Saturday, June 6, 2015

APPALACHIAN TRAIL.-





El matrimonio y sus dos niños llegaron a la Terminal de las Diligencias en el Noroeste de Miami media hora antes de la salida del carruaje. Casi nadie volvió la cara para mirarlos porque los vecinos estaban acostumbrados a cruzarse en las calles y en las avenidas con aquella gente de indumentaria curiosa y circunspección notable. La familia había venido desde el norte del país para comprar los mejores tornillos de freno de carreta que fabricaba un compatriota en uno de los suburbios de la ciudad cuya granja había sido copiada de cualquiera de las granjas del Primer Estado. El matrimonio se sentó en la butaca para mayores y los niños se acomodaron a sus pies, con las extremidades extendidas hacia el centro de La Terminal como si intentaran agrandar los espacios interiores. El hombre se puso a hojear una revista manuscrita que hablaba del injerto de manzanas y la mujer extrajo un álbum con viejas fotografías cuyos pies de foto estaban escritos en alemán arcaico.
Cuando faltaban cinco minutos para la salida de La Diligencia el hombre guardó el Tratado sobre injerto de manzanas en su morral de cuero de cabra, la mujer introdujo las fotografías en su cofre de pino bávaro y los niños se levantaron al unísono y se sacudieron los pantalones negros como si intentaran espantar cucarachas despistadas salidas de los armarios de la abuela. Un minuto después la voz en inglés floridano dijo, desde la vocina estampada en la pared sur, que La Diligencia no saldría a la hora habitual. El hombre descongeló sus músculos y se dirigió a la cabina del Avisador de Malas Noticias. Por qué, preguntó. Ni creo que tampoco saldrá en el turno de la próxima semana, respondió el Hombre Voz. Por qué, repitió el hombre que había soñado con manzanas injertadas. Para entonces su mujer y sus hijos estaban a su lado y observaban al hombre que vegetaba detrás del gran vitral como si fuera la reencarnación del Diablo. Dos sementales del Hipódromo de Healeah no han podido soportar el olor de las yeguas pensilvanas y han saltado las barreras de su establo. Muy bien, eso puede darle a usted la medida exacta de la salud de nuestras yeguas, dijo el hombre, pero estamos en tiempo de partida. No lo creo, señor, porque los sementales acaban de destrozar los arneses de las yeguas y en estos momentos los cuatro están retozando en uno de los campos de golf descontinuados de la ciudad de Swetwater. Alguien ha salido a buscarlos, preguntó el niño. Por supuesto. Y cuándo estaremos listos para viajar, inquirió la niña. No lo sé. Por qué no lo sabe, preguntó la mujer. El carruajero está en la puerta del campo de golf con una mirada brutalmente hosca y un pico y una pala listos en sus manos y dice que solo regresará con las yeguas cuando acaben de copular con los caballos. Nuestras yeguas son insaciables, pensó la mujer. Ese conductor de carruaje es un octavo occidental y seguramente lo hará para fastidiarnos, caviló el hombre. Cuando "acaben de copular", dijo la niña en voz media para que el hermano la oyera, o sea que en algún momento se "comienza a copular"....qué será cupular. No sé, respondió el niño, pero la escapada de nuestras yeguas de La Diligencia con caballos profanos me recuerda que nuestra gente no permite la entrada de otros caballos a nuestras granjas. La niña pensó que dos caballos extranjeros y dos yeguas puraetnia podrían estar haciendo algo en los campos de golf descontinuados de esa ciudad que ella todavía no podía dilucidar. Y entonces cómo regresaremos a casa, inquirió. Eso sí lo sé, nuestros padres sabrán.
El padre recibió la noticia de que a la Diligencia no le habia pasado nada y que por tanto sus tornillos para eje de carreta eran innecesarios. Pero el administrador de La Terminal le dijo que las dos yeguas de repuesto no llegarían hasta dentro de catorce días enganchadas a la próxima Diligencia y agregó que la única novedad que tenía para su familia era que podían utilizar el penúltimo coche del tren de Amtrak que era el coche de la impedimenta. Usted sabe muy bien que nosotros no usamos transporte mecánico. Desconozco si "muy bien" pero ciertamente lo sé, lo siento, no tenemos otra respuesta. La mujer le dijo al burócrata que necesitaba hablar un minuto a solas con su esposo. Exígeles que aseen perfectamente el coche ese de la impedimenta y trataremos de acomodarnos de alguna manera. Acaso calculaste las millas que hay desde aquí hasta nuestro pueblo. Las calculé, pero no tenemos que llegar hasta allá. No, y cuál es tu idea. Viajaremos en tren hasta Georgia y desde ahí caminaremos por el Appalachian Trail hasta West Virginia. El hombre la observó dubitativamente. Es que te has vuelto loca, le preguntó. No, es que me he vuelto cuerda, pero si te parece mal pues cojamos el primer avión y listo. Entonces el marido terminó de leer su mente y la abrazó. Primero muerto, dijo. Los niños se habían acercado y la niña se moría porque la conversación de sus padres incluyera la palabra copular. En West Virginia vive Tía Ingrid, musitó. Tía Ingrid, pensó el padre. Eres un genio, le dijo a su mujer.
Durante casi un día el tren renqueó por entre los bosques de La Florida y cuando se desmontaron en la pequeña estación el hombre apenas podía soportar el dolor que tenía en las costillas derechas porque su cuerpo se había apoyado de ese lado sobre el morral de tornillos para ejes de carreta. Los niños no habían pegado un ojo y mientras observaban el paisaje se la pasaban preguntándose por qué diablos sus padres no utilizaban tractores para labrar la tierra ni automóviles para moverse por las amplias autopistas por donde se movía la "otra gente". Tú sabes de sobra por qué, dijo el hermano. Saber "de sobra" por qué es como no saber, la Biblia de mi amiga Merryl dice lo mismo que la de papá y mamá. Cómo descubran que estás hablando de cosas diferentes con la "otra gente" te van a dar una zurra que no se te olvidará jamás. Si me tocan nada más que un pelo de mi cuerpo me voy de la casa. Para dónde te irías. Para los campos de golf desbaratados de Swetwater. El niño se persignó. Dios mío, exclamó. Sé que estás pensando "perdónala, señor, pues no sabe lo que dice". No, estoy pensando "perdóname, señor, porque no estoy seguro de lo que quiero". La niña le sonrió y le pellizcó la barriga. Regresemos a "copular", le sugirió en voz baja. Copular, repitió el niño, le preguntaré a mi amigo Mike qué diablos es eso. Cómo te sorprendan hablando de cosas diferentes con la "otra" gente, te....ya sabes. Si me tocan un solo pelo de...ya sabes. Para dónde. Para esa ciudad en donde están copulando nuestras yeguas y los "otros" caballos del Hipódromo.
La familia caminó durante seis días por el Appalachian Trail y cuando el hambre finalmente les rompió el estómago tuvieron que pedir golosinas a los senderistas que viajaban en una y otra dirección. Algunos senderistas pensaron que se trataba de extranjeros devotos que cumplían alguna promesa o que tal vez fueran seguidores tardíos del Gran Forrest Gump. Otros, observando sus atuendos, reconocían con quiénes se cruzaban pero extrañaban los carruajes y se preguntaban si acaso la famila caminaba con su prole apoyados en bastones rústicos intentando establecer un récord que no fuera rubricado por la Casa Guines. Veinte metros a la izquierda de donde debían abandonar el Appalachian Trail estaba la carreta enganchada a dos caballos de la tierra. El marido de Tía Ingrid estaba al pescante. De prisa que va a llover, dijo a manera de saludo.
La Tía Ingrid les dijo que no se trataba de ningún milagro. Además, aclaró, jamás hemos vuelto a tener contacto alguno con el matrimonio navajo, sonrió. Había ocurrido que el amigo rebelde  de su hijo, un "otra" gente aficionado a los Blogs con pasión de crucificado en cualquier promontorio, le había invitado a compartir una noticia originada en la ciudad de Miami en la que se aseguraba que las dos yeguas de La Diligencia Miami - Pittisburg se habían zafado de sus arneses y se habían marchado con dos sementales del Hipódromo de Healeah hacia uno de los campos de golf de la ciudad satélite de Swetwater en donde estaban copulando sin parar. Que este hecho había dejado sin transporte a una familia amish de Pensilvania, la misma que por no aceptar viajar en ningún medio no tradicional había optado por llegar hasta el nacimiento del Applachian Trail en el vagón de la impedimenta del tren Amtrak, y caminar hasta su pueblo apoyados en bastones de fresno canadiense a riesgo de perder la vida en el camino. Nosotros no sabíamos que se trataba de ustedes pero igual nos dispusimos a esperarlos en el primer sendero de importancia que se desgloza del Gran Camino de Los Apalaches hacia el Oeste, dijo el Tío Klaus. Finalmente supimos que se trataba de ustedes porque el malcriado de Junge telefoneó a Lancaster y pidió al abuelo Adolf de urgencia y el adorable viejo se puso al aparato porque para eso lo conectaron después de profundas discuciones con el  Gran Consejo Amish y le confirmó que, efectivamente, ustedes estaban en Miami, agregó la Tía Ingrid. Así que no nos quedaron dudas y nuestro apoyo pensado para compatriotas que no creíamos conocer se convirtió en apoyo para nuestros tíos y nuestros primos, dijo Junge. Cómo se llama ese Blog, preguntó la chica de Lancaster. Caballos de Carrera, dijo Junge. No lo digas, llegó tarde la advertencia de Mamá Viajera. Puedo adaptarme a la vida moderna sin perder mis esencias amish, sentenció Junge. Sus primos le aplaudieron. El padre de Lancaster preguntó qué para cuando llegaría el Abuelo Adolf. Y déjense de tanto aplauso que Los Piratas no andan tan bien que digamos, increpó a los niños. Estoy aquí, dijo una voz salida desde el patio oeste, saldremos al amanecer.
El Ford T emergió desde el granero del sur. Los padres de Lancaster se santiguaron. Los tres niños se mandaron a correr simulando estar felices por la impronta del nuevo día. Treinta metros al norte desbocaron sus risas tecnológicas. Ninguna rueda de carruaje soportaría el piso del Appalachian Trail, y de hacerlo necesitaríamos un millón de herraduras de repuesto para los caballos, dijo el abuelo. El hijo le miró y se mordió los labios. Y crees que este adefecio del 1904 podrá soportarlo. El Viejo acarició el capó del Ford T. Parece un auto de las antípodas, es verdad, dijo. O es que deseas un Mercedes de los "nuestros otra gente", agregó. Solo deseo un carruaje como manda nuestra Ley. El Abuelo llamó a los niños. Junge, llama otra vez de urgencia a Lancaster, le ordenó. Para qué, Abuelo. Tu tío quiere que le manden un carruaje de factura local. Pero entonces tendrían que rodar sobre la Autopista Interestatal. Los primos intentaron corear "ay ssss..." pero lograron comerse la "i" bajo la mirada adusta de la madre. El padre de familia miro a su mujer. Ese señor Ford parece que sabía lo que hacía, sentenció su esposa. El padre se volvió hacia el padre. Así que sabes manejar, preguntó. No. Y entonces quién demonios nos regresará a casa. Una cabeza rubia se irguió desde el asiento delantero del Ford T. Mike, gritó el hijo.
El sombrero y el saco negros destacaban en la mañana amanecida detrás de la ventanilla abierta. También destacaba la copiosa barba recortada encima del mentón.  Qué raro, no veo a los caballos, dijo uno de los dos senderistas. Cabalgan del otro lado, se trata del último modelo de carruaje amish. Dame la petaca y deja de darte tragos, hombre. Déjame tranquilo y hazle algunas fotografías. Ok. Estoy listo para mi Segunda Entrada de Blog. La última toma la realizó el senderista bloguero.
Toda la familia amish se desmontaba en el lugar exacto en donde el Appalachian Trail se unía al Camino que les llevaría hasta Lancaster. El carruaje refulgía bajo los rayos de un sol reverberante en la mañana de Pensilvania.
Encárgate de saber si hay planes, presentes o futuros, de castrar a los caballos de ese hipódromo, hijo. Los hijos y la madre se miraron con una mueca de incredulidad. Encárgate aunque tengas que utilizar los inventos de los otros, concluyó.
La niña metio la mano en su morral de piel de ternera. El celular estaba allí.

Westchester, Miami, Usa.
Luis Eme Glez.
Junio 5  del 2015.




1 comment: