Wednesday, March 30, 2011

SUBCONTRATO. ( 5 ).-

Mi llamada a los Estados Unidos fue respondida desde la ciudad floridana de Healeah. Uno de mis primos me envió 200 us a través de Western Union.(1). Pero no era suficiente. De modo que debí hacer otra llamada. Ahora uno de mis grandes amigos residente en Cayo Marathon, Florida, agregó 100 us.(2) Mis cálculos parecían funcionar. 300 us era una cifra que "debía" permitirme reempezar desde cero.
La Ley chilena es muy volátil cuando se refiere a los derechos de los arrendatarios. Generalmente les favorece y aunque no se haya firmado un Contrato de Renta es muy difícil que ordene un desalojo en caso de que los ocupantes tengan que irse por motivos ajenos a su voluntad. Nadie deseaba marcharse de la casa de Eudoro Garín en la exquisita Comuna de Nuñoa pero había que hacerlo si los dueños lo exigían. Eso decía la Ley. Pero ocurre que entonces los arrendatarios planteaban que "necesitaban" tiempo para encontrar otro sitio y que ahora no "tenían" plata para pagar Depósitos de Entrada y mucho menos cancelar el primer mes. Yo podía acogerme a los mismos handicaps pero no lo hice. Estoy diseñado para  ejecutar otros programas. Luego me enteraría de que todos los que vivían allí demorarían meses en abandonar el Residencial.
En los Clasificados del Diario El Mercurio encontré una pieza ubicada en Santiago Centro, unas cuadras al Sur de la de calle Curicó. Costaba 55 000 pesos sin Depósito. Me fui a verla. La regenteaba una chica treintona y enseguida me subió al segundo piso para mostrármela. Era una pieza muy discreta, con paredes de cartón, falso techo y pisos de madera ligera. Pero suficientemente amplia como para acoger las pocas cosas que atesoraba principiando el año 2004. Había dos o tres cuartos rentados, además, y me dijo que tenía extranjeros. De nuevo baños y cocina colectivos. La tomé. Un amigo cubano que había pasado unas semanas en la casa anterior en tanto resolvía algunos problemas de pareja con su esposa me dijo que no gastara nada en alquilar un camión de mudanzas.(3) Así que en tres viajes - con la ayuda del cubano subarrendatario - me "cambiaron" una media noche de Marzo y en verdad el pequeño Fiat cargado hasta el techo - y sobre el techo - parecía una tortuga gigante apareada en los tremedales de Islas Galápagos. Recuerdo que el Tour de la Mudanza casi se convierte en un bronca tipo calle habanera. Mi amigo tenía un brazo enyesado y manejaba con dificultad y en algún momento el auto de atrás nos acorraló a bocinazos aunque el taco a esa hora era infernal buscando la Avenida Vicuña Mackena. Mi amigo comenzó a bufear y a encenderse. En un semáforo el auto se nos pone a la izquierda y el chofer comete la locura de decirle "webón". El hombre de Matanzas se baja para increparlo y el chofer comete la segunda locura. Se desmonta porque  pensaba que solo iría a discutir de palabras sin sospechar la nacionalidad del catalogado de webón. Pero recibió un golpe de nokaut con la mano libre, abierta, en la cara. Mi chofer vio que el auto llevaba más personas y corrió hacia el nuestro para coger mi bate de beisbol mientras yo le gritaba que dejara eso, que no podíamos salir a defenderlo porque llevábamos montones de cosas sobre nustros cuerpos en la rutina del espacio medido. Por suerte se prendió la verde y tuvimos que continuar. Ocurre que la palabra "webón" es canon en Chile y entre sus múltiples acepciones está la de ofender. Se trataba de mi tercera pieza en Santiago de Chile en tres años. Mi "cambiada" acabaría con las adorables discuciones del matrimonio,  las cenas compartidas, las músicas disfrutadas en el patio con perro y parra, las visitas de Palma Nitelli, de la Periodista Nortina, de Muñeca Lillo y demás trabajadoras de la Fábrica de Cuchuflís, de Piel de Angel (4) y de cubanos ocasionales que llegaban para disfrutar del embrujo compatriota. Acababa de descubanizarme y no sospechaba hasta dónde llegaría una soledad pasajera que me sacó de algunos juegos de rutina.
La llamada de la Señora Invitante decía "te tengo una pega, Luis Manuel". La Señora nunca me decía "Luchito". Así que nos "juntamos" en su casa para que pudiera explicarme. Una amiga tenía una Agencia de Sub Contratos de Trabajo y le pidió que me mandara a su oficina para charlar y ver qué podía hacer por mí. Yo sabía de esa mujer porque desde el 2001 había tratado de conseguirme un trabajo en una Empresa de Laboratorios Médicos. Al otro día me fui, a pie,  a la Zona Rosa de Avenida Apoquindo y subí al segundo piso.
Era un oficina demasiado sobria para estar enclavada en Barrio Alto y la mujer andaba sobre los cuarenta sin grandes aspavientos pero con tanta ternura que podía reinar en el Castillo de las Bondades. Agregué lo que desconocía del "cubano amigo de su amiga". Llené una especie de currículum. Me entregó una hoja de agenda con una dirección y un nombre y me explicó cómo esperar el bus que me llevaría al lugar. Dí qué eres un caso mío, se despidió. Con la ausencia de la mujer dulce y resolvedora.
El bus recogía a los trabajadores en diferentes lugares de Santiago. En mi caso tenía que esperarlo en Plaza Italia, esquina Vicuña Mackena. Antes de las siete de la mañana. Plaza Italia - entre cerros y la Torre Entel -  es el centro neurálgico de la capital de Chile. La encrucijada de todos los caminos. Y de todos los eventos sociales, culturales, deportivos y políticos que marquen instantes supremos en donde el pueblo se manifiesta y celebra. Quienes esperaban allí me explicaron. Era un bus Pullman, excelente. Iba repleto de personas que a esa hora dormían.
Cuarenta minutos después de transitar la Panamericana Norte doblamos al Oeste hacia una avenida de dos vías custodiada por grandes naves industriales y  almacenes. Cuando enfiló hacia la puerta corrediza al final de la calle un Guardia se paró de su asiento en la Caseta de Entrada y miré a dos aviones a lo lejos que trataban de aterrizar en lo que pensé sería el aeropuerto Antonio Merino. El Guardia me explicó cómo encontrar a la persona recomendada. Ante mí había un espacio frontal amplísimo, cercado por malla puzle, con prados y jardines y parqueo. La entrada de la Nave Inmensa tenía escaleras artísticas y frontis de alcurnia y mi vista no pudo abarcar su inmensidad.
El Jefe de Personal era un hombre de poco más de treinta y cinco años, casi rubio y con la ausencia del cuadro dirigente de una Gran Empresa. Observó el papel que le tendí y me dijo "ya, venga". Al norte de su oficina era un espacio sin fin, compacto de andamios repletos de "mercaderías", elevadores Yale, carretillas, puertas inmensas tras de las cuales cargaban y descargaban "ramplas "modernas. Había un constante ir y venir de mujeres y de hombres y a veces los parlantes daban alguna información, requerían nombres o radiaban música. Lo seguí al Oriente. Me presentó a un muchacho que era el Jefe de la Sección y me dejó en sus manos. Después de breves instrucciones llamó a alguien que trasladaba mercancías sobre un tipo extraño de carretilla y le dijo "trabajará contigo, enséñalo".
El 16 de Abril del año 2004 me convertí en trabajador "subcontratado" de la gran Tienda Corona ubicada en la Comuna de Lampa en Santiago de Chile. Mi oficio iba a ser "traspaletero" en la Sección Producción de la Tienda y por mis manos pasarían gran parte de las mercaderías que la Tienda enviaba a sus 17 sucursales por todo el país. Ganaría 132 000 pesos con sus correspondientes descuentos previsionales, tendría derecho a transporte gratuito, colación a elegir y a pagar, a realizar horas extras si le Empresa lo necesitaba así como a otros derechos legales que si bien no estaban a la altura de los derechos de las personas contratadas directamente por la Tienda merecían mucha consideración. Ese año todavía en Chile se trabajaban nueve horas y media jornada y tal horario se completaría con medio turno el sábado.
Esa noche descubrí el "almacén" en el que "compraría" mi comida, a media cuadra de casa y telefoneé a las personas més allegadas para informar de mi nuevo estado laboral."Qué bueno, Luchito". Porque para el chileno medio lo importante no es cuanto salario se perciba sino tener un trabajo estable. Rendí culto por el abandono de las doce horas vaineando y miré mis "propiedades". Un televisor de 14 pulgadas, de uso, unos pocos jeans de recambio y algunas poleras adquiridas en las tiendas de ropa "americana y europea", unas zapatillas de costo medio y un par de mocasines con tacón Holliwood. Y algunas botellas y cajas de cigarros firmadas por mujeres con las que había compartido. Y un reloj de plástico negro que me había regalado mi amigo el "extranjero" en una navidad extemporánea y que me ayudó a levantarme el segundo día  de mi irrupción en Multitiendas Corona.
Por supuesto, trabajar en la Tienda también era algo "provisional" y si alguien me hubiera dicho que estaría dos años allí no le hubiera creído. Porque desde el primer mes de mi arribo a Chile mis amigos y familiares me habían asegurado que "era cuestión de tiempo" para sacarme de "ese infierno en donde te has metido, compadre".
En Abril del 2004 mi "puente" se había extendido treinta y seis meses y la frase "de paso" se había prolongado hasta las siete leguas ampliadas. Pero no quedaba "otra" que "apechugar". Mi soledad chilena era más connotada que la de Pinochet el Día del Amigo.
Me gusta cuando callas y mi voz no te toca.

(1).
Felipe Fumero. Mi primo hermano fue de los agraciados que pudo ir a "estudiar" a Alemania en los tiempos de la moda eurooriental que marcó el último cuarto del Siglo XX. Cuando su hermano Germán decidió salir de Cuba - tenía sus papeles (Causa) de preso político de los tiempos en que intentar salir del país de "manera ilegal" era considerado un "delito político" - se unió a su "núcleo familiar" y logró ser aprobado por SINA. Está aquí desde finales del Siglo XIX. Casado con Nieves Aguilar, tienen un hijo profesional, que es su orgullo mayor. Germán murió a fines de los 90, aquejado de cáncer de esófago. Otro de sus hermanos, Mario, también ex preso político, reside en Healeah.
(2).
Pavel Bacallao. Pavel fue mi alumno de Noveno Grado en Caibarién. Fue mi alumno y fue mi amigo. A su mujer Yadira le llegó "el Bombo". Pero fueron "denegados" durante la Entrevista. Acudió a mí. Me encargué de su Caso y me batí, con cartas y telefonazos, contra la SINA. Ganamos la pelea. Pero la SINA les exigió patrocinadores. Les asesoré y los consiguieron. Salimos casi juntos del país. No me gustan los reconocimientos pero para ellos "están aquí gracias a mis gestiones". Eso lo dicen muchos. Mi ego no anda por esos caminos. Pavel vino a verme a Miami cuando llegué de Chile y me hizo un gran regalo "verde". Hace poco estuve en su casa de Cayo Marathon, en donde reside, comandando una Empresa de Sub Contratos de Construcción. Le va ok. Tiene tres hijos. Su madre, profesora - que trabajó conmigo en la misma Secundaria en Caibarién -, y su hermana, viven con él. Las fue a buscar en una Cigarreta.
(3).
Juan Carlos Marrero. Guajiro de Matanzas que había sido capaz de escribir en El Caimán Barbudo, de Cuba - yo lo conocía, pues era un lector insobornable del Tabloide - y que escribía poemas de alto vuelo sin fines publicitarios. Por entonces vivía de tocar la trompeta en las esquinas más concurridas de Santiago y estaba casado con una compatriota que había sido integrante del equipo cubano de Nado Sincronizado y tenía un hijo con el cineasta chileno Patricio Contreras.
(4).
En orden:
Viviana Burgos, Pamela Ayala, Marylín Piña y Blanca Otayza.


Marzo 30 del 2011.
Miami, USA.
Luis Eme Glez.







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