Sunday, May 24, 2020

Ex avión o el instinto adquirido. (1).-

Tomado de Medias Nostalgias.


La noche de mañana anocheció con mucho frío y mis amigos del Batallón de La Guira se acercaron a mi cama envueltos en sus frazadas baratas y vestidos con sus ropas de fin de semana que incluían los calcetines. El frío cortaba de verdad y no se movía ni un insecto dentro del barracón. Yo también estaba tapado con mi colcha tipo belillo y también me había puesto mi ropa de fin de semana que, por supuesto, incluía a mis calcetines. Posiblemente fuera, hasta ahora, la noche mas fría del  primer semestre del año 1980. Como siempre comenzamos hablando de todo un poco, después le tocó el turno a mi "conferencia ideológica" y terminamos escuchando las historias que todavía le quedaban guardadas en el cerebro a los fabuladores de Oriente. Otra vez esperé para ser el último porque mi historia siempre era mas extensa, siempre estaba llena de detalles y la contaba con mi acento villareño, cuidadoso y un tanto veloz, que a ellos les encantaba. A veces imitaba el suyo y cambiaba mis palabras por las suyas y eso también tenía muchas posibilidades hilarantes. Porque los orientales de Granma, de Santiago de Cuba y de Guantánamo tenían otra manera de hablar el español, mas parecida a la manera de hablar de algunos países del Caribe que a la de los habitantes del resto del territorio nacional. Algo que no ocurría con todos los orientales. Vale decir con los tuneros y con los holguineros. Porque los tuneros y los holguineros son blancos - les decía, por fastidiarlos. La gente de Holguín y de Las Tunas serán mas blancos que nosotros pero es porque son tremendos maricones - respondían. Por suerte en el barracón de La Guira no había ejotatianos de esas provincias. Por suerte también yo me había especializado en evitar broncas entre hermanos de zona. Mi gran amigo y tocayo Luis Manuel Geré Arévalo (Lelén) - un blanco atípico de las montañas al sur de Contramaestre - me dijo que me dejara de tanta muela y que comenzara de una vez mi cuento porque de lo contrario se iba a morir de frío.
No sé si ustedes saben algo de marcas de aviones estadounidenses - comencé - pero déjenme decirles que el avión mas famoso que se ha fabricado en los Estados Unidos es el avión marca Boeing, un hermoso aeroplano que cada año se renueva con modelos mas atrevidos y futuristas. Siempre la marca de un avión es el apellido del inventor o del fabricante. Por tanto existió un tipo de apellido Boeing, un tal Willim E., que tuvo que ver con el primer avión de ese nombre cuando decidió cambiar sus negocios madereros por la industria aeronáutica. Para 1960 Boeing tenía un modelo espectacular. El Boeing 707. Porque también casi siempre algún número se coloca después del nombre de la marca. En el caso que cito se trata de la Serie B 700, solo una de las tantas Series que servían para identificar a los tantos tipos de aviones Boeing que fabricaba la Compañía. El número agregado 7 fue solo un asunto de marketing. El Boeing 707 fue usado hasta por el Presidente Dwight Eisenhower y es sabido que el presidente estadounidense habló maravillas de él. Era un avión largo y relativamente estrecho, esbelto, con cuatro motores turboventiladores ingleses de Rolls Royce Conway, un par de alas barridas extendidas en ángulo de 35 grados y un trío de hileras de asientos con un amplísimo pasillo intermedio. Era, además, el avión mas veloz de su tiempo y los que tuvieron la suerte de volar en él dijeron que "volar en un Boeing 707 era la mayor experiencia que habían experimentado en sus vidas". El Boeing es el precursor del jet. Los Boeing volaban por los cielos de todo el mundo. Y también volaban por los cielos cubanos. La Compañía Cubana de Aviación Comercial tenía algunos de estas joyas en sus hangares y Boeing era su marca país. Por entonces los accidentes de aviación casi que no existían y los fabricantes de aviones Boeing se jactaban de fabricar "los aviones mas seguros del mundo". Hasta una tarde fatal de finales de 1960. Un Boeing 707 salió desde el Aeropuerto Internacional de Miami con rumbo a la Base Naval de Guantánamo. Llevaba 87 turistas, dos periodistas, un camarógrafo y una tripulación de siete oficiales, todos estadounidenses. El Boeing 707 hizo una breve escala en el Aeropuerto Internacional de  Rancho Boyeros en La Habana y muy  pronto continuó  rumbo Este volando por todo el centro del país. Cuando volaban sobre la ciudad de Santa Clara en la provincia de Las Villas una tormenta imprevista le obligó a desviarse hacia el Norte. A la altura de la ciudad de Remedios la tormenta amainó y de nuevo enrumbó al Oriente. Las autoridades del Aeropuerto Internacional Ignacio Agramonte de Camaguey le ordenaron que "no girara hacia el centro del país porque las condiciones del tiempo todavía no eran suficientemente halagueñas" y porque "habría muchas nubes traicioneras por lo menos hasta la ciudad de Ciego de Avila" y agregaron que lo mejor que podían hacer era "continuar volando sobre la Cordillera del Norte de Las Villas o en su defecto sobre toda la línea del Circuito Norte" hasta nueva orden. Cinco minutos mas tarde una tormenta de relámpagos intermitentes seguida de un gran semillero de truenos mas potentes que las trompetas que derribaron a las murallas de Jericó paralizaron al Boeing 707 en el aire, los cuatro motores se apagaron al unísono y el aparato comenzó a descender como si lo estuviera haciendo debajo de un paracaídas controlado. Los pasajeros dirían después que solo se enteraron de que el avión se había detenido y descendía "cuando chocó contra los seis cedros jóvenes idénticos" y cuando vieron a través de las ventanillas que las dos alas con sus cuatro motores se desprendían del fuselaje "como si hubieran sido cortadas por una sierra eléctrica". Cuando el piloto y el copiloto entraron al compartimiento de pasajeros y se dieron cuenta de que todos continuaban en sus asientos como si no hubiera ocurrido nada se disculparon por no haber podido comunicar lo que estaba ocurriendo porque la caída lenta del aeroplano provocó  "la cerrazón de todos los micrófonos" y porque además la "puerta central se había trabado". De todas formas se movieron por todo el pasillo para comprobar que todos estuvieran bien y se maravillaron de que nadie hubiera entrado en pánico ni de que comenzaran a amenazar con grandes demandas a la Compañía. Así que les agradeció a todos por su comportamiento ecuánime y ejemplar y les comunicó que nadie se moviera de sus asientos hasta que no pudieran restablecer la comunicación con el Aeropuerto de Camaguey y que desde allí les pusieran en contacto con las autoridades de los Estados Unidos. Dijeron, además, que no tenían la menor idea de lo que había ocurrido y que aparte de las dos alas con sus respetivos motores también habían perdido el tren de aterrizaje y los alerones traseros así como el alerón de cola. Finalmente el piloto expresó que "ahora mismo estaban montados sobre un pedazo de un Boeing 707 que daba la impresión de que no habían terminado de construír". Antes de meterse en la cabina el copiloto dijo "todos debíamos estar muertos, bien muertos, así que el que crea en Dios que se lo agradezca personalmente porque nosotros no hemos tenido nada que ver con este milagro, mi amigo y yo somos agnósticos y no podemos hacerlo porque sabemos que pasó algo pero desconocemos el motivo". Tres horas después todo el mundo estaba enterado del extraño accidente de un Boeing 707 que había caído sobre seis cedros jóvenes idénticos en un lugar montañoso llamado Lomavalla en la Cordilera del Norte de Las Villas, a unos quince kilómetros de la ciudad de Caibarién y a unos diez kilómetros de la ciudad de Remedios. Esa noche todos los turistas y la tripulación durmieron en el Hotel Comercio de Caibarién y dos días después un yate de lujo propiedad de un pariente de Henry Flagler - que fue el hombre que fundó la ciudad de Miami -  los recogió en algún lugar del Canal de los Barcos y los devolvió a los Estados Unidos. Las autoridades provinciales de Las Villas se hicieron cargo de lo que había quedado del avión y lo cercaron con cincuenta nets usadas de voleiboll y designaron a un batallón de cuarenta militares de alto rango para que lo cuidaran hasta que llegaran los especialistas estadounidenses y los peritos cubanos para tratar de llegar a las conclusiones pertinentes. Las Autoridades Cubanas no pusieron trabas a la venida de los expertos de Boeing y les abrieron las puertas de par en par a pesar de que para entonces ya las relaciones entre ambos países estaban en franco deterioro. Las dos Comisiones se alojaron en el Hotel España, en alas diferentes del edificio. Pero dos días después la Delegación Norteamericana dijo que prefería dormir en un minicrucero que Boeing contrató a una Compañía de Bahamas y que estaba anclado en el lado sur del Pontón, un barco americano de ferrocemento varado que se estaba utilizando como almacén de azúcar a granel y depósito de mieles finales desde hacía varios años. Los americanos venían cada día en un yate Evinrude de dos motores fuera de borda y regresaban al oscurecer. Subían hasta Lomavalla en un arria de doce mulos que le habían contratado a un campesino del Caramelo a razón de tres dólares el mulo por cada ocho horas de investigación. Los expertos cubanos prefirieron subir a pie pero siempre llegaban un poco mas temprano porque salían casi de madrugada toda vez que pensaban que seguramente todos los especialistas yankees fueran espías al servicio de Washington. Quince días después ningún Equipo Especializado había llegado a ninguna conclusión decente y los americanos regresaron a los Estados Unidos. Solo se llevaron las cajas negras a pesar de que los pilotos habían sobrevivido y alrededor de veinte mil fotos del avión tomadas desde montones de ángulos. El Jefe de los Expertos Estadounidenses dijo a la Comisión Cubana que podían hacer lo que quisieran con todos los restos del avión y que esperaban tener una respuesta azonable en los próximos tres meses. De momento - concluyeron - hemos llamado al caso Enigma Total de Montaña. El último día de trabajo de los norteamericanos y poco antes de abordar el fuera de borda en la costa de Dolores el Arriero se apareció a galope tendido echando espuma por la boca con doce jutías desolladas listas para fricacé porque a los yankees les había encantado uno que les había preparado su mujer el cuarto día de la Investigación. Cuando el Jefe de la Comisión Norteamericana le preguntó que si estaba seguro de que se las podían llevar "porque tal vez eso violaría las leyes sanitarias del país" el Arriero le contestó "no se puede pero el asunto lo resolvió un buen amigo cubano de Rockefeller, su compatriota del que ya les hablé, el que vivió durante muchísimos años en su chalet del suroeste de la ciudad". El Gobierno Cubano le entregó los restos del avión a las Autoridades de Caibarién y les dijo que hicieran con ellos lo que estimaran conveniente. Un avión perdido en un monte de tercera categoría de un país del tercer mundo no tenía ninguna importancia para la primera potencia mundial y mucho menos para la mayor compañía de aviación del universo. La mayor importancia estaba signada por el hecho de que no se había perdido ni una sola vida y porque el turismo internacional aéreo no se vería afectado por lo menos hasta que los expertos pronunciaran la última palabra en relación con los sucesos acaecidos en Lomavalla. Las autoridades locales dieron permiso al Arriero para que utilizara las alas y los alerones y los cuatro motores - todo prácticamente semidestruido a pesar de que nadie se había explicado por qué motivos el avión no había estallado en llamas toda vez que sus alas estaban literalmente llenas de combustible - en la construcción de sus nuevos corrales de puercos con la condición de que vendiera al Estado el cincuenta por ciento de su producción a precios conveniados y también le autorizaron para llevarse el tren de aterizaje si estimaba que le hiciera falta. Al Arriero no le hacía falta el tren de aterrizaje pero pensó que a lo mejor podía vender los fierros como chatarra a cualquier Fundición de Sagua la Grande y vender las ruedas a los carreteros de potreros que trasladaban a los toros cebados en el norte de Mayajigua en un lugar llamado Punta Judas, cerca de Caguanes. Sin embargo ni el Arriero ni ninguno de los que llegaron para tratar de sacar el tren de aterrizaje del macizo de diente de perro en donde había caído, incrustado, pudo moverlos ni un milímetro y optaron por marcharse con el rabo entre las piernas. Como diría el Viejo Mayea - concluyó el Arriero - que se queden ahí para semilla. El Gobierno Local no tenía interés en los restos del avión. Todavía no existía un museo oficial en la ciudad e incluso la pequeña pista desde donde alguna vez habían salido aviones de mediano porte hacia varias partes del país y sobre todo hacia Miami - los hombres ricos de Caibarién se daban el gusto de viajar a Miami para cenar o para ver una película de estreno y regresaban en el avión de la media noche - estaba descontinuada desde hacía cierto tiempo y todavía no había crecido el cerebro pensante que la utilizaría alguna vez como pista para avionetas regadoras de pesticidas y de fertilizantes. De modo que un pedazo de avión americano por muy Boeing 707 que hubiera sido no tenía nada que pintar en el ex aeropuerto de la ciudad. Además, en caso de que alguna vez se mostrara algún interés en bajarlo hasta la ciudad, cómo lo harían. El pedazo de aeroplano estaba chantado sobre seis cedros jóvenes, a unos cinco kilómetros de Dolores y a unos dieciséis del pueblo. Tal vez fuera posible remolcarlo hasta Caibarién. Pero de qué manera se podría trasladar hasta el llano. Entre las autoridades del Gobierno Local había un primo hermano del dueño de dos de los ámnibus que habían inaugurado la recién construida carretera de Caibarién a Yaguajay. El hombre era un coleccionista empedernido de toda cosa rodante que tuviera motor y sobre todo era un enamorado de objetos fabricados en los Estados Unidos. Así que le contó que el Gobierno Local no estaba interesado en los restos del avión y le preguntó que si por casualidad a él le interesaba el tema. El primo del Hombre Autoridad respondió que por supuesto que le interesaba mucho y le dijo que incluso "acababa de comprar una nueva casa en el Reparto Crucero en cuyo gran patio trasero estaba seguro cabría perfectamente lo que había quedado del avión". De modo que quedaron en ir por Lomavalla el próximo Domingo y ver si existía alguna manera de bajarlo hasta la carretera. El primo transportista había hecho una pequeña fortuna vendiendo jaibas a una Compañía Crustacera de Islas Caimán y era muy famoso en la ciudad por su mano desprendida. Como todo el barrio de Dolores conocía el camino por donde se llegaba hasta el avión los primos no tuvieron necesidad de localizar al Arriero del Caramelo y llegaron solos sin ninguna dificultad. Dejaron el Plymouth 58 del Empresario debajo de un ateje en la casa de un amigo del primo y subieron hasta el sitio en donde descansaba el fuselaje del avión sobre seis cedros jóvenes idénticos. Allí estaba el fuselaje del avión descansando sobre los seis cedros jóvenes idénticos. El Empresario calculó que los cedros tendrían unos doce metros de altura y se preguntó que de que manera iban a subir hasta el avión. Lamentó no haber traído sus trepaderas de desmochar palmas reales porque se dio cuenta de que los cedros tenían el tronco y todo el vástago muy derecho y muy liso y los hubiera podido subir sin ningún impedimento. Como de todas formas este domingo solo habían venido para echar un vistazo al fuselaje del avión pues le dijo al primo que anotara algunas de las cosas que les iban a hacer falta para el próximo viaje. A saber, un martillo, algunas puntillas y sobre todo un machete bien afilado para cortar las yayas con las que harían una escalera criolla. En el preciso momento en que iban a emprender el regreso hacia Dolores el fuselaje se remeneó como si le hubiera dado un ataque epiléctico y los primos pensaron que se trataba del fuerte viento que estaba soplando desde el noreste. Además, decidieron no preocuparse porque el fuselaje parecía soldado a la copa de los cedros. De modo que comenzaron a caminar hacia el barrio. Enseguida escucharon la voz "tengo una escalera americana aquí". La voz salía de la boca de un guajiro cuarentón, de piel curtida y barba de una semana. El guajiro caminó hacia ellos halando la larga escalera con su mano derecha. Es de esas como de aluminio que son dobles y se estiran como quince metros, miren - agregó. Los primos se le quedaron mirando. Tú debes ser el famoso Arriero - dijo el empresario. Y ustedes deben ser los primos que se quedarán con el avión -  agregó el Arriero. De donde sacas esa información - indagó el primo. El Arriero sonrió con desgana y les entregó la escalera. "Aquí todo se sabe, vamos, suban para que vean que guagua mas linda les quedará" - dijo. Entre los tres recostaron la escalera americana contra el lateral sur del fuselaje y el Empresario subió primero hasta la puerta  del avión. La puerta se abrió sin dificultad y el Empresario penetró y observó. Muy pronto subieron los otros dos hombres. Miren que maravilla - dijo el Arriero. Las tres filas de butacas grises impecables, el amplio pasillo cubierto por una gran alfombra también gris, los portaequipajes del techo, las luces resguardadas detras de cristales beige, las ventanillas redondas, la puerta divisoria de la cabina y del sitio en donde se preparaban las comidas. Todo limpio, ordenado, como si el fuselaje esperara porque los ingenieros volvieran a colocarle lo que le faltaba para despegar desde allí mismo con rumbo a Guantánamo. Me sirve - dijo el Empresario, y agregó mirando al Arriero "quién se encarga de vigilarlo". Nadie, solo yo soy el que viene de vez en cuando y me subo para leer revistas Selecciones del Readers Digest y recrearme mirando el paisaje hasta Dolores - respondió. El Empresario volvió a mirarlo detenidamente. Nos parece - dijo - que usted sería el hombre idóneo para fungir como el guardián del fuselaje hasta que nos lo llevemos para Cabarién. No lo veo mal, señor, podría hacerlo, por qué no, pero cómo sería la cosa - inquirió. La "cosa" sería de la siguiente manera, mire, usted se compromete a cuidarlo todo el tiempo para que nadie se le ocurra hacerle daño o robarse algo, usted decide el tiempo que le dedicará a eso y nosotros le pagamos - aclaró el Empresario. La verdad no conozco mucho de salarios porque jamás he trabajado en nada que no sean asuntos personales, por qué mejor usted no me hace una oferta - sostuvo el Arriero. El Empresario consultó con su primo. Digamos que demoramos un mes en llevárnoslo para El Cayo, o sea treinta días, podríamos pagarle a razón de diez pesos el día a cobrar cuando usted quiera - sentenció el primo. El Arriero los miró, no dijo nada y le tendió su mano. Hecho - terminó por decir. En caso de que usted no cumpla su palabra al cien por ciento le pagaremos la mitad del salario pero tendrá que responder ante las autoridades - finalizó el Empresario. Hecho - repitió el arriero. Los primos sonrieron y le dijeron que se olvidara de la amenaza, que solo se trataba de una broma y que no iban a decirle cuando regresarían porque se suponía que él siempre estaría por los alrededores. Por si no estuviera tan cerca quiero que sepan en donde tengo el fotuto - les dijo el Arriero - para que me den un fotutazo y en menos de lo que canta un gallo estaré por aquí. Los primos le siguieron hasta un enmarañado sitio lleno de diente de perro. Entre dos piedras, cubierto por hojas secas de yagruma, había un bellísimo fotuto rosado. Saben tocarlo - preguntó el Arriero. Claro, hombre - respondió el primo - o tú te crees que en Caibarién no pegan tarros. Muy cerca de allí, como a cinco metros de profundidad, entre el bosque tupido de diente de perro, estaba el tren de aterrizaje pero el Arriero prefirió enseñárselo la próxima vez. Poco antes de llegar a Caibarién el Empresario recordó las palabras que había intentado recordar desde que salieron de Dolores. "Para que vean que guagua mas linda les quedará" - pensó en voz alta. De qué hablas, hombre - inquirió el primo. Tranquilo - respondió el Empresario - después te cuento. O sea, que también te has dado cuenta de que ese Arriero es un guajiro culto - inquirió el primo. Sí señor, tendremos que preguntarle que si ha oído hablar alguna vez de un tal Al Capone porque eso de "háganme una oferta" es una frase cien por ciento mafiosa - respondió.  No olvides que nuestro Hombre en Lomavalla lee Selecciones - remató el Hombre Autoridad. Durante una quincena los primos se reunieron con el Arriero del Caramelo en el lugar del accidente y en la ciudad con el objetivo de definir la manera en que tratarían de bajar el fuselaje del avión de Lomavalla. En la segunda semana se les unieron dos de los mejores guajiros hacheros de Santa Rosa y seis hombres de Santa Cruz que habían trabajado por todo el país colocando traviezas de madera bajo los rieles del ferrocarril. Casi toda la Loma de Lomavalla ahora era terreno del Estado pero el Empresario Guacrustacero consiguió que las autoridades forestales le dieran permiso para desbrozar un pedazo de monte poco mas ancho que el ancho del fuselaje del Boeing - en base a una sugerencia del Arriero - con la condición de que lo reforestaran con caobas del Vivero de Plateros después de haber terminado la Gran Trocha. Sus mediciones al fuselaje habían arrojado que el avión tenía 44.2 metros de largo, 39.9 metros de envergadura y 3.8 metros de fuselaje. Una madrugada muy calurosa decidieron que lo mejor que se podía hacer era llevar a cabo la idea  que tenía el Arriero del Caramelo. O sea hacer una Gran Trocha desde Lomavalla hasta el faldeo de la Loma y desde el faldeo de la Loma hasta el camino de Remedios cortar todos los alambres de las cercas ganaderas de los ganaderos con su anuencia y pasar por ahí con el equipo que fuera capaz de remolcar al fuselaje del avión. Los dos hacheros de Santa Rosa aseguraron que para ellos "eso era cosa de juego" y que estaban seguros de que podrían desmontar el bosque en tres días hábiles de ocho horas. Los traveseros de Santa Cruz se comprometieron a colocar todas las traviezas necesarias para construir el pontón terrestre por donde se deslizaría el fuselaje del aparato en dos días hábiles de ocho horas. El Arriero prometió que para cuando los hacheros hubieran hecho la trocha él y tres amigos de San Cayetano habrían acabado de cortar cinco cordeles de guásimas maduras y otros siete cordeles de almácigos jóvenes que tenía destinados para vendérselos a los ganaderos de Camaguey para ser colocados como madres en sus cercas. Expresó que no perdería nada porque tanto las guásimas como los almácigos podrían ser reutilizadas después de  que se trasladara al fuselaje del avión y aclaró que las guásimas siempre estuvieron detinadas a ser quemadas en los hornos de leña. El Empresario de las Guaguas y de los Crustáceos y su primo el mayimbe dejaron el trabajo en manos del Arriero y al fin pudieron continuar con sus labores profesionales de rutina en la ciudad. Los traveseros de Santa Cruz se despidieron hasta cuando fueran necesarios. En Caibarién nadie sabía nada de los trabajos que se estaban realizando en Lomavalla excepto dos a otres amigos de los primos y el chofer de una motoniveladora que había quedado casi como una reliquia al lado de uno de los almacenes del puerto después que se terminó de construír la carretera de Caibarién a Yaguajay. También lo sabían unos pocos amigos de los vecinos de Dolores que frecuentaban diariamente el pueblo pero en verdad muy poca gente le daba importancia al asunto del "avión americano" que se había estrellado en Lomavalla. Ni siquiera los guajiros que vivían casi en el faldeo del monte subían jamás a ver "el avión que se habia caído en la Loma". El Arriero y sus amigos de San Cayetano comenzaron a tumbar el guasimal y pusieron en remojo al bosque de almácigos y el Arriero ordenó a dos de sus sobrinos que estuvieran listos para hacer el primer horno de carbón con la ramas derechitas que fueran quedando de las matas de guásimas y contrató a cuatro amigos de Guaní para que le trasladaran la madera en sus caballos cargadores hasta el sitio en que descansaba el fuselaje del avión. Tres días después - y como habían asegurado - los hacheros de Santa Rosa habían desbrozado el espacio de monte que se les había asignado y los pocos vecinos que subieron al cuarto día dijeron que era "la vereda mas hermosa que habían visto en su vida". La vereda tenía el ancho del fuselaje del avión y alrededor de cuatro metros mas con el objetivo de que nada pudiera interrumpir el traslado. Los hacheros se dieron cuenta de que fuera de algunas caobas jorobadas, de algunos algarrobos raquíticos y de algunos jagueyes llenos de colmenas de la tierra abandonadas toda la madera que habían cortado para hacer la trocha no era otra cosa que maniguazo insignificante. Los hacheros habían tenido la precaución de traer dos barretas de gran porte con las que sacar las grandes piedras con corniza de diente de perro que se interponían constantemente en su trabajo. Cuando terminaron la trocha no había una sola piedra dienteperrosa que sobresaliera del nivel del suelo y los troncos de los árboles y de la manigua apenas se notaban cuando se caminaba la trocha. Para el cuarto día el Arriero mandó a buscar a sus amigos de Guaíi con sus caballos y esa misma tarde toda la madera de guásima y de almácigo estaba al sur del fuselaje del avión y formaban una pila tan grande que se podía ver desde el fondo de la trocha porque la Loma allí no tenía ni siquiera setenta metros sobre el nivel del mar. A las ocho de la mañana del quinto día un chofer alquilado trajo en el  Plymouth del Empresario a los traveseros de Santa Cruz hasta el bajareque del Negro Mudo en donde se quedarían hasta que terminaran su trabajo. Los hacheros de Santa Rosa - que viajaban cada día hasta sus casas a caballo - decidieron quedarse con los traveseros para ayudarles sin nungún interés monetario. También lo hicieron los amigos de Guaní, los de San Cayetano y los sobrinos del arriero que ya habían comenzado a sacar el horno levantado con ramas de guásimas y al que le calculaban unos doscientos sincuenta sacos que al final serían destinados a las dulcerías de Buenavista. Si bien los moradores del barrio nunca habían mostrado ningún interés en ver los trabajos que se estaban realizando en el sitio en donde había caído el avión americano desde que se enteraron que algunos hombres de fuera estaban tirando "una carretera de palos de guásima y de almácigos desde el lugar hasta el faldeo de la Loma" comenzaron a llegar como hormigas detrás del azúcar y muy pronto lo harían muchísimos vecinos de los barrios aledaños a los que no hubo que pedirles que se unieran a la Brigada pues lo hicieron de manera espontánea. A nadie le importaba el notabilísimo olor a combustible de avión que había esparcido por todo el lugar. De modo que lo que se había planeado para dieciséis horas se terminó en doce y el arriero les agradeció infinitamente y dijo que esa misma noche viajaría hasta Caibarién para informar al Empresario que de ahora en adelante la cosa era asunto suyo en materia de movilidad. El Empresario le agradeció casi arodillado y le preguntó que cuando pensaban intentar bajar el fuselaje del Boening y el Arriero le contestó que cuando él lo dispusiera. El Empresario dispuso que "cuando a usted le dé la gana pues usted es el Jefe" y el Arriero dijo que "pasado mañana iban a intentarlo desde el amanecer" y que él consideraba que "lo único complicado era dejar caer el fuselaje sobre las traviezas porque en el fondo no querían dañar los seis cedros jóvenes e idénticos" pero que lo harían "si no quedaba otro remedio". Le informó, además que ya contaban con las treinta yuntas de bueyes recién capados que les había prometido Pepe Marrero el de San Manuel gracias a una gestión especial de su gran amigo Rafael Ramos de Plateros y que estarían en uno de sus potreros desde la tarde noche de mañana porque tenía información de que habían acabado de salir de San Manuel a la orden de tres negros cincuentones que todavía trabajaban con Pepe y que lo venían haciendo desde los buenos tiempos de los grandes carreteros. El Arriero terminó su visita recordándole que la motoniveladora debía de estar en el faldeo de la loma de Lomavalla sobre las tres de la tarde porque estaba seguro de que para esa hora ya el fuselaje del avión estaría en el llano. Antes de despedirse el Empresario frotó sus dedos índice y del medio con el pulgar de su mano derecha y dijo "y". Tranquilo - sonrió el Arriero - queda suficiente presupuesto. Eleuterio Ríos trajo al Arriero hasta la tienda de Tull en su "bicicleta con motor" y el hermano de la bella Amelia se quedó en un cuartico que le preparó el tendero en la trastienda de su establecimiento porque por nada del mundo se perdería el "asunto del avion". La mañana del Gran Acontecimiento había cuatroscientas cincuenta y tres personas determinadas a ayudar a bajar el fuselaje del Boeing desde la copa de los seis cedros jóvenes. El Arriero tomó las riendas de la dirección del operativo. Durante la última reunión con sus amigos mas cercanos - los mismos que habían trabajado en el desbroce del monte y en la colocación de las traviezas - habían decidido pedir al Empresario cien neumáticos usados para colocar sobre las traviesas en donde iba a caer el avión. El Empresario solo disponía de sesenta y siete y no había ni uno mas en todos los talleres de Caibarién, de modo que Rafael tuvo que salir de urgencia para Yaguajay en la zanca de la motocleta de Eleuterio y dos horas después había regresado con las treintaitrés gomas que hacían falta, cortesía de su amigo el Negro Tata el del Taller y de su amigo Legarreta el del Fargo de tirar caña que había puesto su camión  a sus órdenes. De modo que los voluntarios colocaron dos hileras de cincuenta gomas de camión, una encima de la otra, sobre las traviezas que descansaban exactamente debajo del fuselaje del avión y las sujetaron con tres kilómetros de bejuco ubí que los Negros de Pepe Marrero habían cortado en los alrededores del Río Dolores. El Arriero dijo que se trataba del mejor colchón antichoque del mundo y le pidió a los Negros que estuvieran listas las treinta yuntas de bueyes. Los Negros de Pepe dijeron que ya lo estaban y el Arriero ordenó a uno de los negros que situara quince yuntas al norte del fuselaje, a otro que situara las otras quince al sur y le pidió al tercer negro que se encargara del aguijón en caso de que alguna yunta se resistiera.  El negro del aguijón cortó algunas maticas con su Colling despalmado que consideraba todavía podían entorpecer el camino de los bueyes y el Empresario pidió encarecidamente que solo ordenaran a sus bueyes un breve halón hacia ambas direcciones, un halón suficiente como para que las copas de los cedros se abrieran unos dos metros y el fuselaje cayera sobre el colchón de neumáticos.  El Arriero le dijo al negro del aguijón que de ahora en adelante él era el Jefe de la Operación. De modo que el negro del aguijón se colocó debajo de la cabina del avión y le pidió a sus amigos yunteros que cuando dijera "tres" azuzaran a sus bueyes al mismo tiempo y que los detuvieran cuando el avión comenzara a desprenderse. Un segundo antes el fuselaje - como tantas veces había ocurrido  durante las visitas del Arriero para leer sus revistas de Selecciones y observar el paisaje hasta Dolores y durante las visitas de los curiosos - sufrió el mayor ataque epiléctico que hubiera recordado el Arriero y el Arriero calculó que esta vez sí que se caería sin ayuda de la fuerza portentosa de treinta yuntas de bueyes. Pero de nuevo los cedros jóvenes resistieron la turbulencia del fuselaje y el fuselaje se mantuvo incólume sobre las copas de los árboles idénticos. Cuando el negro del aguijón dijo "uno, dos... tres" sus amigos dijeron "arriba buey" y las quinces yuntas arrancaron al mismo tiempo. Los mecates gordísimos que habían donado los trabajadores del puerto gruñeron como gatos en celo desde sus nudos cercanos a las copas de los cedros y las copas de los cedros se abrieron  como flores matinales y el fuselaje del avión cayó de sopetón en menos de un segundo sobre los cien neumáticos y no se movio ni siquiera un milimetro del sitio en que habia aneumatizado. Los neumáticos se convirtirton en chatinos de plátano macho pero como en los dibujos animados de Walt Dysney enseguida recuperaron su forma original. Hubo un aplauso unánime pero el Arriero pidió que pararan de aplaudir porque "esto acababa de comenzar". Así que los Negros movieron a sus treinta yuntas de bueyes hacia el norte de la carretera de traviezas. El negro que ahora fungía como Jefe les pidió que colocaran quince yuntas al oeste y quince yuntas al este porque había llegado el momento de mover al Boeing hasta donde la Loma comenzaba su declive hacia el llano. El Arriero recogió el mecate mas grueso de todos los que habían mandado los portuarios y le pidió a Rafael que se subiera en la escalera de los americanos hasta la ventanilla norte del avión. Rafael subió sin ninguna dificultad y el Arriero le tiró el mecate y una vara de yaya como de diez metros con una horqueta en uno de los extremos. El Arriero subió por la escalera criolla que habían construido sus amigos de Guaní y le gritó a Rafael "tú sabes". Rafael amarró el mecate en la horqueta de la yaya, movió la ventanilla y metió la vara por ella hasta donde la esperaba el Arriero. El Arriero la sacó por su ventanilla abierta y la haló hasta que el mecate cayó al suelo. Le preguntó a Onofre Leyva que si él creía que había que empatarle otro para que las yuntas de bueyes trabajaron libremente y Onofre dijo que por supuesto y él mismo comenzó a empatar el otro mecate desbaratando los extremos de los mecates y después trenzándolos como si fuera el pelo rebelde de una niña y cuando acabó le pidió a los Negros que halaran todo el nuevo mecate y que trataran de que sus puntas quedaran parejitas y que amarraran bien fuerte sus extremos a las puntas de los dos garabatos que esperaban, en el suelo, detrás de la última yunta de bueyes. Onofre miró a Eliseo Cabrera. Qué tú crees - le preguntó. Todo saldrá muy bien, las traviezas no ofrecerán casi ninguna resistencia y el fuselaje se deslizará sobre ellas como si caminara sobre un charco de leche condensada - aseguró La Ciencia. Pero de verdad piensas que cincuenta hombres podrán hacer que el fuselaje se mueva sobre las traviezas hasta donde termina la curva y se quede derechito para que lo cojan los bueyes, volvió a interrogar Deoherido. Claro, te repito que solo sugerí cincuenta hombres para hacer el trabajo mas llevadero, hasta un niño de teta podria mover el fuselaje, el rodillo es uno de los inventos mas grandes que se le ha ocurrido al hombre sobre la tierra - sentenció Cabrera. Muy bien - dijo el Arriero - entonces comencemos. Los cincuenta hombres seleccionados empujaron a la vez y el fuselaje se desplazó sobre los rodillos de manera fantástica hasta que terminó de matar la curva y se colocó de frente al batey de Dolores. Esta vez el Arriero no detuvo los aplausos. Cuando los bueyes recibieron la orden de comenzar a caminar hacia el norte todo el mundo escuchó los fotutazos de la motoniveladora que había acabado de llegar al faldeo de la Loma. El fuselaje resistió unos minutos la tracción de los bueyes y Eliseo explicó que tenían que seguir  azuzándolos sin aguijón porque eso se debía a que las primeras traviezas eran de almácigo y el almácigo era una madera muy floja y que se había dado cuenta de que ya tenía algunos baches en sus cáscaras que le había provocado el sol y que por eso el deslizamiento se había demorado un poco. Pareció que La Ciencia tenía razón porque después del tercer fotutazo de la motoniveladora las quince yuntas de bueyes halaron el fuselaje con absoluta comodidad en medio de la euforia de los amigos que se colocaron a ambos lados del camino de palos y que entre vítores y gritos de "arré buey" se movían a la par que ellos mientras esperaban llegar hasta donde la Loma comenzaba a bajar sus poco mas de cincuenta metros y entonces sería el momento de cambiar la metodología.  Los Negros de Pepe detuvieron a sus yuntas cuando la yunta guía llego al veril de la Loma. Muy pronto sacaron el mecate de la cabina del avión y condujeron a sus bueyes hasta la cola del Boeing. Otra vez Rafael se subió en la escalera americana y llegó hasta la última ventanilla con el mismo mecate y con la misma vara de yaya con la horqueta en la punta y el Arriero hizo lo mismo por la otra ventanilla y recibió el mecate que Rafael le pasó en la punta de la yaya y volvieron a emparejar el mecate que ahora hubo que amarrar en los extremos del yugo de la yunta guía porque de lo que se trataba ahora era de evitar que el fuselaje del avión de desbocara, sin control, loma abajo y todo el trabajo de las últimas semanas se deshiciera como polvo de cajeta de ceiba. Los Negros aseguraron que no habría problemas porque trabajos como el que harían dentro de unos minutos ya lo habían hecho muchísimas veces a las órdenes de Pepe Marrero por las provincias de Las Villas y de Matanzas y jamás habían tenido que arrepentirse de nada y contaron de la vez que tuvieron que bajar una tanqueta con el motor fundido desde una colina en Playa Girón hasta la orilla del mar porque el Gobierno quería llevársela en barco hasta un Museo Antimperialista que había en algún lugar del oeste de La Habana para "que nadie se olvidara de la primera derrota". Antes de comenzar con la penúltima etapa del trabajo el Arriero repartió un coco indio y un bocadito de pan con lechón asado a cada uno de los presentes y algunas cajas de cigarros Populares y prometió una "fiesta deslumbrante" en el solar del Empresario para todos los que estaban aquí en este momento cuando el fuselaje del avión fuera depositado en el solar de su casa del Reparto Crucero. Cuando dijo Crucero dos gorras del Almendares comezaron a acercarse desde el veril de la Loma. Hablando del rey de Roma, carajo - exclamó. El Empresario y su primo se unieron muy pronto al gentío, saludaron con un "quibo muchachos" y agregaron "andando que para mañana es tarde". Los Negros de Pepe ordenaron a sus yuntas dar tres pasos al frente y el fuselaje se movió tres pasos. Cuando el avión llegó al mismo veril los Negros miraron a todo el gentío. El Negro Jefe aclaró "esto lo hemos hecho muchísimas veces pero nunca con un animal tan grande, así que es verdad que nos hará falta un poquito de suerte, si alguno sabe rezar que lo haga por el dios en el que crean que ya nosotros lo estamos haciento por Changó". Las quince yuntas de bueyes, acostumbradas a recibir órdenes ejemplares, se detuvieron cada vez que el negro gritó "ohou ohou ohou" y arrancaron cada vez que gritó "dale buey dale buey". El fuselaje del avión se desplazó sobre sus polines con absuluta comodidad y los primos de Caibarién no veían el momento en que su gran nave llegara al llano. Es cierto que muchos de los asistentes a la bajada del avión esperaban, temerosos, que las quince yuntas de bueyes no pudieran soportar el peso deslizante del avión y que en algún momento del trabajo se fueran volando por encima del fuselaje del avión  y cayeran delante de él en el faldeo como un gran bulto largo. Pero afortunadamente eso no ocurrió. Los dos cabús soldados que había prestado el Administrador del Central Marcelo Salado estaban culateados a la orilla de la última travieza de guásima y la última travieza quedaba exactamente al mismo nivel que el fondo del segundo cabú. De modo que cuando el fuselaje del avión recorrió los sesenta y tres punto seis metros de plano inclinado y llegó hasta la culata del segundo cabú continuó su camino con toda la solvencia con la que había llegado hasta allí y los bueyes se detuvieron y pararon de aguantar cuando el Negro Jefe se dio cuenta de que la cabeza del avión había llegado hasta el extremo del primer cabú. El Arriero ordenó que todavía no zafaran a los bueyes porque quería que estos continuaran manteniendo un poco la tensión para que los treinta y seis voluntarios de los almacenes del puerto pudieran amarrar al avión de manera parecida a como lo hacían cuando aseguraban las mercancías enlonadas sobre las camas sin barandas ni estacas de los camiones repartidores. Los voluntarios del puerto habían dicho que no era necesario soldarles orejas de hierro a los laterales de los dos cabús porque el fuselaje del avión era una carga parejita y estaban seguros de que cuando terminaran de amarrarlo con el kilómetro de mecate que había traído la motoniveladora no se soltaría ni aunque le siguieran dando ataques epilécticos intermitentes. Cuando terminaron de atarlo el fuselaje apenas se veía debajo de tanta soga beige y una chica de Dolores que estudiaba Arqueología en la Universidad de la Habana dijo que "era la primera vez que veía el embalsamiento de una momia americana con estos ojos que se iba a tragar la tierra" y como casi nadie de los presentes conocía la palabra "embalsamamiento" ni mucho menos la palabra "momia" pues se le quedaron mirando a sus ojos azules y por un segundo perdieron el hilo del trabajo. Los propios campesinos ganaderos habían cortado sus propias cercas y asistieron, obnubilados, al paso de la motoniveladora remolcando a aquel animal de hierro al que los que sabían llamaban fuselaje del avión. Las Autoridades de Caibarién habían ordenado detener el tráfico mientras durara el traslado del fuselaje hasta el Crucero y por eso cuando la motoniveladora dobló hacia el oeste todo el mundo  pudo ver a la hilera de camiones rusos -  esperando al este con su carga de soldados y de metralla - que regresaban de las manioras miliares desde Camaguey. En Dolores la gran comitiva se despidió del fuselaje del avión y lo hicieron degustando casi quinientas minutas con casi quinientas maltas Hatuey y esperando a que las doscientas botellas de ron Bacardí se pusieran a punto en un tanque de cincuenta y cinco galones lleno de agua que cogía sombra debajo del flamboyán del Viejo Tull. A partir de la Loma de Cambaíto los laterales de la carretera se llenaron de curiosos y hasta que dobló a la altura del viejo aeropuerto los aplausos y los hurras no pararon ni un minuto. Para entonces los primos eran acompañados por el Arriero, por los tres Negros de Pepe Marrero y por Rafael que fue quien consiguió la grúa Ford en Remedios, la misma que bajaría al avión hasta el gran hangar que había construido el Empresario Guaguero en el gran solar de su casa. La motoniveladora se movió libremente por la antigua pista y dobló al oeste por un camino que muchos años después sería una de las calles del reparto Crucero y que los amigos del Empresario habían agrandado lo suficiente para que el fuselaje del avión pudiera pasar. Como el tráfico no estaba detenido en la carretera de Remedios debieron esperar a que pasara un entierro que venía desde el ingenio Reforma para poder cruzar y continuar para la nueva casa del Empresario que estaba a unos trescientos metros al oeste de la carretera. Poco antes de comenzar la maniobra que intentaría bajar el fuselaje hasta dentro del hangar con la grúa de Remedios la señora del Empresario les obsequió con una tasa de cefé como tinta, tan bueno que hizo exclamar a Rafael "coño, esto sí que no está culecón". Los niños estaban observando desde el copo de una mata de chirimollas que estaba como a catorce metros al norte de la nueva residencia. El gruero pidió a los Negros de Pepe Marrero que zafaran los mecates pero que tuvieran mucho cuidado con no hacerlo con la parte central de los mismos porque era allí en donde tenían que dejarlos flojos para que hicieran el papel de grandes asas por donde el gancho de la grúa los cogería y los levantaría. Los Negros de Pepe dijeron que entendían perfectamente y en media hora habían desembalsamado al fuselaje del avión y el gruero comenzó con su faena. Muy pronto el fuselaje del avión parecia un gran tubo de salchillón colgando del garfio de la grúa y con pericia de gruero de rascacielos el hombre depositó el fuselaje del avión sobre la gravilla del piso del hangar. Entonces le dio la vuelta al gran cobertizo y cogió los tres techos de fibrocemento prefabricados que estaban sobre un campo de lechuga recién cosechado, uno por uno, y los levantó sobre el cuadro superior del hangar. Los dejó caer en sus escaques y los tres Negros se encargaron de ajustarlos sobre sus bases de hierro y cuando bajaron celebraron "el magnífico techo de fibrocemento con que sería resguardado de la lluvia y del sol el magnífico animal de los primos". Como el Empresario no temía que nadie le fuera a robar su avión pues solo cubrió las paredes del hangar con telas de lona azul y en donde debiera haber ido una puerta de entrada solo había un gran vano para que todo el que quisiera entrar para ver a su avión americano pudiera hacerlo sin siquiera pedir permiso. Una quincena después el fuselaje del avión estaba pintado y graficado con los colores originales que se habían dañado a la interperie de Lomavalla y gente de todo el país comenzó a llegar no solo para ver al fuselaje del avión sino para escuchar de labios del Empresario la gran historia relacionada con él. Los medios de información cubanos no le dieron importancia a la noticia. No solo porque se trataba de un aparato americano sino porque era el segundo año de la Revolución y los nuevos jefes tenían otras cosas mas interesantes de que ocuparse. Sin embargo la revista norteamericana Life publicó un gran reportaje sobre el acontecimiento que estuvo a punto de ganar el Premio Pullítzer, mismo reportaje que incluía algunas fotos excelentes en donde podían verse, muy risueños, a los primos con sus familias, a los tres Negros de Pepe, a Rafael, al Arriero, a algunos de los ayudantes voluntarios y a rostros quedados en varias de las casi veinte mil fotos que habían tomado los fotógrafos de la Comisión de Expertos Estadounidenses en Lomavalla. Como habían prometido el primo y el Empresario a todas las personas que habían asistido a la bajada del fuselaje del avión desde Lomavalla les hicieron la mas grande fiesta que recordaba la ciudad en Cayo Conuco con un ágape que duró dos días. Un mes después dos miembros de la Delegación Norteamericana que habían venido para realizar la investigación in situ pidieron a las autoridades cubanas una visa para regresar al lugar de los hechos porque "antes de emitir sus últimas consideraciones tenían que intentar comprobar una teoría". Las Autoridades Cubanas, cada vez mas reticentes a medida que pasaba el tiempo, finalmente no objetaron nada y un sábado de Agosto el Arriero los subió de nuevo hasta Lomavalla en dos de sus mejores mulas de montaña. Cuando llegaron al sitio de los seis cedros jóvenes e idénticos los americanos pidieron al Arriero y a sus dos sobrinos carboneros que se despojaran de cualquier prenda metálica que llevaran encima y les ordenaron que comenzaran inmediatamente a cavar un hueco con sus picos y con sus palas debajo de los cedros mas o menos por la mitad del terreno. Unos veinte centímetros después los picos chocaron con algo muy duro y se escuchó el sonido que produce el choque del metal contra el metal. Los americanos se miraron y sonrieron pero no dijeron nada y reordenaron continuar excavando el hueco. Cuando decidieron detener el trabajo de los sobrinos del Arriero las cuatro planchas metálicas de cuarenta por cuarenta centímetros, limpias de tierra y refulgentes, color ladrillo quemado, se presentaron ante sus ojos. Los sobrinos del Arriero dejaron sus picos y sus palas encima de las planchas después del último golpe porque los americanos se lo habían pedido. Las cuatro planchas estaban soldadas a dos manivelas de hierro oxidadas y carcomidas que los americanos separaron y botaron con un mínimo esfuerzo. Entonces le pidieron a los sobrinos que levantaran sus picos y sus palas. Los sobrinos lo intentaron pero no pudieron por mucho esfuerzo que realizaran tratando de halar sus aperos de trabajo. Dijeron que sus picos y sus palas "parecían estar soldados a las planchas". Los americanos volvieron a mirarse y sentenciaron "caso cerrado". Uno de ellos se volvió hacia el Arriero. Usted se habrá dado cuenta de lo que se trata - preguntó. Sí señor, sé de que se trata, yo mismo ayudé a los buscadores de tesoros muchísimas veces y varios de ellos traían imanes idénticos a estos pero nunca encontraron nada - respondió el Arriero y recordó que casi todos venían buscando tesoros enterrados por los piratas de antaño y sobre todo  buscando a la famosa Guaca del Pajarito, el  Jefe Mambí que - según la leyenda _ había enterrado la paga en oro de sus soldados por "estos lares" ante el temor de que cayera en manos de una Columna Española que se le acercaba. Quisiéramos llevarnos los cuatro imanes - dijo el otro americano - porque necesitamos someterlos a muchas pruebas de fortaleza, que sepamos no recordamos habernos encontrado jamás con un cuarteto de imanes norteamericanos capaces de detener a un Boeing 707 cargado de pasajeros en el aire y atraerlo hacia ellos como si bajara sostenido por un paracaídas. Entonces - preguntó el Arriero - no fue la tormenta bestial de aquel día la que destimbaló al avión. Cuando el Arriero logró traducir "destimbaló" a un español mas asequible el americano respondió "qué va, señor, ninguna tormenta puede con un súper Boeing 707 por muy tropical que sea". Finalmente los americanos les pidieron ayuda al Arriero y a sus sobrinos para despegar los picos y las palas del imán después de haberlos untado con el gel carmelita con que habían untado los hierros de las palas y de los picos antes de comenzar a excavar y que traían en un galón plástico que decía Monsanto. El Arriero pensó en el tren de aterrizaje que estaba muy cerca entre el diente de perro cubierto con hojas de yagruma e iba a pedirles a los americanos que se lo sacaran para ver si todavía podía vender los neumáticos a los toreros de Punta Judas en Caguanes. Pero no tuvo necesidad. Cuando miró para el lugar ya el tren se aterrizaje  - cinco llantas peladas - había salido de su escondite y estaba trabado entre tres piedras dienteperrozas enormes. Se percató de que los hierros estaban oxidados y llenos de huecos y también se percató de que los ratones y las jutías se habían comido toda la cobertura sintética. Los imanes pueden detener y hacer bajar a un poderoso Boeing 707 pero a veces pueden hacer muy poco contra el diente de perro cubano - dijo el norteamericano que parecía mayor. Los sobrinos del Arriero recubrieron el hueco que habían hecho y los americanos metieron los cuatro imanes en una bolsa plástica que decía Monsanto y bajaron hasta Dolores en sus mulas respectivas. Pasaron, precedidos del Arriero, por entre las pequeñas matas de caoba del Vivero de Plateros que crecían en el lugar por donde pasó la "carretera de polines" alguna vez. Esta vez no quisieron volver a Caibarién porque habían sido advertidos por su Gobierno de que las Autoridades Cubanas "podían terminar por detenerlos después de tanta extraña deferencia" y en ese caso iba a costar "mucho esfuerzo diplomático liberarlos" y por tanto prefirieron pagar a un carbonero de Guaní que tenía una chalana desvencijada para que los llevara hasta el Canal de los Barcos en donde los estaba esperando el yate del pariente de Henry Flagler. Tres meses después las Autoridades Revolucionarias le cerraron los negocios al Empresario Guaguero. Vale decir le cortaron el negocio crustacero que realizaba con Islas Caymán y le intervinieron los dos ómnibus. Pero no le quitaron a su avión americano. El primo no pudo hacer nada antes las medidas tomadas por sus jefes revolucionarios y le sugirió al ex empresario que se fuera para los Estados Unidos de manera clandestina. El exempresario le dijo que "de eso nada, que a él nadie lo botaba de su propio país así como así, que sabía que tampoco lo dejarían cobrar por permitir a la gente ver a su avión" pero que en verdad "se estaba volviendo loco". Una tarde el Arriero se apareció en su casa con dos racimos de plátanos manzanos maduros. Los primos estaban dentro del hangar charlando acerca de las medidas radicales que estaba tomando la Revolución contra todo vestigio de propiedad privada. El Arriero les miró detenidamente. Ustedes están comiendo mierda, caballeros - dijo. Por qué - preguntó el primo del ex todo. Si no te han quitado el avión es porque ya no lo harán, ellos consideran que no sirve para nada - agregó el Arriero - o es que ya no se acuerdan de algo que les dije el día en que subimos al avión con la escalera de los americanos. Los primos se miraron. Recordaron que se trataba del día en que el Arriero había hablado de "háganme una oferta" y ellos habían pensado en Al Capone y además, el guajiro había dicho antes "ya verán que linda les quedará la guagua". Yo sí me acuerdo - dijo el exempresario. Y yo también - dijo el primo. Pues entonces qué carajo esperan - inquirió el Arriero. Los primos volvieron a mirarse. Es cosa de ponerle un motor y las ruedas al maldito avión americano, nada mas, y tendrán la guagua mas original del mundo...por lo menos hasta que también se la intervengan - sostuvo el Arriero. Yo me arriesgaría - dijo el primo. El dinero lo tengo - aseguró el exempresario - pero dónde carajo conseguimos esas cosas. El Arriero sonrió.  Pero que poca cosa son estos poblanos, caballeros, yo soy su amigo, dejen eso en mis manos, tengo hasta los mecánicos, en un mes estarán tirando pasajes para donde les salga de la tranca - el Arriero arrancó dos plátanos manzanos de uno de los racimos y se los tendió. Vamos, endúlcense la boca que sé que se les está haciendo agua - dijo. Pero tú crees que me darán permiso para convertir un fuselaje de avión en una guagua y empezar a tirar pasaje - inquirió el exempresario. Bueno, eso debe ser asunto de este mayimbe - el Arriero señaló al primo que todavía seguía siendo una persona importante en el Gobierno Municipal. El primo estuvo un minuto meditando. Miren - discurseó - caballeros, yo vine aquí esta tarde para decirte a tí, primo, que iba a renunciar a mi cargo en el Gobierno Municipal e invitarte a fugarnos para los Estados Unidos porque de verdad que ya estoy cansado de ver tanto abuso y de pensar en lo que se nos vendrá encima en los próximos años pero después de tu idea loca, guajiro, lo he pensado mejor. Qué piensas hacer, compadre - preguntó el exempresario. Me mantendré en el Gobierno y les prometo que esa guagua aérea va, sea como sea, de todas maneras es un objeto tuyo que te han regalado y un regalo no es una propiedad privada como tal, lo prometo - aclaró. El exempresario le apretó la mano y le dijo al Arriero "me podrás hacer una oferta acerca del pago que tendré que hacerle a tus mecánicos". El Arriero se comió dos plátanos manzanos, se levantó para irse y dijo "váyanse al carajo los dos, malditos guajiros de pueblo, quiero el asiento de la ventanilla sur para el primer viaje". Terminé de contar mi historia sobre las dos de la madrugada. Ni uno solo de mis oyentes se había quedado dormido. Nadie me había interrumpido. Villareño - me dijo Níver Ginalte - pero esa historia tiene segunda parte, no? . O es que no pasó nada con la guagua aérea - inquirió Lelén. Claro que tiene segunda parte y no será esta noche porque de lo contrario habrá que salir de aquí para el condenado campo de caña - dije -, será para la noche de mañana. Tenía una idea política para desarrollar al otro día. Pero me daba igual tratar de desarrollarla un día después. De modo que no les dije nada. Cuando salimos a mear el viento del norte cortaba el aire. Y sabíamos que cuatro horas mas tarde teníamos que ponernos la vestimenta de cortar caña. Solo nos salvaba una cosa. Nuestra juventud.

Sweetwater, Miami, Florida, Usa.
Mayo 24 del 2020.
Luis Eme González.

















No comments:

Post a Comment