Monday, April 27, 2020

Grandes fabuladores. La carrera del siglo.-

Tomado de Grandes Nostalgias.


Arenilla estaba esperando el Gascar en la  Estación de Seibabo y cuando el Hombre del Telégrafo sacó la cabeza por la ventanilla y dijo que el Gascar se había roto en Santa Cruz y que por tanto pasaría con un atraso de una hora se desplazó hacia la pared oriental de la caseta y se recostó a esperar porque no tenía ganas de conversar con aquel lote de guajiros apestosos que llevaban hacia Caibarién todo lo que fuera humanamente vendible. Estaba apurado y no deseaba viajar de pie pero le temía al molote que formarían los malditos guajiros cuando el Gascar se detuviera y se puso a pensar en la manera en que podría montarse sin que ninguno de ellos le chocara en la subida. Esta tarde estaba estrenando una guayabera crema y un par de zapatos de dos tonos como los que usaba Benny Moré en la Televisión porque tenía una cita con una mujer de La Tenaza debajo de los altos del Café Liceo. Los futuros viajeros le miraban a cada rato. No lo hacían por la clase de su vestimenta porque todos sabían que el Gran Arenilla siempre había sido un tipo pinchín y aparentemente vanidoso. Le miraban porque nadie se explicaba como todavía el hombre no se había disparado alguna de aquellas historias fabulosas que eran la delicia de los oyentes. De modo que recomenzaron a esperanzarse desde el mismo momento en que el Hombre del Telégrafo anunció la demora del Gascar. Ahora Arenilla estaba alijándose las uñas de los dedos de su mano derecha con una pequeña lima Bellota que le había robado a su sobrino de su caja de herramientas de juguete. Arenilla estaba absorto en la higiene de sus uñas y pensaba, además, en aquella mujerona gordísima que casi se muere de la risa con sus cuentos durante el velorio del indigente de Guaní la semana pasada y que le había dado una cita en el pueblo. Arenilla sabía que cuando una mujer le da una cita a un hombre que la ha hecho reír es un adelanto de lo que llegará alguna vez para ambos en asuntos de alcoba. Estaba terminando la uña del dedo meñique de la mano derecha cuando todos escucharon el  recio galope de un caballo que, al parecer, venía desde algún lugar con rumbo al Paradero a cuanto le daban las patas. En efecto, un caballo negro dobló en la  última esquina del camino central del barrio y se dirigió hacia el occidente de la Parada del Gascar como si el jinete lo condujera hacia Cambao. El caballo galopaba con pasos largos y la cabeza erguida y el hombre que lo conducía parecía ser un jinete de Clase A y Arenilla recordó a los jinetes ingleses que había visto en una revista sobre hípica que tenía el barbero Andresito Caraevieja sobre la mesa de los espejos en la barbería de Yaguajay. Entonces también recordó su famosa competencia contra el Tren Central el año antespasado. Cuando le había ganado la apuesta de cinco mil pesos y un carro americano del año al finado amigo del Gallego Silboza de Yaguey Abajo. Así que terminó de alijarse la uña del dedo meñique, guardó la lima en el bolsillo izquierdo del pantalón de gabardina y comenzó a caminar hacia donde estaba el grueso de los viajeros esperantes. Si yo fuera ese hombre no me atrevería a mirar el cuentamillas del caballo - dijo - porque no creo que vaya a menos de 150 kilómetros por hora. El público aguantó la carcajada pero no se volvió para mirarlo. Todos sabían que la próxima historia estaba lista detrás de los labios del Señor Arenilla. Es un bonito caballo negro pero parece un penco comparado con aquel caballo bermejo mío con el que gané la apuesta al amigo millonario de Silboza - agregó - ustedes no se enteraron de aquella hazaña mía el año antespasado. Algunos viajeros dijeron "no" y se ladearon para escuchar. Yo estaba en casa de Silboza cuando el millonario llegó con su camión rastra en busca de tres mil quintales de malanga que pensaba trasladar hacia el Mercado Central en La Habana. Era un camión Iternational del año y lo manejaba un negro igualito al hermano de Maceo, José Maceo. Mientras los obreros de Silboza le cargaban el camión frente a uno de sus almacenes en el patio sur de la residencia José Maceo le dijo a mi amigo que se estaba muriendo de las ganas de echar una partidita de dominó. Silboza dijo "no se hable más" y montó la mesa de caoba debajo del flamboyán, colocó los cuatro taburetes con piso y espaldar de piel de jutía carabalí y le pidió al amigo comerciante de viandas de Falcón que si quería echar un partido de dominó con su chofer de pareja contra mí y contra él. Ustedes saben que preguntarle a cualquier cubano que si quiere jugar dominó o discutir de pelota es una manera de cuquearlo y enseguida está listo el partido o la discusión. Cuando la mujer de Silboza trajo la botella de Bacardí y los cuatro vasitos para tragos de un tirón pusimos dos fichas bocabajo y yo levanté primero. Salió none y nos tocó salir.  El partido fue bastante parejo hasta que el negro comenzó a sacarnos de quisio. El maldito negro no hacía otra cosa que estarse agachando todo el tiempo y botando fichas gordas hasta que el amigo de Silboza lo mandó para el carajo y se paró de su asiento. Dijo que se rendía "porque así no se podía jugar y de contra ni siquiera sabe contar el fichero" aunque el partido solo estaba con una ligera ventaja para nosotros y entonces se puso a mirar a mi caballo bermejo. Le preguntó a Silboza que de quien era ese penco tan bonito y Silboza me señaló con su dedo índice. Se lo compro - me dijo y respondí que no le vendía nada a simples perdedores que eran incapaces de terminar un maldito partido de dominó. El tipo me miró como si quisiera comerme de un bocado y me dio la espalda. De pronto se volteó y me preguntó que cual era la característica mas importante de mi yegua. Caballo - rectifiqué y si no es porque Silboza me sujeta por el cinto le hubiera caído a machetazos allí mismo. El tipo me dijo que no me soliviantara, que estábamos conversando entre amigos y que él pensaba que mi caballo bermejo era una yegua porque desde hacía algún tiempo estaba padeciendo de un glaucoma bestial y que a veces no distinguía ni a una puerca madre a dos pasos. Lo de mi caballo es la velocidad pura y si lo dudas puedo demostarlo echando una competencia/apuesta contigo - le dije al cegato de Falcón. El tipo me dijo que le pusiera cualquier ejemplo para ver si de verdad mi caballo era tan veloz. Le dije que una tarde salí desde Guaynabo delante de una tempestad que terminó en el aguacero mas grande del siglo XX y que cuando llegué a Jagueyal solamente se le había mojado la punta del rabo al caballo. El hombre miró a Silboza y Silboza lo corroboró porque aquella tarde cuando yo llegué él estaba tomándose unas cervezas en el Bar del Gallego Camilo. El negociante de malangas me preguntó que cuantos kilómetros había entre Gaynabo y Jagueyal. Poco mas de quince - respondí. Mi Jicotea Maríajulia hubiera llegado antes de que el aguacero comenzara y por supuesto hubiera llegado sequecita - se burló. Terminé de mascar un palito de escoba amarga que tenía en  la boca y señalé para su camión rastra. Entonces debió haber traído a su jicotea amaestrada porque ese fotingo no llegará jamás a Falcón a menos de que se vaya vacío - riposté. No crea usted, mi jicotea de Islas Galápagos viene detrás de nosotros y será quien se lleve las treinta anegas de maíz de Jaime sobre un remolque de aluminio y si la jodo un poco se come a ciertos caballos bermejos mas lentos que un gusano mión. Entonces le tiré el doble nueve con mi poderosa derecha a lo Agapito Mayor y si no es porque se agacha a tiempo creo que le parto la chola. El hombre me dijo que me dejara de comer tanta mierda que solo estábamos hablando de nuestras propiedades y me preguntó que qué tipo de apuesta yo tenía pensado hacer. Le dije que no había pensado en ninguna apuesta porque era él el que había puesto en duda la velocidad de mi caballo. Me preguntó que si yo había ido alguna vez en tren desde Santa Clara hasta La Habana. Tuve que echarme a reír. Le dije que había andado todo el país en trenes de pasajeros porque era técnico superior de locomotoras eléctricas e incluso le dije que estaba considerando un aviso desde la Central de Ferrocarriles Españoles en donde me ofrecían una plaza de Técnico Electricista. Usted sabe que hay poco mas de doscientos cincuenta kilómetros incluyendo las curvas - dijo. Lo sé - contesté - yo fui uno de los que midió el kilometraje de todas las Vías Anchas de Cuba. El hombre me miró de arriba abajo. Oiga, perece que usted ha viajado por todo el país - dijo. No lo crea, todavía me falta visitar un pueblo de mierda en la Carretera Central que creo se llama Falcón y en donde he oído decir que todos los habitantes son maricones. El tipo terminó por echarse una carcajada y me dijo "está bien, usted gana" pero a lo mejor usted se está refiriendo al pueblo de Pedro Betancourt en Matanzas. No señor, me estoy refiriendo al pueblo de Falcón, sepa usted que yo fui Alcalde de Pedro Betancourt y que tuve que abandonar el cargo so pena de ser violado por un vendedor de malangas que tenía un camión rastra International destartalado. El hombre de Falcón continuó con sus carcajadas y cuando terminó de reír, medio ahogado enre sus lágrimas, le preguntó a Silboza "oye, de donde sacaste a este guajiro tan jodedor y tan imbécil que lo mismo me dice tú que usted". Esta vez hice silencio y como no tenía nada que tirarle terminé por preguntar "qué pasa con ese tren Santa Clara/Habana". No pasa nada, compadre, te apuesto cinco mil pesos y mi Cadillac del año a que no le ganas al Tren Central saliendo al mismo tiempo desde Santa Clara. Dije que no entendía ni jota. A ver - me explicó - tú y tu caballo zaeta partirán al mismo tiempo que el tren Santa Clara /Habana y el objetivo será ver quien llega primero a la Estación Central Nacional, cada vez que el tren se detenga tú también lo harás y arrancarás cuando el tren lo haga, alguien que viajará con el maquinista se encargará de que nadie haga trampas y podrán viajar a la velocidad que les de la gana, qué te parece. Acepto la competencia, o sea que si usted pierde me dará el carro y la pasta y si lo hago yo no perderé nada - pregunté. Exactamente, le firmaré un cheque y un documento ante Notario para que le pasen la propiedad de mi carro en caso de que su chivo macho le gane a la máquina del Tren Central y usted me firmara otro mediante el cual yo me quedo con el penco para echárselo a los animales del Zoológico de mi pueblo de machos de verdad. La apuesta me pareció buena, sobre todo porque yo sabía que no tendría probemas para ganar, tantas veces le gané al Gascar desde Yaguajay a Chambas y a las locomotoras desde cualquier chucho de pesar caña hasta Narcisa, así que solo le pedí una semana para reconocer el camino. Los viajeros desviaron sus miradas absortas de la boca parlante de Arenilla y se miraron asombrados. Ni uno solo recordaba o conocía de las victorias de Arenilla y su caballo bermejo sobre El Gascar ni sobre las locomotoras. Pero Arenilla no se dio cuenta de que lo estaban mirando, incrédulos, porque se estaba limpiando la puntera de sus zapatos de dos tonos con la parte trasera inferior del pantalón de gabardina. Pero - continuó - el tipo no mordió, me dijo que él creía que un hombre que había recorrido todo el país montado en miles de trenes debía saberse el camino de memoria. Como me di cuenta de que tenía razón no dije nada y una hora después habíamos firmado las reglas de la apuesta que no eran nada del otro mundo. Yo estaría con mi caballo en la Terminal de Santa Clara a la hora exacta en que saldría el tren y el Arbrito y el comerciante de malangas estarían junto al conductor de la máquina y al Notario para firmar los documentos preliminares y esperar la orden de partida. Debo decir que conseguí que el Notario fuera un hombre de confianza de mi amigo Silboza porque uno no puede estarse cnfiando mucho de gente que vive en un pueblo de maricones. Prometí hacer las cosas como habíamos planeado y enseguida me fui dos semanas para el Pico Turquino a entrenar. De Manzanillo al Turquino la Línea es de Vía Estrecha pero está rodeada de monte tupido, de cercas, de grandes piedras y de abismos y esas cosas son precisamente las cosas que hay que conocer para poder entrenar de verdad y para poder ganar una competencia de velocidad con un caballo contra cualquier contrincante. Entonces uno de los viajeros que esperaba al Gascar se levantó desde su matul y preguntó "oiga, señor, está seguro de que hay una Línea de Vía Estrecha desde Manzanillo hasta el Pico Turquino". Arenilla se ladeó y lo taladró con su mirada. "Estaba" seguro, señor, porque la gente de Fidel Castro levantó todos los rieles y todas las traviezas para venderselos a una Empresa Ferrocarrilera de Jamaica como chatarra y entonces los dueños de la máquina y de los vagones decidieron echarlos al mar en medio de la bahía para que los fidelistas no fueran a robárselos también. Y cuando fue eso - preguntó el hombre. El año pasado, señor. El hombre sacó unos legajos de adentro de una mochila carmerlita y comenzó a mirarlos. Cuando terminó los guardó con mucho cuidado y observó detenidamente a Arenilla. Lo que pasa, señor, es que llevo años haciendo un catastro nacional sobre todas las Líneas de Vía Estrecha que quedan en el país y no recuerdo habar visitado a ninguna Línea de ese tipo en los alrededores de Manzanillo y mucho menos una que subiera hasta el Pico Turquino, pero tendré que seguir investigando. Arenilla también lo observó detenidamente. Me imagino que ahora usted esté estudiando esta Línea de Vía Estrecha, verdad. Sí señor, con esta termino mi estudio. Pues déjeme decirle una cosa que jamás le he dicho a nadie y de paso también se lo cuento a mis amigos aquí presentes, la Línea de Vía Estrecha que acabo de mencionarle fue tirada por el insigne cubano Carlos Manuel de Céspedes poco antes del inicio de la Guerra del 68 y el Padre de la Patria pensaba utilizarla en el trasiego de cacao desde las montañas pero la Guerra jodió sus planes y solo poquísimas personas conocían de la Línea hasta que un guajiro de la zona, fidelista a rabiar, se lo dijo a Bola de Churre y este enseguida hizo negocios con los jamaiquinos para poder financiar su miserable guerra, también se dice que lo de la venta fue una mentira y que lo que piensa hacer en realidad el imbécil de Birán si ganara la guerra es volver a tirar la Línea por donde mismo iba y sacar la máquina y los vagones de la Bahía de Manzanillo y explotar el asunto como turismo histórico. El hombre del Catastro de Vías Estrechas no podía creer lo que estaba oyendo pero hizo silencio y le pidió permiso a Arenilla para anotar lo que acababa de decir. Por supuesto, señor, y no tiene que darme crédito, soy muy respetuoso de los acontecimientos que han marcado la Historia de la Patria. Como Arenilla se estaba cansando al tener que estar tanto rato de pie comenzó a mirar para todos lados por si acaso encontraba algún objeto que le permitiera poner sus asentaderas. Un señor que llevaba dos sacos con boniatos amarrados hasta la moña para Caibarién se dio cuenta de lo que buscaba y le ofreció uno. Arenilla se lo agradeció pero cuando fue a sentarse frente a la concurrencia se percató de que el saco posiblemente le mancharía su pantalón de gabardina y prefirió mantenerse de pie. La señora del niño lactante sacó una toalla negra de su bolso de poplín y le obligó a aceptarla después de decirle que era una lástima que se le fuera a joder su bonito pantalón. Arenilla le dio las gracias y le prometió que se la mandaría a lavar en la lavandería de su amigo el Chino Lavalopa cuando llegaran al pueblo. La mujer dijo que de eso nada porque ella se ganaba la vida lavando la ropa de los estibadores del puerto y para ella escuchar el final de la historia  del caballo y del tren valía mas que todas las toallas del mundo. De modo que Arenilla tendió la toalla sobre el saco de boniatos y retomó su relato mientras esperaban al tren demorado en la Parada de Santa Cruz. Aunque mi caballo podía hacer muy bien el viaje al trote desde Caibarién hasta Santa Clara le pedí a mi amigo Chimbe el de Zuluetas que me lo trasladara en su camión cañero reconvertido en camión ganadero porque sabía que se trataba de un viaje muy largo y una ayudita no le vendría nada mal a Tragamundo. Chimbe tuvo que recoger primero una vaca recién parida en casa de Pablo Gocéndez que su hermano Pedro le había vendido a un dueño de bar especializado en desayunos de café con leche en Camajuaní y de esa manera los dos animales hicieron el viaje juntos. Diez minutos antes de la partida yo estaba listo para romper con la competencia. Le fui presentado al maquinista y al Arbrito y cuando el primero me estrechó la mano me dijo "te jodiste, guajiro, a mi máquina no hay quien le gane". Le respondí "entonces mucha suerte peste a humo" y le pregunté cuando "arrancamos". En tres minutos - dijo el Notario. Vi como mi amigo el Notario, el Arbrito y el amigo de Silboza se colocaban, uno detrás de otro, en la ventanilla izquierda para poder seguir en vivo la carrera de mi caballo. Levanté mi mano derecha y le mostré al millonario de Falcón los cinco dedos bien abiertos y después la bajé e hice como si fuera conduciendo un Cadillac. Me respondió que él era un hombre de palabra. Le dije "que se jodan los animales del zoológico porque este caballo se morirá de viejo". Cuando el maquinista comenzó a observar mi caballo con sus ojos medio cerrados me di cuenta de que lo hacía porque seguramente esperaba que yo utilizaría una montura pelicana, un par de espuelas como las de Jhon Wayne, un par de botas vaqueras como las de Bat Masterson y unas riendas como las que usan las mujeres que practican ecuestre en los prados de Kentucky. Quiero decirles que yo solo andaba con un jipijapa de medio palo que me había prestado Rafael Ramos, con unos zapatos viejos que había usado en la zafra anterior y sobre el caballo solo llevaba un paño finitico que me había regalado Juan Hernández una tarde en que le ayudé a recoger una mata repleta de aguacates verdinos. No necesitaba nada mas para derrotar a un miserable tren. Eso sí, por joder al millonario de Falcón, me había puesto un pantalón de montero de esos de doble costura en forma de corazón en el culo, una camisa de cuadros y también me había puesto una pañuelo rojo anudado alrededor del cuello, como si fuera un pobre vaquero del Oeste recién emigrado a Cuba. Los pasajeros del tren no sabían nada de la competencia de modo que casi todos estaban dormidos en sus asientos. Un minuto para las ocho el Notario me dijo "un minuto". Y arrancamos. Cada vez que llegábamos a una Estación los tres hombres me miraban como si no pudieran creer lo que estaban viendo. Para entonces casi todos los pasajeros se habían dado cuenta de que un "loco" estaba reventando a su caballo tratando de correr parejo con el Tren Central y se habían agolpado en las ventanillas del sur. Parecía que ya Fidel había ganado la guerra y que su gente se lanzaba a la conquista de La Habana. En el pueblo de Perico todavía la cabeza del tren me sacaba dos milímetros de ventaja. En la ciudad de Matanzas había reducido la ventaja a un milímetro y cuando la prensa plana y la prensa escrita y la televisión intentaron entrevistarme los mandé a todos a la mierda y me cagué en la madre del millonario de Falcón por haberles avisado de una competencia que sería absolutamente secreta. El hombre me juró que no había sido él el chivato y entonces le pedí disculpas porque yo también soy un caballero y le pregunté que quien creía él había sido el maldito chismoso. Me respondió que no tenía ni la menor idea pero que un hombre a caballo que tratara de seguir al Tren Central desde Santa Clara y que fuera capaz de llegar empatado a Matanzas era una noticia de primera plana en cualquier lugar del mundo y bastaba con que un curioso fuera en el tren y que avisara a los medios. Tuve que darle la razón pero le hice prometer que ni siquiera en la Estación Central de La Habana permitiera que la prensa me contactara. Cuando llegamos a Campo Florido Tragamundo estaba mas fresco que una lechuga de Jaime el Gallego cultivada a la orilla del manantial de la Vereda de Ramón Gordo y tuve que sujetar muy fuerte las riendas porque él ya sabía de lo que se trataba y estaba loco por terminar el viaje. Yo creo que él también sabia que acabábamos de adelantar al Tren Central. El Notario me había enseñado tres de sus dedos de la mano derecha y eso quería decir que estábamos sacando tres centímetros de ventaja. Me fue muy fácil darme cuenta de que el millonario de Falcón había puesto tremendo hocico y le vi meneando la cabeza de un lado a otro como diciendo "no, esto no es posible" como si al tener que admitir que mi caballo era un cohete lo pusiera de un humor de mil diablos. En la Virgen del Camino Tragamundo resbaló en el pavimento cuando fuimos a doblar a la derecha y el condenado tren se nos adelantó dos metros. Enseguida comenzaron a perseguirnos las Perseguidoras de la Policía de Tránsito pero qué carajo podrían hacer algunos viejos carros americanos de la época de la corneta contra la velocidad aterradora de mi caballo. Además, ya yo sabía qué les iba a decir cuando se terminara el viaje y esperaba que incluso me felicitaran. Cuando Tragamundo se percató de que en la ciudad no había tierra suelta ni hierbas traicioneras ni fangueros ni cercas ni ríos ni malezas adaptó sus herraduras sobre el pavimento y entonces sí que volaba bajito de verdad. El millonario comenzó a reírse de nuevo y entonces yo quité la vista del tren. Me di cuenta de que el maquinista había acelerado y recordé que eso era ilegal en medio de la ciudad pero estaba seguro de que no iba a tener necesidad de quejarme. Cuando el Tren Central dio el pitazo final de llegada los tres hombres que iban en la cabina de la máquina voltearon sus ojos hacia la acera izquierda y se dispusieron a esperar a que yo llegara ya yo estaba observándolos desde el andén occidental. Llegó un momento en que pensaron que me había pasado algo y cuando me pareció que se ocuparían de mí le di el golpecito que siempre le doy a Tragamundo en la barriga con el tacón del zapato para que tire su relincho de alegría. Los tres hombres le escucharon, le miraron y se quedaron congelados cuando me vieron en el andén. Casi todos los viajeros comenzaron a rodearme y a abrazarme y a felicitarme y el maquinista llegó para apretarme la mano y palmearme las espaldas y decirme "usted es único y ese caballo vale lo que pesa en oro". Enseguida llegaron el millonario, el Arbrito y el Notario y el hombre de Falcón me dio la mano, me felicitó y me dijo "el Notario se encargará de sus premios, le felicito". Al fin nos dejaron solos y le dije a mi amigo el Notario que me iba para la finca de mi amigo Ernst Heminway para que Tragamundo comiera y se recupera porque dentro de dos madrugadas pensaba regresar al barrio. Me dijo que los cinco mil pesos los pondría en mi Cuenta Corriente y que él mismo conduciría el Cadillac hasta Caibarién dos días después. Cuando nos estábamos despidiendo unos diez policías de tránsito nos rodearon y seis de ellos habían desenfundado sus Smith and Wesson. Les dije lo que había pensado decirles porque estaba seguro de que intervendrían. Era 24 de Febrero y todos los años celebraba el Grito de Yara de alguna manera original. Esta vez se me había ocurrido entrar a caballo a la Estación Central de La Habana como si fuera el Líder de los Mambises y pedía disculpas si mi proceder no había sido el mas correcto. Uno de los policías de tránsito me preguntó por los "tres hombres que venían en la ventanila de la maquina siguiendo la carrera". Contesté que no sabía de que me estaba hablando pero le dije que si se había fijado bien casi todos los pasajeros habían hecho lo mismo y que por eso me felicitaron en el andén. Finalmente nos dejaron tranquilos y otro de ellos me aconsejó pensar mejor las cosas para el próximo Siete de Diciembre que ustedes saben es el día en que se conmemora la muerte en combate de Antonio Maceo en Punta Brava. Entre la Virgen del Camino y la Estación Central mi gran Tragamundo logró sacarle al Tren Central tres metros de ventaja. Esa noche me estaba tomando unas cervezas con mi amigo Ernst Heminway en la sala de su casa en Finca Vigía, San Francisco de Paula, cuando su esposa Mary nos avisó que un tipo barbudo con un trapo blanco en la cabeza y una sábana de igual color cubriéndole casi todo el cuerpo me quería ver. Heminway cogió su Winchester, se acomodó a un gato sobre su pecho y salió conmigo al patio de los aguacates. El hombre barbudo se inclinó a manera de saludo y nos pidió que lo escucháramos atentamente. Había estado estudiando el desierto de Guantánamo durante dos semanas y se había dado cuenta de que no era un desierto de verdad y por tanto no era merecedor de sus estudios. Había sido el que avisó a la prensa para que nos esperara en Matanzas porque creía que lo que estaban haciendo el caballo y su jinete se lo merecían sobradamente y se disculpaba si su idea no había sido afortunada. Que era pariente del Heredro al Trono de un pequeño país petrolero del Golfo Arábigo Pérsico y que tenía carta blanca para gastar lo que le diera la gana en lo que le diera la gana. Que deseaba comprar mi caballo y que pusiera el precio que yo considerara razonable. Me pareció correcto todo lo que había dicho y me di cuenta de que solo era otro millonario mas pero de origen árabe y que tenía que saber mucho de caballos para intentar comprar un caballo cubano cuando todo el mundo sabía que los caballos árabes son los mejores del mundo. Así que por fastidiar dije "le cuesta veinte mil dólares".  El tipo del turbante dijo "compro" y le pidió al "gran escritor americano" que mañana fuera conmigo de testigo al Banco de Arabia para depositarme un cheque por esa cantidad. El tipo hablaba correctamente el español y Heminway me dijo bajito que le parecía que tenía estilo de espía petrolero educado en Jerusalem pero que le creía a pie juntillas. Le dije que también llevaría a un amigo Notario que se estaba hospedando en el Hotel Inglaterra para que también certificara la venta. En realidad estaba bromeando porque para mí Tragamundo no tenía precio pero Heminway me convenció de que veinte mil dólares era mucho dinero y agregó que él creía que ningún caballo valía esa cantidad de maracas. A las doce de la noche cuando la puta que me había mandado a buscar al Floridita se marchó y nos dimos cuenta de que habíamos bajado veinticuatro cervezas Hatuey  le dije que me había convencido, que le vendería el caballo al maldito árabe.  Heminway me llevó hasta el Hotel Inglaterra en un carro alquilado. Dejamos a Tragamundo pastando en la finca en compañía de los gatos. Cuando llegamos al lobby del Hotel vimos al Notario sentado en una butaca de piel con su cabeza entre las manos. Había perdido el teléfono de Heminway y casi se vuelve loco esperando por mí. El millonario de Falcón había muerto de un ataque al corazón y los doctores habían certificado que se debió a una emoción tan fuerte que ni dos corazones hubieran podido resistir. No tuvo mas remedio que contarles los detalles de la apuesta y de lo que había perdido y aunque el doctor principal dijo que ciertamente era un hombre hipertenso afirmó que estaba seguro de que el asunto de la competencia lo había matado. En esos momentos ya el carro fúnebre estaba camino de Falcón. Mi amigo el Notario me dijo que lo sentía, pero que con el perdedor muerto su palabra carecía de valor y que sin su firma oficial no podría cobrar ni un solo peso ni mucho menos apropiarme del Cadillac, que lo tomara como una competencia sana entre amigos y que tratara de olvidarlo. La noticia acabó de convencerme de que tenía que deshacerme del caballo porque los cinco mil pesos de la apuesta ya los tenía medio comprometidos. El árabe petrolero vino aquella misma tarde vestido con la misma ropa del día anterior y se llevó a Tragamundo en un trayler cerrado sin darme ni una sola explicación relacionada con su interés por un caballo común y corriente - bueno, en verdad era demasiado "corriente" - que jamás había pisado ni siquiera dos metros seguidos de arena. No tuve que ocuparme de los papeles del caballo. Dijo que él se encargaba. Como habíamos comprobado, juntos, en un Banco Americano que los veinte mil dólares eran legales pues dejé que él se implicara con los trámites de salida del país de Tragamundo. Saqué cinco mil dólares del cheque y dejé en manos de Heminway los restantes quince mil porque le tenía muchísima confianza al gringo grandulón desde que lo había conocido durante una jornada de pesca del pargo al norte de cayo Santa María poco después de que le hubieran dado el premio Nobel de Literatura a raíz de su novela cubana El viejo y el mar y porque desde hacía un tiempo estaba pensando en mudarme para La Habana. Estaba hipnotizado y muy afligido. No podía olvidar la mirada de alegría que me había echado Tragamundo cuando el árabe se lo llevaba en su trayler. Porque sé que el Gran Tragamundo pensaba que "un amigo mio" se lo llevaba para algún potrero especial para que comiera hasta hartarse y para que descansara lo suficiente antes de la próxima competencia que estoy seguro él calculaba sería contra la Camberra de Manolo Gómez desde la Estación Nacional de Omnibus en La Habana hasta la Estación Municipal de Omnibus de Caibarién. Jamás podré acostumbrarme a su pérdida pero es verdad que también he aprendido a resignarme y para decirles la verdad no he descartado darme un viajecito algún día por el pequeño gran país petrolero del comprador para enterarme de como les va y quién sabe. Dos días mas tarde regresamos a Caibarién. Silboza estaba destrozado. No lo podía creer. El chofer del millonario había venido para Jagueyal con Silboza después del funeral y le dijo que si le daba cualquier trabajo se quedaría a vivir y a trabajar con él. Silboza le había dicho que tenía una carreta y dos yuntas de bueyes disponibles por si quería convertirse en carretero durante la zafra azucarera y que después verían durante el tiempo muerto y agregó que en caso de aceptar la pega ponía una sola condición y era que de jugar dominó como compañeros tenía que dejar de agacharse, de botar gordas y que, además, tendría que aprender a contar el fichero. José Maceo estaba de lo mas contento porque Silboza era la única familia que tenía en este mundo. Por mi parte entregué casi todos los cinco mil dólares del cheque a la persona que los necesitaba porque ya les dije que soy un hombre de palabra, me arrepentí de comprar otro caballo por muy bermejo que fuera y he decidido, hasta que se me ocurra algo, trasladarme en el Gascar, en las guaguas y en las máquinas de alquiler. De todas maneras sé que dispongo de quince mil dólares así que no tengo peocupaciones. Arenilla se levantó del saco de boniato, le entregó la toalla de poplín a la recién parida y dijo que si el Gascar seguía demorado tendría que irse a pie hasta Caibarién porque él nunca dejaría a una mujer hermosa esperándolo en los bajos del Café Liceo. Uno de los Pasomalo le dijo que él no dudaba de que se fuera a pie ya que eran como diecieis kilómetros solamente y le recordó que El Cubano todos los días de la Zafra iba a pie a cortar caña al Central Nela y regresaba también a pie antes de que oscureciera como si nada y eran como cien kilómetros ida y vuelta. Arenilla le miró como si quisiera traspasarlo con sus ojos. Ese Curro es el mentiroso más grande del mundo - dijo. Entonces el hombre que hacía un catastro de Vías Estrechas terminó de tomar notas y le preguntó si acaso a Heminway no le había interesado la historia de la competencia tren/caballo como para escribir un cuento magistral. Como no - respondió Arenilla - ya lo tiene casi listo y me lo enviará para que le eche una última mirada, hasta sé como se llamara, escuche Tragamundo y el gran río de los dos corazones. Gracias, Nick - dijo el Hombre de los Catastros. Arenilla no escuchó la última palabra que pronunció el Hombre de los Catastros de Líneas de Vía Estrecha porque el Encargado del Telégrafo dijo que al fin el Gascar estaba arreglado y que ya había salido de Santa Cruz. Tras el anuncio de que el Gascar llegaría en pocos minutos los viajeros pudieron desconectar de su desespero vespertino e hicieron silencio mientras preparaban sus pertenencias para el abordaje. Cuando el Gascar frenó frente al Paradero Arenilla se santiguó porque el maquinista era su amigo. Así que le hizo señas por encima de las cabezas de los viajeros para que le abriera la puerta trasera y de esa manera poder entrar sin que los guajiros le estrujaran o le ensuciaran la ropa. La recién parida aprovechó, se enjorquetó al niño sobre el lado derecho de su cintura y se coló detrás de él. Los dos se sentaron en los asientos de madera del fondo. La gente protestó por la deferencia que había tenido el maquinista con Arenilla y con la mujer pero el maquinista pidió que lo disculparan porque había tocado el botón que no era. A la altura de Dolores la mujer preguntó "señor, y cuando piensa cambiar los quince mil dólares restantes". Arenilla se volvió y la miró, dubitativo. Se restregó sus ojos y respondió "qué quince mil dólares". Y cayó rendido sobre el respaldar del asiento.

Swetwater, Miami, Florida.
Usa.
Abril 25 del 2020.
Luis Eme González.





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