Sunday, February 2, 2020

Mi personaje inolvidable. Virgilio Barrios. Tomado de Grandes Nostalgias.

Conocí a Virgilio Barrios antes de cumplir seis años. Mi padre me llevaba a cortarme el pelo - a "pelarme" -  a la  barbería en donde trabajaba el máster de los barberos de Yaguajay, Andresito Caravieja e inevitablemente seguíamos hacia el Central Victoria en donde vivía y trabajaba Virgilio Barrios Beltrán, uno de los grandes amigos de mi padre. Así que cogíamos una máquina de alquiler, enrumbábamos por la carretera de Mayajigua, doblábamos al norte y salíamos del pueblo después de volver a traspasar otra línea de vía estrecha por donde corrían las locomotoras del Ingenio Narcisa, las chispas de la reparación y el gascar Caibarién - Chambas. Todavía yo podía percibir las esencias que me echaba Andresito en la cara y en el pelo - ahora "rabajadito"- cuando entrábamos al Bar de Virgilio. Faltarían algunos años para que mi papá me señalara al Cuartel Militar que estaba al oeste de la carretera del Central y me informara que "ahí Camilo Cienfuegos y el Chino Abon Lee se habían batido muchísimos días a fines de 1958 hasta que Camilo rindió al Chino por hambre". Recuerdo que a veces hablaba consigo mismo para terminar diciendo "coño, a lo mejor si el Chino no pierde esa batalla no tuviéramos este comunismo de mierda". El Bar de Virgilo estaba  a la izquierda de la calle principal de Victoria - Victoria también se lamaba el batey del Central - y para entrar teníamos que abrir una puerta de madera que formaba parte de una baranda también de madera que demarcaba al establecimiento. Entre la baranda y la entrada del Bar había un portal de piso de cemento. Se trataba de un Bar bastante grande y en la parte sur el Bar era una tienda comercial como otra tienda cualquiera. Las mesas del Bar estaban en la seccion norte. Recuerdo que los amigos del alma se saludaban entre risas y que poco despues pasaban atras en donde Virgilio tenia una especie de apartamento agregado. Visitar el Bar de Virgilo eran tener siempre garantizado un refresco de marca, grandes caramelos de aquellos extraídos de los grandes pomos como tinajones de cristal, algún dulce criollo y sobre todo dos o tres lápices amarillos, esbeltos y con goma. Y también escuchar "coño, qué grande está este muchacho" pero que lástima que sea tan "feo" - las mismas palabras que pronunciaba el isleño Florencio Expósito cuando pasábamos a caballo por su casa camino de Tío Pedro. Virgilio y mi papá recordaban los viejos cuentos de su temprana juventud, hablaban del barrio Plateros y de los otros barrios, de los progresos del sobrino Raúl en la purga del azúcar y de su novia Mayra, de su amiga amante Teresita y finalmente charlaban sobre su hermano Justo y su esposa Piedad y del hijo adoptivo de ambos, Raúl Vergara. A donde mi padre iría sin excusas ni pretextos. Virgilio Barrios era un hombre "fino". Parecía un político y también parecía un abogado. Culto y de hablar pausado. Podía tener un metro setenta y dos centímetros y tenía la delgadez proporcionada del futuro Canciller fidelista Raúl Roa Kourí. Lucía un bigotico fino estilo años cuarenta. Lo recuerdo vestido con pantalón ancho de bajo inferior y pinzas debajo de los bolsillos y con una camisa rayada por encima del pantalón y casi siempre con el botón superior alejado de su ojal. Jamás le ví con sombrero hasta algunos años después cando la historia le cambió drásticamente. Para el instante en que yo pensaba que la conversación no me incumbía y había terminado de observar todo el mobiliario y estanterías mixtas del Bar salía al portal para mirar los grandes espacios en donde estaban los surtidores que enfriaban el agua que necesitaba el Central, las grandes naves en donde se producía el azúcar, la altísima torre circular por donde salía el humo que se veía desde tan lejos y sobre todo el trasiego de los vagones del tren cañero descargando la caña en el tanden desde uno de sus laterales de hierro y los camiones americanos que volteaban por orden de llegada. Yo había visto la misma escena en el Central Narcisa e incluso alguna vez me quedé montado en el camión Fargo de Legarreta cuando la grúa hidráulica lo elevó sobre la rampa para que descargara las tres tongas de caña - y el balcón - hacia el tanden. Como yo ya conocía la poesía del pariente de mi papá Raúl Ferrer "Romance de la niña mala" (primero de los labios lectores de mi madre) y sabía que su historia se desarrollaba en el Central Narcisa - para entonces ya se llamaba Obdulio Morales gracias al afán de martirologio de las nuevas autoridades - me prometí que alguna vez escribiría una poesía similar que se llamara "Romance de la niña buena" cuya historia se desarrollaría en el Central Victoria - que ahora se llamaba Simón Bolívar gracias al mismo afán martirológico de la Revolución que ara capaz incluso de incluír muertos ilustres de otras nacionalidades en sus nomenclaturas oficiales. Unas dos horas después nos despedíamos de Virgilio por primera vez. Y nos íbamos caminando para pasar por delante del tanden del central hasta la casa de Justo Barrios. Ahora podíamos mirar de cerca la larga hilera de carros del tren, los viejos camiones americanos, los obreros trabajando - había muchos negros -, sentir el olor penetrante del guarapo y de la cachaza y escuchar muy fuerte el ruido de la maquinaria del Central. No recuerdo jamás haber tomado guarapo acabado de salir de las trituradoras de caña en Victoria. Cosa que sí hacíamos siempre en Narcisa. Mi padre me decía que él era "un colono" del Narcisa y como casi nunca podíamos ver a Justo que trabajaba en los interiores, pues el guarapo fresco había que dejarlo para el viaje al otro Central. Justo tenía una casa modesta y decente con un gran patio enjardinado y mobiliario de pobre. Su esposa Piedad era una señora mayor que él y era tan bondadosa que no tengo palabras para hablar sobre ello. Se deshacía en cumplidos para conmigo y no encontraba la manera correcta de agazajarnos. Como siempre mi padre "criticaba" el café que nos brindaba - a mí todavía me daban zambumbia (café endulzado) y lo nombraba "café culecón" mientras Piedad sonreía y le prometía otra taza culecona para el regreso. Justo tenía algunas grullas aclimatadas al llano que se la pasaban picoteando en el patio y a veces volaban sobre la cerca del patio y salían a la calle. Eran unos bichos grises, gordos y muy lentos que caminaban balanceándose y al parecer no les imprtaba que nadie los observara. Aunque trataba de encontrarle algún parecido con los gansos de Adolfina y con las corúas del Río no podía. Eran aves diferentes y terminé por asociarlas con codornices gigantes debido a su color. A mi papá lo que le más le gustaba de las grullas de Justo era su nombre. Le encantaba pronunciar la palabra "grulla" y lo haría hasta el fin de sus días con cualquier prtexto. Casi nunca veíamos a Justo ni a Vergara cuando íbamos al Central. Porque lo hacíamos en horario de trabajo. Pero yo conocía muy bien a Justo y a su hijo adoptivo. Les veía mucho en casa de Tionene los domingos. Justo era algo así como un clon de Virgilio, tal vez un pelín más alto y más grueso pero sin el bigote. Siempre tenía una media sonrisa en los labios y mi papá decía que era socarrón sobre todo cuando buscaba la ironía y la mordacidad. Su amistad no tenía nada que envidiarle a su amistad con el hermano del Bar. Raúl Vergara era un joven muy alto, muy familiar y recuerdo que necesitaba usar espejuelos. Generalmente no aceptábamos almorzar y regresábamos para despedirnos de Virgilio, retomar otra máquina de alquiler y llegar a  la Terminal de Yaguajay en donde abordábamos la Camberra de Caibarién. Para entonces mis cabellos no olían a nada, tenía deseos de acostarme un rato cuando llegara a la casa y otra vez buscaba un asiento en la parte izquierda de la guagua para mirar hacia la Loma - que todavía no asumía se llamaba Cordillera del Norte de Las Villas - y en donde los Alzados le habrían de sacar muy pronto un peo a los comunistas.
Como he escrito en otras ocasiones la inesperada muerte de mi padre me impidió repetir y mejorar las entrevistas relativas a su pasado y al pasado de la gente con las que se relacionó. De modo que algunas cosas no  llegué a saberlas nunca y algunas pocas otras las he olvidado lamentablemente. No todas, por suerte. La amistad de mi mi papá con Los Barrios siempre fue antológica. Por no decir perfecta. Los Barrios lo adoraban, lo consideraban un hombre integral y las mujeres de la familia se morían de la risa con sus "ocurrencias". Desconozco de donde eran nativos Los Barrios. Tampoco Los Beltrán, que era su apellido materno. Si tuviera que responder a esa pregunta por obligación diría que eran de la zona de Yaguey sur, vale decir de la zona en donde años después vivirían Los Curros y Agustincito González. Pero no tengo ningún asidero real para afirmarlo. El caso es que mi papá tenía muchas amistades por esa zona, con apellidos que después saldrían del espectro. Los Barrios eran tres hermanas y cuatro hermanos. La hermana Tula - tal vez la mayor - que se casaría con Wenceslao Larriba, el hermano de Chelo Larriba y que era un contador público muy solvente. Los recuerdo muy bien a ambos porque mi papá me llevaba a su casa en el Este del Río Yaguey, al sur de la careretera, cuando íbamos a buscar la carne de res por la cuota a Dolores o de paso al Caramelo en donde vivía su hermana Consuelo La Bella. Recuerdo que tenían un hijo muy buena persona llamado Enriquito y que en el patio de la modesta casa campesina había una mata de ciruelas "extranjeras" moradas mucho más carnosas, dulces y sabrosas que las domésticas. Coge y cómete todas las que quieras - me decía Tula, una señora canosa, de piel clara y delgada para la época. A mí se me antojaba que Tula no se parecía a sus hermanos. No tenía el color cetrino de la familia. Ella y Tiaestela - la mujer de Tionene - parecían hijas de otra genética. Tiaestela se enorgullecía cuando me enseñaba sus bellísimas fotos de juventud. Pero lo que marcaba a Tiaestela era su pulcritud. Limpia en extremo. Casi que era maniática de la limpieza y de la organización. Lo que llevaría a mi Tío Nene a sufrir durante toda su vida esa su característica compulsiva. Cuando alguien "salía" limpia y organizada en alguna familia le decían "estas peor que Estela Barrios".  Estela Barrios era relmente bella. Parecía una castaña sanguínea. Los Barrios eran de piel cartucho, oscura, casi carmelita, como Los Perdomo. Sin embargo Luz Marina - la gran amiga de mi padre - era una Barrios purasangre. Tenía el color típico y la mirada ausente y pícara de los demás.  Luz se había casado con un señor viudo llamado Armando Cruz y vivía en Caibarién y creo que no tenían hijos porque ella no podía. Armando - otro gran hombre según el criterio de mi papá - sí tenía una hija. Recuerdo que algunas veces mi papá me llevó a su casa en Calle Cuba esquina Goucuría. Años después la visitaría mucho más por otros motivos. El tercer hombre de la famila era Angelito. Para entonces un hombre trabajador en extremo que vivía en Caibarién y que todos los días venía a Plateros, a casa de su hermana Estela, para trabajar en la finca de Tionene y para cazar algún jornal en las fincas de los alrededores. Angelito era muy chistoso y un perfecto imitador de los viejos de "antes". Usaba un bastón porque cojeaba del pie derecho y se decía que tenía una tranca gigantesca, la cual lucía en público en su juventud. Famosa era la historia que contaban los primos de mi padre relativa a su instrumento. Parece que su número favorito consistía en colocar diez grandes galletas de agua, una sobre otra, sobre el mostrador de la tienda de Juanito y golpearlas con el yerro sarazón. Los primos aseguraban que siempre "hacía polvo" a todas las galletas. Angelito Barrios - siempre le llamaban así: agregando el apellido - vivía con su hija Mercedes que estaba separada del padre de sus dos hijas pequeñas. La ex mujer de Angelito se llamaba Caruca Fumero y era parienta de mi madre. Por tanto desconozco cómo fue que Virgilio consiguió el dinero para comprar el Bar en Victoria, para llevarse a Raúl con él y encaminarlo en la purga de azúcar y para ayudar a todos sus hermanos. Virgilio venía mucho por la casa de su hermana Estela. Se quedaba allí, incluso. Fue él quien le echó piso de cemento, quien tiró la acera hasta el pozo del brocal del pino, quien le compró la radio de pilas y quien fabricó una cuarto al fondo norte - tablas aserradas, piso de mosaicos y tejas - para su uso personal. Virgilio era un gran mecenas para toda su familia. También sé que muchos amigos tenían que agradecerle gestos inolvidables. El cuarto hermano era Jorge Barrios. También era amigo de mi padre. Pero Jorge vivía en Caibarién, tenía su propia familia y apenas venía por Plateros. Era el otro hombre de dinero en la familia y su fuerte eran las casillas de carne de res. Es un tipo muy controlador - decía mi padre. Tal vez lo hubiera visto alguna vez durante alguna visita al pueblo. De todas formas era del tipo racial  mas "claro", como Tula y como Estela. También, cuando fue intervenido por la Revolución, decidió irse para los Estados Unidos. Pero lo haría solo. Recuerdo que su hijo mayor, Humberto - padre de una de las mujeres mas hermosas de Caibarién - se quedaría trabajando con la "Revolucion" en una de las casillas intervenidas de su padre.
Atesoro algunas anécdotas que mi padre compartió con Los Barrios. Casi todas estaban en el borrador de mi libro Petición fiscal que un temporal de Mayo se llevó cuando yo estaba en Chile y mi hermana, que estaba sola en la casa, no pudo salvarlo porque debió priorizar al refrigerador. El color cetrino de Los Barrios hacía que mucha gente pensara que tenían algo de "negro". Porque debo agregar que la "bemba de toro" de Raúl era heredada. También lo pensaban gente como Justo Barrios. Mas allá de que se tratara de una broma a Justo le encantaba decir, en voz alta, que iba a visitar "a sus primas". Lo decía delante de sus hermanos "purasangre" para joderlos. Porque las primas eran negras retintas. Una noche mi papá y Justo fueron a visitar a un viejo amigo de otra generación que convalecía en el Hospital de Caibarien. El viejo era el famoso Sebastián - Sastián -, un hombre que comía tanto que parecía no tener fondo. Se aseguraba que daba cuenta de un racimo de plátanos maduros de un tirón e incluía a las  cáscaras. Recuerdo que mi papá decía que una vez una gallina con todos sus pollitos se había quedado atascada en otra de sus grandes plastas de mierda. Sastián tenía una especie de tic nervioso en uno de sus ojos y cuando hablaba no podía evitar guiñarlo. Aunque Angelito era su mejor imitador mi papá hizo muy popular en el barrio una de las advertencias de Sastián a Margarita, la abuela materna de Los Barrios. Cuando el yucal de Sastián comenzó a parir llamó a la vieja y le advirtió "oye, magarita, ve a ver si amarra su pueca que la yuca ya está pariendo". Mi papá hacía todas las muecas de rigor y tenía que repetir la anécdota montones de veces. Antes de pasar a la sala de cuidados intensivos en donde estaba Sastián se detuvieron en la sala mayor para disfrutar de la controversia verbal de dos vejetes que se estaban robando la película en la hora de la visita. Los ancianos estaban en camas muy alejadas. Uno de ellos era muy jactancioso y le encantaba contar sus hazañas eróticas de juventud. El otro se burlaba en voz muy alta cada vez que terminaba de contar una. "Porque yo siempre fui un tipo de hembras". "Sí, hembras, pero...de plátanos". "Los que me conocen saben que fui un tipo corrido". "Claro.....corrido pero por la policía". "Durante mi juventud era un hombre de plumas". "Como no...de plumas pero de gallina". Contaba mi papá que hubo que aguantar al viejo verde contra el colchón de su cama porque terminó por insultar y desafiar al otro que no paraba de repetir sus respuestas y casi que se moría de la risa. Sastián todavía estaba conciente y conversaba como un loro. Esa noche no tenía visitas familiares y se alegró sobremanera cuando vio a Justo y a mi papá. Después de agotar los temas cotidianos les aseguró que su próximo plan era sembrar una arboleda con todos los árboles maderables y frutales existentes y comenzar a vivir de ellos cuando comenzaran a  madurar y a parir. Sí señor, eso es lo que voy a hacer cuando salga de este hospital de mierda - repitió. Justo miró a mi papá, apretó sus labios, abrió los ojos y no dijo nada. Hasta que llegaron a la calle. Chico - le dijo - pero este viejo no se dará cuenta de que lleva la caja a remolque. La frase "lleva la caja a remolque" - arrastrar el propio ataúd - fue, desde entonces, una frase célebre en boca de mi padre y fueron muchas las ocasiones en que tuvo que recontar la anécdota. Que, por supuesto, incluía a la pelea de los ancianos en la Sala Grande. Todavía hoy, los niños de entonces la recuerdan (y la citan) cuando alguien se está muriendo. A las ocurencias de Justo había que agregar cierta vena poética. Existen algunas décimas - o pedazos - relativas a su familia y mi papá me decía que las habia compuesto Justo aún cuando a veces la familia no salía my bien parada. Se trataba de décimas incompletas y debo admitir que las cuartetas que estaban terminadas ahora no puedo recordarlas bien. Una cuarteta criticaba a los guajiros que se mudaban para el pueblo. 
    Se van para Caibarién
    pero se van a freír
    como huevo en el sartén.

Había un grupo de décimas que incluía a la famila Barrios y a vecinos muy queridos y famosos por algún motivo.

   Cuando la máquina pita
   que va subiendo la loma
   Justo Barrios es la paloma
   Y Nene la bijirita.
   .......
   Olimpio será el zorzal
   que como décima pasa
   ................la torzaca
    y Raúl....carpintero real.

   .......
    Para seguir el renglón
    con mis frases agradables.
    Manolo Vega es el cable
    y Bonifacio que brilla
    Ramón Ferrer la morcilla
    y Carlillo el miserable.

    Aquel de la loma enfrente
    se titula Frank Carillo
    el del terraplén, Palillo,
    y el hermano Mierda Seca.

    Goyo Manso se llevó
    a Nereida Motrejón
    en tan mala situación
    que en el suelo la acostó.

Raúl me contaba que Virgilio también se botaba su decimita de vez en cuando. Pero él prefería recordar una frase que usó una vez para resolver el problema de una rima que no le salía. Una frase no, un verso - recalcaba -. Imagínate que el verso era "que peste a diminutivo", o sea una barbaridad originalísima.

El equipo de Pelota de Plateros era tan famoso para la época que sus dirigentes fueron capaces de contratar juegos en lugares muy alejados. Venían peloteros que incluso habían llegado a jugar en las Series Nacionales. Los domingos los hogares se vaciaban para acudir al juego de turno y cuando tocaba jugar de visitante los fanáticos no cabían en el camión contratado. Recuerdo que se construyeron casetas de madera y guano tipo gradas pegadas a la cerca y que los comerciantes avispados comenzaron a vender refrescos de limón y sandwiches de puerco asado. El negocio les fue tan bien que muy pronto comenzaron a rifar un gran muslo de cerdo. Virgilio reunió al gran equipo del Central Victoria y les convenció para topar con Plateros. Ustedes verán como los hacemos leña, qué se creen estos guajiros - fastidiaba. Para entonces la Pelota en los centrales azucareros tenía altísima categoría. Por la influencia de los dueños americanos y por ende en los ingenios que tuvieran dueños cubanos. Victoria tenía un verdadero trabuco. Recuerdo que el partido se promocionó como si fuera una final olímpica. Lamentablemente no puedo recordar todos los detalles. Era demasiado pequeño. Mi papá no era un gran fanático de la Pelota - lo sería años después desde la radio - así que me dejaban ir con Tico el novio de mi prima Milagros y Primera Base del Plateros o con Aleida la de Tío Pito que tenía un grupo femenino de fans llamado Las Muchachitas. De modo que no puedo recordar en que viajaron los "profesionales" de Virgilio. Sí recuerdo perfectamente que con ellos vino un hombre muy flaco, cincuentón, que no se cansaba de hacer chistes y que trajo una vocina y un pequeño equipo de audio para narrar el juego. Se trataba del famoso Huesito. También recuerdo a la Primera Base del Victoria. Un tipo joven llamado Wichy, casi enano, pero con una velocidad, un poder de salto y una calidad del nivel de Armandito Pitirre. Ese domingo se lució bateando y saltando en Primera con los tiros altos. No puedo recordar el marcador final. Pero estoy casi seguro de que ganó Victoria porque las imágenes que me llegan son las de Virgilio sonriendo y diciendo "no se los decia, ustedes no son peo que rompe calzoncillos". Tampoco recuerdo si Platero devolvió la visita. Aunque me parece que no.
Virgilio era un solterón empedernido. Teresita era mucho mas joven que él y significaba su amiga íntima y confidente especial. Mi papá la consideraba "su mujer". Pero admitía que el comportamiento era casi como el de una "querida". Sin embargo era una relación realmente sólida. Le ví pocas veces. Pero la recuerdo con el pelo recortado de época, trigueña, muy bonita, con la cara redondeada y relativamente baja. No tan dulce. Pero sí suficientemente femenina para una solterona que tenía una amante amigo eterno.
El establecimiento de Virgilio duró en sus manos lo que duró la propiedad privada en manos de los dueños cubanos. Un buen día - un mal día? - "la Revolución" decidió dar el uúimo golpe de nocaut y cerró el proceso intervencionista. El Bar de Virgilio Barrios fue intervenido y pasó a "manos del pueblo". Virgilio llegó a pensar que harían una excepción con él - o que por lo menos alargarían el período para intervenírselo - porque era público que había sido un colaborador convencido de Camilo Cienfuegos. Otro mas de los que había caído en la tarmpa de que "esta Revolución será tan verde como las palmas" y de que "no sería jamás una revolución comunista". Virgilio Barrios tiró la toalla, dejó que su sobrino Raúl se fuera a buscar fortuna a La Habana, casi que se comprometió con Teresita, se vino a vivir a su apartamentico de Plateros y comenzó a preparar los papeles para emigrar a los Estados Unidos. Nadie sabía nada del dinero que había atesorado durante tantos años en el negocio ni si la forzada conversión monetaria le habría afectado. Su vida se derrumbó y no le quedó otra alternativa que esperar por la macabra madeja burocrática de la "Revolución" que lo iba dejar salir del país pero a costa de un calvario inenarrable. Tenía un gran amigo en los Estados Unidos - me parece que alguien llamado Anguito - que se encargó de preparar los documentos de la reclamación. Durante ese período fue que yo pude asimilar de verdad el tipo de persona que era Virgilio Barrios.
El Gobierno castigaba a los "traidores" que se iban a vivir a la "casa imperialista" con trabajos casi forzados en el macabro lugar que decidieran. Incluso eran capaces de demorar las salidas aunque las visas americanas estuvieran listas. No podría asegurarlo ahora pero creo que Virgilio tuvo que trabajar en una conejera que habían construido entre Dolores y Yaguey. Para entonces tenía una bicicleta muy poco parecida a las clásicas bicicletas americanas. Recuerdo que tenía el caballo triangular, una parrilla corta y un manubrio recto, deportivo. Creo que era de fabricación checa y en verdad la gente hablaba maravillas de ellas. Virgilio se la pasaba pedaleando por la carretera y recuerdo también que se detenía en las casas de los vecinos y les pedía "la libreta" para traerles el pan o cualquier mandado que necesitaran. La gente lo conocía poco pues prácticamente vivia en el Central aunque sabía de su probada catadura moral como la de todo Barrios de alcurnia. Ahora terminó de conocerlo mejor mientras purgaba el castigo que el Gobierno que ayudó a consolidar le imponía por el delito de abandonar la Patria. Algo que, para ellos, era una traición. Virgilio apenas visitaba a los vecinos. Les veía y saludaba en la carretera o en casa de su hermana Estela. Yo pude verle bastante durante su espera porque mi padre me llevaba y muchas veces íbamas la familia entera, que ahora incluía a mi hermana Tery, nacida en 1963. Nadie sabía en donde Virgilio tenía el dinero que había ganado en su Bar ni si lo había enviado a los Estados Unidos. Pero varias veces escuché que "ese Barrio estaba podrido en plata". Creo que Anguito era solo su amigo. Entonces una reclamación no exigía que la persona fuera un familiar allegado. Bastaba un afidavit. Mi papá conocía a Anguito y siempre hablaba de que eran amigos inseparables. Pero aclaraba que "Anguito no había esperado a que lo botaran como esperó Virgilio". No estoy seguro pero creo que Virgilio Barrios Beltrán viajó a los Estados Unidos alrededor de 1967. Para entonces las visitas de su hermana Luz Marina se multiplicaron a casa de su hermana Estela a manera de predespedida. Luz - como le decía mi papá - casi siempre nos visitaba y otra vez volvía a morirse de la risa con las ocurrencias suyas.  Esta risa desbordada y limpia de algunas mujeres cuando mi papá se desbocaba a contar historias me llevó a pensar que algunas estaban enamoradas de él. Se lo dije varias veces delante de mi madre. En broma. Pero no tanto. Mi madre se reía y movía la cabeza y llegué a pensar que estaba celosa. Pero no: eran mujeres excelentes muy poco acostumbradas a relacionarse con hombres que llevaran el apellido Ferrer. Con Luz Marina venía una niña rubia natural, de piel de manzana y grandes ojazos avellana. Era la hija de su sobrina Mercedes, la hija de Angelito, a la que estaba criando como si la hubiera adoptado. La niña se sentaba en un taburete con las piernas muy juntas, apenas hablaba y me miraba de una manera lánguida y angelical. Yo hacía lo mismo. Pero mi timidez me hacía cambiar a veces la mirada. La niña se llamaba Margarita. Pero esa es otra historia. Un buen día Virgilio voló a los Estados Unidos y la gente de Narcisa y de Victoria - la Revolución no pudo jamás obligar a los vecinos de los centrales azucareros a que renombraran a sus bateyes con los nombre del martirologio - y de Yaguajay y de Plateros y de medio mundo tuvo que acostumbrarse a su partida. Compensada con sus cartas, con sus presentes y con el apretón de manos y el abrazo recibido cuando regresó de visita a Cuba pocos años después. No podría asegurarlo pero creo que Vigilio partió solo y que mas tarde fue que Teresita se le unió en Miami. A partir de entonces la información que tengo es la relacionada con lo que me contaba mi primo Raúl. Porque las decenas de cartas que le escribió a mi padre no hablaban de su vida de hombre de negocios en la ciudad floridana. Eran cartas cortas, perfectamente redactadas a máquina en folios amplios y casi protocolares. Cada carta incluía una o dos cuchillas de afeitar Gillete o postales en fechas de aniversario. Siempre era yo el lector. Y quien las respondía cuando el viejo me lo pedía. Las cartas venían a nombre de Rafael González Ferrer pero en el encabezado interior siempre decía "para mi amigo Perico Lobatón". Perico Lobatón. Así le decia a mi padre. El sobrenombre tenía que ver, creo recordar, con una marca de tabaco. Virgilio se dedicó al negocio inmobiliario en Miami y le fue estupendamente bien. Se decía que tenía muchísimas viviendas arrendadas.  Que recuerde vino una solo vez a Cuba y su estancia en casa de su hermana Estela fue en verdad complicada por la gran cantidad de gente que fue a saludarlo. Mi padre lo haría también pero no pudieron tener un aparte de verdad como en los buenos tiempos. Por algún motivo yo no le acompañé. No es que mi padre regresara decepcionado de casa de Estela. El sabia que habían pasado los años y que un viaje  siempre tenía fecha de regreso, velocidades ajustables y mucha gente a la que atender. Sin embargo, Teresita sí venía con mas frecuencia. Teresita era una mujer de su familia. Vivía para ella. No estoy seguro de si se casaron en Cuba antes de partir o lo hicieron después en Estados Unidos. Pero creo que alguna vez oficializaron su unión. Teresita venía a Victoria pero no a Plateros. Raúl se quejaba de su indiferencia para con él y sobre todo se quejaba de que sus "regalos" eran poco menos que ridículos. La señora de Virgilio había tomado su nueva categoría muy a pecho. Cuando Virgilio murió mi padre se sintió como si el occiso hubiera sido un hermano suyo. Y como pasa con la muerte - sobre todo si se produce lejos - un día Virgilio cayó en el olvido natural y mi padre solo lo mencionaba cuando quería poner un ejemplo de hombre íntegro y bueno.  Pero lo mencionaba bastante, por cierto. La viuda Teresita quedó "rica". Según Raúl, no cumplió la última voluntad del tío favorito. Raúl me aseguró que supo, de buena tinta, que Virgilio le había dejado una suma suculenta en el testamento y que su esposa no se la había entregado. Alrededor del año 2014 me puse en contacto con Rayza Vicens a través de los datos que me dio Raúl cuando viajé a A Cuba. Rayza - que la conocía pefectamente - me contó de su actitud "rara y mezquina" cuando la visitó en Miami acabada de llegar. Me dijo que aún mantenía el Imperio Inmobiliario, que tenía una mansión fenomenal y que estaba muy vieja. Teniendo en cuenta la notable diferencia de edad que había entre ella y su marido posiblemente aún viva. Estas opiniones no quitan para nada de su condición de gran amiga, de mejor amante y de señora fiel de un hombre integral. Solamente son puntos de vista de ciertas personas que no estaban preparados para enfrentar ciertas actitudes. Ahora que Raúl ha muerto, que prácticamente no conozco a sus primos, que los contemporáneos también han muerto no sé con quién hablar sobre Virgilio Barrios Beltrán cuando regrese a Cuba. Tampoco puedo visitar su tumba aquí en caso de que no haya sido cremado porque no soy amigo de Teresita. Así que tendré que hablar con su memoria.
Yo sé de eso.
Por suerte.


Anexos.

+ Justo Barrios se suicidó algún año del último cuarto del Siglo
   XX. Ahorcamiento.
+ Raúl Bembaetoro. Había un agregado relativo a mi primo Raúl en
   el Barrio. La familia de Los Perdomo - apicultores de fama muy
   bien ganada - vivía frente a la casa de Tionene, del otro lado de la
   carretera. También eran muy cetrinos. Cándido Perdomo jr. - hijo
   de "mi personaje inolvidable" Cándido Perdomo sr. - era el 
   apicultor mayor y había formado una gran familia con sus
   características idiosincráticas (reserva, discreción y respeto). 
   Cándido tenía los labios muy gruesos y casi el mismo color de
   piel que Los Barrios. Los vecinos "enemigos" del "técnico"
   aseguraban que "Estela se había acostado con él y por ese motivo
   era que Raúl teniá la bemba tan pronunciada". Cuando yo 
   escuchaba este tipo de conversación en casa de mis primos
   isleños no podía dejar de recordar que, en efecto, Los Barrios 
   eran gente de boca fina. Pero tampoco olvidaba que padre e hijo 
   caminaban de manera idéntica y que aquellas manos derechas
   pendulando al lado del muslo derecho eran tan famosas como 
   la miel de las abejas de Cándido. Se decía lo que se decía.

Luis Eme González.
Swetwater, Miami.
Usa.
Febreo 6 del 2020.




1 comment:

  1. A ver, querido, dejame ponerte algo. Tanto tiempo. Solo "me encantan" tus nostalgias.

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