Friday, April 1, 2011

LA TIENDA. ( (6).-

En el año 2004 todavía Multitiendas Corona no jugaba en las Grandes Ligas del Retail chileno. Digamos que competía en Triple A. Falabella, Ripley e Hites, por citar tres Pulpos del Ramo, comandaban la Liga de las Grandes Tiendas por Departamentos. Pero Corona entrenaba con calma. La marca llevaba muchos años establecida en el país y todos conocían de la capacidad empresarial de sus dueños holandeses de ascendencia judía. De modo que ahora sí había llegado a una Empresa seria y solvente y solo era cuestión de tiempo ver cómo podía ascender las escalas de cargos y salarios suficientemente razonables como para poder comprar los documentos que me posibilitaran salir hacia los Estados Unidos. Todavia yo era un ser iluso inserto en la pandemia del desespero.
Un día de trabajo en Corona marca la rutina de la semana laboral. A saber. Me levantaba quince para las siete - el chileno mide de esa manera el tiempo - y a las y veinte tomaba el bus. Poco antes de las ocho llegábamos a Corona porque aunque siempre había mucho tráfico la Panamericana repta por  allí con cuatro carrileras. Hasta Lampa hay grandes almacenes e industrias a ambos lados y siempre la Cordillera a Naciente como línea indeleble.
Entre ocho y ocho treinta desayunaba en el excelente comedor. Los chilenos le llaman Casino a los Comedores.. La Tienda ofertaba, gratis, café instantáneo, té, azúcar y agua caliente. Rubros agregados de mayor calibre podían ser adquiridos previo pago. Generalmente los chilenos pagaban su colación el día del cobro. En sus mesas pude comprobar el verdadero motivo de por qué los asalariados consumen tanto café instantáneo. Porque es más barato que el de grano. Y se habían acostumbrado. Por mi parte también me había habituado al buquet incomparable de Nestlé y solo tomaba café "del real" cuando alguien me lo hacía en su casa o lo pedía en los pocos lugares habilitados. Incluso no tenía ni cafetera stándar y mucho menos cocina eléctrica o de gas. Pero en esa época no cocinaba y casi todos los alimentos los compraba preparados, precocinados o al natural.
Hasta la una y treinta se trabajaba con ritmo medio pero sin parar. Había más de cien trabajadores de ambos sexos haciendo de todo. Y cada Sección tenía un Jefe que solo se ocupaba de Controlar. Un piquete de cinco a seis operarios manejaban las computadoras que ingresaban y egresaban cada producto con la precisión de una Tienda de Tokío, cuyas planillas venían dirigidas. Cuando un pallets estaba completo yo lo cogía con mi traspaleta y lo llevaba al sitio de la Tienda de destino. Una larga hilera de 17 pallets con nombres que iban desde Arica a Punta Arenas. Debía tener mucho cuidado para no intercambiar mercaderías en los pallets porque una simple caja con destino a Copiapó colocada en el sitio de Rancagua podía ocasionar un caos que duraba toda una tarde, el enojo del trabajador de las computadoras y hasta el de los cargadores de camiones ramplas. Mas de una vez tuve que disculparme por errores de esa índole y mas de otra estuve a punto de caerme a golpes con colegas embrutecidos. Por suerte, el chileno medio prefiere resolver diatribas con palabras o volviendo la espalda como si una bronca fuera algo pasado de moda o digno de animales. No comparto la teoría "semioficial" que dice que "el chileno no tiene muerte trabajando pero que es poco productivo". Es productivo en la medida en que sea exigido.
En el Casino se ofertaban variados platos de comida chilena. Pero sus almacenes guardaban productos internacionales. Y aunque muchos traían sus cantinas, generalmente todos pagaban los mil pesos que costaba una colación stándar. Poco después de mi llegada comencé a llamar por teléfono a alguna de las cocineras para que me hicera el plato que deseara. Jamás me pude quejar de la deferencia y aunque gastar una luca en la mañana y otra en la noche era demasiado para un salario de oprobios nunca lo dejé de hacer y pagando cash. Por dos motivos. Tenía hambre y además no hubiera podido soportar la retahíla de preguntas  que me hubieran colmado si los chilenos y chilenas me veían sin "mi colación" o no entrando al Casino. Mi fama de "mañoso" se cimentaría en la Tienda. Completar los cuarenta y cinco minutos del breik del medio día significaba sentarse en los jardines bajo los árboles o desplazarse al exterior donde vendedores ambulantes ofertaban golosinas de repuesto. O sentarse a fumar bajo los portales de las oficinas de la Guardia. O "pololear" a la vera de las falsas palmeras.Yo mantenia inovidables charlas con la bestia Karen en los muros de los parterres, detenidas casi siempre cuando planeábamos la tarde en que ella iría a mi pieza a compartir una copa de vino.
Quince para las siete terminábamos. Algunos se bañaban y el bus esperaba, listo. Se disponía de agua caliente y magníficas condiciones. Jamás me bañé en Corona. Tampoco lo hicieron los pocos cubanos que pasaron esos dos años por allí. Simplemente nos lavábamos un poco y terminábamos la ducha en  casa, donde si no tenías gas no podías usar el Calefont. Pero este detalle es un secreto profesional. Sin embargo sí usábamos las taquillas con candados. A veces se perdieron cosas pero eran intrascendentes.
Durante el regreso tenía extensas e inolvidables charlas con mujeres  de la Tienda. De todas las categorías y de todas las condiciones civiles. Muchas están vertidas en el libro de poemas Veinte poemas desesperados y una canción de amor. Porque de fútbol y otras "webadas" platiqué con los hombres en las mañanas esperando el bus, en los minutos post colación y en la propia Tienda. Como en todas partes debí "disertar" sobre Fidel Castro, la Revolución Cubana y el "cuban wai of live". Tuve mucho cuidado al hacerlo. Pero todos habrían de saber, de alguna manera, de la pata que cojeaba.
El Pullman no regresaba por Plaza Italia, de modo que ahora tenía que caminar como diez cuadras. Sin embargo no me molestaba porque  lo asumía como una especie de ejercicio y además, llegaba temprano a casa. Durante esos veinticuatro meses el bus alternó la ruta de los regresos y en ocasiones quedaba en la puerta de la pieza. Mis noche seguían siendo monótonas y desculturizadas. Apenas leía. No podía comprar libros ni en Librerías caras ni en  Ferias baratas y ni soñar con algún diario a "diario". Los pocos textos que me habían regalado o prestado estaban adornando un armario de la Casa y si me hubieran vigilado esos años se me hubiera podido descubrir recogiendo diarios y revistas en la calle o en lobies de hoteles y oficinas. Como todas las televisiones abiertas, la tevé chilena era discreta y la casa no disponía de Cable. Sin embargo es necesario destacar la calidad intrínseca de quienes piensan y hacen los comerciales chilenos. Porque para alguien llegado de un país con solo un par de canales de televisión oficialistas cada comercial tiene que ser una obra maestra para no sentirse tentado a apagar el monitor.
Mi obsesión con la televisión Cable e Internet se hizo enfermiza y pensar en la manera de atesorarlas fue objetivo primordial. A veces venían chicas a la Casa y para esa época ya asistía a algunos carretes en la ciudad y a las playas de Quinta Región con un grupo mixto de noctámbulos que comandaba una mujer poetisa  e irreverente. Palma Nitelli tenía su casa en Maipú, Santiago, y otra de veraneo, sin grandes pretenciones, en San Sebastián, a la que viajábamos con mucha frecuencia.
Recuerdo mi primer salario. Profesional. Pago, firma y documento de recibo. Previsión correcta y horas extraordinarias al día. Saludé a la amiga de la amiga que me había recomendado. Solo que para un salario de 132 000 pesos - sobre 250 us mes - los descuentos rondaban los 30 000. Me quedé helado. Mis cálculos para capear el vendabal "provisional" en Corona colapsaron. Solo disponía de 102 000 pesos para pagar 55 000 por la pieza y el almuerzo y la comida. Mi "comida" consistía en una Pepsi de un litro, dos o tres bocaditos con cecinas, un tomate y caramelos. Una luca. Muy poco diferente a la clásica Once de la familia chilena en la noche. O sea, estaba gastando sólo en arriendo y en comida chatarra 115 000 pesos. Me faltaban 13 000 para completar. Era mi "déficit". Así que tuve que echar mano a los sobrantes del regalo de Estados Unidos en tanto comenzara con las horas extras en forma permanente. Suerte que llegaba Mayo con su Día de las Madres y Junio con el del Padre. En honor a la verdad, por cualquier motivo Corona nos pedía hacer tiempo extra. En las noches y los sábados en la tarde. No todos se quedaban. Yo lo hacía siempre. Gracias  a ese "over time" pude adquirir algunas cosas esenciales y no graduarme de anémico crónico en Satiago de Chile. Porque en Santiago no había manera de conseguir nada los domingos. Que era el único día disponible para los extras fuera de la Tienda. No olvido que también algún domingo fue solicitado por la Tienda varias veces. Y por supuesto que recogí el batón.
Hacer horas extras en Corona era casi maravilloso. Generalmente se trabajaba hasta las doce de la noche, tranquilos en aquella nave sofisticada y enorme, con música de fondo y la seguridad de una cena exquisita o una merienda fabulosa. Regresábamos en taxis particulares pagados hasta la puerta de nuestra casa. Era imposible que no pagaran hasta el último segundo extra. Pero no había ninguna chance de ascender o cambiar de Sección. No se renovaban los puestos de trabajo y si ello ocurría por excepción ya había una escala de valores y de récords. No hacía falta en Corona un Licenciado en Historia ni un periodista. Y para ese entonces le tenía tanto terror a las computadoras que jamás quise que me enseñaran ni a prenderlas. Lo que no hubiera significado nada en cuanto a salarios porque solo los Contratos directos de Corona tenían  sueldos  mayores. Sin que la diferencia fuera tan notable. Quizás la ventaja, sí, de trabajar de pie pero sin mucho movimiento. Los Contratos directos tenían más beneficios que nosotros. Y había un gran porciento Subcontratado pese a que la Ley no admitía, técnicamente, el trabajo de Subcontrato en Chile. Sin embargo, podíamos disponer de una Caja de mercadería en Navidad. No así en Fiestas Patrias, en Septiembre, ni optar a la categoría de Mejor Trabajador del Mes o del Año o ser premiado por ello con Bonos Especiales o viajes a diferentes lugares  turísticos del país. No me importaba mucho esta situación porque no andaba en planes sindicales ni en irreverencias a diez mil kilómetros de mis lares. Pero para algunos Subcontratados era una humillación porque "hacían el mismo trabajo". Y eso que no han leído a Marx, pensaba.
Una de las tres habitaciones del segundo piso en calle Santa Isabel estaba ocupada por un matrimonio peruano.(1) La condición de inmigrantes,  el idioma y la capacidad profesional nos acercaron. El trabajaba de Sereno en una Empresa insolvente y ella era Nana de Puertas Afuera. Recuerdo que los visitaban dos primas de la señora con las que luego haría muy buena relación. Cuando se juntaban estaban charlando y riendo muy alto hasta la madrugada. A veces yo no le encontraba gracia a sus chistes  pero les acompañaba antes de tirar el mío. Bromeando les decía que bajaran el "gaznate" pero eso les hacía más hilarantes. Hasta que los de abajo se molestaron. Sobre todo un matrimonio joven chileno que ocupaba la mejor pieza de la Casa. El Inca me diría luego que oyó cuando dijeron "esos peruanos culiaos" pero que no ripostó porque no eran "pleiteros" y estaban habituados al desprecio de algunos chilenos por sus compatriotas. Teoría, por lo demás, muy poco válida. Los xenófobos chilenos son contados y muchas veces su odio es artificial. Como si no debieran quedarse "atrás" de otras naciones donde siempre habrá xenofobia. Sin embargo, los resquemores eternos por las consecuencias de la Guerra del Pacífico entrambas naciones son otra historia y nada tienen que ver con ese supuesto rechazo del chileno a los casi cien mil peruanos que compactan los alrededores de la Catedral Metropolitana  de Santiago de Chile y sus calles adyacentes.
De modo que la Casera - una exquisita lesbiana con pareja, que me permitía recibirla en paños menores cuado venía por el cobro del arriendo - les pidió la pieza. Conseguir arriendo en la capital de Chile es muy fácil y descontando piezas en Barrio Alto generalmente los alquileres son relativamente acequibles a todo bolsillo y en contadas ocasiones hay que pagar Anticipos. El Inca se encontró una gran casa victoriana de tres pisos en Calle Ricardo Matte entre Gandarillas y Condell, Providencia. Me pidió acompañarlo para que la viera y le sugiriera ideas. Era una  pieza regia y me pareció rentable para sus 70 000 pesos mes. La pintamos y dejamos lista en dos días. Ocurría que la pieza del frente se estaba desocupando por sus inquilinos y él le preguntó a la Señora si podía cambiarse. Como tenía casi el mismo valor, la respuesta fue positiva. Así que volvimos a pintar y acondicionar en otros dos días. También aquí la cocina y el sanitario eran colectivos pero estaban muy cerca de las únicas dos piezas del primer piso.
Por qué no te vienes con nosotros y ocupas la otra, me preguntó el peruano. Costaba 60 000 pesos pero valía la pena invertir  cinco lucas más a cambio de espacio, primer piso, geografía céntrica, Comuna Ranqueada , Televisión Cable y la posibilidad de contratar Internet si conseguíamos un socio que completara una tripleta pagadora.
En Septiembre del 2004 me "cambié" de Santa Isabel en Santiago Centro para Ricardo Matte 0320 en Providencia. El Inca consiguió una Van prestada en su trabajo y lo hicimos en un par de viajes. Se trataba de mi cuarta pieza en Santiago de Chile y sería la última y la mejor de todas.
El día en que la Televisión Cable entró en mi pobre televisor de catorce pulgadas y pude manejarla desde los botones de un VHS Tokio hice una fiesta pagana en honor a la modernidad. Aún el mundo no estaba mis pies. Pero casi.
La poetisa irreverente de la casa en la playa exclamó, cuando entró a mi nueva morada, "chuta, esta sí es una pieza". Todavía no era la "pieza". Pero, realmente, era "otra" cosa.
A mediados del 2005 el Inca me dijo que ninguna Compañía pondría Internet en la Casa porque había deudas atrasadas impagas y hasta que eso no se resolviera podríamos olvidarnos. La Señora nos explicó que se trataba de deudas atrasadas que no eran suyas. Pero que ella no estaba interesada en la Red. Además, la Televisión Cable entraba gratuita. Porque fue una "herencia" de los "otros" que estaban "colgados". No obstante, el peruano insistió. Hasta que pudo contactar a una Compañía de Redes que instaló la maravilla universal y hasta consiguió a uno de los rentados del segundo piso para que completara el pago. Así que tuvimos Internet por siete mil quinientos pesos  y Cable "gratis". Ahora necesitábamos comprarnos un par de PC de uso. El Inca lo hizo con una Dell en una Tienda acreditada y yo le compré una Pentium 3 a un amigo argentino que estaba regenteando un Cyber Café en Apoquindo Central. (2).
Cuando las horas extras estaban aumentando en Corona y me parecía que estaba comenzando a salir a flote en la mar embravecida de mi exilio, dos eventos me sacaron de juego. Un amigo de Miami me dijo que lamentaba no haber podido completar la plata para mi salida por México y un pallet repleto de mercaderías me cayó en la garganta del pie derecho y me provocó un ezguinze que me encamó con licencia médica por más de dos meses.
Santiago de Chile se despierta entre montañas.

(1).
Gustavo Huancamilla y esposa peruana.
(2).
Claudio Cifuentes, Chilentino.


Abril 1 del 2011.
Miami, USA.
Luis Eme Glez.



No comments:

Post a Comment