Tuesday, September 23, 2014

FELIX VARELA: LO QUE VA DE AYER A HOY. (8).-





En San Agustín - El Padre sabe ya que jamás ha de abandonar la ciudad - el cubano ilustre que ha entregado su alma y su vida a Dios apenas puede sobrevivir gracias a los celosos cuidados que le prodiga el Padre Edmond Aubril. Cuando se siente suficientemente saludable enseña catecismo y toca el violín para los niños en frente de la iglesia y visita al cementerio Tolomato en donde están enterrados su "segunda madre" y el Padre O' Reilly. Se entera de la aventura anexionista  del venezolano Narciso López en las costas de la ciudad de Cárdenas y casi que se alegra de la indiferencia de los matanceros, que no le apoyan. Puede estarse muriendo pero sus ansias de independencia total para la Patria están muy vivas. Para el segundo intento - por Bahía Honda - del morocho, las fuerzas españolas le capturan y lo fusilan tras un juicio sumario. El Padre Varela ora por él y sonríe friamente cuando se entera de que la invasión no fue apoyada por Washington, pese a sus tintes anexionistas.
Malvive en un pequeño cuarto al fondo de la escuela parroquial. Cada día que pasa las fuerzas le abandonan. Para 1852 la vista apenas le acompaña. No puede escribir porque no puede sujetar la pluma entre sus dedos, negados a obedecerle. Se siente abrumadoramente olvidado. El, para quien el olvido debió ser otra de sus cartas - ensayo a Elpidio. Hasta que, al fin, le llega una visita. Se trata de Lorenzo de Allo, uno de sus discípulos del Seminario. Destrozado por la pena, Allo le escribe al Presbítero Francisco Ruiz en La Habana."Vive en un cuarto de madera del tamaño de la celda de un colegial, tiene una mesa muy pobre enmantelada, una chiminea, dos sillas de madera y un sofá pobre con asiento de colchón. No hay cama, no hay libros, no hay mapas ni cosas de escribir, solo cuadros de santos en las paredes y una campanilla sobre la chiminea". Allo le encuentra "viejo, muy flaco, con mirada mística". De entrada El Padre no lo reconoce. Cuando logra incrustarlo en su memoria será "todo un manantial de recuerdos de antes". Allo detalla que "tiene tres o cuatro enfermedades, que está inválido, inclinado sobre el sofá, apoyado en tres almohadas". Pero recalca que "no se queja". El discípulo agrega que "tiene sus cabellos, sus dientes, sus modales y movimientos cubanos, solo parece un anglo cuando habla inglés, no sabe nada de lo que pasa en La Habana, nadie le escribe o le visita, nadie le envía textos académicos o exámenes para hojear". La carta - informe de Lorenzo Allo concluye con una petición  de ayuda para El Padre Varela. Se dirige a sus ex colegas, discípulos y amigos ricos. Y acota "casi que he llorado al verlo".
La carta de Allo encuentra rápida respuesta. De pronto todos recuerdan al gran cubano que se está muriendo en una ciudad extranjera, muy lejos de la Patria. Gonzalo Alfonso dispone 200 pesos para "entrega inmediata". Su agente Lasala, en Nueva York, será el encargado de realizar la operación. Además, ha de informar al Arzobispo Huges sobre la grave situación del Padre Varela. Se designa a José de la Luz para que lo visite y le pida - le ruegue - volver a La Habana.En caso de no lograrlo ha de entregársele el dinero. De la Luz lo siente, pero él mismo está enfermo y no puede cumplir la misión.De modo que el nuevo elegido es José María Casal, abogado de renombre y discípulo del Presbítero. En Febrero de 1853 sale, junto a su mujer, hacia Savanna y Charleston. Todos piensan que la salud del Padre mejorará enseguida que contacte con la gente que le quire y cuando disponga de efectivo. Es cierto que nuchos se han olvidado de él pero es que han pasado los años y la causa de Cuba ha tomado otras disyuntivas. Nadie cree que es demasiado tarde para subsanar el error.
Mientras se hacen los preparativos en La Habana y el matrimonio navega rumbo al norte, El Padre Varela está seguro de que le ha llegado la hora. En pleno juicio le pide al Padre Aubril que le administre los Sacramentos y la Eucaristía y reafirma su fe en la hostia, "donde está el cuerpo y el espíritu de Jesús". Reafirmar esta máxima constituye una promesa ante Dios para la hora final. Una señora, con dos niños, le pide que se los bendiga, arrodillada, El Padre, moribundo, lo hace, "Han sido bendecidos por un santo", exclama la mujer cuando abandona la habitación. El 25 de Febrero el doctor dice que morirá muy pronto. Ese día, el vapor donde viaja el matrimonio Casal, pasa frente a las costas de San Agustín. El dinero serviría para honrar su memoria. Fue enterrado el día 26 en Tolomato, muy cerca de su abuela. El 1 de Marzo el Arzopispo de Nueva Tork dispone la celebración y ofrece una solemne misa de requiem.
El día 3 de Marzo llega Casal a San Agustín. Enseguida visita al Padre Aubril y se van a Tolomato. Permanecen mudos ante la tumba del Presbítero. "Oramos como católicos, meditamos como filósofos, lloramos como hombres", cuenta. El viajero  desea llevarse los restos a Cuba. De momento eso es imposible, plantea el Padre Aubril. Los lugareños sienten un profundísimo amor por el cubano y su deseo es que descanse aquí, agrega. Comoquiera que en el cementerio no hay capilla, Casal sugiere edificarla. El Padre Aubril comparte su anhelo. El siempre quiso una capilla aquí, confiesa. El 23 de Marzo se coloca la primera piedra. El 25 Casal emprende el viaje de regreso para informar a los interesados en La Habana. Hay un silencio sepulcral en la ciudad. Las autoridades respiran tranquilas: ha muerto "el mal español y peor cura". Pero el ilustre cubano no necesita de la solidaridad de sus enemigos. Quienes no intentan interferir en los trabajos que están haciendo los amigos del Padre Varela. Dos años después el altar de caoba, una cruz, dos candelabros y dos atriles están listos en La Habana. También se labra la losa del sepulcro y una loza chica para la pared exterior. El 13 de Abril de 1855 se hace el traslado de los restos. El Padre Aubril, ante una gran multitud, los bendice. Primera misa en La Capilla. Desde ese mismo instante la gente comienza a santificarlo. En 1892, José Martí, el más grande de todos los cubanos - y quien ha nacido el mismo año de la muerte del Padre Varela, como si el destino quisiera que recogiera el batón glorioso - vista la tumba y ora en silencio..."patriota entero, que vino a morir a San Agustín, tan cerca de Cuba como pudo". En escasos metros cuadrados el par de antianexionistas mayores que ha dado la Historia de Cuba se han unido para dar fe de sus principios en el misterio sacro de  la Eternidad.
En el año 1911, Willim J. Kenny es Obispo en San Agustín. Ha decidido, por fin, entregar los restos del Padre Varela a las autoridades cubanas. Corren los primeros días de Noviembre. Las generaciones actuales de la ciudad floridana no objetan. Depositarios de tan ilustre encomienda son el Dr, Manuel Landa González, Presidente de la Audiencia de Pinar del Río y Julio Rodríguez Embil, cónsul cubano en la ciudad floridana de Jacksonville. Enseguida emprenden el viaje de regreso. El día 6 llegan con los restos a La Habana. Los restos están en una caja de cinc. Trasladados a la Junta de Educación, en Calle Cuba # 1. Duelo. Guardia de honor, con la presencia del Vicepresidente Alfredo Zayas y de las personalidades más prominentes de la Cuba de la época. Los familiares del Padre Varela encabezan los actos. Son tan humildes y tan pobres como en los albores del siglo XIX.
El Padre Varela, forjador de la conciencia cubana. es una biografía ejemplar escrita en 1949 por Antonio Hernández Traviezo. El final del texto está rematado por una duda que el autor deja flotando en la atmósfera nacional. Parece ser que los restos entregados en 1911 no son los del Padre Varela. El malestar entre los ciudadanos y especialmente entre los eruditos se deja notar enseguida. Y se convoca a una nueva investigación. La Comisión Investigadora concluye que "los restos son de una sola persona: posiblemente falte un hueso menor del metatarso, no son del Obispo Verot (como se ha sugerido) porque este era calvo y usaba prótesis y El Padre Varela tenía todo su pelo y solo le faltaban tres dientes". En 1954 los restos se recolocan en su urna por el Cardenal Manuel Arteaga. Hoy día descansan en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. En 1981 el Gobierno Comunista de Cuba crea la Orden Félix Varela. La Orden condecora a personalidades cubanas y extranjeras que "hagan aportes a la cultura nacional y universal". El ateísmo preconizado por las autoridades comunistas de La Habana no les impidió honrar a un cubano que moraba en cimas tan altas que ninguna condición hunana hubiera podido bajarlo jamás de su pedestal. Desde 1986 aplica para la canonización.
Esta ha sido la vida y la obra del hombre - santo para muchos, mas allá de las demoras vaticanas - cuyo rostro llamó mi atención el primer día de mi vida como estudiante de primaria en la escuela de Plateros, durante los albores de la Cuba Comunista. Cuyo rostro se me pareció al rostro de una vieja de la vecindad. Han pasado varias décadas. La noria del destino ha seguido girando, indetenible. Yo también salí de mi patria alguna vez. También he sido perseguido. También he sido peregrino.Y también tuve la oportunidad de llegar a los Estados Unidos: en un avión que volaba legalmente, por cierto. Al lado del hombre que me miraba desde la pared norte del aula aquel año soy apenas una brizna de nadas. Quizás me salve el delirio que profesa "cada quien en su época". Pero tampoco: la grandeza está por encima del desencanto de los siglos. No merezco homenajes: merezco rendirlos. Es lo que acabo de hacer. Perdón, no es "lo que acabo de hacer".
Porque todavía me falta visitar al viejo cementario Tolomato en la ciudad de San Agustín.





Westchester, Miami, USA.
Luis Eme González.
Septiembre 23 del 2014.



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