Tuesday, March 31, 2020

La cosecha de maíz de agua.-

Tomado de Grandes Nostalgias.


Mientras no se demuestre lo contrario los cubanos no somos un pueblo consumidor de harina de maíz. Siempre que se ha disparado el consumo ha sido como excepción. Por situaciones fortuitas. Digamos durante las guerras por la independencia en el siglo XIX, durante el "machadato" - un período nefasto de la Historia de Cuba que coincidió con la Gran Depresión del mundo capitalista "capitaneada" por los Estados Unidos entre los años de 1929 y mediados de la próxima decada del Siglo XX cuando el Presidente de Cuba era un tipo de Santa Clara llamado Gerardo Machado - y sobre todo durante la inolvidable época del Período Especial para Tiempos de Paz que desvivió el país entre 1989 y 1995 a raíz de la debacle de la URSS y del resto del campo socialista. Fuera de momentos excepcionales, digo, el cubano pone harina de maíz como algo "especial" en su mesa, algo exótico en el menú de la semana. Y, evidentemente, lo hace en temporadas de maíz. También es verdad que los pobres crónicos la comen con un poco más de frecuencia debido a que la harina de maíz es un alimento "matahambre" por excelencia. Recuerdo que la gente de la Generación de mis padres decían, cuando el hambre les amenazaba, "va a haber que comer mas harina que cuando el machadato". Y por carambola la gente de mi Generación diría después "coño, agreguen  Período Especial al maldito machadato". El hambre atroz que padecimos durante el Período Especial no pudo doblegar mi pobre paladar. Sin embargo sí lo hizo con el selectivísimo paladar de mi hermana. No olvidaré jamás el día en que la vi comiendo harina de maíz por primera vez en su vida. Llevándose la cuchara a la boca lentamente y tratando de tragar el bocado casi sin respirar para amortigua el "gusto". Y no sería la última. Confieso que se me aguaron los ojos. Mi madre, no. A mi madre le encantaba la harina de maíz. Solo que no le gustaba hacerla "para ella sola". Mi papá tal vez se comiera un poquito cuando ella se decidía a hacerla "para los dos", bien caliente y con potaje de frijoles negros "hirviendo". Pero ella tenía la suerte de que cada vez que los familiares la cocinaban le mandaban un plato. Mi madre podía comerla todo el tiempo. Generalmente la mezclaba con leche, con frijoles, con manteca de puerco llena de buruguitas de carne e incluso con una o dos cucharadas de azúcar. La harina bien cocinada dejaba una especie de raspa en el fondo del caldero. La raspa de harina fue lo mas que yo pude "pasar" - en contadísimas ocasiones - a mi estómago del susodicho alimento. Para poder disfrutar de la harina y hacer uso de todas las bondades del maíz primero había que cosecharlo.
He dicho por ahí que la finca del abuelo estaba destinada a la siembra de caña de azúcar, a potrero y al cultivo de frijoles, de maíz, mas tarde al de arroz y a algún que otro producto como excepción. También he comentado los motivos. Pero frijoles y maíz sí que se sembraban todos los años. La diferencia estribaba en que cuando mi padre decidía sembrar maíz de frío - el que se sembraba dentro de los frijoles de "frío" - a veces dejaba descansar el terreno y no sembraba maíz de agua. Sembrar maíz dentro de la frijolera llevaba otra técnica de sembrado y ello equivalía a la disminución de la cosecha. El maíz de agua era el que nacía con los primeros aguaceros de Abril y se volvía un "monte" con los aguaceros de Mayo. Era el que se sembraba de la manera ortodoxa y por tanto era el que mas rendía a la hora de la cosecha. La siembra de maíz de agua reducía muchisimo la temporada de palomas. Desde finales de Enero hasta mediados de Marzo. El resto de Marzo era para la aradura y para el sembrado. Cuando Marzo llegaba "embembao" y los aguaceros se adelantaban pues había que sembrar el maíz un poco mas tarde. Ello implicaba  tener que sembrar el frijol de frío también un poco mas tarde y por ende recolectar a finales de Diciembre. Es posible sembrar maíz en Abril y en Septiembre. El maíz es una planta muy adaptable porque sabe aprovechar mejor que otros cultivos el sol, el frío y el agua disponible. Sin embargo el maíz de agua es el óptimo de verdad. Mayo es su mes. Y uno podía notar muy bien la diferencia de salud entre las matas, en el color se sus hojas, en el tamaño de las espigas y en el tamaño de las mazorcas. Todo el proceso de romper la tierra, cruzarla y gradarla era el mismo que el proceso que antecede a la siembra de frijoles. Cuando se decidía el día en que se sembraría el maíz ya Los Hermanos tenían la semilla en un saco. La semilla seleccionada de las mejores mazorcas que habían separado para "semilla". A pesar de todos los cuidados (los mismos que había que tener para el frijol)  muchas veces el maíz estaba cernido de gorgojos y entonces era necesario despajar otras mazorcas y tratar de encontrar granos respetables. Si el intento no resultaba no quedaba otro remedio que salir a buscar "maíz de semilla". Podía ocurrir que cualquiera te regalara unas mazorcas. O que te las prestara. O que te las vendiera. Como pasaba con el frijol de semilla. Generalmente siempre se resolvía. Por supuesto a veces Los Hermanos eran quienes tenían que resolverles a otros agricultores. Entonces había tres tipos de maíz. El maíz criollo, de grandes mazorcas y granos impecablemente amarillos, con un gran cocote muy recio y muy largo, el maiz argentino y el maíz de pollo o maíz de rosita. El maíz argentino era un maíz mas estilizado. Mazorcas muy largas, parejitas, con poco cocote y con granos casi rojos y muy fáciles de desgranar con las manos. Sin embargo los campesinos nunca lo sembraban por separado. Porque ocurría que la semilla casi siempre estaba ligada y cada grano iba directo al surco. Como la proporción era mucho menor pues el maíz argentino siempre estaba en déficit. Es verdad que la mazorca argentina parece una mulata de cintura estrecha y vientre liso, que sus granos son muy bonitos yparejos y que se desgranan "casi solos" pero "a mí dénme el maíz nuestro con sus granos inmensos y sus pajonales enormes y su cocote como vara de aguijón", decía mi padre. Cada vez que él pronunciaba esta frase yo recordaba la frase célebre de José Martí "nuestro vino es agrio pero es nuestro vino". Y tenía que admitir que ambas frases poseían connotación nacionalista. Yo nunca discutí con él pero en verdad despajar una mazorca de maíz argentino, desgranarlo y ver aquella coloración sangre dentro del recipiente era una verdadera maravilla. El maíz de rosita era siempre una novedad. Algo exótico que no "servía para nada". Matas "enclenques, pálidas, paridoras de mazorcas pequeñas e insignificantes". Con la salvedad de que sus granos eran los únicos granos capaces de calentarse y de "explotar" y de convertirse en una hermosa rosita de maíz blanca que se consumía espolvoreada de sal. Prácticamente nadie lo sembraba en Plateros porque aunque servía para las aves de corral no era un maíz económico. Si acaso alguien sembraba algún surco para hacer rositas. La rosita de maíz es muy rica cundo está acabada de hacer y siempre es uno de los platos fuertes durante la época de Carnaval.  Una delicia para todos. Especialmente para los niños. Un cartucho de rositas de maíz siempre tuvo un precio respetable y como tenían un toque exacto de sal los tomadores de ron y de cerveza la consumían mucho como "saladito". Admito que me gustaban - y todavía las como si me topo con ellas - pero no eran algo que me hacía tener sueños recurrentes. Igual con mi familia. Las gallinas, los pollos y el gallo no discriminaban, por cierto. En verdad no se necesitaba de mucha semilla para cubrir todo el campo.
Así que un día cualquier de Abril o de Mayo Los Hermanos se preparaban para la siembra de maíz. Se repetía la misma liturgia que para la siembra de frijoles y entonces, y como siempre, Tioneno y yo esperábmos a que mi papá cogiera alguna ventaja para empezar a sembrar. A veces la surquería para maíz se realizaba de Oeste a Este. Cuando le preguntaba por qué él me respondía "porque el cruce de la tierra" lo hice de Norte a Sur. Pero el motivo podía ser un capricho al estilo de "este año voy a surcar así porque me da la gana". Para el maíz los surcos van mas separados que para el frijol. Mas o menos a un metro de distancia. Y si es posible, la cantidad de granos a sembrar no debe exceder de dos. Si son dos siempre será mucho mejor. La distancia entre plantones de maíz de agua también es de un metro mas o menos. Las plantas de maíz crcen mucho - generalmente mas de dos metros las que alcanzan el tamano stándar - y sus hojas abarcan demasiado espacio. Como ocurre con el frijol es necesario que tengan suficiente  para crecer y desarrollarse. Con la semilla del maíz hay que tener mucho mas cuidado que con la de frijol cuando se tapa. Por la sencilla razón de que las aves de corral "saben" que están sembrando maíz y no se cuidan de tratar de seguir a los sembradores. De modo que hay que espantarlas continuamente. Incluso son capaces de escarbar cuando se ha terminado la siembra. Las hormigas también las atacan aunque estén tocadas con los químicos de rutina. A pesar de que ahora, con los surcos mas distanciados, los sembradores adelantábamos mucho, mi papá casi siempre continuaba sacándonos mucha ventaja y otra vez nos daba una mano cuando ello ocurría. Sembrar el maíz nos podía llevar un día y medio. La separación entre los surcos evitaba, hasta cierto punto, que la surquería de mi papá quedara tan chapucera.
Como al cuarto día mi padre y yo repetíamos la costumbre de "julgar" en donde pensábamos que estaba el plantón de maíz. Para entonces ya el grano estaba hinchado y posiblemente pudiéramos ver el gusanito casi microscópico que se convertiría en una hojita verde claro muy parecida a la sota de basto de una baraja española. Así brotaba desde el fondo del surco y muy pronto la sota se abría en otras sotas verdeclaro y enseguida cada par de plantas sobrepasaba la altura del surco en donde fueron sepultadas y convertían al campo en una maravillosa llanura coloreada de verde redentor. Ver crecer al maíz cada día es una  gran oportunidad de comprobar lo que puede hacer la noche con las plantas. Cada mañana el maízal se apreciaba mas alto, las hojas se robustecían y parecía que se partían por la mitad y daban la impesión de que eran alas de gavilán planeando sobre una maná de pollitos en el potrero de la abuela. Me encantaba meterme adentro cuando ya me tapaba y tratar de adivinar cuando comenzarían a salir sus espigas y tratar de adivinar en que ángulo tronco/hoja comenzarían a nacer las mazorcas. En Junio - cuando el maízal tenía dos meses y fracción - mi papá decidía que ya tenía suficientes hierbas como para meterle el "mixto". Ahora las hierbas eran maloja, escoba amarga, mastuerzo y las primeras sancarañas precoces. Porque el maíz no llevaba guataquea. Como los surcos eran muy anchos de lo que urgía era de un surco hondo y amplio que le matara casi toda la hierba de la calle. O de dos para el caso de que hubiera llovido mucho y el enhierbe fuera demasiado. El arado mixto de dos aletas rompía la tierra entre los surcos y la descargaba contra el tronco de las matas. Los bueyes caminaban del lado de cada surco y halaban el arado con un yugo mas largo muy parecido al que se usaba para hacer el mismo trabajo en los cañaverales nacientes. Y era muy posible que también fuera obra de Agustín de la Rosa. Ciertamente el yugo atropellaba a las coronas de las plantas de maíz y muchas veces las dañaba hasta el punto de que se quebraban y entonces ya eran incapaces de seguir creciendo. Tal vez por eso fue que alguien trajo de afuera otro sistema para "guataquear al maíz con un arado mixto". No recuerdo quien fue el autor de la traída. Pero sé que fue una magnífica innovación a la que hubo que acostumbrarse. Y acostumbrar "al buey". Se trataba de hacer el surco con un solo animal. De esa manera no se dañaba ni una sola planta. Solo que había que fabricar un yugo "bueysonal" - vale decir medio yugo - y ponerle dos narigones al buey para poder amarrar la guía. Esto se hizo cuando el animal aprendió  a trabajar sin su compañero porque en los inicios necesitaba de un narigonero que lo condujera a través de toda la calle. Mi tío y yo llegamos a fungir de narigoneros. Mi padre también lo haría alguna vez y entonces era Tíoneno el que rompía la calle. La innovación fue tan espectacular que en el futuro muy pocas veces volveríamos a romper la calle del maíz utilizando a la yunta de bueyes. El resto de los agricultores harían los mismo. No podría asegurarlo porque hasta he olvidado el nombre de uno de los bueyes de Florencio Expósito que trabajaba mi padre durante el tiempo muerto o cuando los necesitara de urgencia. Pero me parece que el buey seleccionado para trabajar solo fue Jovellanos, un viejo buey bermejo, aplastado y con mucha fuerza. Ahora bien, aunque el pase del arado mixto por entre los surcos de maíz podía considerarse un aporque no lo era en erealidad. Por la sencilla razón de que toda la tierra levantada no caía sobre los troncos de las matas. Ello obligaba, por tanto, a que mi tío y yo tuviéramos que terminar el trabajo con nuestras guatacas de siempre. Por suerte se trataba de un trabajo muy fácil. Consistía en terminar de halar la tierra contra las matas y en guataquear el espacio entre las matas y también aporcar un poco por esa vía. Teniendo en cuenta que el arado hacía casi todo el trabajo pues muy pronto terminábamos nuestro surco y cogíamos otro. Incluso cuando la lluvia había hecho crecer las hierbas malas el trabajo final de aporcar no era difícil. Agustín de la Rosa también terminó por convertirse en el rey de los fabricantes de "yugos bueysonales". Repetí tanto el pésimo chiste que mi papá y Tíoneno no tuvieron otra alternativa que preguntarme que por qué le llamaba así al dichoso yugo. Porque - respondí - son para bueyes no para "personas". Si fueran para Ventoso serían yugos personales pero como son para bueyes pues tienen que llamarse yugos "buey... (ahí me detenía un instante) sonales.....". Demorarían algunos días en captar la intención del chiste pero en honor a la verdad no les provocó mucha risa. Un poco de mejor suerte tuvo mi segundo chiste de la temporada de maíz. Cada vez que veía a los hermanos tratando de enderezar alguna mata lastimada por el yugo largo pensaba en la manera de evitarlo. Hasta que se me abrieron las entendederas. Yo creo que lo que deben de hacer ustedes es tratar de conseguir una yunta de bueyes mas alta - dije - por lo menos del alto de Orlando el de Florencio. Tíoneno me miró y sonriendo dijo "avemaría qué cosas se le ocurren a este muchacho". Mi papá ocultó su sonrisa pero dijo "veremos, veremos". Inmediatamente después del aporque el maízal se disparaba hcia arriba. Los troncos de las matas engordaban una barbaridad y aparecían en ellos unas marquitas circulares como a veinte centímetros que nos hacían recordar a los canutos de caña. Las hojas también se disparaban y ahora no parecían partirse como ala de gavilán sino que se expandían hasta la mata de al lado. Adquirían un color casi negro. Las calles, sombreadas, apenas dejaban pasar al sol y por tanto cualquier intento de reventazón o de crecimiento de nuevas hierbas se estrellaba contra la hermosa frondosidad del maízal. Poco antes de que notáramos el nacimiento de las dos mazorcas que es capaz de parir cada mata nos dábamos cuenta de que la corniza del tallo comenzaba a abrirse y enseguida nos preparábamos para la explosión de las espigas. Una de las mazorcas que serán nace mas o menos en la mitad de la mata y al principio parece un largo embudo formado por hojas condenadas a la unión forzada. La otra nace unos centímetros mas arriba y aunque es idéntica muy pronto nos percatábamos que sus posibilidades de convertirse en una mazorca de verdad eran casi nulas. Porque casi siempre la segunda mazorca de una mata generalmente está condenada a ser un chilote. Como la rabuja de una puerca madre. Lo que no quita que en ocasiones una mata pueda parir  hasta tres mazorcas y que las tres tengan categoría A. Por cierto nunca tuve la dicha de escuchar discuciones en el barrio relativas a la cantidad de mazorcas que podía parir una mata de maíz. Parece que cuando se hablaba de cantidades de mazorcas de maíz todos los guajiros estaban de acuerdo. En un final no es fácil contar cincuenta cajetas de frijol de una hojeada. Algo que sí se puede hacer con dos a tres mazorcas de maíz. Las espigas de maíz parecen una aparición casi religiosa. Salen desde un estrecho tallo rosado claro que a su vez emerge desde las últimas dos hojas que echó la mata de maíz y se abren en ramas suaves y se curvan como si fueran filigranas de fuegos artificiales. Son como rosas diminutas hechas de polvo de estrellas. Muy delicadas. Cualquier contacto brusco con ellas es capaz de romperlas. Yo prefería observarlas. Ni siquiera mi Tíakuka - que estaba estrenando nueva congregación cristiana - podía explicarme aquella explosión de belleza divina. Cuando me pareció que me contestaría que eran tan lindas "porque seguramente fueran cosa del diablo" dejé de interrogarla. Yo sabía que el diablo era el mismo diablo para los católicos con altar de santos y para los Testigos de Jehová con libros del Nuevo Testamento. Sin embargo las bellísimas espigas duraban hasta el mismo día en que se recogiera la cosecha. Llegaban resecas y duras. Pero llegaban. Para entonces habían resistido el ataque de los insectos, la libación de las abejas de Cándido Perdomo, el sol, los aguaceros, la curiosidad de los niños y niñas y nuestras carreras a cuanto nos daban las patas entre sus calles oscuras para jugar a lo que jugábamos todos los niños. Recuerdo que a veces nos tirábamos, cansados de jugar, entre los surcos y que las pocas hierbas que aún se atrevían a crecer nos provocaban picazón en los brazos y en las piernas. Jugábamos al escondido y al abracado y a la velocidad. Competíamos por ganar la carrera "mata de mamey / Río" o la carrera "potrero de Gucende / Río". A veces la carrera la realizábamos de ida y vuelta. Cuando estábamos de visita en las casas de los vecinos entonces los juegos se desplazaban hacia sus maízales. Para el instante en que todas las mazorcas estaban cien por ciento formadas y en que las espigas habían alcanzado su altura máxima la casa no se veía desde el otro lado del Río excepto su techo de guano. Me gustaba ir por allí y mirar hacia mi casa. Todo el paisaje - el cocal, las matas de mamey colorado y las de la pequeña arbolea, la cerca de bienvestido de Gocéndez - se veía solo de la mitad para arriba. No podía explicarme tal sensación óptica. Las matas tenían unos dos metros y fracción y la casa y los árboles del entorno eran objetos gigantes y el maízal era capaz de ocultarlo casi todo. Mi mente de niño trabajaba con mucha dificultad. Solo cuando me subí a un guamá del otro lado del Río y pude divisar sin muchos problemas la casa de Domingo Chipucia que estaba como a un kilómetro al oeste fue que comprendí un poco los misterios de las distancias.
Aunque he hablado de la temporada de maíz tierno en otra parte de estas Grandes Nostalgias considero que no lo he hecho con suficiente amplitud. De la misma manera en que teníamos frijoles tiernos teníamos maíz tierno. La ternura de la planta arriba inmediatamente antes de que alcance la madurez. Como los niños. Como todo. Pero el frijol tierno no posee tantos azúcares como sí los posee el maíz tierno. Porque son dos plantas completamente diferentes a las que solo asemeja el hecho de que paren granos. Una mata de maíz es tan útil para el hombre como lo es, digamos, una palma real. Casi que se le puede aprovechar todo. Una mazorca de maíz plenamente desarrollada puede tener poco mas de veinticinco centímetros promedio. Estoy hablando del interior de una mazorca. De la tusa, el vástago en donde están soldados los granos. Cuando la mazorca está comenzando a formarse es una tusa blanca con las hileras de granos invisibles, apenas marcados, que después serán los granos tiernos. Antes de poder ser nombrados "tiernos" la granería pasa por una etapa en la cual los granos aún no han alcanzado su color amarillo rosa todavía y lo que contiene su interior es un jugo de vegetal que apenas está enseñando el dulzor de que hará gala más adelante. El bigote naranja tenue de la mazorca es una pelusa como pubis de mujer rubia, abundante, que sale desde dentro de la mazorca y comienza caminando por y entre los surcos de granos hasta desembocar en la punta de la tusa engranada. Al ganado le gusta mucho el sabor del maíz cuando está movido y cuando se agrega a eso la maravilla de las hojas medio tiernas - mejores que el cogollo de caña - pues se debe tener mucho cuidado con el ganado que haya amarrado cerca del maízal o con el ganado de algún vecino que se haya soltado y esté haciendo "daño". Porque pueden dar cuenta de un buen pedazo de terreno en menos de lo que canta un gallo. Las abejas también pueden libar en la pelusa de rubia pero las abejas siempre serán bienvenidas. Ahora bien cuando los granos han crecido lo suficiente comienzan a ponerse mas sólidos y entonces todo su interior es un cofre de jugos dulzones que provoca que mucha gente - sobre todo los niños  que ya se habían comido algunas mazorcas movidas - ahora se den banquete con el maíz tierno. Debo reconocer que hice ambas cosas pero admito que en ningún caso me dejé dominar por la tentación. No  eran totalmente de mi agrado y ya había deslindado muy bien mis pasiones. Lo que me gustaba e interesaba tenía que ser "gusto e interés total". No me gustan las partes y nunca fui bueno para lo intotal. Para las medias tintas. Además, algunas madres - entre ellas la mía - decían que el maíz crudo podía dar "empacho y cagaleras". Lo primero que se hacía con una mazorca de maíz tierno era asarla. Las asábamos todo el tiempo. El asado de una mazorca de maíz se realiza mediante una acción sencilla y rápida. Se elije una buena mazorca del campo, se despaja, se le quitan los pelos interiores y se le arranca el pubis de rubia y se mete en el bracero del fogón. Sin un buen bracero no hay un buen asado. Por eso en casa - yo era el gran fanático del maíz asado -  siempre aprovechaba los instantes en que mi mamá estuviera cocinando para asar una mazorca. Muy pronto la mazorca comenzaba a tomar la coloración oscura que le producía el fuego, algunos granos explotaban como siquitraques y la iba volteando para que se fuera asando parejita. Podía hacerlo con la mano pero la posibilidad de que me quemara era del cien por ciento. Por ello casi simpre usaba la tenaza de mi mamá. Una tenaza de fogón es un fleje largo y estrecho de aluminio o lata con forma de U y manilla combada con cintura como de treintaicinco centímetros que tiene un uso muy variado en un fogón de leña. Se colocaba la mazorca entre sus puntas y se apretaban los flejes de metal entre el dedo pulgar y los restantes dedos y se apretaba mas la mazorca y se iba volteando hasta que se considerara que la mazorca estaba perfectamente asada. Ello ocurría cuando todo sus granos hubieran alcanzado la coloración dorada oscura que le produjo el bracero ardiente. Después recuerdo que comenzaba a comérmela estando muy caliente hasta que no podía mas y entonces la ponía sobre el fregadero y le echaba un poquito de agua para que se entibiara. Aún le faltaba algo. Un rociado de sal. Es necesario tener una buena dentadura de niño para meterle el diente a una mazorca de maíz. No importa que los granos estén tiernos y llenos de jugo. La candela los endurece un tanto y además, la mazorca se consume a mordida limpia. Una mazorca de maíz deslizándose en la boca de un consumidor es algo así como el deslizamiento de una filarmónica sobre los labios de un músico. Se coge por los extremos y se comienza a morder por tres o cuatro filas de granos, desplazándola a lo largo de los labios. Después se va volteando - como si fuéramos un guayabito - hasta que no queda nada, excepto el vástago interior: la tusa. El dulzor ahumado de una mazorca de maíz es una experiencia inolvidable para las papilas gustativas de todo niño. Porque todo el mundo comía maíz asado. Pero en realidad comer maíz asado era cosa de niños y de jóvenes. No olvido que en algunas otras casas la gente cogía un cubo lleno de mazorcas y se las comían de un tirón después de asarlas en un bracero que hacían debajo de las arboledas. Florencio Expósito, el isleño amigo predilecto de mi papá, asaba sus mazorcas en soledad y no las compartía con nadie. Mi padre le regalaba cada año un saco de mazorcas de maíz tierno que - aseguraba - el isleño se comía en dos tandas sentado en el portal de su casa. O sea, cincuenta y cincuenta. No fui testigo de hazaña tal pero él lo aseguraba con toda convicción.
Uno de los platos que se confeccionaban con maíz tierno era la harina de maíz tierno. Como los granos no se podían moler en las "piedras" de la casa de la Abuela ni en los molinos eléctricos de Caibarién no quedaba otra opción que molerlos en los molinos tradicionales de moler café. Tantas veces vi como María le de Miguel lo hacía en su viejo molino de moler café. Recuerdo la masa amarillita - casi una mermelada de maíz - cayendo sobre un caldero bajito y ella dando manigueta en el molino mientras vertía los granos mojados en el embudo del molino. Después preparaba la harina casi igual a como se preparaba con harina seca con la diferencia de que también podía condimentarla. La harina revorboteaba sobre el fuego del fogón - María usaba mucho carbón vegetal que le regalaba Belillo, su cuñado -, formaba sus campanitas explosivas y hacía plaf plaf y después se asentaba como todas las harinas. Incluso la harina tierna podía ser capaz de hacer raspa si se le avivaba la candela. No recuerdo a mi mamá jamás haciendo harina tierna. Ella prefería mandarle algunas mazorcas a los vecinos y que ellos le regalaran un plato. Mi padre y mi hermana tampoco eran fanáticos de la harina tierna. Un plato de harina tierna parecía un pastel de maíz y aunque conservaba su dulzor no era de mi agrado.
En orden de importancia culinaria está el tamal. El famosísimo tamal de maíz tierno. El tamal internacional. Muy parecido en casi todos los países maíceros del mundo. Para mí un tamal de maíz - tampoco nos gustaba ni a mi padre ni a mi hermana - no era otra cosa que la misma harina tierna ahora perfectamente condimentada (muchas veces le echaban pedacitos de carne de puerco) pero envasada en estuches de hojas tiernas de maíz. Las hojas se limpiaban con delicadeza de quirófano, se le vertía la harina condimentada y se cerraba bien con la ayuda de algún arique o de alguna pita ligera. Un poco de cocción a fuego lento y el tamal queda listo ara consumir. Ahora la harina que había en su interior estaba dura y la gente se comía el tamal a mordida limpia. Ocurría con los tamales que la mayoría de las veces las amas de casa los hacían en cantidades sificientes como para que todo el que llegara comiera o para mandar a los vecinos. Yo seguía sin entender por qué me gustaba tanto el maíz asado y no pdía ni siquiera mirar el maíz molido y preparado. Admito que lo que sentía por él estaba en la frontera del asco. Mi mamá y mi papá aceptaban algún tamal de regalo pero en verdad tampoco era cosa que les quitara el sueño. Años después Pedro Luis Ferrer compondría e interpretaría su famoso tema Un tamal en cazuela. Porque ciertamente los tamales se echaban en una cazuela y estaban allí hasta que la señora de la casa gritaba "listos". Una cazuela era el mismo caldero de cada día. Pero con un poquito mas de calidad y de estilo. Tal vez con una tapa propia que cerraba herméticamente. Muy parecida a lo que después serían las ollas de presión. El tamal de maíz tenía una versión culinaria que, sin embargo, nos encantaba. Se trataba de la "fritura" de maíz y también María era la especialistsa. María cogía la misma harina que usaba para el tamal pero la convertía en torticas como del tamaño de una tortica de dulce de coco. Ya las había condimentado con todos los sabores del "especial". Entonces no las sometía a la cocción stándar. Sino que las freía con manteca de puerco y enseguida que comenzaba a voltearlas se ponían doraditas y semiduras y en verdad eran una verdadera delicia en nuestras bocas. Generalmente nos mandaba dos para cada miembro de la familia. Con las frituras de maíz terminé de comprender que mi problema con el maíz tenía que ver con el fuego. Si el fuego dominaba al maíz ( maíz asado) o si lo controlaba a través de la manteca de puerco o del aceite entonces me encantaba. Lo malo era cocinarlo de la manera tradicional. Por eso las cosas fritas siempre me han encantado. Una fritura de maíz puede hacerse con harina semiseca y si la cocinera es buena puede engañar al paladar.
Y el atol de maíz. El "atole", como le dicen en algunos pueblos de América Latina. El atol sí que era la verdadera debilidad de mi madre. Superaba a todos los delicatessen "derivados" del maíz con creces. Tampoco nos gustaba al resto de la familia. El atol es algo así como una mermelada de mango. Un jugo espeso de maíz que se obtiene muy parecido a como se obtiene el jugo de la yuca para hacer almidón. Nunca vi a ninguna señora hacer atol. Pero creo que mi mamá me decía que la harina tierna se combinaba con un poco de agua y se espurruñaba con las manos como si se estuviera haciendo pan sobre una tela y el jugo iba cayendo en alguna vacija limpia. Después el jugo era sometido al fuego y casi siempre se mezclaba con leche y sobre todo con mucha canela. Mi madre alucinaba con los jarros de cinco de libras que le mandaban las señoras de la familia. O con las latas de pera. Dependía de lo que le tocara a "la Niña". El mejor destinatario de las mazorcas tiernas de mi mamá era la Tía Estela, la esposa de Tíonene y madre de Raúl. Muchas veces era yo mismo el que se las llevaba en una jaba de saco. Tíaestela - un verdadero dechado culinario - muy pronto le enviaba su jarro de cinco libras de atol y mi mamá tenía como para dos días. En verdad yo apenas soportaba aquel olor casi rancio en donde la leche y la canela se llevaban las palmas de los agregados de lujo. Y que por supuesto le dejaban aquel bigote forzado a mi mamá cuando terminaba de empinarse su ración estipulada de atol.
Llegaba un momento en que las mazorcas comenzaban  a perder su frescura verde a la par que las matas y muy pronto el maíz maduraba. Los granos se ponían  definitivamente duros y entonces no era posible comérselos crudos ni mucho menos asarlos. Porque el maíz empezaba a "secarse". Entonces nadie mas se metía en el campo excepto los puercos de la casa y los puercos sueltos de la familia que eran capaces de percibir que el maíz se estaba secando y de hociquear el tronco de las matas hasta tumbarlas, despajar las mazorcas y comérselo. En algún momento de Agosto el maízal se había "secado". Las espigas se mantenían casi invictas, secas también y bastante descocotadas. Algunas mazorcas se caían de sus bases en el cenrto de la mata y todavía se podían notar sus pubis que ahora se habían convertido en "pubis de trigueña". Aunque el campo estaba limpio los aguaceros constantes habían provocado el crecmiento de algunas hierbas malas - digamos, el metebravo - que no iban a ser impedimento para recoger la cosecha. Poco antes de que ello ocuriera mi madre podía coger algunas mazorcas, despajarlas y desgranarlas con las manos para hacer su "primera harina" fresca. Una mazorca solo puede ser desgranada cuando está seca. Y aún no se trata de un trabajo fácil. Casi siempre se usaba un cuchillo para meterlo entre la paja de la punta y hacer la raja que permitiría a las manos abrir la mazorca hasta la tusa engranada. Teníamos que halar la paja dos o otres veces y después hacer fuerza para que el cocote se despegara de la base de la mazorca. El cocote incluía una punta larga y dura que era en donde se poyaba la mazorca contra la mata. Cuando se terminaba de limpiar todo su "pubis de vieja" entonces comenzaba el desgrane sobre una fuente o sobre una palangana de aluminio que se utilizaba para fregar la loza. Tal vez sobre el cubo número ocho si lo que se buscaba desgranar eran más mazorcas de la cuenta. Recuerdo que a veces la granería se rebelaba contra la magia de las manos y no había Dios que la hiciera salir y entonces era necesario presionar con un cuchillo uno o dos surcos para que los restantes se despegaran mas facilmente de la tusa debido al vacío que quedaba. Era como hacer una carretera por entre un pedregal. Después era muy fácil. Mis padres eran expertos desgranadores de maíz. Recuerdo que cogían la mazorca con una de sus manos y le colocaban la palma debajo. Entonces con la mano libre apoyaban la parte inferior en la parte inferior del tronco de la mazorca y comenzaban a desgranar con el dedo pulgar. Si ocurría que se trataba de una mazorca "floja" entonces el desgranado se realizaba en un minuto y la tusa quedaba pelada como pinga de chivo. El maíz seco no se podía moler en un molino como el de María la de Miguel. Su dureza podía descoyuntar las clavículas tratando de dar vueltas a la manigueta y era muy posible que se terminara por aflojar y por mellar el tirabuzón interior de las cuchillas del molino. De modo que había que llevarlo al molino eléctrico de Caibarién o de Yaguajay o a "las piedras" de la Abuela. Pero nadie llevaba unas pocas libras al molino del pueblo. Preferían molerlo en las piedras. Creo que también había piedras de moler maíz en alguna de las casas de los Rosa o de los Martínez y posiblemente en casa de Tio Cuso. Las piedras de moler maíz eran una verdadera novedad. Yo jamás hubiera imaginado que existieran piedras tan raras y tan parejitas y de color negro. Cuando las vi por primera vez en el rancho de desahogo de la Abuela quedé maravillado. Recuerdo que se trataba de dos piedras, una sobre otra, con un hueco en el centro y una vara que bajaba desde el techo y que estaba metida en una especie de semiherradura de caballo en donde se movía a medida que el moledor de maíz la zarandeaba sobre un huequito que tenía la piedra de arriba para meter una especie de puntilla en donde terminaba la vara. Era algo muy artesanal y primitivo pero también muy efectista. Las piedras descansaban sobre una especie de mesa pequeña apoyada en tres patas de palo sin labrar contra la pared suroccidental del rancho. Las piedras podían quedar mas o menos a la altura del ombligo. Y la de arriba podía tener mas de un huequito para meter el clavo porque a mayor profundidad era posible hacerlas girar con mayor velocidad. A veces se salían del huequito, la piedra superior se separaba de su compañera inferior y era necesario recomenzar el ciclo. Aunque me cansaba bastante el brazo derecho a mí me gustaba mucho moler maíz seco. Aprendí con mi mamá y después casi siempre era yo el que iba al molino de la Abuela. A veces tenía que hacer la cola porque había mucha gente esperando para moler su "comidita de harina". La mesa de las piedras tenía un sobrante del lado sur. Era suficientemente ancha como para ello. Allí se ponía la fuente o el caldero o la palangana con el maíz. De modo que aunque no fuera derecho tenía que "dar palo" con esa mano porque la zurda estaba reservada para coger el maíz. Mientras dábamos palo cogíamos un puñado - relativamente pequeño para que el maíz no saliera muy gordo (arrollón) - y lo echábamos en el hueco central de las piedras. No era necesario detener el giro de estas si te habías convertido en un experto. La harina caía sobre un saco tendido debajo de las piedras como polvo de oro o en su defecto sobre un papel amarillo que a veces se ponía sobre el saco. Nos dábamos cuenta de que era imposible lograr que toda la harina saliera fina por lo que muchas veces volvíamos a moler lo molido. Cuando acabábamos tratábamos de recoger toda la harina posible, de limpiar las piedras y de prepararnos, al llegar a la casa, para pasarla por el guayo. Todavía no puedo precisar si la piedra de abajo tenía algún tapón que detuviera el cruce del maíz para que el grano siempre estuviera listo para ser molido por la piedra de arriba. Tampoco puedo definir de qué material estaban fabricadas las piedras. Porque eran, al menos, "trabajadas". En caso de que fueran hechas a partir de cemento tenían que agregarle algo que las convirtiera en piedras negras o gris oscuro. Cuando mas tarde supe lo qe era el granito me pareció que tal vez las piedras de moler maíz estuvieran fabricadas con ese material. Tampoco descarté que se tratara de piedras de ese color que un buen artesano lítico redondeara perfectamente. En todo caso fue una investigación que se quedó en agenda. El guayo - una cuadrado de madera como de treinticinco por veinticinco centímetros, rectangular, con una plancha de lata llena de huecos pequeños por donde caía la harina fina cuando lo removíamos sobre una mantica de saco o sobre un papel amarillo de los de planchar la ropa. Una palangana de aluminio descontinuada, de las de fregar la loza, también podía convertirse en un guayo si se la hacían los huecos con una puntilla. La harina gorda se quedaba sobre el guayo y ya no tenía otra oportunidad de ser remolida. La harina gorda se llamaba arrollón (o rollón) y era la comida preferida de los pollitos que estaban comenzando a crecer. El cuarto de desahogo en donde estaba el molino de la Abuela era el mismo cuarto en donde estaba Tíobura la noche en que los curanderos amigos de Llyle Lara sacaron su "daño" del tronco de la madre de la cerca en la orilla de la carretera. Cuando la Abuela construyó la nueva casa unos pocos metros al oeste el rancho siguió invicto y pasó a formar parte de la vieja casa cuyo nuevo dueño sería Tíoneno. A veces íbamos a las piedras de abuela solo para hacer arrollón y casi siempre para ello utilizabámos el maíz de chilote. No era descartable que los primos o los amigos vinieran por casa a buscar un "pquito de arrollón" para una maná de pollitos que había acabado de "sacar" en su casa.
Cuando el campo de maíz de agua parecía un extraño paisaje de cadáveres después de la batalla Los Hermanos se preparaban para coger el maíz. Para entonces ya no importaba que cayeran pencas de palma o de cocos sobre las plantas. Por supuesto que se necesitaban sacos otra vez y mi papá los conseguía de manera idéntica a como conseguía los destinados al envase de frijoles. También se necesitaban ariques mojados y un punzón de madera para hecerles los huecos por donde iban a pasar los ariques que le cerrarían la boca. Ahora no hacía falta un telón porque las mazorcas de maíz se tiraban para una pila sobre la tierra. Cuando la surquería iba desde la casa al Río no llevábamos agua hasta debajo del cocal. Preferíamos tomarla en la propia casa y de paso casi siempre conseguíamos un buen buche de sambumbia que iba seguido del eterno cigarro prendido de los mayores. Para la recogida de la cosecha de maíz generalmente no contábamos con ayudantes. Siempre digo "ayudantes" porque mi padre no pagaba a obreros para hacer el trabajo. Cuando alguien venía era "sin interés" y generalmente se devolvía la ayuda si el hombre también tuviera su campo de maíz listo. Era un trabajo que realizábamos con absoluta facilidad. Incluso cuando yo todavía no participaba. Digamos que se comenzaba recogiendo diez surcos. No era necesario seguir ningún orden. Cada quien quitaba las mazorca de la mata y las lanzaba para una pila en donde el resto de los recogedores también las iban tirando. El sitio de la pila era un espacio como de cinco metros de diámetro que mi papá desbrozaba con el machete para que las mazorcas cayeran en un lugar limpio. Cuando considerábamos que ya la pila nos quedaba demasiado lejos como para que las mazorcas no cayeran tan separadas nos desplazábamos hacia delante, mi papá desbrozaba otro círculo y comenzábamos la segunda pila. Igual hacíamos cuando habíamos llegado al Río con los diez surcos. Regresábamos con diez más. Con la cosecha de maíz no pasa como con la de frijoles. El maíz puede ser recogido por la tarde sin ninguna dificualtas aunque el sol esté rajando las piedras. De modo que en la tarde podíamos recoger unos veinte surcos y enseguida comenzábamos a organizar las pilas y a preparar el llenado de los sacos. Cada recogedor tiene su  propia manera de arrancar las mazorcas de la mata. Pero existe una manera casi inviolable. Uno se coloca al lado de la mata y la coge un poquito mas arriba o un poquito mas abajo de donde están las dos o tres mazorcas y la sujeta bien. Con la mano libre coge la mazorca por la punta y tira hacia abajo. La mazorca se desprende muy fácil de su base y se lanza hacia la pila. Ahora bien, ye he hablado del cocote de la mazorca. En su base está todo el comienzo de la paja que cubre la tusa y es ahí en donde está el duro vástago de donde nace. Generalmente cuando la mazorca se quita de la mata sale con el cocote y eso la hace muy larga, muy chapucera y será lo que después obligue al doble trabajo pues así no debe envasarse. Al principio yo no escarmentaba. Siempre me olvidaba de limpiarla y la tiraba con todo y cocote para la pila. Hasta que mi papá me dio la última lección y entonces aprendí al fin como descocotar las mazorcas para que quedaran bonitas con su coloración beige y aquellas líneas suaves que pasaban del lila al negro claro en su base. Con mi Viejo aprendí a descocotarlas en la propia mata. Era muy simple y solo se necesitaba un poco de atención y de calma. Se coge la mazorca por la punta con una mano y con la otra se coge por el cocote y entonces se da un tirón brusco hacia abajo como si se fuera a quebrar una yuca y todo el cocote con el pajonal sobrante sale como por arte de magia. Cuando la mata ha quedado libre de sus mazorcas se vuelca contra el suelo, se le planta el zapato por la mitad para tratar de quebrarla y se deja casi noqueada para que se desintegre y se pudra lo mas rápido posible. Como era imposible que todas las mazorcas cayeran en la pila pues dedicábamos unos minutos a rastrear sus orillas. De paso mi papá y Tíoneneo descocotaban algunas semidescocotadas, reorganizaban la pila y aún se tomaban el tiempo de separar el chilote para que no demorara el ensacado.  El sol se encargaba de extraer toda el agua que le pudiera quedar a las mazorcas y de esa manera perdían muchísimo peso. Recuerdo que había un saco cuyo tamaño estaba entre la saca de azúcar y el saco de harina de trigo. Como de cientocincuenta libras. Era el saco idóneo para el envasado de maíz porque a mi papá le gustaba echarle doscientas mazorcas a cada saco, de modo que cada cinco sacos hubiera una anega. Vale decir, mil mazorcas. Como en otra parte de estas Grandes Nostalgias he descrito el proceso de envasado del maíz y he citado algunas de las interjecciones y palabras empleadas para ello no las repetiré. Excepto decir que en verdad no recuerdo en donde guardábamos en mi casa el maíz cosechado. Prácticamente la pequeña sala de mi casa era el comedor porque la sala como tal fungía de cuarto de desahogo y no "veo" ninguna gran cantidad de maíz por allí. Es verdad que mi papá vendía casi todo el maíz bueno por anegas - me parece que Domingo el Curro compraba algo y es posible que ya Mongo Sijú fuera el comprador de grandes cantidades. Años mas tarde yo mismo le vendería las anegas a sesenta pesos. De modo que es muy posible que en los años que precedieron al 1967 una anega de maíz valiera cincuenta pesos. Que era un buen precio, por cierto. Cuando acabábamos de envasar mi padre le llevaba su maíz a Tíoneno para su cuarto de desahogo y siempre me dejaba montar sobre el saco de alante, sobre la rastra, e incluso me dejaba conducir a los bueyes. El cuarto de desahogo era relativamente grande y estaba montado sobre horcones bajitos tipo rancho de varaentierra. Mas o menos a un metro de la tierra estaba el piso de tablas de palma que llegaba hasta el fondo y estaba cubierto por un techo de guano a dos aguas. A veces los pequeños horcones estaban recubiertos con cilindros de lata para que los guayabitos no pudieran subir. Allí también se guardaban algunos aperos agrícolas relacionados con el cultivo de la caña y con los cultivos tradicionales que a veces se sembraran en otras partes de la finca. Tíoneno descargaba el maíz a granel sobre el tablado y solo dejaba el chilote en sacos. Así que es posible que mi papá guardara, provisionalmente, su maíz en el cuarto de desahogo de su hermano y que solo dejara en casa la parte destinada para semilla, la parte destinada a regalos y el chilote para las gallinas y para los puercos. Como también he hablado extensamente de usos como estos y de como mi hermana y yo participábamos tampoco repetiré las historias. Excepto decir que recuerdo perfectamente - y estoy seguro de que no tendría mas de tres o cuatro años (son las memorias inexplicables, las ceñidas al cerebro como lapa endeleble) - cuando mi mamá se ponía debajo de la parte oriental de la mata de mamey colorado y apoyaba su batea contra el tronco y sobre taburetes y se pasaba horas desgranando maíz sobre ella para los diversos usos que se le fueran a dar. Recuerdo que ella tenía una manera especial de desgranar maíz. Lo hacía frotando una tusa sobre la mazorza nueva y le funcionaba perfectamente. Con su tusa frotadora no había grano de maíz que se resistiera. También he hablado del uso que la dábamos a la paja de maíz pero no creo que haya abundado sobre la tusa de maíz.
La tusa es el vástago entral de la mazorca y tiene un largo como de veinte o veinticinco centímetros. Generalmente es de color blanco pero sus colores pueden variar del rojo vino al azulozo. La tusa argentina es casi roja y ya he dicho que sus granos desgranan casi solos de lo suave que están sobre la tusa. La forma de la tusa - un vástago largo, parejito y redondo - a veces tiene connotación fálica entre los hombres y recuerdo que algunas mujeres evitaban cogerlas de manera explícita. Una tusa tiene varios usos. Sirve para ser usada como leña cuando esta se acaba porque arde con relativa facilidad y aunque muy pronto se vuelve ceniza en verdad resuelve problemas de la cocina. También la usábamos como taco para "jugar pelota". O sea, a veces las tusas son muy duras si ocurre que no están huecas o deterioradas por el agua o el sol. El tronco de la tusa y partes de su centro son muy resistentes y los muchachos lo partíamos en pedazos de unos cuatro centímetros para hacer una "pelota" y jugar "al taco". Como el tronco es mas gordo y mas "cuadrado" pues nos era imposible lanzar "curvas" con él. Sin embargo la parte central - mas estrecha - posibilitaba lanzar curvas  tan tremendas como las de Changa Mederos. El juego de tacos era una de las variantes que usábamos los chicos para practicar la vista y el tacto durante la semana hasta que llegara el juego de verdad de los "grandes" el domingo. Por demás, no había que correr. Y era un juiego en el cada equipo tenía solo "dos peloteros". Tan popular se hizo - debo decir que yo lo haría aún mas popular años después cuando durante el Preuniversitario aprendería otras maneras de hacer los tacos y de marcar los strikes contra las paredes - que hasta los peloteros del equipo Plateros jugaban con nosotros. Jugar taco era muy sencillo. Solo se necesitaba un "bate" de bienvestido seco, un taco de tusa y una pared para lanzar el taco contra ella de manera que - como no había cátcher - la pelota no se fuera muy lejos. También se necesitaba de una cerca imaginaria o real o de cualquier marca que definiera cuando el batazo era un hit o era un honrón. Había dos marcas en el "terreno". Una de ellas señalaba el lugar desde donde cualquier batazo podía sobrepasarlo y eso significaba un hit. Un hit llevaba a un hombre a primera, otro hit lo llevaba a segunda y un tercero impulsaba al hombre de segunda y así sucesivamente. Un jonrón era un jonrón y equivalía a una carrera y como en la pelota de verdad impulsaba a todo el que estuvierra en base. Como el bateador se ponchaba con un solo swing fallado (no había bases por bolas) pues tenía todo el derecho de esperar el lanzamiento que eligiera y eso hacía casi interminable un turno al bate. Por ello ya se había decidido pasar de los tres stikes tradicionales para el ponche con el strike one. Conste que también se jugaba a tres outs. Cuando el juego se hizo un poco aburrido por ese motivo a alguien se le ocurrió marcar un cuadro en la pared (donde debía estar el catcher/home) con  jugo de hierba verde y cada vez que la tusa caía entre los extremos del cuadro era strike. En los inicios el cuadro sirvió para volver a coger bases por bolas (cuatro lanzamientos malos) pero, por suerte, muy pronto se regresó solo al ponche con un strike. Evidentemente el cuadro en la pared fue importado y yo lo perfeccionaría también años después desde los terrenos del Pre de Remedios y desde los de la Escuela al Campo. Las grandes discuciones entre pítcher y bateador relacionadas con el lugar exacto en donde aquel había chocado el lanzaniento demorarían meses en solucionarse. A veces hasta necesitábamos de un ampaya imparcial. Generalmente el ganador de un juego de taco era el que primero anotara diez "carreras". Mi gran compañero en el juego de taco era Mury Cometierra. Mi primo Maurilio, el hijo de La Gata. Y el campo de pelota ideal para nosotros era el patio sur de su casa. El home estaba en la pared norte de la casa de Emilia y Manuel (que después sería la casa de Tite y de Lidya y el cuarto de baño) y el caballete de guano de la casa sería la marca del honrón. Como el box estaba relativamente cerca no se permitía lanzar a toda velocidad pero con las curvas de tirabuzón no había problema. No olvidaré jamás los honrones que conectábamos sobre el techo de guano de la casa, las veces en que el taco se quedaba hundido entre el guano de la cobija ni mucho menos los golpes que daba el taco cuando nuestros batazos golpeaban las paredes de la casa. Entonces era cuando La Gata se levantaba como una fiera si era la hora del reposo, nos insultaba y nos quería matar. Otras veces los fuols hacían que perdiéramos muchos tacos en el potrero del Oeste y en los árboles que rodeaban la casa pero eso no nos interesaba tanto porque teníamos una magnífica provisión de tusas durísimas. Las tusas también podían ser agregadas a la mierda de vaca cuando hacíamos fuego por las noches para espantar a los mosquitos. Y finalmente, las tusas tenían un uso higiénico. Y se lo daban, sobre todo, la gente de la generación de mis padres. La tusa, cuando es desgranada, conserva sus celdas en donde estuvieron los granos. Cuado se despojan de los granos las celdas se van poniendo relativamente débiles y pueden jorobarse con cierta facilidad. Ello hacía que muchos campesinos - sobre todo varones - las usaran como papel higiénico. Limpiarse el culo con una tusa es algo que hizo toda la gente de mi generación.  Y es muy sencillo. Solo pasarla un rato, suavemente, por todo el interior de la nalga hasta que "no quede nada". Funciona muy bien incluso cuando el aseado tiene diarreas. Y como los servicios siempre estaban alejados de las casas pues las tusas perdían cualquier olor que les pudiera quedar con las aguas de lluvia y con el sol. O debajo de la tierra. Porque algunos usuarios hacían como los gatos cuando acababan de cagar. En nuestro caso el primer servicio estuvo debajo de la mata de guásima que había al noroeste de la Poza de Rafael. Por suerte para los cagadores de "puertas afuera" también se podían conseguir hojas de guásima, de plátano, de maloja y de otras plantas que no fueran "tan agresivas". Por supuesto que, además,  se usaba el papel de cartucho de la Tienda o cualquier papel de envolver y cuando caía algún periódido o revista también se aprovechaba. Las mujeres incluían trapos viejos, usaban el tibor y sabian muy bien como "botarlo". En mi caso cuando no tenía corcho para ponerle a la pita de pescar usaba un pedazo de tusa un poco mas pequeño que un taco.
La cosecha de maíz de agua acababa poco tiempo antes de que hubiera que comenzar a preparar la tierra para la siembra de frijoles. Mi padre comenzaba por soltar a todos los puercos y a la puerca madre y amarraba a los bueyes en el terreno para que fueran comiéndose toda la hierba verde que quedara y para que fueran desbaratando el resto de las matas de maíz. Muy pronto el terreno quedaba aplastado y entonces  le pasaba la grada y amontonaba el resto de las matas de maíz y las quemaba y  recomenzaba con la rutina de los yerros urgentes buscando tener el terreno listo para la primera semana de septiembre. Detrás de los surcos las garzas blancas me recordaban que la próxima temporada de palomas no estaba para nada al doblar de la esquina. Entretanto las aves de corral se alimentaban como ellas querían, el puerco de ceba se daba banquete en el corral  o en el bienvestido donde estaba atado por una de sus patas  y  en donde esperaba por el cuchillo infalible de Pedro Gcéndez y los gorgojos del maíz hacían malabares para ver como podían cernir al grano ya que los frijoes estaban a buen resguardo. El sol de Agosto rajaba las piedras. Pero yo trataba de rajar al sol entre las palmas del Río y sus depósitos de biajacas en el fondo de sus troncos sagrados.

Anexo. 1.
La cosecha del maíz de frío.

Con bastante frecuencia Los Hermanos decidían sembrar maíz dentro de los frijoles de frío. Porque el maíz "partía" muy bien durante la época de finales de año.  Para ello solo había que seguir ciertas reglas no escritas. Primero: se sembraba cada cuarto surcos (en ocasiones podía hacerse cada tercero). Segundo; los plantones tenían que estar separados por mas de un metro. Esto se hacía no por el maíz sino por los frijoles. Menos maíz sembrado y con mayor separación no afectaba tanto el normal desarrollo de los frijoles y podía asegurarse una cosecha agregada a la cosecha de Abril o Mayo. Evidentemente las matas de maíz se desarrollaban como palos de ceiba y sus mazorcas parecían botellas de luz brillante. Un maízal dentro de un frijolal no es impedimento ni para la guataquea ni para la cosecha. Excepto que durante la recogida del frijol muchas de las guías se enredan en el tronco de las matas de maíz y es necesario hacer un ezfuercito extra para arrancarlas de ellas. Mas o menos un mes y medio después de haber cosechado los frijoles el maíz estaba seco y se comenzaba su propia cosecha. El sistema de recogida era idéntico al del maízal de agua solo que esta vez la temporada de palomas se reduce todavía mas. Excepto si ese año Los Hermanos optaban por no sembrar maíz de agua. Pero una cosa sí que era cierta. El maíz de frío rendia menos por los motivos expuestos. Pero las mazorcas que parían algunas matas eran muy superiores en tamaño y calidad. El maíz es una siembra de Mayo. Pero, cuidado, no hay que exagerar. Era una verdadera lástima que no se pudiera sembrar frijoles en Abril o Mayo para dejar la temporada oficial de maíz para la primera semana de septiembre. Pero ya lo dije. Se trata de las reglas no escritas.

Anexo. 2.

El pescador.

La siguiente anécdota fue confirmada por más de un testigo y el protagonista nunca la desmintió. Porque el testigo principal se dejó ver. De todas formas pudiera dársele al acusado el beneficio de la duda.  Adolfina la Bella criaba unas manás de guanajos fantásticas. Los guanajos recorrían toda la finca y a veces se desplazaban fuera de ella. Comer detrás de la cerca que separaba la finca de Pablo de la de Cándido Perdomo era una manía que tenía el gran lote de guanajos. Pero la posibilidad de que los guanajos se metieran al campo de caña de Perdomo era casi nula. Excepto si una mente brillante tratara de inducirlos. Por aquellos años alguien de mi familia materna se casó en segundas nupcias con un hombre de Caibarién que era el puro retrato de Mahatma Gandhi. Muy pronto yo me enteraría de que el hombre había viajado por medio mundo ejerciendo su oficio de domador de fieras en algunos de los mejores circos de los Estados Unidos. En algún momento tuve acceso a sus historias fabulosas. Cuando le vi de cerca pude comprobar lo que decían los demás familiares y vecinos. Mahatma estaba hecho talco. Era un verdadero etcétera. Todos los dedos de sus manos estaban atrofiados y algunos eran muñones. Había cicatrices por doquiera hasta sus hombros. Incluso me enseñó parte de sus extremidades que también estaban muy lastimadas con  marcas espantosas. Fue en California, los leones casi me comen vivo - me dijo -, me salvé de milagro. Sus historias me hubieran parecido inventadas de no ser por lo que me acababa de mostrar. Su mujer y algunos amigos no tenían la menor duda de que el hombre hablaba en serio. Lo que no quiere decir que ni uno solo de ellos lo hubiera disfrutado jamás debajo de una carpa látigo en mano. El exdomador tenía fama de ser una excelente persona. Comedido, educado, de pocas palabras y muy servicial. Casi todos los días venía por Plateros para "forrajear" y generalmente conseguía cosas de comer de todo tipo. Las compraba, las cambiaba o se las regalaban. Nos visitaba con mucha frecuencia y a veces lo hacía con mi parienta y con la hija de ella que estaba criando. Mi parienta estaba encantada con su nuevo esposo y su hija alucinaba con su padrastro. En realidad había caído muy bien en toda la familia y los guajiros lo respetaban. Aunque mi padre simpatizaba con él a veces le miraba con cierta socarronería que yo interpretaba como "mira que eres alcahuete, viejo". Hasta que un buen día Adolfina la de Pablo comienza a darse cuenta de que le están "faltando guanajos". Pocos días después habían desaparecido los mejores pichones y la señora comenzó a volverse loca. Se comentaba de que posiblemente se tratara de un hurón asesino, tal vez de un perro jíbaro o de que algún moquillo de temporada los estuviera matando. Por desgracia tampoco se encontaban los cadáveres si ese fuera el caso. En una zona en donde siempre habían vivido ladrones de alta intencidad pues también fueron incluidos en las pesquizas. Adolfina estaba pensando en trancar a los guanajos que le quedaban en un pollero de yayas cuando un vecino se detuvo a conversar con el exdomador de circo que estaba sentado en la parte superior de la cuneta, entre la hierba, frente al cañaveral de Cándido Perdomo. El vecino se desmontó tratando de lograr una nueva historia circense y se sentó a su lado. El exdomador comenzó a mover sus manos de una manera extraña y cruzó sus piernas mientras trataba de controlar su nerviosismo evidente. El hombre del circo no pudo evitar que el vecino viera una larga pita de nylon que salía por debajo de las patas de sus pantalones. La pita se tendía sobre las hierbas de la cuneta de la carretera y se metía en el cañaveral. Por suerte para el artista la guagua de Morón asomó por la curva de Alfredo Navarro y,  poniéndose de pie, dijo que se iba para Caibarién. Allí no había Parada de Omnibus pero la guagua igual se detuvo y lo montó. El vecino siguió la ruta de la pita. Estaba metida como tres metros dentro del cañaveral y el anzuelo tenía un nuevo tipo de carnada que él jamás había visto. Dos granos de maíz. Mas allá de la trampa macabra una hilera de granos llegaba como hasta los dos metros y entonces doblaba y solo se detenía en la misma cerca en donde los guanajos acostumbraban comer hasta que el ex domador les había hecho cambiar sus costumbres. El esposo de mi parienta no regresó jamás por los alrededores del Río. Y por supuesto, el resto de los guanajos fue liberado de su encierro fortuito y la próxima maná pudo campear por su respeto.
Nota.
Estoy seguro que esta anécdota es posterior a 1967. Pero consideré que valía la pena contarla como excepción.

Enemigos del maíz y de los frijoles.

Aunque las siembras se realizaban en los meses en que las lluvias eran "seguras" y en que las semanas "secas" también lo eran había años en que la excepción de la regla "casi escrita" podía dar una sorpresa desagradable. Una sequía desocasional en tiempo de floración del frijol podía hacer bajar la producción de cajetas y por ende el resultado final de la cosecha. Una semana de lluvias imparables durante el mismo período podía tumbar una gran por ciento de las flores y además podía "emborrachar" a los frijoles que crecieran en la última emberga, la que lindaba con el potrero de Pablo Gocéndez. Por suerte se trataba del único pedazo "bajo" que tenía el campo de frijoles. Nuestras tierras eran tierras "altas" y por tanto el agua apenas podía hacer daño real como no fuera en los casos que cito. Con el maíz ocurría exactamente lo mismo e incluso en el terreno bajo las matas se quedaban fuñidas y pálidas si el agua caía con fuerza de diluvio y la única esperanza era coger algún chilote para no quedarse sin nada. Pero los huracanes sí que eran enemigos peligrosísimos. La temporada de huracaes terminaba en Octubre y a veces se extendía hasta Noviembre. Eran los meses en que el frijol y el maíz se estaban estirando definitivamente. El agua huracanada llegaba con el viento del ciclón y revolcaba a las plantas de frijol, les arrancaba gran parte de sus flores y las matas tenían que esperar a que el animal se fuera para tratar de enderezarse y de salvar parte de su parición. Por suerte un ciclón - de la intensidad que fuera - no podía arrancar ni una mata de maíz. Ellas aguantaban y lograban capear el temporal. El maíz sufría un poco más porque eran plantas muy altas y el viento fuerte las tumbaba con mucha facilidad. Solo que el maíz tiene raíces a flor de tierra e incluso una parte de ellas están fuera de la tierra. De modo que el viento, antes de partir la mata (que puede hacerlo también) lo que hace es tumbarla contra las otras y en ese caso solo las vira y cuando el ciclón pasa se las arregla para levantarse de nuevo y seguir como si nada hubiera ocurrido. En cualquier caso es un enemigo al que todos los campesinos le temen sobremanera. A veces se caen algunas palmas, muchísimas pencas (también de coco) y cuando ello ocurre entonces sí que la mata se parte y detiene su crecimiento y parición. Solo cuando el maíz está tierno y los frijoles están empezando a negrear es posible aprovecharlos después que pasa un ciclón. Yo tenía siete años y dos meses en Octubre de 1963 cuando el ciclón Flora arrazó con la provincia  de Oriente y después afectó a todo el territorio nacional. Lo recuerdo perfectamente. Los frijoles solo tenían un mes y aguantaron el vendabal y lograron empinarse cuando el monstruo pasó. En Octubre de ese año nació Florita, la hija mayor de Tite y de Lydia, y la mejor compañera de juegos de mi hermana. Florita fue bautizada Flora debido al huracán. Su segundo nombre es Ondina debido a que nació debajo "del fin del mundo" en la ONDI de Yaguajay. Casi siempre fui testigo de los revolcones que cogían nuestras siembras cuando un ciclón nos pasaba cerca o nos azotaba directamente. Cuando mi papá me dejaba me paraba en la puerta del comedor o de la sala para verlo azotar el cocal (la mata de la esquina del cuarto matrimonial casi que tocaba el techo cuando se doblaba) y el palmar, cagado de miedo, pero a la vez tranquilo porque él me decía cada vez que le preguntaba papi, tú tienes miedo "calladito, yo no tego miedo". Casi siempre mi mamá y mi hermana se iban para la Escuela o para las casas de la familia en la orilla de la carretera por las noches porque el Gobierno se los exigía como medida de precaución. Mi papá y yo éramos porfiados y casi nunca nos íbamos como no fiuera  a "dar una vuelta para ver como estaba la gente".  La porfiadera de mi padre también incluía ser rebelde ante las disposiciones de los comunistas. Ser porfiado ante situaciones extremas es otra de las cosas que heredé. Recuerdo que muchos campesino, mientras miraban como el tiempo se ponía "embembao" y sabían que el ciclón "estaba ahí mismo", exclamaban "este hijoeputa nos va a joder el "mai". Decian "mai", sin el acento de la "i" y sin la zeta. Como si fuera una palabra china. Mi papá tambien lo hacía a veces.


Sweetwater, Miami, Florida.
Usa,
Luis Eme González.
















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