Sunday, October 9, 2011

CONCIERTO DE NARANJA Y SOL.- (36)

La mañana espléndida bajo el sol de verano atenuó un poco mi desfallecimiento y hasta el hambre terminal amainó ante el paisaje soberano del norte de la Florida. Rodábamos sobre una Autopista soberbia, flanqueda por los bosques de siempre. Pero ahora el agua cedió su reinado a los amplios espacios urbanizados y a veces me parecía que la senda era una larguísima calle que no descansaría hasta toparse con Miami. No se trataba de grandes edificaciones conurbadas porque había amplios espacios verdes y naturaleza virgen. En realidad me dio la impresión de que eran negocios medianos y sedes de Compañías de pequeño calado. El colorido vivo, la disciplina espacial, la decoración paisajística y la grandeza del entorno chocaban favorablemente contra una visión agradecida ante el adiós de la noche.
La primera detención del carricoche de la GH ocurrió en un amplio jardín con parqueo descomunal, entre el bosque tupido y la arquitectura naranja con techos de tejas a dos aguas.Me bajé dispuesto a comerme lo que fuera. Estaba listo para almorzarme una comadreja cruda o  una ardilla a medio asar. Mientras el resto de los pocos pasajeros elegían en los estantes del sírvase usted yo trataba de encontrar galletas sin mantequilla,  pan digerible y alguna cecina para bajar con una latica de Pepsi. Solo que - oh, pobre perfecta imperfección - en el sitio en que estaban los productos seleccionados por mí no había listado de precios. Y yo urgía de "saber" el costo para no lastrar mas un presupuesto en declive. De modo que levanté la mano hacia la barra de cobro y señalé unos paqueticos cúbicos color rosa antes de frotar mi dedo pulgar contra el índice y el del medio. "Jao moch"?, pregunté. Detrás de la barra había una mujer blanca y un par de hombres. Un canoso con la personalidad de un Representante a la Cámara me miró como si yo fuera un retrasado mental proveniente del Tercer Mundo. "Cuánto tiempo llevas en Estados Unidos, hombre"?, preguntó en inglés, con casi rabia. El corrientazo me recorrió todo y se detuvo en la espina dorsal. Me latió el simpático, acelerado. Recordé la advertencia de mi madre para con la gente "que no conocía". Pero recordé también que estaba sintiendo lo mismo que el General Antonio ante la trova ingenua de Martínez Campos en Mangos de Baraguá. Así que me separé de los estantes megahigiénicos y levanté mi mano izquierda por si acaso el hombre era fans de Edgar Wallace. Cerré el puño y dejé libre el dedo del medio. "Guan dey, man, guan dey, foket yu", grité, mientras abandonaba el lugar sin haber comprado nada. El pescador de Fort Myers se echó a reír y me regaló un refresco que me tomé de un soplo sin poder apreciar su sabor. Durante varias millas esperé a que la guagua fuera detenida y a que la Policía de Carreteras me pusiera en el asfalto para que explicara por qué había insultado a un honorable ciudadano norteamericano que solo había preguntado el tiempo que llevaba en el país para "helpiarme". Seguramente la manera tan arcaica en que riposté en "inglés" hizo que George Clooney creyera que me estaba disculpando por robarle un minuto de su tiempo.
Bien orientado ahora, sabía que viajábamos hacia el Suroeste central del Estado. Y que en cualquier instante se abriría ante nuestros ojos la primera ciudad que forma la triada que se asienta en el Area de la Bahía de Tampa. Anhelaba arribar a Tampa. Porque allí estaría ya en "territorio cubano" y era muy seguro que podría comer a lo criollo hasta reventarme. Además, Tampa ha estado bastante vinculada a Cuba desde el siglo XIX. Comencé a elaborar dichos vínculos porque mi mente necesitaba de asociaciones.
Clearwater es una ciudad mediana, diseñada como si fuera a formar parte de los parques emblemáticos de Disney. Aquí la guagua no se detuvo pero pasó despacio por la Avenida como si Barry White deseara que nos comiéramos toda su belleza cierta de casa de muñecas. Apenas algún edificio alto a la distancia. Todo es una suerte de jardín inmenso, colores muy vivos y un tráfico inclemente detenido apenas en la gran miríada de semáforos. Al Oeste había  bosques y calles que corrían hasta la lontananza de la mar azul turqueza.Allí estaban las playas del Golfo de México. Clearwater es la Jolla de la Corona en el Area de la Bahía aunque sea la hija menor del trío citadino. Y su nombre diáfano y musical me obligó a tararear María Orgullosa. Tara rarán tararán....Porque Credence Clearwater Revival fue una de mis bandas favoritas de juventud y Mary Proud una de las canciones que mas me llegaron en medio de la retahíla de obras maestras de la Década Prodigiosa. Mientras salíamos de la ciudad y el olor a bahía nos impregnaba los olfatos recordé aquel año en que participé en el Concurso Radial que lanzaba cada viernes la emisora de Santa Clara CMHW en su estelar programa Hablemos. Uno respondía la pregunta semanal, enviaba por correo la carta y pedía su canción favorita en caso de acertar, ser seleccionado y resultar ganador. Fue increíble escuchar María Orgullosa el próximo viernes y mas increíble aún poder escuchar mi nombre ganador. Muchos de mis compañeros de preuniversitario oyeron el Programa y el  lunes siguiente se la pasaron fastidiándome. El tema es proverbial. Años después lo disfrutaría montones de veces en Youtobe. Pero el solo de guitarra en medio de la balada rok, sonado por Tom Fogerty, es inolvidable. Y era lo que yo trataba de tararear en mi ventanilla izquierda, consciente de mi incapacidad absoluta para el canto real. Recordé, además, el DVD que me regaló mi amigo Chilentino en Santiago de Chile en el que, aseguraba, un cantante sustituto de Fogerty hacía maravillas con su voz y había que ser un experto para descubrir que no estaba cantando la voz original. No dije nada. Pero no podía explicarme la noticia si quien había muerto era su hermano,Tom Fogerty, y Jhon era la voz prima.
Entonces el Sur de la ciudad jardín nos regaló mas bosques y una brisa marina con sabor a aguas saladas interiores. Esto no era el Sur de Batton Rouge ni ningún río deslumbrante desembocaba en la Bahía para formar un megadelta indisciplinado. Porque el río Hillsboroug, que atravieza el Down Town de Tampa, no es mas que una cañada con derecho a entrar en la geografía del Estado de La Florida. Es cierto que allí terminan algunos ríos de relativa importancia pero yo sabía a qué atenerme en materia de Deltas.Sin embargo el gran puente en arco que lleva hasta Tampa traspasando la Gran Bahía sí es impresionante. En New Orleans el puente es la Autopista sobre el Delta del Missisippi. Aquí el puente se levanta y en su cima se extiende, casi imperceptiblemente, por varias millas, de modo que la sensación es de que se viaja en un helicóptero a media altura. La Bahía es amplísima y solo al Oeste se observa como una especie de cayería también enlazada por puentes. Las aguas son muy tranquilas y diáfanas y por doquier pueden verse yates navegando y gente pescando a la vera del puente. Semanas después, cuando viajé a Miami Beach sobre el Puente de la Bahía de Biscayne, recordé a Tampa. Pero excepto las islas cercanas, las marinas a flor de piel y la majestuosidad de la ciudad de la playa, la bahía de Tampa es asombrosamente mucho mas impactante.
Ahora el carromato techado de la GH se parqueó en la Terminal clonada y se nos informó que disponíamos de algunos minutos para desconectar. Desmonté con la prisa de quien ha decidido acabar una huelga de hambre y va por su primera cena de verdad. El pescador me condujo al bar restaurante. Detrás de los vitrales los rascacielos del Centro fueron espejismo impropio en la urgencia de mis vísceras. A Naciente del mostrador había una trigueña impactante y con solo mirarla en su ajetreo supe que era de las "nuestras". Pensaba pedir un sandwish sin chis, only tomeito an beicon, pero vi, detrás de los cristales interiores, un gran surtido de comida criolla. De modo que cambié el objtivo de mi colimador. La colombiana - correcto, "casi" de las "nuestras"-  me sirvió una completa con arroz blanco, fricasé de pollo, plátanos fritos, ensalada y pan. Agregué una Fanta de tres cuartos de litro que pagó el pescador sin dejarme protestar y me paré delante de una mesita redonda para dar cuenta del manjar de los dioses isleños. Muy barato. Cuando logré agotar tan exquisto almuerzo el alma me regresó al cuerpo lastimado y pude salir al exterior de la Terminal. Unos obreros trabajaban en alcantarillado con fondo de edificios muy altos y tráfico lento. No vi la Bahía por ningún lado. Como Tampa no es una superurbe estuve casi seguro de que estaba observando a su Down Town. Toda vez que desconocía el tiempo de espera decidí no recorrer los alrrededores y regresé al interior de la Terminal para sentir como mis jugos gástricos se batían con la cena exclente que acababa de tirarles y como me ayudaban a realizar una digestión nostálgica cuando pensaban que el mundo de los alimentos se había muerto mas allá de los antipaladares anglos.
Quizás para los no iniciados en la Historia de las relaciones de Cuba con La Florida, la ciudad de Tampa no es otra cosa que un lugar donde reside y juega un equipo de beisbol de las Grandes Ligas. Posiblemente los medianamente iniciados sepan que la ciudad tuvo que ver con las gestiones de José Martí mientras preparaba la Guerra Necesaria. Tampa, en la visión cubana profesional, es mas que eso. Ocurre que en algún año de la segunda mitad del siglo XIX un español nombrado Vicente Martínez Ibor llega a Cuba para radicarse. Y hacerse rico, como todo español emprendedor. Opta por el negocio del tabaco, tal vez la segunda jolla de la Isla en el prisma de la Metrópoli. El señor Ybor no solo triunfa en su empresa sino que comete el gravísimo error de ponerse de parte de los mambises, quienes conducen una lucha a muerte contra el colonialismo que impone su Gobierno. El español es, por tanto, un traidor a la Madre Patria. Y tiene que salir del país. Elige Cayo Hueso, en el Sur de La Florida, en donde residen muchos exiliados cubanos, desempleados por demás, viviendo en condiciones de casi Reconcentración. Lo único que sabe hacer Martínez Ibor son cigarros y tabacos de solvencia indiscutida. Reconstruye su Imperio en Cayo Hueso hasta que la Cámara de Comercio y las autoridades de Tampa le invitan a trasladarse a la ciudad del Golfo. De manera que el trotamundos hispano acepta la petición - siempre habrá motivos secundarios para los cambios de aires - y en 1885 se establece en Tampa. Aquí, a los cubanos exiliados y residentes, se les van a agregar obreros italianos que están llegando desde Sicilia. Y entonces Ybor construye, ocupando una manzana completa, la fábrica de tabacos mas grande del mundo. Y cuando la producción se dispara a la par de la demanda y el espacio se hace exiguo tiene que agrandarse y considera que a sus obreros les hace falta un lugar independiente para su tranquilidad. Entonces nace Ybor City en las afueras de Tampa. Es a esta ciudad industrial agregada a donde llegará el prócer de la independencia de Cuba para recaudar fondos destinados a la Guerra Inevitable. Y son, como en Cayo Hueso antes, los tabaqueros cubanos quienes vacían sus arcas después de los encendidos discursos de un orador empedernido. Parece que los tabaqueros cubanos, generalmente analfabetos, no siempre comprendían las palabras pasionales de José Martí. Los historiadores aseguran que lo admitían. "No entendemos mucho lo que nos dice este hombre pero es tal su amor inclaudicable por Cuba  que puede disponer de nuestra plata", expresaban. "Viva el Redentor", gritaban, enardecidos.
Cuando Teddy Rossevelt - que llegaría a ser Presidente de los Estados Unidos - y sus Roug Riders se preparaban para incursionar en la Guera Hispano Cubano Norteamericana a finales de la última década del siglo XIX, entrenaron en los campamentos de Tampa y salieron desde la ciudad.
La promiscuidad étnica en Ibor City dio lugar, muy pronto, a la ruleta de los juegos de asar. La Bolita se enseñoreó de la Comunidad y de pronto aparecieron grandes fortunas y hubo bancarrotas a granel. La opulencia y la ruina gravitaron sobre la ciudad anexa. Entonces llegó el Hampa. Para poner "orden" y marcar territorios. Un tipo llamado Charlie Wall fue el primer hampón controlador del juego en Ibor City. Hasta que la Familia Trafficante recogió el batón en la década de los cincuenta. Santos y su hijo llevaron el negocio del juego por toda la Florida y cuando se dieron cuenta de que en la cercana isla de Cuba había un gorila desgobernando y de que el exclusivo Vedado habanero se parecía demasiado a Miami Beach, desembarcaron allá para repletar a La Habana de casinos y tugurios en donde la gente se dejaba desplumar entre tragos de ron, sones con ínfulas de salsa y boleros edulcorados.
Antes de que dieran la orden de abordar salí a la calle del Oeste de la Terminal. Miré a los rascacielos. Me pregunté si alguno sería el Bank of América Plaza. Porque en Enero  del 2002, Charles Bishop, un piloto aficionado de quince años, había estrellado su avioneta contra el Banco. Lo que resultaba interesante. Pero mas interesante aún resultaba que el chico no estaba lastimado por un medicamento que consumía. Solo estaba apoyando a las acciones de Osama Bin Laden ejecutadas el reciente once de Septiembre pasado.
El bus tenía que visitar Saint Petersburg, la tercera ciudad importante de La Bahía. De pronto se acabó Tampa y regresamos al Puente que lleva a la ciudad turística, ubicada en una península entre Tampa y el Golfo. Fuera de algunas calles arboladas al Este, no vi nada mas de la ciudad. Dolido, me pregunté en dónde estarían la estatua y la tumba de Martínez Ibor. En dónde la casa del gran pelotero Jhonny Damon. En dónde la ciudad de Ibor City y la fábrica descomunal.
El ómnibus llegó a una calle custodiada por edificios blancos  y se detuvo a la derecha. Alguien abordó. La calle continuaba recta al Oeste y calculé que allá estaría el mar. Había algunos edificios de altura media y se me antojó que también eran blancos. Aquí Saint "Pete" era muy impersonal y me parecía que acababa de llegar a un sitio donde estuvieran construyendo un pueblo. A lo que calculé era el Noroeste estaba la mole techada, blanca también, del Tropicana Fields, como un carapacho de jicotea a medio enterrar. Allí jugaban los Rays, recios candidatos, otra vez, a discutir el banderín de la Liga Americana. Estaba cansado de ver el interior del Dome por televisión. Ahora podía jactarme de haberlo mirado a la vera del mar. Pero, como ocurrió saliendo de Tampa, Saint Pete desapareció de la mirilla. No supe para donde continuaba la ciudad. Y tuve que hacerme más preguntas. Dónde estaba el Museo dedicado al pintor surrealista español Salvador Dalí. Me eché a reír. Quién dijo que yo estaba "viajando" por el Sur de los Estados Unidos. Quien lo hubiera dicho tendría que rectificar. Yo me estaba "trasladando" por las Autopistas del Sur de los Estados Unidos, las que en ocasiones se dignaban entrar en las ciudades para emerger tan rápido como el itinerario de los choferes se los ordenara.
En un mediodía de puentes, el Tampa Bay Rays nos condujo hasta Bradenton, una ciudad pequeña que está en su propio Condado pero que en el fondo es parte de las ciudades que forman parte del Area de la Bahía. Aquí el bus cargó gasolina y desmontó a alguien. Mientras observaba la calle donde estaba la gasolinera, con sus edificaciones atípicas, subió un joven negro vestido con zapatillas baratas, un jean muy usado, un pulóver blanco con descote y una pelambre espesa revolcada que oscilaba entre el especdrum mas descuidado y el rafta mas desocasional. Necesitado, al parecer, de conversar con cualquiera, eligió al pescador para  depositario de sus inquietudes. Como estaban muy cerca de mí, a la derecha, me pareció escuchar que el muchacho acababa de salir de prisión y que se dirigía a su casa en una ciudad costera de relativa importancia. Luego el cubano me lo confirmaría. La charla le ganó algunos cigarros y otras pocas monedas que el hombre recibió colmado de agradecimientos. En algún momento pensé incluirme en la acción dadivosa pero me arrepentí. Desconocía cual era la frontera para el exconvicto entre la dádiva honesta y la lástima expresa. Desmontaría en una caseta de interperie, al Sur de una carretera de dos vías que se dirigía al Golfo. No pude precisar qué decía el cartel anunciante pero si me obligaran a citar un nombre diría que Punta Gorda
Al Sur de Bradenton el paisaje deja de ser urbanizado. La Autopista corre entre bosques idénticos que a veces se vuelven muy ralos como si la costa impusiera su sello. Tal vez un naranjal joven luchando entre la yerba - listo para renovar - rompa la monotonía del entorno. Sin embargo, al Oriente de la Autopista - que tantas veces había visto a través de la web cam de mi amigo cuando regresaba de alguno de sus viajes - había un terreno desbrozado y dos o tres buldózers agrandándolo. Había materiales de construcción y algunos tubos enormes de concreto. Me maravillé de que en un Estado inserto en una de sus crisis inmobiliarias mas connotadas todavía hubiera ánimos constructivos.
Cuando la tarde iba en picada sentimos el olor del mar. El campo se hizo mas "liso", desapareció el bosque real y la guagua tomó por la orilla de un muro de mampostería de unos sesenta centímetros que la separaba del Golfo. Pero como ocurre en Chile con las ciudades que están al borde del mar en la Quinta Región, la entrada de la ciudad fue un espejismo porque el bus dobló a Naciente y lo que parecía un largo malecón quedó en las retinas. Fort Myers al fin. Miré mi reloj. Habíamos llegado con seis minutos de retraso si consideramos que mi hora de arribo se llamaba cinco y cuarto. La guagua se despidió con urgencia y el pescador saludó a su gente que ciertamente ya lo esperaba y repitió su oferta de llevarme hasta la casa para donde yo me dirigía. La rechacé de nuevo, amablemente, aunque los "míos" no se veían por ninguna parte. En el interior de la pequeña Terminal clonada de la GH solo había un negro cincuentón esperando. Y en la oficina, una mujer castaña como de cuarenta, trabajaba frente a una computadora y un teléfono fijo, acompañada de un hombre joven que trataba de encontrar algo en un estante de madera color café. No sabía llamar por ningún tipo de teléfono. Esperé unos minutos por mi amigo. No llegó. Seguramente estaría esperando mi llamada para venir al seguro y no perder tiempo en un sitio muy poco agradable a la vista. No obstante, yo suponía que tenía que estar esperándome. Porque habíamos hablado de mi hora de llegada un par de veces.
Finalmente caí en las garras de la rubia americana. "Esquisimi". dije. La mujer levantó la cabeza, ausente, y me pareció oír que dijo "yes". "Ok, ai am qiuban an arraif in dis moment to Fort Myers an nid tolk for fono tu mai friend en Lijai. Is posibol". La mujer respondió de urgencia. "No, am sorry". Y siguió mirando alguna de sus páginas webs. Lo mas curioso es que me di cuenta de que me había entendido perfectamente. Y conste que aclaré muy bien que era un "qiuban", que es mucho mas que un "sudaca", al efecto de los norteamericanos que saben de nuestro status en los Estados Unidos. Humillado, salí al parqueo de la Terminal. Ni un alma. Era verano pero la noche iba a caer de un momento a otro. Por qué no vendría mi amigo si pasaba de las cinco y media.  Acaso habría dos Terminales en la ciudad.
Al Oriente había una nave muy larga con portal interior. Caminé hasta allí. Un muchacho salió de uno de los cubículos. Lo llamé y le conté mi historia. "Tranquilo, a veces son así, dame el número". Mi amigo respondió enseguida, me dio la bienvenida y dijo que estaba saliendo en segundos. El chico, muy joven, era de Barranquilla, Colombia. Y no solo conocía personalmente al pelotero compatriota Edgar Rentería sino que había entrenado con el fin de llegar a las Grandes Ligas como pítcher. Me aseguró que tiraba mas de noventa millas pero que la mala suerte, la situación económica y la falta de buscadores de talento habían matado todos sus sueños. Jugaba como amateur los domingos en la ciudad. Charlamos mucho hasta que se apareció, por la entrada norte, el Jeep Ford que ya conocía desde que me había llegado un PPS a Santiago de Chile titulado "Fotos del carro". Agradecí su gesto desinteresado y le presenté a mi amigo y a su familia.
Nos saludamos sin la falsa euforia de los casi diez años de ausencia. La pantalla de una computadora es capaz de tener sus secretos de acercamientos. Mi prima estaba como en sus años de Cuba y mi amigo tenía unas cincuenta libras de mas que planeaba combatir a fuerza de ejercicios. Los chicos andaban con clara tendencia a gordos pero los juegos cibernéticos y las comidas chatarra todavía llevaban las de ganar y sus padres no habían encontrado un antídoto para el mal infantojuvenil del siglo. El mayor andaba por los quince años y era hijo de un matrimonio anterior de mi amigo con una peruana. El mas chico andaba por los nueve y era el hijo del matrimonio. Conocía a ambos mediante fotos. "Andando", dijo mi amigo. Mi prima me cedió el asiento delantero. Muy rápido salimos de la ciudad. Cuándo podré ver, me pregunté en silencio, las casas de invierno de Thomas Alba Edison y de Henry Ford, que están en el boulevar Mc Gregor. Cuándo los campos de entrenamiento de los Medias Rojas de Boston y de los Mellizos de Minnesota. Algún día, me respondí, con calma, teikirisit man. Durante el breve trayecto tuve que adelantar las peripecias de mi viaje y declarar que había sido estafado en la Frontera mexicana."Eso no es nada, acere. Haber podido llegar, sano y salvo, no tiene precio", dijo mi amigo.
Lehigh Acres es una zona campestre repleta de mansiones de lujo y con las calles y avenidas marcadas desde la época en que el boom inmobiliario esperaba urbanizar el lugar. Mi amigo vivía a la izquierda de la carretera, en una residencia imponente color naranja, sobre una colina suave. En un kilómetro a la redonda solo había un par de casas mas y el silencio monacal era roto muy pocos veces por los autos que pasaban despavoridos hacia Fort Myers o hacia los entronques de Naples y de Miami. "Está paga", me dijo mi amigo."Es mi casa", agregó.
Me señaló el cuarto en que iba a dormir, dejé mi jaba mexicana allí y me mostró los interiores. Correctamente amueblada, con mobiliario costoso de colores opacos. Dado a lo deportivo y funcional celebré el equipamiento sin que el gusto por lo que veía me sedujera en exceso. Tanto butacas como camas me parecieron piezas de museo apenas retocadas por ebanistas y carpinteros influenciados por la belle epoque. Poco después me daría cuenta de la afición de las familias cubanas por muebles de este tipo. Tanta como por las cadenas de oro  de grosor impresionante.Mientras mi prima daba los toques finales a la comida nos fuimos al portal Oriente. El gran perro canelo olisqueó mis rodillas pero la atención fue para su dueño. "Es mi guardián, se queda solo en casa los fines de semana cuando estoy de viaje y tu prima, aburrida de tanta soledad, se va para Healeah con el chama a casa de sus padres", me dijo. Me percaté de que el gran patio estaba despoblado. "Qué va, no siembro nada, estoy bastante rejodido de tantos años en el campo", aclaró. "Estoy  en casa de las quimbambas pero estoy solo, no molesto a nadie, nadie me molesta, no soporto a Miami ni a Healeah, amo la tranquilidad", continuó. Regresamos al frente. A un lado estaba la camioneta lunchera de mi prima, rumiando su soledad desacostumbrada."La cosa está muy mala, compadre, nadie compra almuerzo ya, tu prima la está vendiendo. Fíjate como está el asunto que he tenido que dar al menos un viaje mas al mes para compensar las pérdidas de ella. Antes de la crisis, con un par de salidas me bastaba". Casi en la carretera estaba el auto de mi prima, un Chevy beige en perfecto estado."Y el camión", pregunté. "Lo tengo guardado en un parqueo no muy lejos de aquí, mañana iremos allá".
Me bañe en el baño "clásico" y mi amigo me entregó uno de sus shorts. Antes de sentarnos a la mesa me llegué al tercer cuarto. Era el mas pequeño y mi amigo lo tenía de oficina. De modo que dormiré en el cuarto de los niños, calculé. No me gustaba esa deferencia pero no dije nada so pena de recibir una reprimenda "cariñosa". Decidí que el lugar era excelente para redactar las decenas de cuartillas destinadas a mi hermana en las que trataría de contarle las tribulaciones de mi viaje. "Vamos a jamar", dijo mi amigo.
Mi prima es, también, una cocinera Cinco Estrellas, y puedo asegurar que está al nivel de su mamá en temas culinarios. Me sorprendió con una cena de altura pintada en la tela criolla de lo mas autóctono y recordable. Arroz congris rociado con manteca de puerco, yuca con mojo, carne de cerdo asada, plátanos fritos, pan, galletas y helado de chocolate como postre. "Ahora veremos como te caen unas cervas". Así que dimos cuenta de casi un paquete grande de Heineken y cuando me paré debí cambiarme de short ante la prominencia de mi barriga.
Mi amigo se acuesta temprano como buen guajiro. Poco antes de entrar a su cuarto estuvimos viendo un poco de pelota en el gran plasma de la sala, en tanto los muchachos se miraban, sonriendo socarronamente, preguntándose cuando este par de comemierdas les dejarían la tele libre para batirse con sus juegos virtuales. Se la dejamos enseguida. "Vamos a llamar a Cuba". dijo, mientras marcaba el número de mi hermana. Tery casi se cae de rodillas cuando mi amigo le dijo que compartía con "alguien muy especial" y quería que lo saludara. Al fin, suspiró. Me preguntó que cuándo había llegado. Hace poco más de una semana a Buenos Aires y a Ciudad México, antier a Texas y hoy a Fort Myers Florida. Te escribiré una carta larga, le dije. Está bien, no puedo creerlo, dijo. Los amigos y familiares que contactamos esa noche tampoco podían creerlo. Les expliqué que la situación atípica en que salí de Chile no me permitió romper el secreto del viaje.
"Bueno, acere, ya conoces tu cuarto, te acuestas cuando te de la gana, te levantas igual y haz lo que te salga de los cojones en esta casa, nos vemos mañana, chaíto". Mi prima sonrió. Estaba acostumbrada a su léxico. "Buenas noches", dijo. Hasta que no se apagaron las luces el perro guardián no dejó de gruñir y de frotar el hocico contra los vitrales de la puerta trasera. No se explicaba como su dueño lo había dejado afuera si estaba agazajando a un amigo especial. Porque parece que la soledad no es compartible.
Bocarriba en la cama de los niños me dispuse a dormir sin soñar. Mi cerebro era un caos de pensamientos dispersos. Logré dominar mis emociones. El perro lanzó un ladrido fúnebre como si fuera un lobo aullándole a la luna de cuarto menguante. Dios bendiga América en la Casa de los Bravos, interpreté.
Me levanté primero que los demás. Salí al frente de la mansión de Lehigh. La casa me ocultaba al sol pero no podía negarme la claridad matutina de la aurora de Junio. El 22 cumplía años mi madre. El 25 mi hermana. Recorrí todo el campo con la mirada desausente. Recordé la cuarteta que recitaba mi amigo Pablo Piñero en los años del preuniversitario. Levántate Don Rafael que todo el hombre campista debe alumbrar con su vista el campo al amanecer. Rafael es el nobre de mi padre. Sin dudas, la Tierra es redonda y se mueve.Por un instante cerré mis ojos.
"Y ahora qué", me pregunté.


Octubre 9 del 2011.
Miami,  North West, USA.
Luis Eme Glez.
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     FIN DE "EL ULTIMO BISONTE".
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2 comments:

  1. BUENO ACERE,,,LA SOLEDAD NO,SE COMPARTE,,,,,Y AHORA, QUE???

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  2. Y ahora qué ? ...... La pregunta que se repite en cada etapa de nuestra vida en donde el sol parece haber salido por el lado contrario , y no sabemos donde iremos que viene en la siguiente hoja , a veces hay lágrimas que no permiten ver o simplemente incógnitas
    Estamos en el punto cero , en donde esa pregunta ta es todo lo que abarca mi cerebro

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