Saturday, March 7, 2020

Juego de niños y maniobras militares.-

Tomado de Grandes Nostalgias.


La casa de la Tía Celia - que también era la casa de Pepe Siverio - era, posiblemente, la casa que mas cerca estuviera de la carretera de Caibarién a Yaguajay. Incluso, mas cerca, que la de Lala Rivero en Yaguey. Ya he dicho por ahí que la "nueva" casa de Tíacelia había sido cortesía de la Compañía de Mendoza que era la Compañía que había ganado la licitación para construir la carretera a finales de los años cincuenta del siglo XX. Varias casas campesinas estaban en el camino de la Vía y como en todas partes del mundo, las autoridades competentes están obligadas a indemnizar a sus dueños en caso de que las carreteras no puedan desviarse y tengan que pasar por donde están las residencias. Indemnizar casi siempre equivale a un cheque que permita a los perjudicados adquirir los materiales para que construyan otra casa en terrenos libres. Si el terreno libre es parte de la finca familiar, enhorabuena. En 1959 ya habían nacido todos los hijos del isleño Pepe Siverio y de Tíacelia. La primera casa estaba en la porción occidental de la Finca del Abuelo Manuel, muy cerca de la Casona Familiar. Y debió haber sido otra de las típicas casas campesinas que construían las nuevas parejas para iniciar su vida de casados. Posiblemente la casa estuviera en el mismo camino que le estaba haciendo competencia al Camino Real que pasaba al norte de la Finca, en el alero del "segundo monte" o muy cerca. El caso es que la Compañía de Mendoza no tuvo mas alternativas que conversar con Pepesiverio y esposa para saber que era lo que deseaban. Pepesiverio era un isleño versado y no tuvo que pensarlo dos veces. Era un carpintero de excelencia y tenía trabajo asegurado todo el año en la Sierra de Cándido Perdomo y sus servicios profesionales no tenían parangón en los anales carpenteriles de los alrededores. No había una sola casa o familia que no tuviera algún objeto "made in pepe" en varios kilómetros a la redonda. De modo que Pepesiverio dijo "entréguenme los materiales que yo mismo me hago la casa". Y fue así que en pocos meses el viejo isleño construyó una casa perfecta y bellísima unos metros mas al sur de donde había estado la primera casa campesina por donde pasaría la flamante carretera Caibarién / Yaguajay.  Al nuevo tipo de vivienda se le llamaba "casa de tejas y piso de cemento" y llegó para poner un toque de distinción a un paisaje campestre en donde imperaba la típica casa con techo de guano, paredes de tablas de palma y piso de tierra. Años después yo me daría cuenta de que las nuevas residencias tenían elementos de la arquitectura californiana - importados por los dueños americanos de los centrales azucareros - y de que casas similares serían erigidas por  gente acomodada cuando la Compañía de Mendoza no tuvo que hacer mas erogaciones en relación con los "bajareques que estaban metidos en su maldito camino". También me daría cuenta de que otras pocas residencias - muy parecidas - habían aparecido a lo largo de la Vía por motivos similares. A todos nos gustaba mucho la casa de Tíacelia. Había dos caminos para bajar hacia ella desde la carretera. Si veníamos de Occidente lo hacíamos por la gran ranfla en donde comenzaba la guardarralla que dividía las fincas de los Hermanos Isleños y que llegaba hasta la Loma, pegada a la casa de Belillo. Donde las cercas se juntaban había una puerta amplia de potrero y desde allí un camino breve llegaba hasta el portal de la casa de Pepe. Ya he dicho que en una de las madres de esa puerta era en donde se detenía Tíobura a meditar y en cuyo subsuelo el famoso curandero que sugirió Llille Lara encontró la botija que contenía el tenebroso daño que lo había convertido en un vegetal. El camino terminaba debajo de la mata de ateje, de modo que teníamos que entrar al portal por el Poniente. Cuando veníamos desde el Este - generalmente de la Escuela o de la Tienda de Juanito - bajábamos por un trillo angosto, pasábamos sobre la hierba de la cuneta y después de vencer al jardín entrábamos a la casa por el centro del portal en donde estaba unos de los tres puntales que soportaba al techo. También he dicho que para el momento en que mi memoria comienza a hacerse relativamente efectiva es cuando el Gobierno Revolucionario le arrebata a la Compañía de Mendoza la conclusión de la Vía y casi que la pone a trabajar como a un ente asalariado más de las autoridades intervencionistas. Por sus basamentos de alta categoría ingenieril y por la manera profesional en que sorteó ríos y riachuelos y venció a los sumideros casi costeños la carretera de Caibarién a Yaguajay - 34 kilómetros - está considerada una de las mejores estructuras civiles construídas durante la Cuba Prerevolucionaria.
Mirada desde la Carretera la casa de Tía Celia era un techo  de tejas francesas inclinado (mediagua) cayendo sobre un portal apoyado en tres puntales con capiteles de copa amplia sobre piso de cemento y una pared de tablas aserradas con dos ventanas y una puerta central. Había un pequeño cuadrado de cemento antes de llegar al portal que hacía el papel de escalón. Un poste alto de madera en la cuneta interrumpía un tanto la visión. Se trataba de un poste que soportaba la cablería del teléfono y de la electricidad. Recuerdo sus aislantes de porcelana, al ruido monótono de las comunicaciones y a los pájaros posados en los alambres. A la derecha la mata de ateje y detrás del ateje una edificación rústica que era la carpintería de Pepe. Si decidíamos llevar la vista hasta el fondo del solar que correspondía a toda la casa podíamos ver el servicio al fondo derecho, una mata de guayaba y un pequeño maniguazo que se enredaba en la cerca del potrero de Abuela Keta. Si la mirada nacía en la casa de la Abuela la Casa de Tíacelia era una larga pared con cuatro ventanas, la otra mitad del techo de tejas francesas y una cornisa desde la que caía el otro tejado sobre el resto de las habitaciones. Desde la tercera habitación hasta el fondo del solar había tres matas de naranja blanca y la continuación oriental del maniguazo. Después de la segunda mata de naranjas había un caminito estrecho que llevaba hasta la cerca y entraba al guayabal de la Abuela (había que pasar entre los pelos de alambre) y continuaba serpenteando debajo de las matas de guayaba hasta desembocar en la puerta sur de la casa de Keta. Sin embargo el camino principal que conducía a la casa de la Abuela pasaba por el norte. Salía desde el oriente del portal, llegaba hasta la cerca - en donde ahora sí había una puerta con asa de alambre - y se tendía sobre el potrero al norte del guayabal y penetraba en casa de la Abuela por la sección occidental del portal. Mirada desde el occidente la Casa de Tíacelia era una pared con dos ventanas debajo de la segunda agua del techo y un pasillo en L que nacía al final de la segunda habitación, doblaba debajo de la canal metálica y se extendía hasta el fondo de la casa. Creo que en algún lado de este pasillo - o tal vez en algún sitio del portal - había un clásico "limpiapiés" campesino. Vale decir un par de pequeños postes de madera clavados en el suelo y sobre ellos un machete viejo, sembrado, con el lomo hacia arriba en donde quienes llegaban con los zapatos sucios se quitaban la tierra (generalmente el fango posterior a la lluvia) pasando por allí la suela de los zapatos. El techo del pasillo descansaba sobre cuatro puntales con capiteles idénticos a los del portal. Donde el pasillo hacía su angulo de noventa grados había un tanque de cincuenta y cinco galones (patio sur franco) para recoger el agua de lluvia que caía desde la canal metálica. La casa tenía una sala, una saleta y cuatro habitaciones. Buceando en mi memoria - repito - encuentro que para entonces Pepito (el hijo mayor) vivía y trabajaba en La Habana y que Pepe Siverio moriría muy pronto. Tíacelia compartía el cuarto matrimonial con Luis Enrique y Milagros compartía el segundo cuarto con Imeldo. Después estaba el comedor y la cuarta habitación, mas pequeña, en donde había una especie de cuarto de desahogo y parte de la carpintería de Pepe. Tal vez esta habitación también fuera dormitorio cuando Pepito aún no se había ido para La Habana. Recuerdo que yo fastidiaba a mi papá cuando le decía que la Tíacelia también vivía "marginada" en otra especie de Camino Real porque toda la parte occidental de la cerca del potrero separaba a su casa del resto de la finca. El Viejo nunca me respondía pero siempre pensé que pensaba "con esa casa de millonarios ellos son los que nos tienen marginados". Conste que también la cerca occidental oficial comenzaba en la madre de la puerta. De modo que la casa de Tía Celia estaba fuera de la finca. Completamente cercada. Mi padre y yo sabíamos que estábamos bromeando con el "encierro" de su hermana y familia.
En algún lado he dicho que los primos y amigos se juntaban en casa de Pepesiverio para jugar. Como yo era mas pequeño que todos generalmente llegaba para mirarlos jugar mientras esperaba mi turno de alcanzarlos. Había juegos que se convirtieron en juegos clásicos. Digamos el juego de balines en el patio occidental, debajo de la mata de ateje. El juego de tirarse rollings con una pelota de beisbol en la Guardarralla de Miguel y competir para ganar al que mas errores "defensivos" cometiera. Allí fue donde - cuando crecí - aprendí a capturar las primeras pelotas tiradas hacia mi guante. E incluso a veces lograba ganarle al zurdo Tico, el  gigantón novio de Milagros, que era el que menos perdía. Había otra manera de divertirse pero no creo que pudiera llamarse "juego". Se trataba de un alarde de habilidad y otro tanto de cojones bien puestos. Una hamaca de soga colgaba del gajo sur de la mata de ateje. Alguien comenzaba a mecer la hamaca cuando el niño que estaba montado había completado todas sus autoposibilidades de mecimiento. Entonces el objetivo era llegar a un gajo que daba para el oeste de la mata, soltarse de las dos bandas de la soga de la hamaca y sujetarse, con los pies colgando al vacío, hasta que la hamaca pendulara y lo alcanzara de nuevo y entonces había que soltarse del gajo y sujetarse de las sogas de la hamaca en fracciones de segundo. A veces los muchachos se caían pero no pasaba nada mas allá de que el gajo no estuviera tan cerca del suelo. Los padres siempre estaban alertando del peligro que conllevaba "ese jueguito" pero siempre perdieron la pelea contra la precocidad atrevida de sus hijos. La mata de ateje también era famosa por otros motivos. En temporada de parición sus millones de frutos rojos eran consumidos por las galinas - de las tres casas de familia - que entonces ponían sus huevos con una yema tan roja que en verdad eran una soberana delicia. Recuerdo que nos subíamos a la mata cuando los tíos nos lo pedían y sacudíamos los gajos con mucha fuerza y veíamos la gran lluvia de bolitas rojas cayendo sobre la tierra enrojecida mientras las gallinas se hartaban hasta el empalagamiento. Cuando no estábamos los niños los mayores cogían una vara de madera y golpeaban los gajos. En uno de sus esos gajos fue que mi padre, cansado de los dolores que le provocaba una muela y decidiendo no ir a la casa del dentista de la familia Manolo Caraballo en Caibarién,  ató una cabulla de alambre fino por una punta y se ató la muela mortificante con la otra y dio un tirón. Milagros me contaba, entre la sonrisa y el asombro, que aquella muela pendulaba de la cabulla como si fuera "un niño sietemesino que jugara a los juegos de los niños grandes". Y agregaba que "Rafael no había echado ni una gotica de sangre". Milagros estaba casi segura de que mi papá había amarrado la cabulla del gajo en donde colgaba la "hamaca de los peligros". Otras veces los muchachos nos subíamos a la mata simplemente para conversar. Los mas pequeños seguíamos esperando. Porque entre el follaje también se hablaba de las nuevas bondades de la pubertad.
Siempre he pensado que los portales de las casas semicalifornianas se construían solo para "bonito". Tal vez para evitar que el agua pudriera la pared frontal de la casa. O que le diera menos el sol. El caso es que los portales se usaban muy poco. Y cuando se usaban era durante el día. Entonces se sacaba algún taburete de la mesa del comedor, se traía algún banco de madera o la gente se sentaba sobre el piso de cemento o en las orillas donde había la posibilidad de apollar los pies en la tierra. Recuerdo que Milagros había preparado una escena de misterio para cuando los primos y amigos mas pequeños estuviéramos cogiendo fresco en el portal. De pronto escuchábamos un ruido salido de ciertos golpes en algún lugar de la casa. Ella comenzaba asombrándose, preocupada, y nos mandaba hacer silencio con su dedo índice sobre los labios y haciendo pssss psss. Hasta que se repetía el misterioso ruido. Nunca sabríamos el motivo ni el sitio de donde salía el dichoso ruido y ella siempre nos dejaba con la impresión de que podía ser una bruja o algo que "salía" en la casa. Muy pronto se nos quitaría el miedo. Pero tuvieron que pasar años hasta que comprendiéramos del todo su puesta en escena.
Ya se sabe que el isleño Pepe Siverio era el mejor carpintero que vivió jamás en Plateros. Pepe, además, era un hombre culto. De modo que no es de extrañar que sus hijos - Siverio primero y Ferrer de cuarto apellido - salieran tan "diferentes". Buenas personas, decentes y muy disciplinados. Cuando Pepe muere alrededor de 1965 ya Pepito estaba trabajando en La Habana hacia donde - como tantos - se había lanzado a buscar fortuna. A partir de entonces Pepito se echó a la familia sobre sus hombros. Les mandaba dinero y venía frecuentemente. Pepito era un gran buscavidas y de paso era un "bicho cubano" que sabía hacer muy bien las cosas. Que se las sabía todas. Un buen día decidió llevarse a la familia para La Habana. Recuerdo que una vez vino con su elegante novia Gladys y que hicieron una gran fiesta en el patio occidental de la casa. Recuerdo la mesa servida debajo de la mata de ateje y recuerdo los grandes melones partidos en dos tapas que le había regalado Domingo el Isleño (padre adoptivo de Tico). La fiesta fue notable. Pero fue mas bien una fiesta íntima. Lo que no evitó que algunas lenguas de la propia familia la consideraran "una fiesta de ricos" sin invitados "pobres". En otra ocasión yo llegué temprano en la mañana a la casa y la puerta de la saleta estaba abierta y había como tres muchachos levantándose de colchones tirados en el piso. No los conocía pero dos de ellos tenían pinta Ferrer. Se trataba del hermano de Pedro Luis Ferrer, Frank, del primo Raulito Ferrer y de un amigo de Pepe que los había acompañado. Y no sé por qué desde esa mañana sentí que me encantaba la manera informal de llegar a algún sitio y pasarla de la manera menos ortodoxa posible. Con desenfado. Por cierto, Pepito era quien nos traía, desde la capital, gran parte de los guantes, de los bates y de las pelotas con que jugábamos a tirarnos rollings en la Guardarralla de Miguel o a echar partidos en el potrero de mi Tío Nene bajo las órdenes de mi primo Raúl. Raúl era uno de los mejores amigos que tenía Pepito. Uno de los que también había estado viviendo y trabajando en La Habana hasta que decidió regresar. Primero Pepito se llevó a Luis Enrique. Después le tocó el turno  a Imeldo. Y finalmente - cuando Milagros y Tico decidieron poner fin a su eterna relación sentimental - terminó llevándose a las dos. Atesoro algunos recuerdos especiales de la vida diaria en la casa de Tía Celia. Generalmente la casa no era muy visitada por las noches como sí lo era la casa de Pablo Gocéndez. Angel "Tico" González, el novio de Milagros, era uno de los habituales. Tico visitaba a mi prima los domingos cuando no había juego de pelota y se sentaban en las dos butacas de mecederas que había contra la pared oeste de la casa. Eran de cedro con fondo y espaldar de pajilla. Formaban parte de los muebles de la sala que incluían dos butacas fijas y un sofá construidos con los mismos materiales y que evidentemente había hecho Pepe Siverio.  Tico se iba de la visita en el fondo de la tarde y regresaba sobre las ocho de la noche. Antes de yo atreverme a visitar solo la casa de Tíacelia por la noche lo hacía con alguno de los muchachos de Maikel que fueran "hacia la carretera" o con su hermano Pedrón y casi siempre jugábamos a la Machuca (con barajas), a la Lotería, al Parchís, a las Damas o al "novedoso" juego de Monopolio en la mesa de la saleta. De fondo escuchábamos el adorable programa musical Nocturno - que conducía magistralmente Juan Ramón González Ramos - en la radio de batería que había detrás del medio punto sobre una mesita elevada o el juego de pelota de turno. Jamás se me han olvidado algunos los nombres ilustres de los peloteros de los equipo Las Villas y Azucareros de entonces. Por citar algunos: Lázaro Pérez, Silvio Montejo, Emilio Madrazo y Enrique Oduardo de Caibarién. Otros como Antonio Muñoz, Juan Canillita Díaz, Diego Silé, Oscar Piedra y Carlos Gálvez. Todos en el barrio comentaban el "profundo sacrificio" que tenía que hacer de mi Tía Celia cada domingo durante la visita del novio. Eternamente sentada en la sala,  muy sola y aburrida, velando desde lejos un noviazgo "mayor" que no tenía para cuando terminar. Recuerdo que los muchachos pasábamos por delante de la sala sin mirar para dentro en donde los novios estarían haciendo cosas de novios.  Tico fue uno de mis grandes amigos. Milagros sigue siendo una de las primas favoritas. No conozco a nadie que sepa en realidad por qué fue que jamás se casaron. Mucho menos el motivo que los llevaría - y a toda la familia - a mantener una amistad sin mácula que perduró hasta que Tico falleció. Todos en la familia eran fanáticos de la sopa de pollo. Los recuerdo con su plato de fondo profundo lleno de fideos amarillos y de postas de plumífero y cada quien con su tapa de limón maduro vertiendo el jugo sobre la sopa. A veces yo pensaba - a mí no me gustaba la sopa - que comían tanta sopa porque "no tenían otra comida que llevarse a la boca". Y lo asociaba al hecho de que la gente de Pepe "no eran gente de trabajar la tierra". La familia vivía de lo que ganaba Pepe en su carpintería y en la sierra de Cándido y después con lo que enviaba Pepito desde La Habana. De modo que Tía Celia también debía de ser dueña de parte de la finca. Solo que nadie de su gente la trabajaba. Creo que tenían una vaca en el potrero que mi papá ordeñaba. Lo que sí es muy real y que tampoco nunca he olvidado es el hecho de que mi padre - siempre que terminaba determinada cosecha - le llevaba de regalo una magnífica porción de lo cosechado. Tía Celia era otra de las mujeres de la familia que algunas tardes se embullaban y se iban a "casa de la Niña". Acompañada por Cuka la Isleña, Yeya la de Tíoneno y muchas veces por Ana la de Eliseo que, por cierto, siempre le decía Paulina. Me gustaba mucho verlas llegar y sentarse a conversar y enseguida preguntar a mi madre "si ya estaba la lata montada". La hiperfamosa lata de sambumbia de mi mamá. En temporada de aguacate, de mamey colorado, de chirimolla o de maíz tierno las mujeres siempre se iban con las manos llenas. Recuerdo que también casi siempre se llevaban algunos cocos secos para hacer dulce y que jamás dejaban de mandarnos las correspondientes torticas hechas con azúcar negra. Aunque Tía Estela era la gran proveedora de atol para mi mamá, también las mujeres que se llevaban sus hermosas mazorcas podían mandarle un jarro repleto de atol. La pasión de mi mamá por el atol de maíz tierno era tan famosa como su emblemática sambumbia. La visita de las mujeres casi siempre incluía a la casa de María la de Miguel. Mis recuerdos de Pepe Siverio son muy reales pero lamentablemente también son  relativamente dispersos. Era un isleño de pequeña estatura y relativamente flaco. Muy serio y muy servicial. Tenía manos de dedos largos y antebrazos normales. Diestro. Recuerdo a Pepe haciendo sus magníficos trabajos en su carpintería y a los hijos ayudándolo y mas tarde imitándolo. Los tres saldrían carpinteros excelentes y siempre les decía que era una verdadera lástima que no se hubieran dedicado a tan digna profesión. Lo que mas recuerdo del interior de la carpintería era el olor. Siempre un olor a cedro fresco. Y aquellos tirabuzones de madera rojiza que caían, eternamente, desde debajo del cepillo, contra el piso de tierra. Virutas, les llamaba Pepe.  A veces Pepe se sentaba en la saleta, al lado de la puerta que daba al pasillo y cruzaba un pie sobre la rodilla del otro. Puedo verlo con una camisa manguilarga de cuadros y un sombrerito gris de badana y ala delantera caída sobre la frente, como los sombreros que usaban los mafiosos en las películas americanas. Pepe se sentaba allí porque posiblemente le gustara mirar hacia su sitio de trabajo, hacia el cañaveral de su amigo Gaby y hacia la guardarralla que llegaba, por entre las fincas, hasta la Loma. Pero hay del muchacho que cruzara por delante de su pies cruzado. Nada podría salvarlo de la "patá por el culo". Algo que siempre me recordaba un gesto idéntico de Gaby. Ya he dicho por ahí que Pepe y mi abuela Prudencia se enfermeron de cáncer terminal mas o o menos por la misma época. 1965 o tal vez 1966.  Y que mi abuela siempre preguntaba por él y terminaba lamentándose de "eso que le había caído a una persona tan buena". Recuerdo a Luis Enrique, desolado, recostado contra el puntal occidental del pasillo posterior, después de que la familia regresó del Cementerio de Caibarién. Sentí mucha lástima por él pero no pude decirle nada. Pepe Siverio era mucho mayor que mi Tía Celia y todo el mundo decía que Luis Enrique era "su vivo retrato". Creo que solo recuerdo dos fotos de Pepe. Una en donde está de pie, vestido de la misma manera en que lo veo listo para dar el puntapié en el culo de los muchachos y otra de perfil, muy joven, tamaño carnet, sepia, en donde tiene el pelo peinado como los jóvenes de hoy - rabajado en los laterales y con una mata de pelo levantada, engominada y rebeldemente organizada. Está muy serio y no aparenta mas de veinte años. Esa es la foto de la que Luis "es cagado". En honor a la verdad nunca pude encontrarle el parecido. Luis Enrique tiene casi setenta años, le vi hace poco en su casa de La Habana y volví a recordar la foto de su padre. Estuve a punto de pedir que me la enseñaran porque sé que la conservan. Lamentablemente sigo sin encontrarle el parecido. Mas allá de que en todo lo demás el hijo parece ser "su clon". Si tuviera que elegir el gen predominante en mis primos Siverio González diría que Pepito e Imeldo eran González, que Milagros es Ferrer pura y que Luis Enrique es un ejemplar tan organizado y con tanta disciplina y ecuanimidad que el parecido físico con sus padres siempre ha quedado en un segundo plano. Mi papá tenía la manía de joder con algunos sobrinos y con algunos muchachos del barrio. Recuerdo que cuando lo fastidiaban se agachaba y simulaba coger un palo o una piedra y amenazaba con tirárselos por la cabeza. Cuando Imeldo se dio cuenta de que nunca lanzaba el objeto comenzó a burlarse de él al ritmo de Rafael "amaga y no tira". Todos los hijos de Tía Celia lo veneraban. Creo haber dicho que Pepito me dijo una vez en La Habana que "tenía un cuaderno escrito sobre las cosas de mi papá" llamado Mi Tío Rafael y he dicho, además, que nunca he tenido valor para preguntar por él. La familia es magnífica pero es tremendamente hermética. Cuántas cosas habrá ahí que desconozco. Pepe Siverio tenía una pequeña colección de revistas norteamericanas. Algunas redactadas en inglés. Muy pronto quedé fascinado por la revista Selecciones del Readers Digest. Que estaba en español. Literalmente me "comí" todas las revistas de Pepe. Después me caerían algunos otros ejemplares de Selecciones que coleccionaban Tico y Raúl. Creo que había algunos del año sesenta, probabemente el año en que dejaron de llegar  a Cuba. Todavía yo no podía apreciar la gran literatura condensada que se hacía en la famosa revista americana. Ni mucho menos valorar los comerciales ni el fino humor seleccionado que contenía. Pero yo devoraba de punta a cabo toda la publicación y disfrutaba como un loco lo que yo pensaba era el summun de todas las publicaciones. Imeldo y Luis Enrique también las habían hojeado. Pero ellos eran mas selectivos. Se interesaban por temas puntuales. Digamos, por los automóviles. Los "carros americanos". Porque Selecciones traía ilustraciones y fotos magníficas de los autos que salían cada año al mercado. Recuerdo que a veces eran presentados por los hombres de los Dealers y que otras eran mostrados al lado de adorables mujeres americanas. Lo mas interesante era que muchos de aquellos autos los veíamos pasar todos los días por la carretera y los veíamos circulando en Yaguajay y en Caibarién. Llegó un momento en que nos conocíamos cada marca de carro desde que Henry Ford comenzó la producción en serie. Y podíamos identificarlos sin ninguna dificultad. Lo hacíamos desde el portal. Y ello era un "trabajo" especialísimo de Luis Manuel, de Imeldo y de Luis Enrique. A veces se nos unía Tico. Pero con él no valía. Porque él era mas viejo. Y entonces a alguno de mis dos primos se le ocurrió jugar al juego del "paso de los carros". Corrían tiempos en que no había escacez de combustible porque ya la URSS estaba abasteciendo al país a traves de un grifo "rojo" indetenible. Si bien las "máquinas" americanas continuaban llenando las carreteras cubanas muy pronto serían los camiones y los yipis "rusos" los que se llevarían el gato al agua. Las magníficas y nuevas relaciones con el "campo socialista" hicieron que también llegaran camiones de otras partes del área "antimperialista". De esa manera muy pronto conoceríamos a los camiones Gazz (gacitos), Zil, KP3, Skoda checos y un camión chino de pésimo diseño cuya marca no recuerdo. Entonces existía mucha actividad agrícola privada en toda la Región de Caibarién, cierta infraestructura industrial en la ciudad cabecera y sobre toda una fortísima industria azucarera esparcida por todo el territorio. La carretera hizo posible que todo el mundo viajara fácilmente a las ciudades y de esa manera el transporte de pasajeros se disparó. Había un tráfico permanente entre Yaguajay y Caibarién. Los ómnibus que nacían en Caibarién - las populares "Camberras" de GMC - llegaban hasta Mayajigua y hasta Morón en la antigua provincia de Camaguey y muy pronto se desviarían en Yaguajay para alcanzar las territorios del sur del Municipio. Yaguajay tenia su propia distribuidora de transporte. Con la carretera se consolidó en Caibarién la famosa ANCHAR (Asociación Nacional de Choferes de Alquiler). Asociación que nunca dejaría de ser privada incluso cuando perdió el nombre. De modo que yo llegaba a la casa de Tía Celia y enseguida pasábamos a sentarnos en el portal. El juego consistía en fijar un número determinado para los carros que pasaran en ambas direcciones. Digamos veinticinco. Y cada quien escogía la dirección que estimara conveniente. De esa manera si yo le "iba" a los carros que pasaran para Yaguajay ganaba el juego en caso de que los primeros veinticinco carros circularan en esa dirección. Y viceversa. Generalmente uno de los hermanos nos ayudaba a contar los carros hasta que para el segundo juego él se batiera con el que había ganado. El tráfico era bastante parejo. Pero sabíamos que al caer la tarde podía aumentar en dirección a Yaguajay porque los carros regresaban del Regional Caibarién y de Santa Clara. Por las mañanas estábamos en la Escuela. Contar los carros también equivalía a nombrarlos. Nos sabíamos de memoria las marcas de los camiones americanos que en el tiempo muerto se dedicaban a circular realizando otros trabajos. Porque durante la zafra habían estado tirando la caña de los colonos hacia el central Narcisa. Por ahí he citado al viejo Ford de Bicho y al hermoso Fargo de Legarreta. También al International de Chimbe, el amigo de Pablo Gocéndez, que era de la zona de Zuluetas en el Municipio de Remedios. Casi nunca decíamos "ese carro es mío" porque preferíamos decir Chraisler, Ford, Chevorolet, Plymouth, Cola de pato Impala, Buick, entre otros. Nombres que estaban en las páginas de los comerciales automotrices de la revista Selecciones. Recuerdo que sabíamos que la máquina que se había comprado Juanito el de la Tienda era un Chevrolet "del 55", que la guaguita de Cachaco el del carro fúnebre de Yaguajay era un Ford "de los viejos de verdad", que la máquina de Jesús el Negro era un Plymouth, que el "cacharro" de Walterio era un anciano Chevorolet de los "cuarenta" y que La Perseguidora (la patrulla) era un Ford del 59. Pero nunca supimos - tampoco lo sabía Tico - que marca era aquel minicarricoche crema de Cándido Perdomo en donde solo "cabían dos".
Un sábado por la mañana estabámos jugando a los "carros" aprovechando el día de asueto en la Escuela. Yo elegí "carros que van hacia Yaguajay". Imeldo era mi contrincante y Luis el ayudante que contaba con nosotros. De pronto se aparece un camión Zil verde olivo de seis ruedas con la cama cubierta por una lona de igual color. Cuando pasó  frente al portal nos dimos cuenta de que llevaba soldados con ropa de camuflaje y boinas metálicas, de que iban armados y de que viajaba a muy poca velocidad. Recordé enseguida a aquellos "milicianos comunistas" que trataban de cazar a los Alzados en la Loma hacía muy pocos años y al helicóptero que se tiraba en el potrero de Tíonene. El camión militar era, hasta ese momento, solo un punto a mi favor. Durante el resto del sábado, durante todo el domingo y durante parte de la próxima semana continuaron pasando "hacia Yaguajay" camiones y yipis rusos de todas las marcas llenos de soldados armados hasta los dientes, seguidos de armamento convencional que los tíos y los vecinos llamaban "cuatro bocas, cañones y cañones antiaéreos". A veces nos dábamos cuenta de que los camiones eran pipas de combustible, talleres mecánicos rodantes o de que llevaban parte de la impedimenta de la tropa. Hacían un ruido monótono como el de los aguaceros que se acercaban desde Mochócolo en las tardes de Mayo. Los soldados iban sentados en sus bancos de madera laterales o de pie recostados contra las barandas. Impasibles aunque a veces contestaban con sus manos el adiós que les dirigíamos con las nuestras. La eterna caravana de los camiones militares detuvo nuestro juego de los carros porque los tres primos queríamos jugar "hacia Yaguajay". Van para Camaguey, son las "maniobras comunistas" que preparan a los "soldados de la Revolución" para enfrentar a los "imperialistas norteamericanos" - dijo mi padre cuando el tráfico castrense se estaba espaciando. Me di cuenta de la gran carga de ironía y de sarcasmo que llevaba su información. Despues prendió un Veguero y agregó "este cuento lo veremos hasta el fin de los tiempos....o hasta el fin del comunismo...maldita metralla". La gente que nos acompañaba en el portal casi que se santiguó y nos dejó solos. Alguien dijo "caballeros, que lengua tiene este isleño". Como era muy posible que la gran caravana regresara algún día nos dispusimos otra vez para verla pasar. Pero estuvimos de acuerdo en algo. Cuando apereciera el primer camión detendríamos el juego. Porque lo mas probable era que todos quisiéramos jugar "hacia Caibarién". En efecto, la caravana regresó de Camaguey cuando se acabaron las maniobras. Pero regresó incompleta. Lo que pasa - nos acalaró Eliseo Cabrera - es que los que regresan por aquí son los soldados de la Cuarta División de Remedios en donde está el Capitán Miguel Herrera el de Cambao, el resto regresa por la Carretera Central. Faltarían muchos años para que yo fuera parte de otras caravanas mas exiguas mientras pasaba el Servicio Militrar en Ciego de Avila y nos desplazáramos hasta el norte de Morón para realizar la Preparación Combativa de rutina. La ida de Luis Enrique para La Habana y la entrada de Imeldo a la Secundaria Básica de Caibarién le dieron el golpe de nokaut al Juego de los Carros. Al juego colectivo. Porque a veces yo me sentaba solo en el portal de Tíacelia y jugábamos yo contra mí. En ocasiones ganaba mí. En 1967, desde detrás de la cerca de malla puzle que custodiaba al Hogar de Centeno por el sur vería otra de las Caravanas Militares que viajaban para hacer maniobras antimperialistas hasta la provincia de Camaguey. Pero para entonces yo también me habia convertido en un pequeño soldado que. más que carros, contaba días.

Swetwater. Miami.
Florida.
Usa.
Luis Eme González.
Marzo 7 del 2020.



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