Wednesday, April 22, 2020

Grandes fabuladores.- Guanajos voladores.-

Tomado de Grandes Nostalgias.


Solo cuando cumplí doce años - después de mi regreso de la primera beca - fue que pude tomarme la libertad de andar - hasta cierto punto - solo. Mis padres dejaron de impedirme algunas cosas porque, de todas maneras, me pasaba quince días fuera de la casa y en ese tiempo (a pesar de la disciplina escolar) ellos "desconocían qué yo andaría haciendo por ahí". De modo que sentí que mis alas se expandían y entonces percibí que lo seguirían haciendo para toda la vida. Antes de eso, mis alas se mantenían pegadas al cuerpo como si estuvieran untadas con leche de huevo de gallo. Pero en honor a la verdad entonces yo no sentía casi ninguna necesidad de que mis pobres alas me llevaran a otro lugar que no fuera el lugar a donde me llevaban las alas poderosas de mi padre y de mi madre. Ciertamente los sitios a donde les acompañaba se podían contar con los diez dedos de sus extremidades. O con algunas de las plumas de sus alas. Digamos, las casas de los vecinos y de la familia, la Tienda de Juanito, La Casilla de la carne de res de Dolores, las barberías y los bares y las locaciones del puerto en Yaguajay y en Caibarién, los velorios de santos y de muertos y a veces, la sala de espera de los hospitales a donde me llevaban de "pascua a san juan" por alguna enfermedad pasajera de niño. Fue en esos lugares en donde escuché historias de todo tipo relacionadas con las mas disímiles temáticas. Muy pronto comencé a anotarlas en una libreta escolar rallada y lo hacía casi siempre con uno de aquellos adorables lápices Titina que me traía Pedrón, por encargo, de Caibarién. Es verdad que todas terminarían extraviadas y finalmente perdidas. Pero ello ocurrió cuando casi todas se habían quedado prendadas en mi memoria como garrapata en barriga de perro. Las repetiría tantas veces después que terminaron haciendo la función de poemas confeccionados con versos libres y de cuentos "renovables" y muchas de ellas padecieron la riquísima enfermedad de mis versiones. Yo era fanático de cualquier historia contada por las personas mayores y sabía que al escucharlas con mucha atención me estaba preparando para cuando me tocara contarlas a mí. Pero las historias que mas me gustaban eran las historias de mentirosos. Muy pronto comprendí que aquellas "grandes verdades" que relataban los viejos de mas experiencia solo eran fábulas que buscaban provocar la risa o elevar el ego fabulador del cuentacuentos. También asumí que había que escuchar las historias fabulosas en silencio porque cualquier salida intempestiva  del oyente podía provocar la ira del viejo que contaba, el mismo que daba por sentada la historia que les hacía a sus incondicionales oyentes. Lamentablemente no pude conocer a algunos de los mejores fabuladores del entorno, de modo que sus cuentos me llegarían a través de terceros. Durante mi infancia los nuevos fabuladores se habían quedado en la categoría amateur y muchos de ellos se dedicaban a concebir pésimas versiones de sus antepasados. De todas formas me encantaban hasta las malas historias fabuladas. Así que voy a tratar de contar algunas que recuerdo - y que no están en Fabuladores de la media noche o en alguna que otra crónica - y que, repito, escuché en algunas de las locaciones que he citado.
Lote de guanajos.
El matrimonio joven vivía detrás del Pichón de Monte en una casa típica campesina, tenían una pequeña parcela de tierra y dos hijos pequeños. Eran dueños de una vaca lechera, una puerca madre, un patio de gallinas y una chiva que todavía no estaba en edad de preñarse. El hombre era huérfano, era único hijo y su pequeña parcela era lo único que había heredado. Era un matrimonio muy pobre y por las tardes, después de la comida, les encantaba sentarse en el patio y mirar para la línea de ferrocarril de vía estrecha porque ello les permitía seguir soñando con el gran viaje que pensaban hacer algun día en tren por todo el territorio nacional. Solo soñaban con el gran viaje cuando estaba cayendo la noche porque por el día era imposible soñar. Ni el Gascar de Chambas ni los Carros de la Reparación ni el Tren Cañero con su recua de vagones cargados o vacíos le provocaban sueños esperanzadores en los días soleados. Un día la mamá de la esposa se llegó de visita. Su hija estaba cumpliendo años y ella le había traído un regalo en una caja de cartón cerrada llena de huecos. Se trataba de una guanaja primeriza que ya había puesto su primer huevo y que había quedado "enguanajada" del mejor guanajo padre que había en el barrio en donde ella vivía. Por supuesto que el regalo también incluía al primer huevo. No se lo vayan a comer que mira que es el primero que pone y dicen que comérselo les podría traer mala suerte - le dijo a su hija. El marido le preparó un nidal a la guanaja primeriza debajo de una mata de plátano que también estaba echando su primer racimo manzano y le dijo a su esposa que como sabía que las guanajas ponían muchísimos huevos pues lo mejor era dejar crecer a la maná y después vendérsela al negociante Nené el Boletero, eso sí dejando una guanajita para que le hiciera compañía a su madre, de modo que siempre hubiera una guanaja poniendo lista para echarse y garantizar pichones todo el año. La mujer consideró que era una magnífica idea y calculó la cantidad de dinero que podría garantizar un gran lote de guanajos cebados con hierbas, maíz y palmiche de Jagueyal. La guanaja primeriza sacó once polluelos y muy pronto comenzaron a caminar por toda la pequeña parcela y terminaron por traspasar las fronteras hasta mas allá de la Línea del Ferrocarril. Uno de los hermosos pichones se había quedado rezagado en su crecimiento y el Gallego Jaime le dijo al marido que un guanajo rabuja era "un pájaro de  mal aguero" y que él le aconsejaba comérselo en un buen fricacé para que el resto siguiera creciendo como la "hierba bruja". El matrimonio le tomó la palabra al gallego rico y cicatero y el fricacé incluyó a los padres de la señora. Son los diez guanajos mas lindos que he visto en mi vida - dijo el suegro. Tengan cuidado no se dirijan hacia el monte porque he oído decir que por ahí andan unos majases del tamaño de una palma y del gordo de un algarrobo - agregó la suegra mientras se quedaba embelezada mirando al lote de guanajos. No, mamá, si supieras, parece que son personas y que tienen nuestros mismos sueños de viajar en tren - expresó la hija -, se la pasan al lado de la Línea mirando pasar los trenes cañeros. El yerno se paró para buscar un cubo de maíz desgranado y dijo mientras se lo soltaba a la maná "tendrían que verlos cuando pasa la locomotora de la Reparación con su gran cabú larguísimo detrás, los guanajos bajan sus cabeza, sus mocos les arrastran por el piso y parece que lloran, yo no sé que demonios les provoca ese cabú".  El suegro - que tenía fama de chistoso en el barrio donde vivía - dijo que posiblemente los guanajos tuvieran vocación de retranqueros. Si señor - agrego el yerno. Un mes después el matrimonio estaba sentado, como de costumbre, en el patio norte y los niños jugaban con los gatos a la pita con pluma sobre la hierba. Todavía los guanajos estaban picoteando hierbas casi anochecidas cuando el hombre, la mujer y los niños escucharon el pitido del tren por el lado de Dolores. Escucharon como tres pitidos. Los guanajos levantaron sus cabezas del suelo al unísono, se colocaron en fila india y comenzaron a seguir a su madre con rumbo a la Línea de vía estrecha. No puedo creerlo - dijo el hombre - parecen personas...pero qué estará haciendo ese tren a esta hora con rumbo a Yaguajay. No sé - respondió su señora - seguro que será el tren de la Reparación que va a arreglar alguna locomotora rota...pero me pregunto qué harán si no trae el cabú porque parece que el cabú es lo que de verdad les interesa a ellos. El lote de guanajos llegó hasta el borde sur de la Línea, se detuvo y enseguida se colocaron paralelo a la vía del tren, dando las colas a sus dueños. Los esposos alucinaban. Era la primera vez que sus guanajos daban "pistas oficiales" de que eran unos bichos poco menos que humanos. Los pitidos del tren habían terminado y ahora solo se escuchaba el clásico "cheque cheque" "cheque cheque" "cheque cheque" y ambos remedaron el coro heredado de sus antepasados "con candela sin candela como quiera voy pa' dela". De pronto la locomotora negra con el número 7 en el frente de su gran tubo apareció por detrás del palmar del Gallego Jaime. Traía un vagón cerrado y como siempre, el infaltable cabú. Faltarían unos pocos minutos para que cayera la noche pero aún así el conductor negro les saludó desde su puesto de maquinista. Cuando el cabú llegó a la altura del primer guanajo este levantó el vuelo y se subió. Los esposos vieron como después cada uno de los restantes guanajos - incluyendo a la madre - se subiría al cabú, se voltearían y batirían sus alas hacia ellos como si se estuvieran despidiendo. Los niños comenzaron a llorar y se metieron a la casa porque sus padres les habían regalado una guanaja a cada uno para que formaran sus propias crías. Los esposos no pronunciaron una sola palabra y esa noche no pudieron copular como venían haciéndolo de manera ininterrumpida desde que habían decidido tener un tercer hijo porque el esposo no pudo conseguir una erección digna. Guanajo - pensó la esposa antes de voltearse sobre la columbina tres cuarto. Nadie en el barrio creía una sola palabra de la historia de los guanajos contada por sus dueños. Ni siquiera la madre de la esposa. Ella pensaba que los habían vendido antes de tiempo porque preferían la cría de gallinas y de puercos pero cuando Nené el Boletero le juró por su madre y por todos los santos que no sabía de lo que le estaba hablando cambió de opinión. El padre no. El padre sí lo creia a pie juntillas. Cómo no voy a creerlo, caballeros - decía a quien quisiera oírlo - esos hijos del guanajo padre tienen que ser medio humanos, fíjense que "el hombre", insaciable, se ha pisado a todas las gallinas de su patio y los dueños aseguran que la primera maná de una gallina cabecipelada es una mezcla de gallina y de guanajo que ellos llaman "gallinajos" y no dejan que nadie los vea hasta tanto llegue un veterinario americano que está de visita en Santa Clara y que prometió echarle un vistazo a los "fenómenos". Tres meses mas tarde los esposos, los suegros, los niños y los vecinos se habían olvidado de la fuga organizada del lote de guanajos. Ya nadie hablaba de "aquella guanaja elegante y esbelta" que sería la que le haría compañía a su madre para seguir incrementando la cría ni de aquel pichón mas bonito "que Reinaldo Miravalles" que sería el guanajo padre ni de aquellos otros guanajos destinados a la venta porque aunque la familia se había cenado al guanjo rabuja en el fondo no eran muy adictos a la carne de guanajo. Un mediodía en que los esposos estaban buscando berro en la cañá que pasaba por debajo de la línea de vía estrecha para aderezar el almuerzo escucharon el pitido del tren por el rumbo de Cambao. Por entonces la mujer estaba preñada de su tercer hijo y de pronto se acordó de los guanajos. Oye, papi, tú te acuerdos del sexo de los guanajos que se nos fueron pal carajo aquella vez - preguntó al marido. Claro, si hasta habíamos sacado la cuenta de lo que ganaríamos con los malditos bichos mediohumanos, cómo no, eran seis guanajas y cuatro guanajos - respondió. Poco después la mujer echó el berro en un catauro de yagua fresca y los esposos se dirigieron hacia la casa mientras escuchaban el sonido del vapor de la locomotora que también salía embarrado de humo negro desde su chiminea. La mujer volvió a pensar otra vez en los guanajos y volteó su cabeza. Se dio cuenta de que el tren era el Tren de la Reparación y regresó su cabeza a la posición normal porque sabía que si veía al maldito cabú era capaz de malparir a pleno sol. De pronto escucharon un sonido extraño. Como el sonido que produce la formación de una tormenta cuando viene desde el monte. Ellos no podían asumir que fuera a llover en pleno medio día con el sol rajando las piedras. Apúrate igual, mi cielo, están pasando cada cosas en esta casa que todo es posible - dijo el marido. Le quitó el catauro de yagua con el berro, se lo enjorquetó en la cintura y le ayudó a caminar poniéndole su mano derecha alrededor de la suya. A lo mejor ahora los comunistas están trasladando su metralla para las maniobras en Camaguey por la Línea y la locomotora con su cabú tendrá que desviarse y esperar en el chucho - agregó la esposa. El marido le pellizcó una nalga. Coñok, mi amor, estás peor que tu padre - sonrió. El primer guanajo pasó planeando muy cerca de sus cabezas y le voló al hombre la gorra de pelotero del Almendares. El segundo le quitó el trapo azul que llevaba la mujer ajustado en su cabellera para cubrise del sol. Enseguida supieron lo que iba a pasar y se dispusieron a contar a los próximos guanajos. Los cuatro guanajos sementales pasaron delante y volaban como a tres metros de sus cabezas. Las siete guanajas cebadas les siguieron el vuelo y pasaron volando a la misma altura. Los setentaisiete guanajitos terminaban la formación aérea y los esposos se dieron cuenta que siete de ellos eran rabujas. Pero todavía quedaba un gran guanajo de moco descomunal y porte casi real que pasó volando como a diez metros de altura. El gran lote de guanajos aterrizó entre el pequeño platanal y la palma enana que todavía era muy joven para parir y se pusieron a picotear hierbas como si nada hubiera pasado en los últimos tres meses. Un año después, cuando el vecindario había tenido que aceptar la segunda historia de los guanajos voladores y cuando el matrimonio había empezado a construir una casa de campo como la de Pepe Siverio y cuando Jaime el Gallego les había arrendado (legalmente "prestado") cien cordeles de tierra para que continuaran incrementando su cría portentosa de guanajos, se encontraron con un hombre mayor en las oficinas del Central Narcisa a donde habían ido para terminar de arreglar los papeles que les permitirían recorrer el país en un carro de línea de la Reparación patrocinado por el Ingenio. El vejete trataba de cobrar la tierra que le había vendido al Gobierno y se puso a conversar con ellos como si los conociera de toda la vida y como si ellos estuvieran de verdad interesados en sus historias. Hace rato que no me importan mis tierras - decía -, para qué las quiero si ya no tengo lo que mas quería en la vida, mi gran guanajo real de moco de elefante. Entonces los esposos se miraron y comenzaron a prestarle mas atención. Mi gran guanajo real de moco de elefante - continuó - mi gran guanajo padre, el guanajo que preñaba a todas las guanajas y a todas las pichonas de guanaja del barrio y de tantos lugares del país desde donde sus dueños las traían para conseguir crías únicas, mi gran guanajo que era mi único familiar, mi única compañía. La esposa acomodó a su hija recién nacida en su regazo y preguntó "pero qué pasó con su guanajo padre, señor". Nada - respondió el vejete - que un buen día desapareció de la casa como si se lo hubiera tragado la tierra y jamás regresó, y mira que lo busqué por todos lados, no tengo pruebas de que nadie se lo haya robado ni de que se haya muerto, sin mi guanajo la vida no tiene sentido, voy a vender mis tierras y me iré para el fin del mundo. El marido le miró unos segundos antes de preguntarle "venga acá, mi amigo, me puede decir mas o menos que tiempo hace que su guanajo desapareció". Como un año, poco mas poco menos - contestó. Se puede saber de donde es usted - continuó el marido. De Júcaro - dijo. Los esposos se miraron y fruncieron sus entrecejos. Júcaro estaba para el Este. Pegado a Yaguajay. Para donde se habían ido los guanajos y de donde habían regresado. Vive usted acaso cerca de la Línea de ferrocarril - indagó la mujer. No, para nada, yo diría que bastante lejos - el vejete se estaba adaptando al diálogo y ya había decidido abandonar su discurso. Quizás cerca de algún palmar paridor o de algún potrero - la mujer insistió. Bueno, cerca de nada especial, como en todos los campos. Ha dicho usted que recorrió todo el país en busca de su guanajo - el hombre continuó el interrogatorio - "todo el país", quiero decir.  El vejete levantó la cabeza y los miró de frente por primera vez. Bueno, no hay que exagerar, no creo que todo el país, pero casi casi - dijo. Usted sabe que el Gascar llega hasta Chambas y que hay veces que el Tren de la Reparación también. Claro, lo sé. Recuerda haber recorrido todo el trayecto de la Línea hasta Chambas. El vejete pareció meditar. Para decirle la verdad no creo que mis pesquizas hayan pasado de Siboney - definió. Siboney estaba mas o menos a la misma distancia de Yaguajay que Júcaro. Le esposa se dio cuenta de que lo que quería decir su marido era que era muy posible que el guanajo real moco de elefante se hubiera unido a la comitiva y hubiera continuado mas allá de sus predios de Júcaro con sus congéneres del Oeste. Así que tomó la palabra de nuevo y dijo "pasaba su guanajo la mayor parte del día en el solar de su casa o le gustaba recorrer los alrededores". Qué va, muchacha - se levantó y se acomodó el pantalón de gabardina a la altura de su ombligo - ese sí que era un guanajo "guanariego" y callejero, a veces estaba hasta tres días sin regresar a la casa. Los esposos se volvieron a mirar. Si no era pisador de gallinas no podía ser familia del "otro", decidieron. Su guanajo no está perdido - dijo el hombre. Esa tarde todavía el vejete no pudo firmar los papeles que lo convertían en un ex dueño de tierra de Júcaro y el matrimonio salió encantado de las oficinas del Central porque les prometieron avisarles cuando el tour en tren por todo el país estuviera listo. El próximo domingo el vejete visitó al matrimonio de Jagueyal. Vino en el cabú de la locomotora de su amigo maquinista. Los suegros del hombre estaban de visita. Enseguida identificó a su guanajo real moco de elefante y casi se le saltan los ojos de la alegría. Pero cuando quiso acariciarlo y cogerlo para regresar con él el guanajo semental se echó para atrás, levantó el gran moco y se colocó en guardia al lado de su nueva familia. Todo el mundo terminó riendo. Oigan - dijo el suegro - si la guanaja de mi esposa era semihumana este guanajo es sobrehumano. El vejete terminó por renunciar a vender su finca de Júcaro y aceptó que el Gobierno se la cambiara por un pedazo similar al suyo muy cerca de la finca del Gallego Jaime. Y como estableció una relación especial con la hermana solterona de la mujer del yerno pues fue muy fácil convencerlo de hacer también el viaje soñado por toda Cuba en un carro de línea nuevecito que los hombres de la Reparación del central Narcisa pusieron a disposición de la joven pareja. Tres años después y cuando el hombre y la mujer se habían convertido en los criadores de guanajos mas importantes de toda Cuba y cuando sus bichos llenaban las mesas de todos aquellos cubanos que continuaban celebarando el Día de Acción de Gracias como lo hacían en los Estados Unidos el Gobierno Comunista les intervino el negocio aduciendo que estaban fomentando "vicios capitalistas extranjeros". Para entonces el matrimonio había amasado una pequeña fortuna en momentos en que todo dividendo se obtenía en moneda nacional. De modo que se dieron cuenta de que no tenían ni un kilo porque después del robo comunista decidieron irse para "el norte". El padre de una amiga de su mujer vivía en Boston y les había prometido recibirlos en Miami, llevárselos para Masachusetts y ayudarlos a encaminarse allá. El matrimonio repartió su capital en pesos cubanos entre los suegros del hombre y el amigo del guanajo real moco de elefante que habia terminado casándose con la solterona. El resto lo invirtieron en pagar a un pescador de Caibarién que los dejó en las inmediaciones de Cayo Hueso una madrugada calurosa del verano de 1965. Las autoridades se apoderaron de la pequeña parcela y la integraron a la Granja de Yaguey Abajo cuando supieron que los guanajeros se habían escapado ilegalmente del país. Cuando el padre de la amiga llegó al porche de uno de los edificios que el español aplatanado Vicente Martínez Ibor había construido en Cayo Hueso durante el boom tabacalero de la segunda mitad del siglo XIX en donde el matrimonio los esperaba la mujer, inmediatamente después de presentarse, de saludarlo y de agradecerle, le reguntó "cuánto vale una pareja de guanajos en Boston". El padre de la amiga se coló en medio de los dos, le tiró sus brazos por encima de los hombros y respondió "muy poco, eso está resuelto, ustedes saben que fue muy cerca de allí en donde comienza la historia de Acción de Gracias". 

Sweetwater, Miami, Florida, Usa.
Abril 21 del 2020.
Luis Eme González.










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