros y de recibir, a cambio, seis naranjas y dos bocaditos de pan con carne rusa. El Negro se había dado cuenta de la manera casi enfermisa con que yo miraba a su camioneta Ford. Así que me pidió que me volviera para decirme "oiga, no crea que es nueva, es solo una camioneta de 1958 muy bien conservada, ya los imperialistas no nos venden de nada". La primera hoja llegaba hasta aquí. De modo que se la pasé a mi mamá y ella se la pasó a mi padre que la depositó en el mismo lugar, debajo de su manos cruzadas. Comencé a leer la segunda hoja. Debo decir que muchos años después comenzaría a decirle "cuartillas" a las hojas de escribir. "Meses mas tarde y cuando había acabado de herrar a todos los caballos de los monteros de Pueblo Nuevo, conseguí un trabajo de pintor de brocha gorda en Yaguajay. Me habían asignado pintar las torres de los Centrales Obdulio Morales y Simón Bolívar - quiero decir los antiguos ingenios Narcisa y Victoria porque todo el mundo sabe que los fidelistas le han regalado muchísimas cosas importantes a los muertos que pensaban como ellos y por eso es que han cambiado los nombres antiguos - y ahora estaba haciendo el viaje en mi yegua pinta que al fin se había curado de la picada de la hormiga loca. Para entonces ya el negro y su par de ayudantes no estaban trabajando en la Línea Telefónica porque mas o menos desde Guaynabo para arriba ahora se estaban ocupando los técnicos de Yaguajay. Igual había acabado por conocerlos a todos y siempre tirábamos conversaciones de todo tipo excepto sobre el tendido telefónico porque yo pensaba que el negro me lo había enseñado todo en ese sentido. Yo estaba esperando a que colocaran el último poste a la entrada de Yaguajay y que dieran el trabajo por concluido. El día que lo hicieron le dije a mi querindanga que estuviera debajo del poste un Domingo que le indiqué para inaugurar nuestra propia línea telefónica. Recuerdo que ese Domingo salí muy temprano de mi casa en El Cayo y que llegué casi al amanecer al poste de la corriente que estaba frente a la casa de Martín López. Mientras esperaba que fuera la hora en que conversaría con mi querindanga me dediqué a coger algunos mangos filipinos de la arbolea de Martín López pues Martín me había dicho que me comiera todos los mangos que cupieran en mi barriga y que me llevara todos los que cupieran en mi alforja. Sobre las nueve de la mañana todavía nadie se habia levantado en el barrio y me llegué hasta el poste del teléfono. Era un poste negro y derechito como una vela y estaba lleno de los huequitos que le habían dejado las botas con clavos de los linieros. En lo alto las tablas transversales y las cosas de barro - después sabría que el "barro" blanco se llamaba "porcelana" - se me parecían a cruces gigantes de cementerio. Me pegué muy bien el palo de eucalipto, lo abraqué con fuerza y cuando mi reloj de bolsillo marcó las nueve y media saludé a mi querindanga. Depués de media hora nadie había respondido. Después de otra media hora desistí de llamarla. Al otro día me dijo que ella había hecho exactamente lo mismo en el último palo antes de llegar al pueblo y que también se había marchado decepcionada. Pensábamos que algo había quedado mal en la instalación y le prometí que me encargaría de investigarlo. El Martes cogí el Gascar y me fui hasta Caibarién en busca del negro ingeniero. Le llevaba una arroba de malanga de las de Jaime el Gallego, una caja de Vegueros y un cartucho de guayabas del Perú cuya mata estaba pariendo por primera vez". Aquí se terminaba la segunda hoja, de modo que volví a entregársela a mi mamá y ella se la pasó a mi papá. Me di cuenta de que mi hermana se había dormido sobre los muslos de mi madre. Comencé a leer la tercera hoja. "En la Oficina donde trabajaba el negro me dijeron que estaba de descanso pero que si quería verlo y podía demostrar que era su amigo que lo buscara en el Muelle de Linares en donde seguro estaba pescando cuberetas de orilla. El negro estaba, efectivamente, allí mismo, y me recibió muy contento. Me dijo que le dejara sus regalos sobre el destartalado puente de tablas en que se había convertido el viejo y hermoso Muelle de Linares que en verdad ya estaba en las últimas y que esperara un poco porque sentía que algún peje le estaba picando. Enseguida sacó una chopa mojonera y cuando la liberó del anzuelo la devolvió al agua porque cuando se está pescando pescado de verdad la chopa es una mierda de peje. Cuando terminé de hacerle el cuento de lo que me había pasado con mi intento de llamada a Yaguajay casi se muere de la risa y terminé por pensar que se estaba riendo de mí y me puse muy serio, tan serio que el negro dejó de reírse como un loco. Pero, amigo mío (me dijo) usted está hablando en serio o es una broma. Le dije que hablaba muy en serio e incluso le enseñé la marca que había dejado el poste de eucalipto en la parte derecha de mi cara cuando me había abracado a él. Entonces me pidió disculpas porque recordó que jamás habíamos hablado de la manera en que dos personas se podían comunicar por teléfono y me explicó todo el procedimiento de la cabina telefónica, del teléfono emisor, del receptor, del marcaje de números y de las frecuentes caídas de las líneas sobre todo cuando las líneas estén recién inauguradas y saturadas. Me dijo que me pusiera de acuerdo con mi novia y que estableciéramos una tarde para conversar que él se encargaba de ver eso con la Oficina de Yaguajay para que le prestaran un teléfono receptor a mi querindanga. Y efectivamente una semana después tendría la primera conversación telefónica de mi vida con mi querindanga sin ninguna interrupción, desde Caibarién, hasta que (me dijo el negro) la Compañía Telefónica Estatal pusiera teléfonos en algunos de los barrios mas poblados de la carretera. Antes de irme le pregunté que si entonces todas las palabras se trasladaban por los hilos de alambre o si tenían alguna otra manera de caminar por el aire. Mi amigo negro volvió a reír pero ahora lo hizo sin prorrumpir en carcajadas. No, señor, se trasladan a través del hilo telefónico hasta que los que saben de verdad inventen alguna otra cosa, me dijo". La tercera hoja estaba escrita hasta la mitad y repetí la rutina de entregarla a mi madre y ella repitió su acto de entregarla a mi padre. Esperé a que mi madre se parara y se fuera al cuarto a acostar a mi hermana porque ya le tenía los muslos "entumidos". Me di cuenta de que mi padre no había pronunciado una sola palabra pero también me percaté de que estaba prestando mucha atención al escrito. La cuarta hoja comenzaba de esta manera. "Como dos meses después terminé con la pintura de las dos torres de los centrales azucareros y entonces Cartaya me contrató para que le ordeñara sus vacas en Santa Cruz Arriba. Todo el mundo sabe que yo soy tan buen ordeñador como Rafaelramos - me detuve para mirar a mi padre pero él solo dijo (sigue sigue) - y esta vez sí acepté viajar en su carro porque me recogería y me regresaría  a una hora determinada que era la misma hora para los dos. Una tarde Cartaya me dijo que al otro día no iríamos a trabajar porque le había vendido toda la leche de ese día a unos fabricantes de queso de Iguará y que ellos mismos ordeñarían las vacas pero que me despreocupara que él me pagaría el día como si estuviera trabajando. Quiero decir que Cartaya, aparte de movilizarme gratis en su máquina, me regalaba todos los días dos botellas de leche fresca y cada cinco días me daba un queso de dos libras. Para entonces ya me había peleado con mi querindanga y estaba mas solo que el Diablo el Día del Amigo. Pero como todo el mundo sabe que yo tampoco soy un vago pues acepté el trabajo de un día que me ofreció el Isleño Florencio de Plateros para que le desmochara sus matas de cocas de agua. Recuerdo que cuando llegué al cocal ya Rafaelramos estaba allí con los bueyes enyugados listos para tirar los racimos para la casa de Librada. Pues bien, como estaba apurado porque amenazaba agua por el sur, terminé de desmochar las matas de cocas de agua, me tomé dos cocas, me fumé un Veguero con Rafael y le hice dos o tres cuentos porque Rafael es un amigo al que le encantan los cuentos que yo hago y al que también le gusta hacerlos. Regresé por la cuneta sur y cuando pasé la ranfla que baja hasta la casa de Román Barroso comencé a sentir las voces o lo que yo pensaba eran voces. Todo el mundo sabe que no soy un tipo miedoso. Y mucho menos le tengo miedo a las cosas que algunos tipos llaman cosas sobrenaturales. Las voces se escuchaban espaciadas y eran prácticamente inentendibles pero es verdad que en ocasiones las voces eran palabras muy claritas, algo así como cheques, totales, inversión, palabras sin coherencia, viudas de otras palabras, sin ton ni son. Yo miraba para la hierba de la cuneta y no veía nada. Recordaba al famoso disco partido que Moronero se había enrontrado debajo de la ceiba de Justino y que empató con leche de guevoegallo para poder oír completa la guaracha Pónme la mano aquí Macorina pero alrededor mío no habia ningún disco. Detuve el paso de mi yegua y me desmonté. Di vueltas por el sitio y las palabras sin ton ni son, el murmullo como de una colmena trabajando dentro de su caja y algún que otro sonido extraño continuaban poblando el lugar. La casa de Román estaba cerrada y no pasaba ni un alma por la carretera. Repito que no tenía miedo pero debo admitir que estaba comenzando a preocuparme. Alguien estaba hablando como si fuera medio gago o estuviera enfermo de las cuerdas vocales, cerquita de mí, y yo no sabía de qué carajo se trataba. Entonces recordé algunas de las historias raras que se decía habían ocurrido en la zona y sobre todo en los alrededores de donde yo estaba. Como la historia del niño deforme con los dientes delanteros superiores salidos como si fueran los dientes de un rastrillo de apilar carbón. Del niño fuñido que se montaba en la zanca de la gente que fueran a caballo o en la parrilla de sus bicicletas siempre en el mismo lugar, en el puente de Puchulongo, y que después de tocarles sus hombros con sus dedos larguísimos y esperar a que los viandantes se volvieran enseñaba sus dientes de rastrillo, sonreía como un muerto vivo y exclamaba (pápa mira mi ñentones). Se decía que muchísima gente se habían caído de sus caballos y de sus bicicletas y que se habían lastimado pero todavía nadie había admitido ser uno de ellos. El Puente de Puchulongo estaba mas o menos a un kilómetro detrás mío. De pronto noto que mis ojos se están nublando y percibo como esos alambritos plateados que se ven cuando acabamos de levantarnos o cuando hay mucho sol,  que son como unos gusanitos que se van de repente, como mismo llegaron. Esos alambritos que a veces provocan como un movimiento extraño de barriga y que nos hacen pestañar. Pues bien, eso es lo que yo comence a sentir. Unos minutos mas tarde los alambritos se habían combinado con las palabras que mencioné y los sonidos comenzaron a escucharse a la altura de los alambritos y de las palabras. Entonces yo miraba para todas partes y por todas partes, a la altura de mi pecho, aquello se movía sin parar, sonaba igual y yo no sabía ni tranca de lo que estaba pasando. De modo que llegué a pensar que estaba soñando e incluso me pellizqué el ombligo para cerciorarme de que estaba viviendo una escena real. Decidí recostarme contra el poste del teléfono para pensar un poco. Ya sabía que no podía hablar con nadie pegado a un poste y cómo me hubiera gustado poder hablar con alguien para contarle de lo que me estaba ocurriendo. Recostarme al poste del teléfono me abrió las entenderas. Me olvidé de lo que se movía y se oía a mi alrededor y me concentré en toda la historia que me había tocado vivir en relación con la Línea Telefónica Yaguajay/Caibarién desde el día en que me topé con el negro y sus dos ayudantes. Recordé que el Negro me había dicho que las palabras se movían dentro de los alambres telefónicos y que solo así eran capaces de llegar hasta el lugar en donde les esperaba el receptor. Entonces se me ocurrió una idea. Y si todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor no era otra cosa que palabras que se habían caído de los alambres y no encontraban la manera de subir otra vez para continuar su recorrido. En el fondo no creía que se tratara de eso porque el negro no había contemplado esa posibilidad en sus explicaciones pero como decía mi abuelo (con probar no se perdía nada). Por aquellos días yo andaba con el paraguayo del finado Vito Franco porque algún ladrón de machetes me había robado mis dos machetes Collings y mis tres machetes Corona del rancho de desahogo y el hijo de Vito, que estaba convaleciendo de un catarro que casi lo mata, me había prestado amablemente su célebre paraguayo. Así que lo desenvainé y lo levanté como si fuera Máximo Gómez llamando al combate a sus mambises. Me encaminé hasta el lugar en donde mas se sentía el asunto del ruido de la colmena y en donde se manifestaban las corcomillas como gusanitos de plata. Bajé el paraguayo y metí la punta en donde pensaba estaba el centro de la cosa. Hice como si enganchara una de las palabras con la punta y lo levanté, empujando y cogiendo impulso, hacia arriba. Recuerdo que me parecía que lo que había enganchado en la punta del paraguayo era una de las palabras. Así que me concentré muy bien para apreciar si de ahora en adelante solo se escuchaban dos palabras. Y cual no sería mi sorpresa cuando, efectivamente, me di cuenta de que solo se escuchaban dos palabras. Por tanto repetí la maniobra con el paraguayo de Vito tantas veces como fue necesario hasta que todo el misterio que me había rodeado se acabó como por arte de nagia. Se habrán dado ustedes cuenta de que lo que había pasado era que tres palabras completas y como veinte pedazos de otras palabras y como cien pausas entre ellas se habían caído del alambre por donde estaban pasando y lo que estaban haciendo era tratar de subirse de nuevo a la Línea y como es lógico no habían podido hacerlo hasta que a mí se me abrieron las entendederas". Esta vez no dije nada del final de la cuarta hoja y solo repetí el procedimiento de entregarla a mi madre y ella se encargó de su parte. La Hoja Cinco solo tenía un párrafo mediano y al parecer era una especie de resumen. "Dos días después me fui hasta Caibarién y mi amigo el negro me recibió en su oficina que ahora estaba en la casa de una familia que se había ido para Miami y el Gobierno se la había cogido a timbales. Le conté lo sucedido en el poste del teléfono de Román Barroso. (Oh, amigo mío, así que fue usted, no sabe cuanto se lo agradecemos porque usted resolvió un gran problema ese día, lo que ocurre es que la Línea es nueva y cualquier pájaro que pese mucho puede moverla y mas si se trata de una bandada, y eso fue lo que ocurrió, no sé si usted se dio cuenta de que había muchísima peste a animal muerto esa tarde muy cerca de allí - yo no recordaba ninguna peste, de verdad - porque se había muerto una vaca vieja de Román Barroso y las auras le cayeron  en grupo y cuando se hartaron de comer carne muerta se subieron todas sobre los hilos del teléfono y los jorobaron con el aleteo de satisfacción y entonces comenzaron a caerse algunas palabras y otros sonidos agregados que interrumpieron la comunicación con el Central Obdulio Morales hasta que usted tuvo el acierto de devolverlas a su Línea con esa sagrada punta de paraguayo del hijo de su amigo fallecido). El negro me dijo que eso pudiera volver a ocurrir fácilmente. Por lo menos hasta que llegaran los nuevos alambres de la Unión Soviética porque "los americanos habían prohibido vender alambres telefónicos a la Revolución en el marco de su bloqueo criminal". Quiero agregar que ya estaba casi cansado de tanta palabrería comunista del negro ingeniero pero como me parecía que era una buena persona y que tenía buenas intenciones me había hecho el bobo y lo dejaba despotricar "contra el antiguo régimen". Como ya estoy perdiendo la memoria preferí dejar esta historia escrita porque es una de las mejores historias que tengo para contar en la próxima reunión con mis amigos. Y por cierto, es la útima historia". La hoja no tenía firma ni fecha. Mi padre cogió las cinco hojas e hizo como había hecho yo. Las emparejó sobre las tablas de la mesa y me las entregó. Haz lo que quieras con ellas - me dijo - tú que quieres ser poeta como Los Ferrer. Ahora bien, puedo decirles que esa historia no la he escuchado en ningún lugar todavía y creo que tampoco nadie lo ha hecho porque si no estuviera en boca de todos. Y por supuesto sé que ustedes están esperando la respuesta a su pregunta "cómo llegó este escrito al bolsillo de tu leva". Y por supuesto que lo sé porque creo que es la única manera. Ahora van a tener que escucharme a mí. Recuerdo que estaba hace casi como un año en una tienda del batey de Rojas, en Remedios, a donde había ido con una viaje de carbón que me había encargado le llevara hasta el pueblo un amigo del Caramelo. La tienda tenía un barsito muy pequeño y me puse a tomarme unas cervezas con un vejete que no paraba de toser y que estaba temblando como un pollo mojado en Noche Buena. El vejete podría andar por los sesenta años y comenzó a contarme una historia que yo conocía desde la muerte del Viejo Navarro porque la había oído durante el velorio. La famosa historia que sé que ustedes también me han oído alguna vez, la del gallo cruzado con cotorra de donde salió un gallotorra que lo hizo famoso y millonario en toda Cuba y un poquito mas allá porque el gallotorra, además de ser invencible dentro de una Valla, también hablaba con su dueño llamado Conrado. Pues bien, el vejete me dijo que ese famoso Conrado era él mismo y que todo el mundo lo conocía en La Tenaza de donde era oriundo. Me repitió toda la historia del famoso gallotorra y lo mas importante era que su historia era la misma que yo conocía. El dependiente del barsito asentía con la cabeza mientras el vejete me contaba la historia pero hacía ciertas muecas de incredulidad como queriéndome decir que nadie había visto jamás al gallotorra. El caso es que comenzó a llover y no paró de hacerlo hasta que nos cayó encima la oscuridad. El vejete no podía contener la tos y sus temblores casi que me asustaban. Terminó por pedirme algo con que taparse porque le habían dado ganas de ir al servicio y me dijo que estaba seguro de que la picúa frita que se había comido por la mañana en Caibarién estaba enciguatada y por eso era que tenía diarreas contínuas. Yo tenía la leva en uno de los compartimentos de la montura de mi amigo el del Caramelo y fui a buscarla y se la entregué. Esperó a que escampara un poco y se lanzó, casi corriendo, hasta el servicio de la tienda. Cuando regresó me devolvió la leva y me aseguró que no estaba enciguatada porque el enciguatamiento no es contagioso. Finalmente escampó como a las ocho de la noche y nos despedimos después de habernos prometido coincidir alguna otra tarde en el mismo bar porque tenía  otras muy buenas historias que contarme. Mi padre hizo silencio, cogió un poco de aire y concluyó "posiblemente yo no me haya metido la mano derecha este año en el bolsillo de la leva porque la única manera de que ese papel haya llegado hasta allí es porque el vejete la metió sin querer en el bolsillo cuando terminó de cagar y se olvidó de recogerlo, ahora bien por qué la escribió a pesar de su falta de memoria y por qué puso que era la última historia ese es otro asunto que habrá que investigar cuando regrese a Remedios con carbón o con lo que sea. El caso es que yo nunca he contado la historia porque me gusta que sean otros los que lo hagan y porque el vejete me dijo que un día de estos se aparecía por Plateros (para competir con los grandes contadores de historias que sabía había por esos lugares)". Recuerdo que me acomodé en mi taburete y que le dije al Viejo "Viejo, aquí hay algunas cosas que resolver". Como cuáles - preguntó. A ver, cómo es posible que el vejete te haya dicho que era (oriundo) de La Tenaza cuando escribió que había salido de su casa en (El Cayo) y además, menciona a casi toda la gente que vive y trabaja por estos lugares". Mi padre tuvo que aceptar a medias mi apreciación pero aclaró que "hijo, El Cayo puede ser cualquier lugar, Cayo Ratón, Cayo Conuco, cualquier islote de la Bahía de Buenavista, tú sabes que al propio Caibarién le decimos El Cayo, o también puede ser que haya nacido allá pero que se haya mudado para acá". No, papi, no jodas, tú sabes mejor que yo que él se refería al Cayo que está entre Cambao y Jagueyal y por todo lo que dice es claro que ha vivido toda su vida ahí - aclaré. Es posible, no digo que no - concedió. Entonces el vejete lo que hizo fue disfrazarse para que no lo reconocieras - y me suena mucho al estilo Moronero - y meter con toda intención su historia en el bolsillo de tu leva por vaya usted a saber que motivos, además cómo es posible que un hombre de La Tenaza al que nadie conoce excepto por el cuento del gallotorra haya vivido y trabajado durante años por estos lares  y sea capaz de mencionar a todos los cristianos de la zona sin que no podamos sospechar de quien se trata. Mi padre volvió a concederme la razón a medias. Pero hijo - agregó - Moronero y Arenilla murieron hace muchos años. Y sus hijos y sus nietos - pregunté. Claro que no, por supuesto que están vivos - respondió. Fíjate papi si el vejete se disfrazó bien que el tipo de la tienda lo trató como al hombre del gallotorra de La Tenaza. Está bien, creo que debes estudiar mejor para detéctive que para poeta, de todas formas los poetas no se hacen, los poetas nacen, tendré que investigar mejor cuando regrese al bar de Rojas. Gracias, papi, pero todavía me queda una cosa por decir, y si el autor del escrito es alguien de la zona que cita en el texto y por el motivo que fuera se lo entregó al vejete y este lo olvidó sin querer en tu leva, fíjate que la historia transcurre entre 1960 y 1967. Hijo, todo lo que dices tiene mucha lógica pero si de verdad nos interesa saber quien es el vejete suponiendo que no sea el autor de cuento del gallotorra la única manera es tratar de encontrarlo e interrogarlo para saber, sobre todo, quien es el autor del escrito. Porque tú lo harás, verdad. Yo creo que sí. Mi madre dijo que la historia de las voces del palo del teléfono le parecía buenísima, mucho mejor que nuestra discusion policíaca y le preguntó que cuando pensaba hacerla por ahí si ya había pasado como un año y nadie la había contado y del viejo ni sujumo. Mi padre encontró razonable su idea y se preguntó en voz alta si acaso al viejo del gallotorra le había pasado algo este año y por eso no había venido por Plateros para la competencia de fabuladores. Agregó que posiblemente esperara a que llegara Pepito el de Celia de La Habana y que, como siempre, se reuniera con sus amigos en la Tienda de Juanito para contarla completica. Pero la contarás como si te hubiera pasado a ti o al autor anónimo o le darás crédito al vejete del gallotorra - le pregunté. Caramba, muchacho, como si no me conocieras - respondió - jamás me atribuyo historias que le han ocurrido a otros, jamás, me oíste, y además no me gusta usar paraguayos en las cunetas de las carreteras y también me dan cosquillas los palos de eucaliptos en las mejillas. Mi madre le observó de reojo. Mandaré a mis espías a Jarahueca y a Rojas, por si acaso - expresó. Mi papá se levantó del taburete, se alisó el pantalon de caqui y le dijo "vete pal carajo". Poco después del almuerzo se apareció Ventoso con su bulto de ropa sucia. Saludó, dijo que estaba apurado y regresó enseguida. Mi papá se puso a mirar para el bulto de ropa. Después me miró a mí y terminó por mirar a mi madre. Por qué no lo revisas ahora mismo - le dijo - nos hace falta un peso para que le compres un billete de lotería a Nené el Boletero que sabes viene hoy y otro para que te compres una caja de cigarros amarillos y otro para ir a regalárselo a la gente de Bille en la Lotería de Cartones. Por qué no me los compras tú, eh?. Con qué dinero, si estoy mas pelao que el calvo de Buenavista. Pelao tú, qué, ya se te acabó el dinero del carbón que le vendiste a tu amigo del Caramelo. Oye, que hace como un año de eso. Claro - agregué - desde que el vejete del gallotorra te echó la carta en el bolsillo de la leva.  Sí, señor, desde ese mismo momento. Poco después mi papá se tiró en la cama, yo me preparé para ir a cortar unos bienvestidos para hacer unos casillos de petemporada y mi mamá cogió el bulto de ropa de Ventoso y lo tiró dentro de la lata de hervir. No todos los días los bolsillos de la ropa vienen premiados - dijo. La voz del Viejo nos llegó desde el cuarto matrimonial. Hijo, no botes el papel que se lo voy a llevar al hombre del bar cuando regrese a Remedios, tienes razón. Está bien, papi, así será. De todas formas para entonces yo no botaba nada. Ni siquiera botaba lo que me parecía que no tenía importancia. Pero esta carta era otra cosa. Cojones, palabras al viento.

Anexo.
Poco después de la lectura del escrito anónimo mi padre fue a Rojas. Esta vez no fue a caballo. Fue en guagua hasta Caibarién y en una máquina de alquiler hasta Remedios. En Remedios alquiló una mula a un isleño de La Gomera y en ella llegó hasta Rojas. La tienda había sido intervenida por el Gobierno y el tendero se había mudado para Consolación del Sur en Pinar del Río de donde era su última mujer. Mi papá pensó "te queda poco, Juanito". Ya no existía el barsito en donde había charlado con el vejete que se autitulaba autor de la Gran Historia del Gallotorra. Los vecinos con los que conversó atestiguaron que era cierto que el hombre existía y dijeron que siempre lo habían considerado oriundo de La Tenaza pero que nadie había visto jamás al gallotorra aún cuando también era verdad que el hombre era fanático de los gallos y que tenía una gallería modesta en el faldeo de La Loma. Cuando mi papá describió al vejete los vecinos dijeron que la descripción no coincidía para nada con el aspecto fíisico del fabulador de La Tenaza y admitieron que hacía mas de un año que no lo habían vuelto a ver. Mi padre regresó a casa y finalmente se cansó de averiguar por el autor del escrito anónimo que un viejo había olvidado - o echado intencionalmente  - en el bolsillo derecho de su leva una tarde/noche lluviosa en el bar de una Tienda de Campo. Aún cuando se había cansado de investigar a mi papá le seguía dando vueltas en la cabeza el asunto del escrito anónimo. Cuando al fin llegó Pepito el de Pepe Siverio de La Habana y se reunió con sus amigos en la Tienda de Juanito para tomar ron y para hacer cuentos mi papá colocó la historia de las palabras al viento en el guión de la tarde y la soltó cuando creyo conveniente contarla. Pero la contó con toda la verdad. Desde el momento en que mi madre encontró el escrito en el bolsillo derecho de su leva. Sin darse crédito alguno. Ese día en la Tienda de Juanito estaba un inspector de Yaguajay que había dado una miniconferencia sobre la necesidad "que tenía la Revolución de convertir las Tiendas Particulares en Tiendas del Pueblo". Ni siquiera Juanito le había hecho caso mas allá de que conocía de que ya lo habían hecho con otras bodegas. Mi papá recordó la bodega del hombre de Rojas pero no dijo nada. De pronto el inspector dijo que conocía la historia de las palabras al viento desde hacía algún tiempo pero que la conocía a través de la escritura. Cuando mi papá pensaba comenzar otro ciclo de su investigacion sellada porque ahora resultaba que existía una copia del escrito el chofer del inspector lo llamó desde la carretera "vamos, Moronero que tenemos que detenernos en la Tienda de Minervino, coño, hablas mas que tu abuelo que en paz descanse". Mi papá - que siempre fue un hombre de síntesis mas que de detalles - decidió entonces cerrar el Caso Palabras al viento para siempre.

Sweetwater, Miami, Florida.
Usa.
Luis Eme González.
Mayo 10 del 2020.













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